Esta historia fue publicada originalmente en No Somos Números, el 19 de octubre de 2023. El artículo es de Abdallah al-Jazzar, está escrito como una narración personal del incansable bombardeo de Gaza por parte de Israel. Fue actualizada y revisada luego de una entrevista en X (antes Twitter) entre el autor y Global Voices el 23 de octubre de 2023, y se publica como parte de un acuerdo de intercambio de contenidos.
Luego de un ataque del Movimiento de Resistencia Islámica Palestina (Hamas), que terminó con la vida de 1400 israelíes el 7 de octubre, Israel lanzó un ataque aéreo a gran escala sobre Gaza. Según Naciones Unidas, el número de muertos en Gaza por el ataque israelí supera los 5000, el 62% de los muertos son mujeres y niños. Además, más de 15 273 personas han sido heridas, mientras un alto al fuego parece lejano.
Las acciones de Israel involucran un «castigo colectivo«, dado que ha dejado sin recursos esenciales como alimento, agua, combustible y electricidad a las 2.5 millones de personas atrapadas en Gaza, lo que pone en riesgo sus vidas.
El 15 de octubre, desperté con la horrible realidad de que cohetes pesados impactaban en la casa de mi vecino. Salah Zanoun, con un doctorado en contabilidad, murió junto a su familia. Con su dolorosa muerte, sus rostros mostraban lo trágico de la situación.
Me encontré entre ellos, firme en mi determinación de contarle al mundo la dura realidad. Este es mi relato en primera persona de la reciente agresión israelí en Gaza.
Eran las cinco de la mañana cuando Israel atacó la casa de Salah. Estaba muy triste y asustado por el incesante bombardeo, y tuve que esperar a que amaneciera para salir y ver cómo podía ayudar.
Cuando llegué, vi a mis vecinos unidos para limpiar los escombros. Mi primo Mahmoud, que ya estaba allí ayudando, me contó el alcance de la devastación. Todos los miembros de la familia de Salah estaban atrapados bajo los escombros, excepto su hija de 19 años, Aseel, que milagrosamente había sobrevivido.
Luego de una hora de incansables esfuerzos, habíamos recuperado los cuerpos. Salah, su esposa, sus hijos, Ahmed, Saif e Ihab, a quienes les encantaba jugar al fútbol en las calles, y su hija Karima, que deseaba ser artista… todos muertos.
Ser testigo del dolor y la pérdida te rompe el corazón, y a pesar de la fuerza colectiva, no podemos aliviar el dolor que está en el aire.
Volví al hogar temporal en el que nos estábamos quedando, la casa de un familiar que había recibido a varias familias, y alojaba a 40 personas en total. Nuestra casa, en el este, había soportado fuertes bombardeos, forzándonos a huir. Desde el 15 de octubre, hemos tenido que evacuar nuestro hogar temporal, lo que nos dejó desplazados y lugar a donde ir.
Le conté la tragedia con mi madre, con el corazón pesado con sufrimiento. Ella escuchó, y con voz temblorosa contestó: «estoy aquí contigo, pero yo también siento el miedo y el desamparo que acecha sobre nuestras vidas. Esto es Gaza, donde nadie está a salvo».
Entre la crisis actual, hay otra carga sobre mis hombros. Asegurar las necesidades básicas de mi familia, proveer alimento y mantener nuestro suministro de agua se han convertido en un difícil reto, que cuesta alrededor de 200 shequels (aproximadamente 50 dólares, los ahorros de un mes para mí).
La situación crítica en Gaza ha complicado aún más esta dificultad, dado que el suministro de agua es muy bajo por la falta de electricidad y combustible necesarios para operar las bombas. Israel ha interrumpido ambos recursos.
Me comuniqué con decenas de personas para pedir ayuda. Aunque algunas no contestaron o no pudieron contactarme por la deteriorada red telefónica, pocos pudieron ayudar. Sobre todo, mi tío Waleed, que modestamente, se ofreció a llenar nuestros tanques de agua. Nos recordó que el apoyo de nuestra familia es invaluable.
Aunque nos alivió la asistencia de mi tío esta vez, quedé desanimado por mi incapacidad de proveer sustento para mi familia.
Ese mismo día, el 15 de octubre a las cinco de la tarde, fue a Rafah para conseguir un poco de comida de un amigo cercano, Mohammed. Cuando nos encontramos, nos asaltó la proximidad de una ensordecedora explosión. El mundo pareció colapsar a mi alrededor, me aferré a Mohammed, temiendo por mi vida mientras el polvo y el humo cubrían el cielo.
«¿Estoy muerto?», le pregunté a Mohammed, tomando con fuerza su mano. La confusión y el pánico eran palpables. Un momento después, nos enteramos que Israel había atacado la Asociación de Mujeres Cristianas cerca de donde estábamos. Me sentí conmocionado y le imploré con urgencia a Mohammed, «debemos encontrar a Alaa (amigo nuestro que vive junto a la Asociación de Mujeres Cristianas) y asegurarnos de que esté bien».
Mohammed y yo fuimos a la zona, a solo cincuenta metros de la explosión. Encontramos a la Asociación de Mujeres Cristianas en ruinas, y la casa de Alaa devastada. Su familia se había llevado la peor parte del ataque: su padre Arafat Tartori, sus hermanos Yaser y Abdallah, y su primo Mohammed habían muerto. Alaa y su hermana estaban heridos. No pude contener las lágrimas; no había nada que pudiera hacer.
Volví a mi casa con el peso de estas imágenes grabadas en la mente, un recuerdo inquietante que permanecerá conmigo por el resto de mi vida. Sirvió como un duro recordatorio de la frágil existencia que vivimos en Gaza.
Pero no era solo la casa de Alaa; la destrucción se extendía a otras casas en el vecindario: Jaber, Alsadawi, Alfraa, Hijazai y Alrekai. Lo que más me dolía era que consideraba a esas familias como amigos.
A mi regreso, recibí un mensaje de mi hermano; nuestra casa en el este de Gaza había recibido un daño importante por el fuerte bombardeo. Era otro golpe bajo, mis sueños de casarme allí se habían desvanecido en un parpadeo.
Mientras soportamos esta difícil situación, te imploro que reces por la gente de Gaza. Estamos exhaustos, nuestros futuro es incierto y lidiamos con la dolorosa realidad de una limpieza étnica. Pero incluso entre la devastadora oscuridad, nos aferramos a los destellos de esperanza, porque la esperanza es lo único que nos sostiene en estos momentos de prueba.