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Bielorrusos occidentalizados: Debacle y perpetuo desconcierto

Categorías: Bielorrusia, Censura, Derechos humanos, Elecciones, Gobernabilidad, Guerra y conflicto, Libertad de expresión, Medios ciudadanos, Migración e inmigración, Política, Protesta, The Bridge, Tres años de la invasión rusa a Ucrania

Imagen de RussiaPost [1] con derechos de autor, publicada con autorización.

Grigory Ioffe escribe sobre la creciente ruptura entre los bielorrusos que han emigrado hace poco y los que quedan en el país, además de la desesperanzada situación de los prisioneros políticos bielorrusos.

La liberalización de 2014 a 2020 en Bielorrusia, activada por un acercamiento a Occidente y un esfuerzo gradual pero consistente para separar la identidad y la memoria histórica bielorrusa del las de su vecino oriental, dio paso a un movimiento único de protesta. Aunque desencadenada por el resultado de las elecciones presidenciales de agosto de 2020, un movimiento tan intenso y popular solo podía surgir a causa de una distensión política durante la que los bielorrusos se acostumbraron a una libertad de expresión sin precedentes y pidieron más visados Schengen [2] por mil habitantes que ninguna otra comunidad nacional del mundo.

Actualmente, solo dos años y medio más tarde, Bielorrusia se encuentra muy sujetos de Rusia desde la disolución de la Unión Soviética. Sus contactos oficiales con Occidente están en niveles mínimos, con recortes en el personal de las embajadas por ambas partes. De igual manera, las exportaciones bielorrusas a Occidente se han desplomado a causa de las sanciones sectoriales impuestas al país por la Unión Europea. Mientras tanto, se han incrementado las exportaciones a Rusia, y la participación rusa en el comercio total bielorruso alcanza ya el 60 %.

Prisioneros políticos

Actualmente hay casi 1450 prisioneros políticos [3] encarcelados en Bielorrusia. El 5 de enero, el presidente Lukashenko firmó una ley [4] que le permite despojar de su nacionalidad a los bielorrusos que viven fuera del país si un tribunal los juzga en rebeldía y confirma actividades «extremistas». En diciembre, la fiscalía general presentó cargos penales contra los líderes de la oposición en el exilio. Svetlana Tikhanovskaya [5] está acusada de traición, Pavel Latushko de abuso de poder y de aceptar sobornos. Desde el 5 de febrero, Ales Bialiatsky, premio nobel de la paz 2022 y presidente la organización de control de los derechos humanos Viasna, junto a dos de sus asociados, está procesado [6] por un tribunal de Minsk.

La situación es siniestra. El deprimente panorama queda además oscurecido por las críticas a la oposición organizada en el exilio, incluido el llamado gabinete provisional encabezado por Tikhanovskaya, por el insuficiente apoyo a las familias de los prisioneros políticos, a pesar de los millones de dólares y euros que le han asignado patrocinadores occidentales que apoyan la democracia bielorrusa. «Considero la ausencia de un sistema establecido de apoyo regular financiero para las familias de todos los prisioneros políticos (…) un absoluto fracaso de los dos años de trabajo de la oficina de Tikhanovskaya», observó el comentarista político Artyom Shraibman [7].

Esta inacción, por sí sola, difícilmente justifica la afirmación de que con su «aproximación a Occidente», los bielorrusos occidentalizados (es decir, la oposición) han facilitado el pronunciado giro del país hacia el este. Pero hay más elementos que sostienen esta afirmación. Como ya han hecho antes, los bielorrusos occidentalizados se sobreestiman y siguen mirando a los bielorrusos que no comparten sus perspectivas como una especie de aberración.

La actitud que invariablemente muestran va sobrada de arrogancia de víctima, un fenómeno bien conocido en la psicología social. Este malestar agrava considerablemente una situación creada sobre todo por actores externos —Rusia y Occidente— que  amenazan aún más la soberanía de Bielorrusia.

Recientemente se produjo un curioso debate entre dos veteranos del servicio bielorruso de Radio Liberty. Valer Karbalevich [8] lamentó que la Bielorrusia del exilio y la Bielorrusia de Lukashenko sean como dos civilizaciones distintas. La crema y nata de la nación bielorrusa ha dejado el país, por lo que los bielorrusos en el extranjero se han convertido en un factor fundamental al preservar la identidad bielorrusa y el «código nacional de civilización». En cuanto a la Bielorrusia de Lukashenko, se está convirtiendo rápidamente en una provincia rusa. Al interlocutor de Karbalevich, Siarhei Navumchik [9], no le gustó este mensaje, y replicó que aunque los bielorrusos están divididos, no es la frontera del Estado lo que los separa, Primero, muchos «escritores, artistas, actores, músicos, por no mencionar científicos» siguen en Bielorrusia. «Muchos están entregados a los valores nacionales bielorrusos y nunca accederán a quedar absorbidos por el ‘mundo ruso'». Segundo, y más importante, según Navumchik, «solo una pequeña parte de los bielorrusos, estén en el país o el extranjero, son conscientes de su nacionalidad (…) Lo que distingue a los bielorrusos en el extranjero de los ucranianos o polacos en el extranjero (…) es que una absoluta mayoría (hasta el 90 %, según mis estimaciones) de los bielorrusos que viven fuera no les importa la actual vida nacional bielorrusa, ni los valores culturales que se promueven en el extranjero ni en la propia Bielorrusia».

Para ser claros: Navumchik considera al 90 % de los bielorrusos nacionalmente incompetentes, puesto que no tienen la perspectiva correcta.

