Descolonización rusa y Eurasia: ¿Legado imperial? Riesgos y oportunidades para Tartaristán

Mezquita Qolşärif en el Kremlin de Kazán. Alexxx1979 – trabajo propio (CC BY-SA 4.0).

La guerra de Moscú contra Ucrania lleva ya más de un año. Al mismo tiempo, un número creciente de voces en la región postsoviética y en todo el mundo piden que se ponga fin a las aspiraciones imperialistas del Kremlin. La guerra también ha estimulado el debate sobre la «descolonización de Rusia» entre activistas de diversos grupos étnicos de la federación, como tártaros, buriatos y chechenos, entre otros. A pesar de que las consecuencias políticas y económicas de la guerra han recibido una considerable atención internacional, el efecto que ha tenido sobre los movimientos independentistas y las minorías étnicas de Rusia ha sido comparativamente pasado por alto.

El Instituto Italiano de Estudios Políticos Internacionales (ISPI) ha publicado artículos de destacados investigadores de la región. Se llama “¿Descolonizar el Imperio? Identidades y secesionismo en la región postsoviética”.

Global Voices reproduce varios de los artículos con el permiso de ISPI. El primero de la serie es de Gulnaz Sibgatullina, profesora asistente de la Universidad de Amsterdam. El artículo analiza la posibilidad de descolonización a través de la secesión de Tartaristán, una de las repúblicas autónomas de la Federación Rusa.

El islam es la segunda religión más importante en Rusia, y la profesa alrededor del 10 % de la población. El mayor de los grupos tártaros son los tártaros del Volga, que viven principalmente en la región del Volga-Ural de Tartaristán y Bashkortostán, en Rusia. Según estimaciones de 2010, vivían en el país unos 5,3 millones de personas de etnia tártara.

Búsqueda de más autonomía: Riesgos y oportunidades para Tartaristán

En junio de 2022, la Liga de las Naciones Libres, red hasta entonces poco conocida de «activistas indígenas» de Rusia, publicó un manifiesto en el que pedía la descolonización rusa. En un debate público vigorizado por la brutal invasión rusa de Ucrania, «descolonización» se ha convertido en una palabra de moda. Sin embargo, no todos sus usuarios defienden lo mismo. La Liga entiende el término vinculado al concepto de desfederación, es decir, la división del territorio ruso en 34 regiones independientes. Así, al dividirse en muchos Estados independientes, Rusia posiblemente flexibilizaría su control sobre la vida económica, política y cultural de sus minorías étnicas y supondría una menor amenaza para la seguridad de sus vecinos en el futuro.

La atención pública a la desigualdad política y económica en las regiones rusas, suscitada por el debate sobre la descolonización, representa un avance bienvenido y muy necesario para recalibrar la visión sobre Rusia. Sin embargo, limitar las ambiciones de descolonización a la secesión y la creación de Estados independientes puede no ser tan beneficioso para los grupos étnicos minoritarios de Rusia a largo plazo como parece. Tartaristán, una de las repúblicas étnicas de Rusia, ejemplifica los posibles riesgos de una visión tan limitada.

El argumento a favor de la descolonización a través de la secesión es poderoso. Se basa en los antiguos agravios de los tártaros de Tartaristán por su creciente dependencia política de Moscú y su temor a asimilarse a la población rusa mayoritaria. El tártaro, una de las principales señas de identidad de los tártaros, no ha dejado de declinar. Apenas se usa en la administración y la educación superior, y en 2017 dejó de ser materia obligatoria en las escuelas de Tartaristán, lo que pone aún más en peligro los intentos de criar nuevas generaciones de hablantes de tártaro. Además, el Estado ha prohibido prácticamente cualquier forma de activismo nacional tártaro. Durante los últimos 30 años, la cultura tártara ha permanecido estancada en su interpretación soviética. Las autoridades regionales solo apoyaban y financiaban interpretaciones apolíticas, convencionales y esencialistas de la cultura tártara. Los intentos de cuestionar la situación han provocado la represión y el encarcelamiento de activistas tártaros. Las narrativas secesionistas también se alimentan de los recuerdos aún frescos de la década de 1990. En 1994, Tartaristán –que en un principio impugnó su posición dentro de la recién creada Federación Rusa– negoció con Moscú un acuerdo especial de delimitación de competencias que le aseguraba importantes privilegios. Mientras que algunos consideran el acuerdo un logro, una forma casi ideal de defender los derechos de las minorías dentro de una federación, otros lo consideran un momento de debilidad, una divergencia no deseada en el camino hacia la independencia real.

