Grigory Ioffe, analista de la Fundación Jamestown, cuestiona la racionalidad de las políticas occidentales hacia Bielorrusia, que socavan sus cimientos económicos y ponen en peligro su sobrevivencia como estado independiente, lo que conduciría a su total dependencia de Rusia. Global Voices publica este artículo de opinión con autorización de RussiaPost, editado y acortado para mayor claridad.
Enfrentamiento de la OTAN con Bielorrusia
La cumbre de la OTAN en Vilna se celebró a solo 30 km de la frontera con Bielorrusia. En el documento final de la cumbre, se menciona siete veces a Bielorrusia, pero solo una vez como entidad capaz de actuar por sí misma: «Pedimos a Bielorrusia que cese sus malignas actividades contra sus vecinos, que respete los derechos humanos y las libertades fundamentales, y que cumpla la ley internacional», proclama el documento.
Las otras seis referencias nombran a Bielorrusia solo en conjunto con Rusia, que utiliza el territorio y las infraestructuras bielorrusas para agredir a Ucrania, se integra con el Ejército bielorruso, despliega armas nucleares en territorio bielorruso y está enviando su propia empresa militar privada a través de la frontera común. En otras palabras, Bielorrusia no se considera dueña de su territorio, sino una extensión de Rusia.
Pero un enfrentamiento así con Bielorrusia no es nuevo. Docenas, si no cientos de publicaciones en los medios opositores bielorrusos y en el servicio bielorruso de Radio Liberty comparten esta perspectiva.
Y cuando el presidente lituano Gitanas Nauseda se refirió a Bielorrusia como un país que «ya no es independiente», sino más bien una «provincia de Rusia«, la líder de la oposición bielorrusa, Svetlana Tikhanovskaya, que disfruta de la hospitalidad lituana desde el 11 de agosto de 2020, expresó su desacuerdo con el comentario de Nauseda. «Semejante interpretación crea una falsa percepción de Bielorrusia en el mundo y contribuye a un mayor aislamiento de nuestro país y nuestro pueblo. Bielorrusia no es una provincia de Rusia, y el pueblo bielorruso no permitirá que acabe siéndolo».
No obstante, el problema trasciende el orgullo nacional. ¿Quién es responsable del crecimiento de la dependencia bielorrusa de Rusia desde 2020? La respuesta habitual es Aleksandr Lukashenko. Lukashenko reprimió las fuertes protestas por sospechas de fraude ekectoral de agosto de 2020, y en 2021 organizó una crisis migratoria en la frontera con Polonia. El régimen de Lukashenko sigue manteniendo en la cárcel alrededor de 1500 personas que los grupos de derechos humanos califican de prisioneros políticos. Además, Minsk permite a Rusia utilizar el territorio bielorruso para lanzar ataques contra Ucrania. Occidente en conjunto, incluida la Unión Europea, no ha podido evitar reaccionar e imponer seis paquetes de sanciones a Minsk. Mientras tanto, el gabinete de Tikhanovskaya no solo los aprobó, sino que constantemente pide más sanciones y más duras.
El equivalente geopolítico de la «cultura de la cancelación»
¿Qué resultados se han logrado? ¿Ha suavizado Minsk su postura sobre los prisioneros políticos? Por el contrario, la situación ha empeorado. ¿Ha reducido Minsk su cooperación militar con Rusia? No, se ha fortalecido. Aunque se ha conseguido algo crítico: lo que Siarhei Bohdan, historiador bielorruso que trabaja para la Free University de Berlín, llama un semibloqueo. Bohdan sometió a este fenómeno y sus implicaciones a un profundo análisis. A la vista de su importancia, estos son algunos puntos de este análisis.
Minsk ha intentado por todos los medios diversificar sus rutas de transporte desde que consiguió la independencia, sobre todo en la década de 2010, y enfatizado las conexiones por puertos como el de Ventspils (Letonia), Klaipeda (Lituania), Gdansk (Polonia) y Odesa (Ucrania). Al mismo tiempo, Minsk no se apresuró a obedecer cuando Moscú exigió (por primera vez en 2016) que los productos refinados del petróleo producidos con petróleo ruso fueran desviados a puertos rusos.
Hasta la elección presidencial de 2020, Minsk intentó reforzar la diversificación del tráfico. Así, en enero de 2020, Lukashenko tenía la visión de que solo entre el 30 y el 40% del petróleo se comprara a Rusia: otro 30% se compraba en otros lugares y entraba por Klaipeda, y el 30% restante entraba por Odesa.
No obstante, tras la imposición de sanciones por parte de Occidente, Minsk firmó en febrero de 2021 un acuerdo con Rusia para desviar sus exportaciones de petróleo refinado a puertos rusos.
Así, a principios de 2022, Bielorrusia se encontró en un semibloqueo mantenido por todos sus vecinos excepto Rusia. Esto y la dependencia resultante de Rusia inclinaron al Gobierno bielorruso a hacer concesiones sin precedentes a Moscú.