Tras la ceremonia del Premio Nobel de la Paz 2022 en Oslo —en la que uno de los galardonados era Ales Bialiatsky— Dmitri Gurnevich [10], de Radio Liberty, reconoció que los «bielorrusos no están interesados en el premio a Bialiatsky». Pocos bielorrusos vieron el discurso en YouTube de la esposa de Bialiatsky cuando recogió el premio en nombre de su marido encarcelado. «Quéjate tanto como quieras porque el mundo en general no muestre curiosidad sobre el destino de Bielorrusia, pero no la mostrará hasta que los propios bielorrusos se tomen interés en los héroes nacionales», concluye Gurnevich.

Gurnevich y Navumchik podría angustiarse aún más si consideraran el reciente sondeo entre bielorrusos urbanos de Belarus Change Tracker [11], entidad cuyos miembros son reputados analistas simpatizantes de la oposición, ahora todos en el exilio. Según una encuesta en la red, el 61,7 % confía en el Gobierno bielorruso, hasta un 53,9 % y un 53,7 % en mayo y agosto respectivamente. Los analistas reconocen que semejante incremento puede atribuirse al «factor miedo», aunque concluyen que «es difícil ignorar la tendencia al alza del apoyo a las autoridades [12]«. Además, según otro sondeo, la llamada «sviadomyya» («los conscientes», el tradicional nombre en código de los bielorrusos occidentalizados) solo representa un 14 % de los bielorrusos adultos, un 43 % de los bielorrusos cree que forman parte de una nación eslava oriental de tres ramas (rusos, bielorrusos y ucranianos), mientras que el 47 % cree que los bielorrusos son un pueblo distinto. Casi un 45 % apoya la integración [13] con Rusia, mientras que el 36 % está en contra.

Parecen confirmarse tres hechos importantes. Primero, la propia existencia de una perspectiva centrada en Rusia entre los bielorrusos puede atribuirse a la geografía y a la historia reciente, además del hecho de que la identidad bielorrusa sigue siendo una obra inacabada. Segundo, la rusofilia tiene hondas raíces entre los bielorrusos. Tercero, la popularidad de la integración con Rusia no implica un apoyo popular a la unificación con la Federación Rusa.

Es más, menos de un 5 % de los bielorrusos [14] respalda esa idea, y la mayor parte de los rusófilos (incluyendo a las autoridades, procedentes sobre todo de este segmento de la sociedad) insisten firmemente en preservar la soberanía bielorrusa.

En este contexto, expresar insatisfacción con los bielorrusos comunes y corrientes porque no tienen la perspectiva correcta, como hizo Navumchik, es tan típico de los occidentalizados como contraproducente, sobre todo considerando que los bielorrusos llevan divididos a causa de sus tendencias culturales desde el nacimiento del movimiento nacionalista bielorruso a principios del siglo XX. En total, antes de 2020, los bielorrusos occidentalizados han tenido una posición influyente en tres ocasiones: de 1921 a 1928, de 1943 a 1944 y de 1992 a 1995. Estos tres periodos fueron breves y estuvieron marcados por controversias y supervisión externa.

Su última época de influencia acabó en mayo de 1995, cuando el 83 % de bielorrusos votó por recuperar el ruso como lengua oficial en algunas zonas y el 75 % votó por cambiar la bandera blanca, roja y blanca con el escudo nacional de Bielorrusia, enseña oficial de 1992 a 1995, por una parecida a la de la Bielorrusia soviética. La perspectiva occidentalizada y su discurso (en cuanto a la memoria histórica y la bielorrusificación lingüística) se popularizó de nuevo entre 2014 y 2020. No obstante, las protestas poselectorales de agosto y septiembre de 2020 comenzaron siendo geopolíticamente neutrales, es decir, no invocaban la alteración de la orientación internacional de Bielorrusia ni el cambio del ruso por el bielorruso en la vida pública. Pero cuando los líderes de la protesta se vieron en el exilio resurgió el antiguo patrón. Hoy quieren separarse de Rusia y pretenden la afiliación a todas las estructuras occidentales posibles.

Actualmente, los bielorrusos políticamente conscientes están divididos entre dos líneas defectuosas: la perspectiva rusófila contra la occidentalizada, además de su actitud hacia Lukashenko y su régimen.

En épocas de tranquilidad política, como la de 2013 a 2020, estas divisiones no se solapan, simplemente porque no todos los bielorrusos rusófilos apoyan a Lukashenko. No obstante, en épocas de crisis, estos patrones tienden a converger, lo que se evidencia por el reciente incremento de la confianza en las autoridades. Parece que hay muchos bielorrusos que han acabado apreciando el hecho de que ni los movilizan como a los rusos ni los bombardean como a los ucranianos.

Moraleja

Como comunidad nacional aún en construcción, y encajada entre poderes del calibre de Rusia y la Unión Europea, los bielorrusos son aún menos inmunes a influencias externas que otros países del centro y el este de Europa. La guerra de Rusia en Ucrania ha exacerbado la dependencia bielorrusa de actores externos. Ahora las cosas dependen en buena parte de que Alexander Lukashenko tenga éxito en sus desesperados esfuerzos de evitar la participación directa de Bielorrusia en la invasión de Ucrania, y por supuesto, del resultado final de la guerra.

Aún así, aunque Bielorrusia resurgiera indemne, su futuro desarrollo, e incluso su misma existencia como país independiente, depende de la consolidación nacional. Si las divisiones internas del tipo antes descrito son inevitables, será de importancia existencial priorizar lo que une a los bielorrusos, por contraposición a lo que los separa, y los bielorrusos occidentalizados deberían prepararse para esta situación. Deben dejar de estar permanentemente perplejos por el hecho de que los compatriotas que comparten su visión no sean mayoría ni de lejos. Pero si persisten en darse importancia y vanagloriarse, no solo nunca conseguirán imponerse, sino que pondrán en peligro la soberanía de Bielorrusia.