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Cómo se vive enfrentando la xenofobia rusa en la vida cotidiana

Categorías: Kirguistán, Rusia, Uzbekistán, Etnicidad y raza, Lenguaje, Medios ciudadanos, Migración e inmigración, Mujer y género, Periodismo y medios, Religión, RuNet Echo, The Bridge

Fotos de Milana Nazir por Holod Magazine [1]

«Holod [1]» es un medio independiente ruso [2] fundado en 2019 por la conocida periodista Taisia Bekbulatova, a quien el Gobierno ruso declaró agente extranjera [3] en 2021, y en 2022 apareció en la lista de las cien mujeres más influyentes de la BBC [4].

«Holod Magazine [1]» pidió a Milana Nazir, uzbeka criada en Rusia, que hablara de la xenofobia y el acoso que enfrentó en Rusia por su origen étnico. Milana Nazir estudia en la Facultad de Economía de la Universidad Estatal de Moscú. Tiene 20 años y lleva 15 viviendo en Rusia. Desde su infancia, Nazir ha enfrentado diversas formas de discriminación de los rusos de su comunidad.

Este es un ensayo personal resumido de Nazir que reproduce en Global Voices con permiso de Holod [2].

En abril de 2022, difundí el enlace a una publicación de Holod sobre cómo viven las minorías étnicas [5] en Rusia. Un amigo me mandó un mensaje después, me decía que «la xenofobia no existe en Rusia. Aquí solo se falta al respeto [6] a quienes son del norte del Cáucaso [7], que se permiten demasiadas cosas». Durante mucho tiempo intenté por todos los medios hacerle cambiar de opinión, con delicadeza y sin imponer mi opinión, pero al final no llegamos a ninguna parte. Me molestó profundamente que ni siquiera mis amigos comprendieran la magnitud del asunto.

Nuestra familia siempre ha sido mal vista

Soy uzbeka [8] y parcialmente kirguisa. Nací en Kirguistán [9] y viví allí hasta los cinco años. Luego mi madre nos llevó a Rusia a mis hermanos y a mí. En Kirguistán vivíamos en un pueblo con mi padre, que golpeaba constantemente a mi madre. Un día llegó a casa borracho mientras ella y mi hermana rezaban. Se enfadó por algo, así que se les acercó por detrás y las empapó con un balde de agua helada. Mamá siempre había querido conseguir algo más que una vida en un pueblo con mi padre. Además, la calidad de la educación y de la vida en Kirguistán es inferior a la de Rusia.

Durante el primer y segundo grado, nunca sentí que me trataran de forma diferente a los demás. Pero cuando entré en tercero y nos mudamos a Kazá [10]n [10], me resultaba difícil comunicarme con mis compañeros. Por ejemplo, las chicas decían que no se me acercaban porque estaba sucia y olía mal. Los chicos me gritaban «Alá Akbar», y eran tártaros [11] (grupo étnico minoritario de Europa del Este y Asia Central predominantemente musulmán). Yo sabía que sus familias eran musulmanas, así que no entendía por qué me hacían eso (Kazán es la capital de Tataristán [12], república autónoma dentro de la Federación Rusa, de población predominantemente de etnia tártara [13] del Volga).

Un día estábamos haciendo la fila en el comedor. Una chica se me acercó y sin preguntar, empezó a tocarme. Pensé que quería tomarme la mano, así que le pregunté qué estaba haciendo. Me dijo que estaba comprobando si estaba sucia o no. Después, empecé a sentir que estaba realmente sucia, como si no me bañara correctamente. Entonces empecé a ducharme tres o cuatro veces al día. Sentía que necesitaba quitarme la suciedad. Una vez encontré Belizna (blanqueador a base de hipoclorito de sodio similar) en el baño y quise usarlo para blanquearme. Pero, gracias a Dios, mi madre llegó a casa en ese momento. Me gané un buen regaño.

Recuerdo que a nuestra familia siempre la había visto mal cuando íbamos en autobús, por ejemplo. Ya de adulta, mi madre me contó que la gente le decía casi directamente que tenían miedo de que les robara algo. Dicho esto, mi madre era una mujer muy educada. Lo único que podía hacer era bajarse del autobús o sentarse en un lugar más alejado. Nunca enfrentaba a nadie directamente: comprendía que siempre sería una total desconocida en Rusia.

Después de todo esto, cuando aún cursaba la primaria, decidí preguntar directamente a mis compañeros por qué no me hablaban. En aquel momento, aún no había comprendido que era mi origen étnico lo que impedía que los demás se comunicaran conmigo. Mis compañeros me dijeron que no me hablaban porque no tenía buen aspecto, que mi piel era más oscura y que les parecía que no me duchaba. Después de eso, me metí en mi caparazón y no hice amigos durante mucho tiempo.

En ese momento, mi madre me dio un consejo muy extraño. Me dijo que tenía que estudiar mucho para que los niños me copiaran y así se animaran a ser mis amigos. Pero nunca dijo nada sobre el hecho de que el color de mi piel y mi aspecto no deberían haberles desalentado de hacerse amigos míos.

