
Hombres de la brigada Azov en sesión pública de preguntas y respuestas en Kiev después del entrenamiento militar. Foto de Yulia Abibok, uso legítimo.
Un sábado por la mañana de finales de julio, bajo una fuerte lluvia, decenas de personas empezaron a llegar a un club de paintball de Kiev (Ucrania). Algunos estaban ansiosos, otros confusos, pues no encontraban sus nombres en la lista de participantes. Muchos llegaron de otras ciudades solo para este evento y tenían previsto abandonar la capital ucraniana esa misma tarde.
Más tarde se enteraron de que todas las plazas quedaron ocupadas solo 10 minutos después de que la brigada Azov anunció que sus soldados ofrecerían un taller de formación militar a civiles. En 24 horas, más de mil personas se habían inscrito, aunque solo pudieron aceptar a 60. Los afortunados fueron contactados por teléfono para confirmar su participación. De todos modos, fuimos un grupo de 80, y a algunos de quienes llegaron sin invitación finalmente se les permitió unirse.
Este frenesí es fácil de explicar, aun cuando los organizadores se mostraron sorprendidos por la respuesta. La brigada Azov es la más destacada, incluso entre las unidades militares de élite de Ucrania, en parte por la propaganda rusa que la presenta como un nazis peligrosos, en parte –y sobre todo– por su actuación en el campo de batalla de Mariupol, donde mantuvo la primera línea desde 2014 y luchó ferozmente bajo asedio en 2022. Así que algunos de quienes acudieron al acto de Azov eran más bien aventureros. Este entrenamiento les ofreció la oportunidad de contarles a sus amigos y conocidos: «¡He recibido formación militar con Azov!». – afirmación que seguro inspirará admiración.
Para quienes buscan una carrera militar o simplemente un servicio temporal, ser aceptado en el ya legendario regimiento significa reconocimiento como lo mejor de lo mejor. Así que la mayoría –algunos adolescentes, la mayoría menores de 30 años con algún entrenamiento previo– acudieron para ponerse a prueba y determinar si podían encajar en Azov y en qué aspectos debían mejorar. Como me dijo una conocida de Kiev el día antes del entrenamiento, cuando hablamos de las oportunidades disponibles para que los civiles se preparen militarmente: «Tarde o temprano, todos estaremos allí», es decir, en el Ejército.
Este año, en Ucrania, el sentir de la opinión pública han pasado de predecir una rápida victoria, dado el bajo rendimiento del Ejército ruso en 2022, a prepararse para una larga guerra, a medida que el Ejército ruso se atrinchera en casi el 20% de Ucrania que ocupó, mientras continúan sus duros ataques en algunos lugares. Aun así, prácticamente ningún ucraniano quiere rendirse, sobre todo a medida que la opinión pública se entera de las atrocidades rusas en el territorio ocupado. La opinión pública tampoco está dispuesta a negociar porque la aparente mayoría cree que la guerra no terminará hasta que se libere todo el territorio ucraniano porque si no es así, como en el caso de Crimea y las regiones de Donetsk y Luhansk, Moscú podría aprovechar la zona ocupada para establecer bases militares o para ejercer influencia en la política interior y exterior de Ucrania.
Alrededor de doce personas acudieron a la formación de Azov con uniforme militar, ya fueran estudiantes de escuela o universidad militar, o soldados de otras unidades. La mayoría eran civiles con zapatillas deportivas, claramente poco prácticas para correr bajo la lluvia y el barro. Mientras nos registrábamos en un pabellón abarrotado y firmábamos un acuerdo para que nos fotografiaran y filmaran, un joven se ajustaba una prótesis de pierna. Hablaba ruso y decía groserías. Se presentó con su nombre de guerra, Buyvol (Ure). Era nuestro instructor de tácticas militares..
Más tarde, durante una sesión separada de preguntas y respuestas, ya sin groserías, Buyvol nos contó que fue herido en Mariupol un mes después de la invasión rusa a gran escala y que fue evacuado de allí en helicóptero con varios compañeros. Mientras bromeaba constantemente sobre su pierna ortopédica, nos contó que, tras ese mes de combates, estaba ya tan agotado que ni siquiera quería sobrevivir después de haber sido herido: una rara visión del sombrío panorama de los combates de Mariupol de 2022. También dijo que se alistó en el Ejército en 2020, a los 18 años, lo que significa que sólo tenía 21 cuando le conocimos.
