Historia de ucraniano a cargo de la zona de exclusión de Chernóbil durante la ocupación rusa

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La ciudad abandonada de Prípiat y el nuevo sarcófago seguro sobre el cuarto reactor de la central nuclear de Chernóbil. Fotografía del usuario Konung yaropolk (CC BY-SA 4.0).

Traducido del ucraniano al inglés por Svitlana Bregman

Esta historia forma parte de una serie de ensayos y artículos escritos por artistas ucranianos que decidieron quedarse en Ucrania tras la invasión a gran escala de Rusia del 24 de febrero de 2022. Esta serie se produce en colaboración con la Asociación Folkowisko/Rozstaje.art, gracias a la cofinanciación de los Gobiernos de República Checa, Hungría, Polonia y Eslovaquia a través de una donación del Fondo Internacional de Visegrado. El objetivo de este fondo es promover ideas para una cooperación regional sostenible en Europa Central.

Vasyl Antonenko, de 50 años, salió de su casa el 23 de febrero de 2022 para un típico turno de trabajo de 12 horas. Iba Slavútich a Prípiat, ciudades ucranianas relativamente nuevas construidas en la época soviética para cubrir las necesidades de la central nuclear de Chernóbil. Antes de la catástrofe de 1986, cuando el reactor nuclear de la central se fundió y explotó, Prípiat era una ciudad de ingenieros energéticos y Slavútich tomó el lugar de esa ciudad tras el desastre.

Como de costumbre, Vasyl cruzó la frontera bielorrusa en un tren local (en esta parte de Polesia, Belarús limita con territorios ucranianos) y volvió a entrar en Ucrania. El camino más corto para ir de Slavútich a Chernóbil es a través de Belarús. Toma menos de una hora. Si se toma un desvío, el viaje es de seis horas en el mejor de los casos.

Vasyl trabajaba en una planta de suministro de agua en Prípiat, que abastecía a la nueva ciudad. Ahora solo suministra agua a Chernóbil para refrigerar el combustible nuclear. “¿Qué pasaría si se dejara de suministrar agua? Mejor no averiguarlo”, comenta Vasyl riendo.

Los medios informaron de la presencia de tropas rusas en Belarús. Asimismo, existía la sospecha de que los soldados avanzarían sobre Kiev a través de la zona de exclusión de Chernóbil, a unos cien kilómetros de distancia. Parecía una locura, pero Rusia invadió Chernóbil el 24 de febrero, pese a que los niveles de radiación siguen siendo peligrosos e incluso algunos lugares superan con creces el límite de seguridad. Mientras algunas tropas avanzaban hacia Kiev, otras se apoderaban de la central nuclear de Chernóbil, una nueva violación al derecho internacional. Además, más de un centenar de empleados de la central, junto con los agentes de la Guardia Nacional que se encargaban de la seguridad, fueron tomados como rehenes.

Los ocupantes ordenaron al supervisor de turno de Chernóbil que convocara al personal de la planta de agua. Sin embargo, pidieron a Vasyl que se quedara porque la central todavía requería un suministro ininterrumpido de agua. La máxima prioridad era evitar que se fundiera la estructura de la cubierta del reactor, de lo contrario se produciría un escape de radioactividad.

Así fue como Vasyl se encontró solo en una ciudad fantasma. Podía oír explosiones a lo lejos, y la incertidumbre era aterradora y deprimente. Vasyl era religioso y participaba activamente en la iglesia de su comunidad religiosa, así que decidió que solo tenía que confiar en Dios y hacer su trabajo como de costumbre. Por otro lado, una voz angustiada en el teléfono le transmitía instrucciones desde la central para que aumentara o disminuyera el suministro de agua, por lo que Vasyl hizo todo lo posible para evitar otro desastre nuclear.

Los rusos no tardaron en llegar a las instalaciones de agua, ya que los bombardeos de la primera semana provocaron un corte de electricidad en la planta. No solo las bombas no podían suministrar agua, sino que el resto del equipo también dejó de funcionar. Vasyl se estaba estresando porque el suministro de agua tenía que ser continuo. Faltaban pocos días para que la situación se volviera crítica. “La central tiene una reserva de agua, pero dura un tiempo. Después, el combustible empezará a sobrecalentarse y fundirá la estructura de la cubierta”, explicó Vasyl.

El supervisor de turno les explicó a los rusos que el corte de electricidad provocaría un desastre. La planta estaba equipada con generadores eléctricos, pero no había combustible. Afortunadamente, el supervisor logró convencerlos y fue entonces cuando los soldados rusos empezaron a descargar el combustible de su maquinaria que avanzaba sobre Kiev. Cada día, durante cinco días, los militares dieron casi la mitad de su combustible para mantener los generadores, lo que hizo que algunos tanques no se atascaran. Sin duda, el personal de Chernóbil consideró esto como una contribución para defender la capital.

Durante un tiempo, un conductor llamado Volodia se encargó de llevarle comida a Vasyl desde la central eléctrica. Era alguien con quien Vasyl podía mantener breves conversaciones y ponerse al día de la situación en la planta, pero no se quedaba mucho tiempo por miedo a molestar a los rusos. Poco después, el general ordenó que llevaran a Vasyl a almorzar al comedor de la central.

Así fue como Vasyl empezó a ir a Chernóbil una vez al día. “El lugar estaba sucio, la basura estaba tirada, y sus ropas estaban sucias. La gente estaba triste y cansada. Vi a los oficiales de la Guardia Nacional, a mujeres y hombres jóvenes que vigilaban la planta. Los soldados se los llevaron a todos cautivos y tenían la sensación de que no los liberarían tan fácilmente. Me acercaba a algunos y les decía en voz baja: “Escuchen, rezo por ustedes. Todo saldrá bien”.