Si bromeas sobre ti, nadie te molestará

Después de que mi madre vio mi intención de blanquear mi piel, al parecer se dio cuenta de que era un asunto muy serio y empezó a hablar mucho conmigo de la cultura uzbeka. Por aquel entonces, yo despreciaba todo lo uzbeko. Pensaba que era algo malo, porque no me aceptaban. Mi madre hizo todo lo posible por explicarme que era necesario aceptar mi identidad étnica y que no había nada malo en que fuera diferente. Después de aquellas conversaciones, adquirí más confianza.

En séptimo grado hice mis primeros amigos. Creo que fue más o menos a esa edad cuando aprendí a responder a las bromas groseras. Si bromeas sobre ti mismo, la gente no te molesta, así que el humor se convirtió en mi mecanismo de defensa.

Sin embargo, seguía enfrentando la xenofobia. Por ejemplo, en Kazán, mi profesora rusa me bajaba las notas; me dijo abiertamente que «no podía poner un sobresaliente a una no rusa cuando toda la clase de rusos sacaba menores calificaciones».

En octavo grado, intenté entender por qué yo misma me odiaba tanto. Tenía una autoestima muy baja, ya fuera por mi aspecto o mi personalidad. Con el tiempo, me di cuenta de que lo que más me molestaba era mi identidad étnica. Intenté encontrar la respuesta a por qué no podía aceptarme a mí misma. Empecé a leer algunos estudios sobre las diferencias entre personas de distintas etnias. Encontré artículos sobre lo difícil que es la vida para las minorías étnicas en Rusia, y empecé a sentir que no estaba sola. Eso era muy importante para mí. Fue un alivio saber que había alguien que también enfrentaba problemas similares. A partir de ese momento, nunca más le di a la gente la oportunidad de burlarse de mí.

En undécimo grado, cuando me corté el pelo muy corto, mi profesor de arte me dijo: «Milana, aquí debe de hacer mucho calor para ti. Tú eres de las montañas. Allí la temperatura es diferente». Y durante una clase dedicada al islam, me miró durante toda la lección y me preguntó constantemente si todo estaba escrito con precisión y correctamente. Al final de la clase, se pasó un buen rato rogándome que rezara una oración en árabe. Yo no lo hablo, pero mi familia me enseñó algunas oraciones en árabe. Decidí que no pasaría nada malo si recitaba una, pero cuando lo hice, el profesor dijo: «Los musulmanes intentan reclutar a todo el mundo para su religión», y que yo era un buen ejemplo. Por suerte, la mayoría de mis compañeros se me acercaron después de clase y me dijeron que el comportamiento del profesor fue de mal gusto.

En 2022, uno de los profesores de mi universidad no se acordaba de mi nombre. Creo que fingía que no lo entendía a propósito y seguía llamándome Madina. Lo corregí cada vez, pero no sirvió de nada. Esas cosas pasan muy frecuentemente.

Pero, en general, las cosas han mejorado desde que fui a la universidad: Tengo muy buenos amigos y un novio –todos rusos– que me apoyan. Respetan mi experiencia y aprecian mi cultura. Entrar en una agencia de modelos al final del décimo grado también ayudó: en las sesiones de fotos, dejé de sentir que había algo malo en mi ese aspecto.

Quiero creer que he aceptado plenamente mi identidad étnica. No puedo estar completamente segura, porque la hostilidad hacia los demás parece ser consustancial a la cultura rusa, y yo me crie en esa cultura. Lo quiera o no, sigue existiendo esa xenofobia interior que he intentado eliminar.

En estos 15 años, no he podido sentirme en casa ni en Rusia ni en Uzbekistán. Hace poco viajé en un avión a Moscú desde Taskent. En un momento dado, me di cuenta de que me incomodaba que la mayoría de los pasajeros fueran uzbekos. Durante el vuelo, estuve intentando averiguar por qué, y me di cuenta de que si creces en Rusia, las minorías étnicas te generan miedo y desdén. En las noticias, cuando un ruso comete un crimen, no se menciona su nacionalidad, pero cuando se trata de alguien de otra etnia, siempre se menciona.

Por supuesto, todas estas experiencias de mi infancia me han influido negativamente. Me siento insegura de todo lo que hago. Como si necesitara demostrar que soy humana, demostrarlo con mi intelecto, educación u otra cosa.

En los últimos meses se ha hablado más de rusofobia [15], el sentir antirruso se ha hecho más destacado recientemente por la reacción contra la invasión rusa a Ucrania. No creo que exista, pero los rusos son muy sensibles a este fenómeno. Cuando comienzan estas discusiones siento un fuerte impulso de compararlo con lo que yo he vivido, y decir que lo que afrontan no es nada comparado con lo que afrontan las minorías nacionales en Rusia

Evidentemente, no debemos comparar experiencias, ni desvalorizarlas, pero una cosa es ser discriminado en la tierra donde vives, y otra oírlo de gente de algún país lejano, y no verte afectado directamente por esas palabras. Creo que los rusos empiezan ahora, poco a poco, a entender lo que es la xenofobia. Espero que eso les ayude a ser más empáticos.