Cómo la guerra en Ucrania torció mi lengua

Foto tomada en Odesa en octubre de 2022. El cartel duce: “Si tocas a Mama, Mama te enterrará”. Con “Mama”, en este cartel se refiere a Odesa que también es conocida como Odesa-Mama, mientras que el bote que se hunde es una referencia al éxito que tuvo Ucrania cuando hundió uno de los mayores barcos militares de Rusia el 14 de abril de 2002 . Foto de Filip Noubel, usada con autorización.

Durante los primeros diez años de mi vida, mi familia multiétnica recorrió la Unión Soviética, Checoslovaquia y Francia. A medida que nos mudábamos, aprendí que continúan dando forma a quien soy hasta la actualidad. Uno es el ruso. También, adquirí modelos culturales en el proceso. Uno que aprecio es la tolerancia.

Cuando viví en Taskent en 1970, la tolerancia tenía un nombre específico y muy político: Дружба народов (Druzhba naródov) o “amistad de los pueblos”. Aquellas dos palabras se usaban sin parar en libros de texto escolares, carteles en la calle, noticias en la televisión y discursos en eventos oficiales. Sin embargo, la realidad soviética pronto me enseñó, además de su lema y del lenguaje formal, que los insultos étnicos igualmente formaban parte de mi vida diaria, por ejemplo, en bazares, buses llenos, largas filas para comprar leche y pasos fronterizos.

Placa conmemorativa en Odesa que recuerda a los peatones que el autor de literatura en yidish  Sholem Aleichem vivió en Odesa. Foto tomada por Filip Nouvel en 2018, usada con autorización.

Aun así, esa misma vida diaria me demostró que las personas se casan con personas de otras razas. En Odesa, a donde nos mudamos en 1979, nuestros amigos y vecinos provenían de familias mixtas caraíta-alemanas, ruso-armenias, ucraniano-judías y griego-moldavas. Cuando veíamos películas de la Segunda Guerra Mundial a diario en la televisión, no había mayores opciones, todas compartían la misma historia de sus padres, que habían peleado contra la invasión nazi de la Unión Soviética porque, como se sabe, existía la “amistad de los pueblos’’ .

El 24 de febrero de 2022, cuando las noticias alrededor del mundo explotaron con la oración “Moscú está bombardeando a Kiev”, dudé de mi cordura. Cuando vi fotografías de destrucción, de personas escondidas en el metro con sus abuelas y sus gatos, dudé de mis propios ojos. Puse en duda la misma base del lenguaje porque en los titulares se combinaban palabras que parecían no tener sentido. Las oraciones describían hechos que eran simplemente inconcebibles. Sin embargo, todo sucedió y sigue sucediendo hasta el día de hoy con miles de mujeres, niños, hombres, civiles y soldados de Ucrania a quienes han matado, mutilado, secuestrado y violado, y que han quedado huérfanos.

Pasé los primeros tres meses de la guerra pegado a las noticias viendo ocho horas de material cada día, lo que me hizo perder el sueño. Además, aunque mis amigos me llaman adicto a los libros, dejé de leer por el solo hecho de que leía una página, pero no retenía nada. Tenía la mente acelerada por tratar de procesar las noticias y buscar alguna explicación.

A la larga, un día, todo derivó a una pregunta agobiante: ante un genocidio, ¿qué se debe hacer con aquella parte del cerebro que aún habla ruso cada día?

En la Unión Soviética de la década de 1970, la solidaridad hacia el pueblo oprimido también era una forma de representar la tolerancia. Lo aprendimos en la escuela, lo gritamos en las manifestaciones del 1 de mayo y lo vimos en las películas que glorificaban el compañerismo con los luchadores por la libertad de Cuba y Vietnam. Tal vez, como niños, no nos dimos cuenta de que el gran héroe soviético que ayudaba a difundir la revolución nunca era uzbeko, buriato ni checheno, sino que casi siempre era ruso. No sabíamos que el mismo discurso zarista de “llevar el progreso a los salvajes’’ fue simplemente reciclado por la propaganda soviética en nombre de la “amistad de los pueblos’’. Es más, ¿era hablar ruso no la mejor forma de fomentar la paz y la comprensión entre muchos grupos étnicos diferentes porque todos hablaríamos la misma lengua?

Un vistazo a 2014: Putin construye todo el seudoargumento por invadir el este de Ucrania y ocupar Crimea en nombre de la lengua rusa, específicamente para proteger a los hablantes de ruso que supuestamente fueron amenazados y discriminados por las autoridades de Kiev.

Calcetines que dicen «Любовь-морковь» que significa “Amor-zanahoria’’. Es una expresión idiomática en ruso que hace referencia a que, usualmente en la vida, el amor viene, pero finalmente se va. Los calcetines los hace en Odesa una compañía que usa expresiones humorísticas ucranianas y rusas como parte de su diseño. Foto tomada en Odesa en octubre de 2022 por Filip Nouvel, usada con autorización.

