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Historia de una ucraniana que dio a luz durante la ocupación rusa

Categorías: Europa Central y del Este, Ucrania, Guerra y conflicto, Medios ciudadanos, Mujer y género, The Bridge, Historias de tiempos de guerra desde Ucrania, Rusia invade Ucrania, Tres años de la invasión rusa a Ucrania

Servicio de maternidad y hospital infantil de Mariúpol (Ucrania) tras un ataque ruso. Foto de Wikipedia [1] (CC Attribution 4.0 International [2]).

Traducción del ucraniano de Svitlana Bregman

Esta historia forma parte de una serie de ensayos y artículos escritos por artistas ucranianos que decidieron quedarse en Ucrania tras la invasión rusa del 24 de febrero de 2022. Esta serie es fruto de una colaboración con la Folkowisko Association [3]/Rozstaje.art [4], cofinanciada por los Gobiernos de República Checa, Hungría, Polonia y Eslovaquia con una beca de la International Visegrad Fund, [5] cuya misión es proponer ideas para una cooperación regional sostenible en Europa Central.

“Mi marido y mi yerno estaban preparando agua con azúcar para que me la bebiera cuando me pusiera de parto. Es un recuerdo que tengo de mi infancia: cuando una vaca pare, le das de beber agua azucarada”, dice Anna Alieva. Ya había dado a luz cuatro veces, así que sabía bien lo que le esperaba.

Además de los niños, en la casa en la región de Chernihiv, al norte de Ucrania, vivían su marido, su yerno y su suegro. Anna tenía que esconderlos con frecuencia porque desde febrero y principios de marzo de 2022, cuando empezó la ocupación, la gente veía que las tropas rusas “se llevaban a los hombres” a un lugar del que ya no regresaban. “Aquí no hay lugar para el heroísmo. Mi trabajo es asegurarme de que todo el mundo sobreviva”, dice la mujer.

Un día, Anna vio que un grupo de 12 soldados rusos estaba haciendo redadas en varias casas. Decidió salir a su encuentro y empezó a hablar sin parar, intentando recordarlos a todos. Cuando le preguntaron si había algún hombre en la casa, les respondió con una pregunta: “¿Acaso no tienen bastante con los de ustedes?”. Anna bromeó con los invasores, los aburrió con su charla y les tomó el pelo de mil maneras. Según les explicó, su marido, Sashko, estaba trabajando en Inglaterra con el fin de ahorrar el dinero necesario para hacerse una casa nueva.

Cuando los soldados rusos merodeaban por la zona, Anna hacía que los tres hombres se ocultaran detrás de un mueble, un montón de ropa u otros enseres domésticos. También mantenía escondidas a sus hijas mayores, poco mayores de 20 años, y les prohibía que fueran al pueblo. “Es una suerte que por entonces no supiéramos nada de Bucha [6] [y la masacre y las agresiones sexuales generalizadas que tuvieron lugar allí]. El miedo atrae las desgracias,” recuerda la mujer.

Durante los bombardeos de artillería, que tenían lugar casi a diario, toda la familia se refugiaba detrás de dos paredes, dentro de un pequeño armario de 1,5 por 2 metros situado bajo la escalera. Una vez, un misil Uragan cayó cerca de su casa, aunque no explotó.

Anna es una enfermera facultativa rural. Cuando los vehículos enemigos entraron en su pueblo, solo contaba con un vial de analgésicos y un par de guantes estériles. Un día, unos vecinos del pueblo fueron a ver a Anna: una chica de 25 años había resultado herida durante un ataque ruso y tenía dos balas incrustadas en el abdomen. Habría sido un caso difícil hasta para un cirujano. Para aliviar el sufrimiento de la mujer, Anna le dio los analgésicos. Al día siguiente se puso de parto.

“Hacía sol, era un día bonito y tranquilo”, recuerda la mujer. Bloqueó las ventanas y empezó a prepararse para el parto. Para calentar la habitación, su hija mayor utilizó unos ladrillos que había calentado en una hoguera fuera de la casa. Cuando el hijo más pequeño salió al exterior, empezó el bombardeo.

