Dos de los medios independientes de Rusia; TV2, canal privado de televisión que las autoridades declararon «representante externo» (ahora opera exclusivamente en línea desde Tomsk) y Govorit Ne Moskva, canal en línea dedicado a varias regiones rusas cuyo nombre significa «No hablamos desde Moscú», estrenaron un documental de Yulia Kortneva sobre los pueblos en extinción de la isla de Sajalín en el extremo oriente ruso. La película acumuló casi 1,5 millones de visitas en YouTube desde agosto de 2023.
Tal y como se describe en el canal de YouTube de Ne Moskva, 115 ciudades y pueblos de Sajalín podrían ser sometidos a desalojo administrativo, puesto que, a excepción de algunas personas que se quedan durante el invierno, ya prácticamente nadie vive ahí. Mientras algunos lugareños llevan ya muchos años esperando las viviendas que se les prometió en otras zonas para poder marcharse, otros no tienen ninguna intención de abandonar su forma de vida habitual.
En su nueva película de la serie «Ermitaños de Rusia», la directora Yulia Kortneva recorrió la costa occidental de Sajalín de norte a sur. A través de su canal de Telegram, Kortneva anunció que ya no trabaja para TV2 [después de que las autoridades lo cerraron]. Ahora viaja, graba y edita todos sus documentales por su cuenta.
La costa del estrecho de Tartaria fue la primera en poblarse de forma activa durante el desarrollo de Sajalín, según Ne Moskva.
No obstante, este «desarrollo» supuso en realidad la colonización de Sajalín, tanto por el Imperio japonés como por el ruso. Los pueblos indígenas de Sajalín, conocidos como nivjis, ainus y uiltas, continúan existiendo actualmente, aunque en un número reducido. La población total de Sajalín ronda el medio millón de habitantes, y en su mayoría son rusos.
La historia de la isla en los siglos XIX y XX ha sido una lucha constante entre los Imperios japonés y ruso. Ha cambiado de manos en numerosas ocasiones.
Pese a las reconvenciones rusas, en 1845 Japón reclamó la totalidad de Sajalín y las islas Kuriles, según Wikipedia. Después, el explorador ruso Gennady Nevelskoy documentó un estrecho importante y los rusos establecieron asentamientos en Sajalín. El tratado de Shimoda de 1855 permitió que tanto japoneses como rusos habitaran Sajalín sin delimitar con claridad sus fronteras, y luego Rusia se hizo con territorios de China tras la guerra del Opio. En 1857, Rusia contaba con una colonia penal en Sajalín y, en 1875, el tratado de San Petersburgo vio cómo Japón cedía sus derechos sobre Sajalín a Rusia.
Durante la guerra ruso-japonesa de principios del siglo XX, Japón tomó el control de la zona sur de Sajalín, consolidado por el tratado de Portsmouth de 1905. Sin embargo, Japón también ocupó temporalmente el norte en 1920, y lo devolvió en 1925. Japón gobernó el sur como prefectura de Karafuto, donde se produjo una importante emigración coreana, mientras que el norte fue el óblast ruso de Sajalín.
En 1945, violando un pacto de neutralidad, la Unión Soviética invadió el sur de Sajalín, y enfrentó una fuerte resistencia japonesa hasta el 25 de agosto, cuando Rusia conquistó Toyohara. De los 400 000 habitantes que había en Sajalín en 1944, a finales de la guerra fueron evacuados 100 000 personas a Japón y, aunque muchos fueron repatriados después de la guerra, un importante número permaneció en la Unión Soviética.
No existe ningún tratado de paz definitivo entre Rusia y Japón, y la soberanía de las cuatro islas sigue disputándose. En 1951, Japón renunció a sus derechos sobre el sur de Sajalín y las Kuriles, pero continúa reclamando la soberanía de cuatro islas de Hokkaido.
El documental recoge las piezas rotas de la historia encontradas en Sajalín. Por ejemplo, Yulia entrevista a un hombre que le enseña un campo vacío mientras dice: «Todo eso de allí eran antiguas casas japonesas. Derribe la última que había en mi parcela».