Caminos a la guerra
El entrenamiento constaba de tres partes: ejercicios físicos, movimientos tácticos y primeros auxilios –cómo poner torniquetes en las extremidades y transporte de compañeros heridos–. Los 80 participantes hicimos los ejercicios juntos y, después, los instructores nos dividieron en varios grupos para poder prestar atención a todos y asegurarse de que cada uno recibiera su torniquete y su fusil. Era la primera vez que empuñaba un arma de combate real; que no estaba cargada. El instructor dijo que el fusil era demasiado grande para mí.
La lluvia no paró ni un minuto. En dos horas, ya lamentaba haber venido. Estaba empapado y tenía frío, y empecé a temblar. No podía dejar de pensar en quienes están en primera línea y llevan meses y años soportando esas condiciones, y otras peores. «Tengo que solidarizarme con ellos», pensé, «no debería ser débil. Debería entrenarme para ser fuerte». Nadie más mostró su malestar. Nadie se marchó. Al final, el claro del bosque donde practicábamos levantar y arrastrar a los soldados heridos se convirtió en un baño de barro bajo la lluvia. A nadie le importaba ya el estado de nuestros zapatos, ahora totalmente cubiertos de gruesa tierra negra ucraniana.
La lluvia también echó por tierra nuestras esperanzas de almorzar. El único bar al que pudimos llegar con ese tiempo se llenó tanto que, después de hacer fila durante una hora, muchos se marcharon sin poder comprar nada. De todos modos, me gustó quedarme allí: primero, era el único lugar seco y cálido de los alrededores; segundo, me gustaba la gente que hacía fila conmigo. «De la guerra no se sale», me dijo hace poco mi amiga y ahora viuda de un soldado ucraniano, citando a uno de los camaradas de su difunto marido.
Yo ya lo sabía. La vida en condiciones de guerra simplifica las relaciones entre las personas. Todos pasan por el mismo fenómeno: tienen tareas similares y muy definitivas, se ven obligados a depender unos de otros y sus acciones solo tienen dos resultados: la sobrevivencia y la muerte. Desde la invasión rusa de Ucrania en 2014 de la guerra en Ucrania, vi a soldados que, después de ser desmovilizados, no podían integrarse en la sociedad «normal» por sus numerosas complicaciones sin sentido. Yo mismo tive esta sensación de ser ajeno, incluso después de un par de días en la línea del frente en mi región natal de Donetsk, en el este de Ucrania. También tuve esa sensación durante el entrenamiento con Azov. Toda aquella era «mi» gente, casi igual de mojada, fría, hambrienta y crítica con su actuación durante los ejercicios.
Pero este año, aún más ampliamente, con cientos de miles de muertos y heridos, millones de desplazados y todos sufriendo bombardeos y ataques constantes, quienes se quedaron en el país encontraron un nuevo sentido de la solidaridad. En el club de paintball, dos hombres que vieron mi malestar me trajeron, al mismo tiempo, una abrigada manta sintética, sin pedir nada a cambio. Una de las empleadas de Azov, una chica diminuta con uniforme militar, me entregó una manta térmica cuando le devolví la sintética al final del entrenamiento. «No te preocupes, y vete si te sientes mal», me dijo. «Tendremos otros eventos como este». Un joven al que nunca había visto antes sostuvo en silencio su paraguas sobre mi cabeza después de que fuimos a otro lugar cercano para escuchar a los combatientes de Azov responder a las preguntas del público. El taxista que me llevó, aún mojada y temblorosa, no dijo ni una palabra sobre mis zapatos y pantalones con gruesas capas de barro.
El acto, que ahora planean ampliar para satisfacer la inesperada demanda, estaba pensado para reclutar nuevos combatientes, ya que en el Ejército ucraniano ya falta personal, y las tropas combatientes están cada vez más cansadas e irritadas por la falta de rotación, peligrosa tendencia que los oficiales ucranianos y los civiles comunes discuten con cautela.
Azov es conocido por no aceptar mujeres como combatientes (tendencia bastante común en las fuerzas armadas ucranianas), así que mi participación en la formación, al igual que la del resto de las menos de unas doce asistentes, fue un acto de generosidad y solidaridad común. La mayoría de las mujeres en el Ejército ucraniano sirven en la retaguardia, pero ahora no hay vacantes para mujeres en ningún lugar de Azov, según nos dijo uno de los organizadores. Mientras tanto, preparan personal para otras unidades y nos dejan decidir con conocimiento de causa si somos aptas para un puesto en el Ejército. «Tarde o temprano, de una forma u otra, todas estaremos allí», me repetí todo el día.