Siempre he disfrutado ser hablante de ruso. Sí, en el ruso hay poesía, pero lo más importante es que tiene bromas cáusticas y el humor absurdo de una lengua que fue formada por la resistencia al zarismo, al antisemitismo, al estalinismo y, por algún tiempo, al putinismo, obviamente antes de que Putin confiscara la televisión rusa. Cuando era niño, hablaba ruso en Taskent, Odesa y Moscú. También lo hablaba cuando era periodista e investigador en Biskek, Almatý y Bakú. Hoy en día, lo hablo a diario con amigos que viven en Praga y Berlín. El ruso que hablo está mezclado con palabras en uzbeko y en kirguiso, que son las lenguas de personas de decenas de orígenes étnicos que no se consideran rusos de ninguna manera.

Con cada día que pasa la guerra, con cada atrocidad que se da a conocer, veo más y más ucranianos bilingües que dejan de hablar ruso. Los escritores comenzaron a usar el ucraniano totalmente, lo que, por supuesto, no es ninguna sorpresa. También, escuché llamados a cancelar la literatura rusa, la cultura rusa y la presencia rusa en acontecimientos. Con lo anterior, la pregunta de la tolerancia me afecta profundamente.

Para dejarlo claro, ¿se debería ampliar, enseñar extensamente y exhibir la cultura ucraniana y, además, traducir su literatura? Pues, claro. ¿Deberían cambiar los museos internacionales sus etiquetas y renombrar las pinturas como se debe para evitar que la cultura ucraniana desaparezca? Absolutamente. Totalmente. En todos lados. En cada lengua. No solo porque se sigue ignorando en gran parte la cultura ucraniana debido a décadas de la propaganda zarista, soviética y rusa contra Ucrania, sino también porque es hermosa, muy diversa, fascinante y llena de talento.

Aquí debo desviarme. Algunos bisabuelos míos eran hablantes nativos de occitano. En menos de dos generaciones, el Estado centralizado francés satanizó la identidad occitana a tal punto que, aunque el 90 % de quienes vivían en el sur de Francia hablaban la lengua a principios del siglo XX, actualmente l número disminuyó al 9 %. A las celebridades culturales de origen occitano se les sigue ignorando en gran parte o simplemente se les niega su identidad en los programas escolares y universitarios franceses. Ese es un claro y, por desgracia, muy exitoso ejemplo de la colonización llevada a cabo por el sistema educacional en el que pasé más de 12 años de mi vida.

Me tomó décadas darme cuenta de cuán arraigada estaba la negación de la identidad en los libros de textos, y con el tiempo también en mí. En la actualidad, estoy aprendiendo occitano o y leyendo libros de su historia y literatura. No obstante, ¿dejaré de leer literatura francesa? No. ¿Por qué? Porque creo que responder con otra prohibición a lo que estaba y aún está parcialmente en vigor no ayudará.

Preferiría deconstruir lo que se presenta como grandes iconos culturales sin importar qué tan doloroso sea. Preferiría enfrentar a los escritores idealizados que escribieron textos reveladores y que, a continuación, reconocieron también haber aceptado lo peor de las actitudes coloniales y participado en tal discurso.

¿Escribieron los poetas rusos Pushkin, Lermontov y Brodsky textos horribles y racistas contra ucranianos y chechenos, y celebraron el imperialismo ruso? Por supuesto. Lo anterior se debe conocer, estudiar y analizar porque sus palabras se han usado y aún se usan hoy en día como un arma por Moscú en el caso de Ucrania, pero también en el caso de otros lugares.

No existe un final fácil o feliz para los hablantes de ruso actualmente, ya que vemos a diario noticias terribles proveniente de la agresión de Rusia contra Ucrania. Cuando se puede soportar, escuchamos cinco minutos de atrocidades que vienen del Kremlin y tratamos de conciliar emociones, identidades y preguntas morales en conflicto.

Foto tomada en Odesa en octubre de 2022. A la izquierda dice en ucraniano “Gloria para Ucrania’’. Al lado derecho, en bielorruso “Larga vida a Belarús’’. Foto tomada por Filip Noubel, usada con autorización.

Quien me motivó a volver a leer, incluso en ruso, es Andrey Kurkov. Nació cerca de San Petersburgo, creció y estudió japonés en Kiev, sirvió en el Ejército soviético en Odesa y actualmente vive en Kiev. Escribe novelas poco convencionales e irónicas en ruso, incluso sobre las guerras de 2014 y 2022. En mayo de 2022, mencionó una oración que se me quedó en la mente: Ucrania debería ser dueña del ruso porque “Putin no es dueño de los derechos de autor del ruso«.

Cuando un imperio colapsa, no solamente las experiferas quedan liberadas, al final, lo mismo pasa con su núcleo.

1 comentario

Únete a la conversación

Autores, por favor Conectarse »

Guías

  • Por favor, trata a los demás con respeto. No se aprobarán los comentarios que contengan ofensas, groserías y ataque personales.