Después, el director nos muestra un vertedero donde pueden encontrarse restos de antigua porcelana japonesa.
Hay gente que colecciona estos objetos y otros los convierten en joyas.
Sin embargo, el país está dispuesto a eliminar más de un centenar de pueblos donde viven muy pocas personas.
Dado el colapso de la industria del carbón, Due, la primera colonia rusa de la isla, está ahora prácticamente deshabitada.
Quienes quedan allí viven en condiciones muy precarias.
En otros pueblos, suelen quedar sólo una o dos casas. Pero a veces los lugareños no quieren marcharse. Por ejemplo, esta pareja nos dice: «No podemos irnos a la ciudad, tenemos nuestro huerto aquí».
Otro jubilado le cuenta al director cómo pesca en el mar cangrejos y erizos de mar con las manos. «¿Dónde iba a hacer esto en la ciudad?», pregunta.
En noviembre de 2018, en la región de Sajalín, el parlamento autonómico aprobó una ley de apoyo social a los ciudadanos de pueblos «sin futuro» que necesitaban ser reubicados. La ley autonómica de Sajalín clasifica como pequeñas poblaciones sin futuro a los pueblos que no tienen expectativas de desarrollo socioeconómico y cuyo número de habitantes no supera los 20.
El documento contempla la emisión de certificados para adquirir viviendas en la región. Antes, la gente no podía solicitar legalmente estos certificados, ya que las casas estaban oficialmente registradas a su nombre, aunque el pueblo estuviera en extinción o ni siquiera existiera, afirma el periódico Rossiiskaya Gazeta. Entre 2008 y 2018 se eliminaron cinco asentamientos, principalmente en el norte. Pudo haber sido más, hace 12-14 años, las autoridades iniciaron una mejora del sistema educativo y comenzaron a cerrar escuelas en pueblos poco poblados. Las escuelas eran el único elemento por el que los pueblos seguían existiendo. La «mejora» solo fue posible parcialmente, no se produjo una extinción masiva de asentamientos. Según parece, la gente siempre encuentra razones para quedarse, incluso cuando no hay escuela, farmacia, electricidad ni agua corriente.
Entre 1960 y 1980, la Unión Soviética adoptó una política de cerrar los pueblos más pequeños y trasladar la población a otros más grandes. La intención era centralizar la población, el trabajo y los servicios públicos en pueblos más grandes. Esto se consideró una mala decisión.
A partir de 1968, en los pueblos considerados «sin futuro» se frenó la construcción de edificios nuevos y dejaron de hacerse obras de mantenimiento importantes. Perdieron instalaciones como escuelas y tiendas, y se redujo el transporte. Esto provocó que la gente abandonara estos pueblos.
Sin embargo, los lugares a los que iban a trasladarse no eran mucho mejores. Siempre escaseaban los recursos. Mucha gente recibió apartamentos de tipo urbano, pero la mayoría no se trasladaron a los lugares que se les asignó. En cambio, se fueron a ciudades más grandes o a otras zonas del país. Se cerraron de manera forzada pequeños pueblos, y eso no gustó a la gente. Al cerrarse estos pueblos, las tierras de cultivo cercanas quedaron abandonadas. Esto provocó que menos gente viviera en estas zonas, y quedaron menos pobladas.
A consecuencia de esta política, la comunicación entre los asentamientos empeoró y los servicios públicos se vieron perjudicados.
Muchos se trasladaron a las ciudades, lo que aceleró el envejecimiento demográfico de los pueblos.
En 1980, el Gobierno decidió dejar de etiquetar a los pueblos como «con futuro» o «sin futuro». Pero el daño ya estaba hecho. Siguieron desapareciendo numerosos pueblos pequeños porque habían perdido la mayor parte de sus instalaciones. Esta situación continuó en algunas zonas de Rusia, como el lejano Oriente y la isla de Sajalín.