Sus captores rusos eran impredecibles, así que Vasyl guardó un poco de comida, por si acaso. Si los rusos decidían causar problemas, esperaba poder escapar sin ser visto. En realidad, conocía muy bien los bosques de la zona. Había nacido en el pueblo de Stechanka y su familia ya vivía allí mucho antes de que empezara la construcción de la planta de Chernóbil en 1970. De niño, Vasyl podía ver desde su patio los altos tubos de ventilación de la central. Se construyeron nuevas carreteras y las casas se conectaron a la electricidad, que antes no tenían. Jóvenes de toda la República Soviética de Ucrania acudían a la central e iban a Prípiat, la ciudad del futuro, construida a la vista de todos, con parques totalmente renovados, carreteras, escuelas y amplios departamentos. Aquí todo abundaba y todo el mundo era feliz gracias al “átomo pacífico”.

Cuando se produjo el accidente nuclear en 1986, Vasyl tenía dieciocho años. Por aquel entonces, ayudó a evacuar a los caballos y a las vacas de la granja comunitaria. “Los buscábamos, los conducíamos en manada y los llevábamos a los camiones”, explicó Vasyl. Así recordaba aquellos días: los caballos y las vacas gritando y chillando, los ojos tristes de los ancianos que no querían abandonar sus animales ni sus casas.

Posteriormente, Vasyl sirvió en el Ejército; no obstante, cuando regresó, su pueblo natal ya había quedado inhabitable por el bosque y la radiación, así que se estableció fuera de la “zona”. Por otro lado, una nueva ciudad, llamada Slavútich, ya se estaba construyendo para los trabajadores de Chernóbil que habían sido evacuados de Prípiat. El lugar era igual de limpio, luminoso y cómodo, también había trabajo y bien pagado. Al principio, Vasyl trabajó en la sección de equipamiento de turbinas en la central eléctrica, hacía reparaciones. Sin embargo, cuando se cerró la central en 2000, se trasladó a Prípiat para trabajar en la planta de suministro de agua, que seguía prestando servicio al reactor inactivo de Chernóbil.

El viaje más largo de regreso a casa

En 2022, durante la ocupación rusa, Vasyl rara vez tenía motivos para abandonar su lugar de trabajo. Mientras trabajaba en las instalaciones de agua durante la ocupación, actuó como “enlace”. En los primeros días de la ocupación, todas las comunicaciones estaban cortadas en la zona de exclusión. Vasyl utilizaba el teléfono fijo para mantenerse en contacto con la gente de la planta, así como con su familia. Fue un verdadero milagro que aún tuviera en casa un viejo teléfono analógico, aparato que muchos dejaron de usar hace tiempo. Gracias a eso, la esposa de Vasyl pudo transmitir las noticias de la central a quienes habían perdido todo contacto con sus familias. Mientras tanto, Vasyl recibía noticias de la región de Chernígov, que estaba bajo bombardeo de las fuerzas rusas.

Los soldados rusos no se presentaban en las instalaciones de agua. No eran demasiado agresivos, pero se comportaban de manera arrogante y hablaban con tono despectivo. Decían que traerían de vuelta a la URSS. Vasyl había nacido en la Ucrania soviética, pero para él, estos sentimientos eran totalmente incomprensibles. “Mis abuelos vivieron su vida aquí. Luego vino el Gobierno soviético y literalmente le quitó todo a la gente. No podía entender esa nostalgia”, comentó Vasyl.

Vasyl vio y supo que los rusos se instalaron en la zona de exclusión, expuestos al peligro. Podría haberles advertido, pero nadie se lo pidió. “La Biblia dice que cuando alguien te golpee, pongas la otra mejilla. Pero no dice que cuando alguien golpee a tus familiares, también tengas que poner la otra mejilla o golpear a tu ser querido”, señaló Vasyl.

A los 24 días del largo turno laboral durante la ocupación, se les comunicó a los trabajadores que parte del personal podía irse a casa y que alguien los reemplazaría. Llevaron a la gente en autobuses a casa a través de Belarús.

En Belarús, los trabajadores de la central fueron sometidos a controles y registros, como si todo lo que hicieran los rusos fuera perfectamente legal. El camino de regreso a casa pasaba por un embalse de agua, pero las fuerzas de ocupación no se preocuparon mucho de que el cruce del río fuera seguro. Por suerte, dos pescadores Anatoliy y Serhiy, oriundos del pueblo de Mniov en la frontera ucraniana, se ofrecieron como voluntarios para ayudar a cruzar a los agotados trabajadores de Chernóbil. A punta de pistola, los pescadores transportaban a la gente en un bote de madera artesanal. Además, los rusos exigían que el bote permaneciera descubierto, sin tienda para protegerse de la lluvia y sin luces, aunque oscurecía temprano en aquellos días fríos. Trabajando en estas difíciles condiciones, los pescadores hicieron 25 viajes en un solo día. Remaron con cuidado para que la embarcación no volcara en las aguas frías de marzo, en un lugar donde el río Dniéper tiene un kilómetro y medio de ancho.

Vasyl se asomó a la oscuridad y sintió miedo porque el bote era muy básico y, de no ser por los hábiles pescadores, podría haberse volcado. Al mismo tiempo, también se sintió lleno de infinita gratitud con Dios y con otras personas por haber podido salir de su prisión, un lugar donde hizo todo lo posible por mantener dormido al monstruo nuclear.

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