Además de cortar los lazos económicos entre Bielorrusia y Ucrania tras el estallido de la guerra, la Unión Europea impuso nuevas sanciones a Bielorrusia, que incluyen restricciones de tránsito: estas sanciones forman parte de la guerra económica que la Unión Europea libra contra Rusia en respuesta a la invasión de Ucrania, pero no constituyen un plan realista para persuadir a Minsk de que cambie de ruta.
En enero de 2023, Lituania denunció un acuerdo sobre los principios de cooperación transfronteriza. Después, en febrero, Polonia cerró todos sus pasos fronterizos excepto uno para autos y semirremolques.
Así, el semibloqueo de Bielorrusia impone un castigo colectivo a sus ciudadanos al socavar artificialmente la base económica de su bienestar.
Bohdan cree que el bloqueo de Bielorrusia cuestiona su supervivencia como Estado independiente. Algunas decisiones específicas de miembros de la Unión Europea en las zonas de transporte y tránsito a partir del segundo trimestre de 2022 implican su rechazo a reconocer diferencias entre Rusia y Bielorrusia, y conducen a la deslegitimación del Estado bielorruso, y también a su absoluta dependencia de Rusia en todos los sectores, incluidas las relaciones con países terceros.
Dado el análisis de Bohdan, la respuesta a la pregunta de quién tiene la culpa de que Bielorrusia se convierta en una extensión de Rusia ya no tiene una respuesta evidente.
Una constante es el propio Lukashenko. El malo de la película a ojos de Occidente, lleva 29 años seguidos al timón. La segunda constante es el incombustible deseo de Bielorrusia de diversificar sus lazos, exigencia existencial para un país interior como Bielorrusia.
Por el contrario, la única variable real de la ecuación es la política occidental hacia Bielorrusia.
Una pregunta legítima surge automáticamente. ¿Es la política una simple elección binaria entre malo y bueno, de los cuales el primero es el gobierno de Lukashenko y el segundo la idealista visión que Europa tiene de Bielorrusia?
¿O quizás una política es más una línea de acción visionaria y con matices arbitrada por el trabajo de los legisladores sobre el país en cuestión (su historia, divisiones internas y elecciones) y cierto compromiso entre valores e intereses? No parece que ni siquiera se haya considerado esta segunda opción, y por consiguiente, los políticos occidentales parecen perseguir sus propias colas. Se está haciendo todo lo posible para convertir a Bielorrusia en una extensión de Rusia solo para expresar el disgusto por este resultado específico.
Existe una situación similar en la diplomacia de múltiples vías entre Occidente y Bielorrusia. Por una parte, pese a que se ha reducido drásticamente el personal de las embajadas y carece de liderazgo, Bielorrusia sigue manteniendo relaciones diplomáticas con todos los países occidentales. Por otra parte, el gabinete provisional encabezado por Tikhanovskaya intenta con todas sus fuerzas acaparar los titulares. Un artículo de Radio Liberty sobre las relaciones de su gabinete con Occidente sostiene muy seriamente que «los líderes occidentales resuelven ahora problemas bielorrusos» casi exclusivamente con el gabinete de Tikhanovskaya, mientras que los contactos con diplomáticos bielorrusos «no tienen profundidad» y son más «temáticos que políticos». Un analista llegó a sugerir que a Lukashenko «le encantaría estar en el lugar de Tikhanovskaya» porque ella se ha reunido con numerosos líderes occidentales, mientras que a Lukashenko lo rehúyen.
No obstante, considerando que Tikhanovskaya no tiene posibilidad de afectar nada en Bielorrusia, el último comentario no deja de ser extraño. Las reuniones de Tikhanovskaya con líderes occidentales están repletas de simbolismo («apoyamos la democracia»), pero son nulos en cuanto a practicidad. Mientras tanto, los periodistas occidentales siguen solicitando entrevistas con Lukashenko para compensar la deficiencia en contactos realmente importantes.
Es Rusia quien ha absorbido más productos bielorrusos de exportación. En 2022, las exportaciones bielorrusas a Rusia aumentaron respecto a las del año anterior en un impresionante 40%, lo que compensa la mitad de las pérdidas en que han incurrido por la desaparición de los mercados occidentales. Minsk se esfuerza en contrarrestar el resto gracias a su comercio con otros países.
En resumen, aunque daña considerablemente la capacidad de Bielorrusia para actuar por su cuenta sin conseguir resultados positivos, el bloqueo a Bielorrusia por parte de sus vecinos occidentales ha sido manifiestamente contraproducente, ha conducido a una excesiva dependencia de Rusia. Además, llevar a cabo conversaciones sobre Bielorrusia con entidades que tienen poca o ninguna influencia en el propio país solo empeora las cosas. Si vale la pena corroborar esta conclusión a pesar de ser evidente es sobre todo porque a los políticos occidentales no les sobra el sentido común. Al menos no siempre.