I ran up to him because the kid just froze. I dragged him in. And then I realized that my water broke.

Corrí hacia él porque se había quedado paralizado. Lo metí a rastras y entonces me di cuenta de que había roto aguas.

Anna hizo entrar al niño y se escondió en el baño: “Empecé a temblar”.

Entonces llegó su vecina Ayshe, tártara de Crimea, de donde su familia tuvo que irse en 1944 durante la deportación de los tártaros ordenada por Stalin. Ayshe volvió a casa un año después de que Ucrania recuperara la independencia. Sin embargo, tras la anexión de Putin tuvo que huir de nuevo y se trasladó a la región de Chernihiv, que luego tendría que volver a abandonar a causa de los saqueos y las amenazas diarias de los rusos. Pero ese día, a pesar de los bombardeos y los ataques de artillería, Ayshe fue a visitar a Anna y la encontró en el baño, presa de un ataque de pánico.

Ayshe empezó a contarle a Anna que tanto ella como su hermana habían nacido en las montañas y que su padre había ayudado en el parto: “Tú también lo vas a conseguir”. Poco a poco, Anna recuperó la calma. Después de todo, había dado a luz cuatro veces. En cierto modo, estaba repitiendo la historia de su madre, que había tenido cinco hijos.

Más animada, Anna salió del baño y le pidió a su marido que se pusiera un abrigo de mujer y se cubriera la cabeza con un pañuelo. Sabía que en una zona del jardín había ortigas, que podían servir para detener una hemorragia. Su marido desenterró las raíces y las hirvieron (luego los niños se rieron de su padre y lo llamaron “abuela Shura”). “Todo el mundo sabía cuál era su responsabilidad”, dice Anna. Calentaron agua, empaparon con un líquido desinfectante de color verde un hilo grueso que iban a usar para hacer un nudo en el cordón umbilical y prepararon una cama, un baño y trapos.

Las contracciones se prolongaban y el dolor era insoportable. Nerviosos, los hombres caminaban por la casa mientras las bombas estallaban en el exterior. Pasó mucho tiempo y todos estaban agotados por la tensión. En algún momento, el dolor empezó a atenuarse, pero no era una buena señal. Aunque el bebé no había nacido, el dolor desapareció y también todas las sensaciones. Anna estaba desesperada, pero aguantaba.

Hacia medianoche los hombres se quedaron dormidos, pese al ruidoso ataque que tenía lugar en el exterior: “La casa temblaba tanto que parecía que estábamos en un tren”. Olena, la vecina que estaba ayudando con el parto, también se durmió. De repente, cayó el silencio. Anna empezó a susurrarle a su bebé: “Ayúdame, pequeña”. De pronto, el bebé empezó a moverse, apoyó las piernas contra la parte superior de la barriga de su madre y empujó con la cabecita: “Sentí unos chasquidos, como si los tendones y los cartílagos crujieran”.

Los hombres se despertaron, temiendo que Anna se hubiera desmayado:

They shook me until I came out of that state and said: ‘It's okay.’ That’s when the pain engulfed me again: the baby was fighting for her life. I thought I would pass out. I bit my son-in-law, I pulled out some of my husband’s hair.

Me sacudieron hasta que salí de ese estado y dije: “Está bien”. Luego volvió el dolor: el bebé estaba luchando por su vida. Pensé que iba a desmayarme. Le di un mordiscó a mi yerno y le arranqué un mechón de pelo a mi esposo.

En ese momento llegó Olena, la vecina. Anna estaba preocupada por si los hombres se asustaban al ver a la recién nacida, así que el plan era que Olena recogiera el bebé y se lo pusiera en los brazos.

“Se oyó un fuerte estallido en el exterior acompañado por un destello de fuego rojo y di a luz”. Anna cuenta la historia entre risas, aunque luego, de repente, se pone seria: “Pero ese silencio. Ese silencio es aterrador, ¿sabes?”