Mapa de Tartaristán y regiones circundantes de la Federación Rusa. Este trabajo de PANONIAN  es de dominio público. Se aplica en todo el mundo.

Secesión y sus posibles consecuencias

A pesar de la defensa de la secesión de Tatarstán, si entendemos la descolonización, en los términos más simples, como la emancipación de la opresión económica, intelectual y política, es poco probable que la secesión produzca los resultados deseados. El nacionalismo étnico como característica clave probablemente alimentará las tensiones interétnicas dentro de la república, donde los tártaros constituyen solo alrededor del 53 % de la población, y en relación con el vecino Baskortostán con quien tiene un historial de conflicto por el idioma y la identidad de su población fronteriza. Las vicisitudes de las exrepúblicas soviéticas ahora independientes también demuestran que tomará tiempo obtener una verdadera autonomía política de Moscú. Como una de las regiones más prósperas del país, Tartaristán está profundamente arraigado en la economía, el comercio y la infraestructura de Rusia. Cortar esos lazos supondría un desafío importante. Además, desde una perspectiva conceptual, Tartaristán como república étnica y los tártaros como cultura distinta tienen una deuda con los proyectos de construcción de la nación soviética. La creación de un Estado independiente que cimente estas construcciones va contra el impulso hacia la emancipación intelectual y cultural. Finalmente, como Estado independiente, la república necesitará grandes socios económicos. A excepción de Rusia, los candidatos más cercanos son Turquía, que actualmente carece de una economía estable, y China. La cooperación con este último probablemente reemplazará a una potencia hegemónica con otra.

Aunque la emancipación política, económica y cultural conlleva sus desafíos, esto no significa que las conversaciones sobre descolonización, en el sentido más amplio, sean inútiles. Por el contrario, han ayudado a amplificar las voces de grupos hasta ahora marginados, llamando la atención sobre temas que no suelen abordarse: como el racismo y la xenofobia en Rusia, la extinción de las lenguas indígenas, la deserción de las zonas rurales y cómo la etnicidad y la pobreza a menudo cruzarse. En otras palabras, la desigualdad existe en muchos niveles y no se limita a las relaciones entre Moscú y las regiones o los asuntos interétnicos.

Para ser verdaderamente emancipadora, la descolonización de las minorías debe ser de abajo hacia arriba. En el contexto de la guerra, no es fácil medir con precisión los estados de ánimo y las preferencias de la población objetivo. Tomar decisiones de arriba hacia abajo en nombre de una población silenciosa no solo es antidemocrático sino que refuerza los patrones de coerción existentes. Además, no hay garantía de que para los tártaros, como otros grupos étnicos de mayoría musulmana de Rusia, la descolonización siga necesariamente la línea de la autoidentificación étnica: no se debe subestimar el poder de la identidad religiosa globalizada y la solidaridad islámica. Finalmente, reconstruir una sociedad más justa es un proceso que lleva años, hasta décadas, y abordar la memoria de la brutalidad estatal será una tarea de todos los grupos, no solo de los étnicos. Para la sociedad rusa que todavía tiene que procesar por completo las rupturas de 1917 y 1991, los cambios abruptos probablemente reforzarán los patrones reaccionarios inducidos por el trauma.

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