¿Por qué Trinidad y Tobago tiene un impuesto a los libros?

Imagen vía Canva Pro.

Por la doctora Gabrielle Hosein

Este artículo se publicó originalmente en Trinidad and Tobago Newsday y se reproduce a continuación con la debida autorización.

Durante el 28 y 30 de abril de 2023, el NGC Bocas Lit Fest, sin duda el festival literario más importante del Caribe, congregó a más de cien novelistas, escritores de cuentos, biógrafos y poetas para celebrar con entusiasmo los libros.

La riqueza de la literatura caribeña fue deslumbrante. Presencialmente y en línea, se podían escuchar lecturas de publicaciones recientes y relatos de esta generación de galardonados autores caribeños que están ascendiendo a un escenario mundial. La conexión con los escritores y su obra resultaba increíblemente íntima y familiar, una sensación tan típica de estas pequeñas islas.

Mientras que el premio One Caribbean Media (OCM), que representa el libro más elogiado del festival, recayó en Ayana Lloyd Banwo por su destacada novela «When We Were Birds», el premio de poesía fue para Anthony Joseph por su reciente colección «Sonnets for Albert», en la que los recuerdos de su padre cobran vida a través de versos emotivos y vívidos, y el premio de no ficción se lo llevó la épica autobiografía transnacional de Ira Mathur, «Love the Dark Days».

Mientras daba vueltas por el atrio de la biblioteca nacional entre sesiones, me acerqué a las mesas de los vendedores de libros como si fuera una vitrina de dulces, intentando decidir qué libros comprar. Estas decisiones se resumían en una cuestión de espacio, ya que no tengo estantes de libros vacíos pese a haberlos reducido con el dolor de mi alma a siete cajas, en su mayoría de literatura caribeña. Sin embargo, elegir entre la cubierta dura o blanda de un libro también era una cuestión de dinero. Me sentía como un niño aferrándome a mis preciados ahorros.

Los libros son costosos.

Quizá si fueran más asequibles, más hombres los comprarían en lugar de armas y se llevarían unos más pequeños enrollados en el bolsillo trasero para leer en lugar de perder el tiempo enrollando hierba. Quizá si los libros caribeños fueran más accesibles, podríamos ver con más humanidad la violencia exterior y las confusiones interiores de los demás y encontrar personajes en las novelas o descripciones en los poemas que nos permitan reconocernos y perdonarnos, incluso a nosotros mismos.

Tal vez los vendedores de libros vendan, pero su oficio es una obra de amor que apenas les permite obtener las ganancias que deberían, lo que tal vez explique por qué tenemos más tiendas de ron que librerías, lugares para ahogar la soledad y las penas en vez de dejarse reconfortar por la humanidad de los deseos y miedos compartidos.

A esta situación hay que sumarle el absurdo impuesto a los libros que el actual gobierno impuso en febrero de 2016. Están exentos los materiales educativos, como los textos escolares y los cuadernos de ejercicios. Sin embargo, subió el costo de la literatura, incluso la de producción local.

En aquel momento, el ministro de Finanzas describió el régimen fiscal como política fiscal y no social, pero eso no es más que un mero espejismo. Todos los impuestos reflejan una evaluación de las necesidades y prioridades sociales, y también los criterios de quién debe contribuir y cómo.

Por ejemplo, el IVA [impuesto sobre el valor añadido] no es un impuesto proporcional, sino que se aplica por igual a todos los consumidores, sean ricos o pobres. Por el contrario, el impuesto sobre la propiedad y la renta deberían recaudar más ingresos de los ricos y ser progresivos en lugar de fijos, lo que significa que los ricos siempre deberían tributar a tasas más altos que los pobres.

En su momento, los vendedores de libros se manifestaron contrarios a la medida. La profesora Bridget Brereton calificó la decisión de aplicar impuestos a la literatura como una política extraña, sorprendente y decepcionante. Escribió: «El IVA se aplicará a todos los ‘libros de literatura’, es decir, novelas de todo tipo, modernas y clásicas; volúmenes de cuentos, obras de teatro y poesía y libros de no ficción (biografías y autobiografías, obras sobre ciencias sociales y naturales e historia, libros sobre arte y música). En los últimos tiempos se ha producido una especie de renacimiento literario en Trinidad y Tobago y en todo el Caribe, con más autores locales y regionales que publican novelas, relatos cortos y poesía, que han ganado importantes premios, además de interesantes libros de no ficción de todo tipo. ¿De verdad queremos limitar su mercado al encarecer sus libros?».

Como bien lo destacó el entonces presidente de la Cámara de Industria y Comercio de Chaguanas, Richie Sookhai: «Este no puede ser el camino a seguir en una sociedad en la que los bajos niveles de alfabetización pueden considerarse factores que contribuyen a la delincuencia, la pobreza y la movilidad social».

«Una de las formas de fomentar el orgullo por el país es leer sobre nuestra historia, sobre quienes nos precedieron y sobre la gran literatura producida por nuestros propios escritores, como los Naipaul, Selvon, Lovelace. Cuando ponemos esto fuera del alcance de nuestros hijos y de la población en general, no le hacemos ningún bien a nuestro país».

Y así continúa ahora. La literatura caribeña, que florece entre nosotros, puede transformar nuestra realidad. Sin embargo, mientras se imponga un impuesto a lo libros como si fueran artículos de lujo, las personas serán menos propensas a gastar su dinero en libros.

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