I stepped over the umbilical cord with one foot, picked up the baby and started cleaning the mucus from her mouth and nose. Then, I flipped the baby over and tapped her on the bottom, to trigger the pain reflex.

Puse un pie encima del cordón umbilical, tomé al bebé y empecé a limpiarle los mocos de la boca y la nariz. Luego le di la vuelta y le golpeé las nalgas para desencadenar el reflejo del dolor.

El bebé empezó a respirar.

Entonces surgió una complicación: la placenta no salía. “Eso podría haberme matado”. En un hospital, los médicos pueden anestesiar a la madre y darle los cuidados necesarios. En este caso, Anna dependía de sí misma.

Estaba amaneciendo. Los niños se despertaron y recibieron con alegría a su nueva hermana; los hombres se relajaron. Pero el estómago de Anna empezó a hincharse. “La hemorragia posparto es terrible”, dice la mujer. “La parturienta puede perder sangre muy rápido. Lo sabía y era inquietante”. Suspira.

I realized that if I gave in, it would be easy, because it’s not hard to leave your body. But how would the baby manage without me? How are they going to feed her?

Me di cuenta de lo fácil que resultaría rendirse: no cuesta nada abandonar tu cuerpo. Pero ¿cómo se las arreglaría el bebé sin mí? ¿Cómo iban a alimentarlo?

El yerno de Anna la ayudó a levantarse. Ella se puso un guante estéril. La vecina se dio cuenta de lo que iba a hacer: “¿Estás segura?”. Anna asintió: “Tengo que sobrevivir”. Anna metió la mano dentro de su cuerpo y empezó a masajearse las paredes del útero con el puño para que empezaran las contracciones. Si la placenta sale cuando el útero está relajado, puede causar una gran hemorragia. Pero Anna lo logró.

Más tarde, el hijo menor de Anna dijo que había una especie de cúpula que los estaba protegiendo: “Parecía un tazón boca abajo hecho por los ángeles”.

Anna no tenía ropa, pañales ni comida para el bebé. “Por el pueblo se corrió la voz de que había tenido un bebé. La gente empezó a salir de los sótanos para visitarme”. Antes de eso, las personas se escondían porque salir podía resultar mortal. “No dejaban de llamar a mi puerta, llamaban sin parar. Me daban lo que podían y decían: ‘Gracias por el bebé’”. La gente lloraba y en sus caras, exhaustas y demacradas, había un rayo de esperanza. Esas personas hambrientas, enfermas, cansadas, aterrorizadas y concentradas solo en la supervivencia física volvieron a sentirse seres humanos. Anna dice:

I would have never experienced such strong and overwhelming feelings otherwise. There was so much unconditional love, unconditional support, and unconditional gratitude.

Nunca había experimentado unos sentimientos tan fuertes y abrumadores. Había mucho amor incondicional, apoyo incondicional y gratitud incondicional.

Cuando la madre salió por primera vez, se encontró con una vecina que iba acompañada por su hijo. La mujer vio a Anna y se inclinó ante ella. Anna recorrió la calle y sintió un temblor creciente, que experimenta aún hoy al revivir ese momento. Durante su paseo por el pueblo, los vecinos se inclinaban ante ella, agradeciéndole que les hubiera permitido ser testigos de ese milagro.

Un día, un oficial ruso vio a Anna por la calle. Le preguntó: “¿Eres la mujer que tuvo un hijo?”, y la felicitó: “¡Buen trabajo!”. Luego, manchado con sangre ajena, miró a la madre y a su hija y rompió a llorar.

La bebé se llama Myroslava, que significa “paz”. Nació el 17 de marzo de 2022 a las 4:11 horas. Quince días después, las tropas ucranianas liberaron el pueblo. Cuando se restablecieron las comunicaciones telefónicas, Anna se enteró de que su hermano, Oleh, que vivía al otro lado del río, había muerto el mismo día que empezaron los ataques de la artillería. Tenía 35 años y dos hijos: un niño de 13 años y una niña de dos años.