
Monumento Nacional Windrush en la estación de Waterloo de Londres, Reino Unido. Foto de Phil Beard en Flickr (CC BY-NC-ND 2.0).
Una versión de este artículo se publicó originalmente en Petchary. Se reproduce aquí con autorización.
El Gobierno de Jamaica se ha embarcado en una «conmemoración» de la salida de las costas jamaicanas del HMT Empire Windrush, que transportaba más de mil pasajeros con destino a Gran Bretaña. Más de la mitad eran jamaicanos, el resto provenía de Bermudas, Trinidad y Tobago, Guyana y otros países del Caribe. Cuando el barco atracó en Tilbury, Essex, Reino Unido, el 21 de junio de 1948, los elegantes pasajeros estaban llenos de esperanzas de una vida mejor. Todos hemos visto las fotografías de sus rostros jóvenes y llenos de ilusión.
Sin embargo, el legado del Windrush ha sido doloroso. El periódico británico The Guardian merece elogios por su cobertura persistente y minuciosa, que ha contribuido a mantener el tema en primer plano. No obstante, aún queda una pregunta que debe responderse: ¿qué significa realmente «hogar»?
¿Es acaso una cuestión de asuntos exteriores para diplomáticos? ¿Se trata de un debate académico? Un panel de discusión sobre el tema se transmitió en YouTube el 25 de mayo, y puede ofrecer algunas respuestas. Sin embargo, para mí, la interminable saga de Windrush, que The Guardian califica como un «escándalo», parece mucho más personal, ya que involucra abuelos, primos y tías.
El problema radica en que muchos jamaicanos consideran que se trata de un asunto de quienes viven en el extranjero y lo dejan de lado. Entonces ¿exactamente cómo se puede conmemorar? Hace cinco años, cuando empezó a gestarse el escándalo, el primer ministro jamaicano, Andrew Holness, y la ministra de Asuntos Exteriores, Kamina Johnson Smith, concedieron numerosas entrevistas y se reunieron con la entonces primera ministra británica, Theresa May. ¿Por quiénes estaban hablando? ¿Por los jamaicanos en su país? ¿Por los ciudadanos británicos? ¿Por quiénes? Nuestra ambivalencia parecía persistir en ese entonces y todavía continúa. Los jamaicanos en la isla no están particularmente interesados en los problemas que afectan a sus compatriotas en el extranjero. A través del Ministerio de Asuntos Exteriores, durante años se han realizado esfuerzos estatales para promover los vínculos entre Jamaica y sus habitantes en el extranjero, sin mucho éxito. De algún modo, los jamaicanos que se quedaron nunca se subieron al tren; para ellos, Windrush todavía parece algo muy alejado de su experiencia cotidiana.
Sin embargo, son historias de personas mayores, confundidas y desconcertadas por la burocracia, despreciadas por la «Madre Patria» que habían aceptado y donde trabajaron arduamente en empleos humildes que nadie más quería (como mi suegro en los ferrocarriles). La amargura, la humillación y el sufrimiento físico y psicológico real; todo esto es real y sigue vigente.
El problema es que, en cierto modo, las víctimas del Windrush han caído en un profundo abismo, atrapadas entre dos mundos: el del frío burócrata británico y el del «país de origen», en nuestro caso, Jamaica, que ha seguido adelante y tiene problemas propios que enfrentar. A ninguno de los dos mundos les importa ya, ¿verdad? Entonces, ¿qué se debería conmemorar?
Por supuesto, existen otras innumerables historias de inmigración: generaciones menores que han sido víctimas, de un modo u otro, de políticas fundamentalmente racistas, que se han gestado durante una década y ahora son la política predeterminada del gobierno de derecha del Reino Unido. El Ministerio del Interior del Reino Unido se escuda detrás de frases que suenan inocuas, como «entorno conforme» (cambio de imagen de su antiguo «entorno hostil» promulgado por la ex primera ministra Theresa May hace más de 10 años), pero a nadie engañan. El racismo institucional persiste y afecta a las personas que se ven atrapadas en el sistema. Por lo tanto, como mencioné anteriormente, esta cuestión es personal.
Un informe del Ministerio del Interior del Reino Unido de febrero de este año reveló (¡sorpresa!) que las personas de color se veían «desproporcionadamente» afectadas por las políticas de inmigración del Reino Unido. Entre 2014 y 2018, alrededor de 65 000 personas se vieron afectadas negativamente, «las acciones más comunes fueron revocar el permiso de conducir británico o enviar una carta a su empleador para informarle que podrían tener derecho a trabajar en el Reino Unido», informó The Guardian.
Un informe del grupo de expertos 2020 concluyó que estas políticas han contribuido a fomentar el racismo (por ejemplo, en situaciones con propietarios, inquilinos, empresarios y empleados) y han exacerbado la pobreza. En una reunión reciente, lord Simon Murray, ministro del Interior responsable de tratar de solucionar el desastre de Windrush sobre compensaciones, no fue recibido muy amistosamente a pesar de afirmar que esperaba con gran entusiasmo el próximo mes, «cuando conmemoramos la enorme contribución de la generación Windrush». ¿Se refiere a la contribución de canciones como el gran éxito de la década de 1960 de Millie Small “My Boy Lollipop”, y los muchos restaurantes jamaicanos y caribeños en las zonas urbanas de Inglaterra? Claro, los inmigrantes llevan su cultura. ¡Celebremos y disfrutemos de un poco de pollo jamaicano!
¿»Contribución»? Preferiría que Su Señoría utilizara la palabra «sacrificio». Y eso es precisamente lo que experimentaron mis suegros, que con grandes expectativas fueron a un Reino Unido inhóspito para ayudar a suplir su necesidad de mano de obra barata para reconstruir la Madre Patria después de la guerra. Se les utilizó y luego ya no se les necesitó. Existen muchas, muchas historias familiares de sus luchas.
Pido disculpas si tengo mis dudas sobre la palabra «conmemoración». Es fundamental reconocer, disculpar, compensar y observar con respeto las consecuencias profundas y persistentes del trauma que experimentó la generación Windrush. No obstante, ¿conmemorarlo? Definitivamente, no.