Este reportaje de Thais Domingos se publicó originalmente en el sitio web de Nonada el 8 de enero de 2024. Se reproduce con ediciones en Global Voices en virtud de un acuerdo para compartir contenido.
El barrio Jardim Brasília queda en la zona central de Betim, región metropolitana de Belo Horizonte, en el estado de Minas Gerais. A pocos metros de distancia del Hospital Regional, está la comunidad quilombola Família Araújo, el primer quilombo urbano del municipio.
Históricamente, los quilombos eran comunidades formadas por negros que escapaban y se resistían contra el régimen de la esclavitud. Hoy el nombre se usa para designar comunidades con identidad étnica, »derecho a la propiedad de sus tierras y conservación de su cultura propia». A los habitantes de un quilombo se les conoce como quilombolas.
Para los Araújo, el derecho a la tierra es un pedido que tiene años. La familia de Dona Zulmira y Seu Zé Preto (1937-1995) salió de la ciudad de Governador Valadares en busca de empleo y mejor calidad de vida, para mejorar el futuro de sus hijos. Vivieron en barracones alquilados y hasta en las dependencias de un viejo cementerio. Cleusa Araújo, de 51 años, cuenta que sus padres sufrieron mucho, trabajaron en plantaciones de frejol, arroz, caña de azúcar, mandioca, y hacían de cuidadores a cambio de casa.
Seu Zé Preto, que trabajó como barrendero y pasó a ser jefe del departamento de limpieza pública. Luego obtuvo un terreno cedido en la década de 1980 por la prefectura, con un área de 1800 m².
Una vez establecida, la familia fue creciendo y se construyeron seis casas más, para los hijos, hermanos, nietos y primos. Sin embargo, la propiedad no estaba debidamente documentada y, según Alexandre Araújo, de 43 años, membro de la familia, en 2017 los hicieron dejar el lugar.
“La alcaldía de Betim pidió que nos retiráramos. Sin derecho a casa, sin derecho a asistencia social, sin derecho a reasentamiento y sin derecho a indemnización. No fuimos nosotros los que avanzamos para el centro, el centro vino avanzando, cuando ya estábamos aquí”, dijo.
Reconocimiento e recuperación
Durante la pandemia de COVID-19 en 2021, una ley federal determinó que se suspendieran los desahucios judiciales, pero en abril del año siguiente, volvieron a permitirse.
“Vivimos acá hace casi 40 años y querían que nos fuéramos sin derecho a nada, sin rumbo’’, lembra Cleusa.
Sin seguridad ni estabilidad –gran parte de la familia se compone de trabajadores autónomos–, pidieron ayuda. La causa fue reconocida por líderes de la lucha por la tierra, como Frei Gilvander, agente pastoral y asesor de la Comisión Pastoral de la Terra (CPT) en Minas Gerais.
Reunieron abogados populares, movimientos sociales y comunidades tradicionales, que escucharon la historia, y vieron las semejanzas de la familia con poblaciones restantes de quilombos.
Las prácticas de vivir en comunidad, el reconocimiento étnico racial (todos los miembros son de ascendencia negra y indígena), la agricultura de subsistencia y crianza de animales, son algunos de los factores que los identifica como una comunidad quilombola. El terreno de los Araújo actualmente tiene una huerta, y los usan para plantar y recolectar, cuenta Alexandre, un herencia que les dejó el padre.
Alexandre contó que, a pesar del sufrimiento, el proceso fortaleció el autorreconocimiento de la familia a tener orgullo de sus orígenes y buscaron información sobre sus antepasados.
En Nonada Jornalismo, la consejera municipal de Promoción de la Igualdad Racial de Betim, Patrizia Martins, sostuvo que “la municipalidad reivindicó el territorio para un uso adecuado». ‘’Después de los procedimientos públicos judiciales, la familia obtuvo la certificación, con lo que dieron fin a la parte judicial. La municipalidad respeta y entiende este derecho”, acotó.
Un quilombo reconoce a otro
Cerca de 1,3 millones de brasileños se autodenominan quilombolas, según datos del Censo 2022 del Instituto Brasileño de Geografía y Estadística (IBGE). Minas Gerais es el tercer estado con mayor número de quilombolas del país. La autodeclaración es un marcador importante, ya que el reconocimiento es necesario para garantizar los derechos constitucionales.
Las fases iniciales son visitas técnicas, en las que antropólogos, historiadores y otros expertos en los ámbitos jurídico y cultural emprenden investigaciones para demostrar que un territorio corresponde a una comunidad tradicional. El proceso tiene en cuenta la ubicación, la relación con la tierra, las costumbres culturales propias de la comunidad, así como documentos y relatos orales.
Patrícia Brito, especialista en políticas de patrimonio y comunidades tradicionales, fue una de las responsables del documento que exigía la regularización de las tierras para la comunidad.
A lo largo del proceso, cuenta que tuvo ayuda de representantes de otras comunidades quilombolas de Belo Horizonte, como los quilombos Mangueiras, Souza y Manzo. Para la investigadora, «quilombo reconoce quilombo» y por eso su presencia fue importante en el proceso.
Para la historiadora y profesora Ana Cláudia Gomes, que también trabajó en el informe técnico, una de las principales barreras para el protagonismo y el reconocimiento público de la comunidad es el racismo. Al estar situadas en una zona urbana, las comunidades tradicionales o periféricas sufren la expropiación de sus territorios por parte de clases superiores u organizaciones externas.
La ruta entre Minas y Bahía
El reportaje recorrió cerca de 751 kilómetros de Betim hasta Nova Viçosa, en el extremo sur de Bahía, para observar las semejanzas y diferencias entre el reconocimiento de territorios rurales en relación con los urbanos. Bahía es considerado el estado más negro de Brasil, y también tiene la mayor cantidad de quilombolas – 397 059, según el censo de 2022.
Nova Viçosa tiene 39 509 habitantes e tres comunidades oficialmente reconocidas – Helvécia, Rio do Sul y Engenheiro Cândido Mariano. Hasta ahora, esta última guarda restos de la estación del kilómetro 8, parte de la antigua vía férrea Bahía-Minas.
La certificación oficial del quilombo Cândido Mariano fue en 2005, según Adalberto Correia Domingos, 72 años, nacido en la comunidad. Según dice, uno de los mayores desafíos para aceptar a la población era la falta de conocimiento sobre quilombolas. “Trabajamos mucho sobre lo que significaba ser quilombola”.
El estudio técnico se hizo después de reuniones de líderes comunitarios con representantes de la Fundación Cultural Palmares. Los temas principales fueron el factor étnico-racial, costumbres, agricultura familiar, cultivo de terrenos de mandioca, frejol y extracción de aceite de dendé, además de la antigüedad de las familias y la relación con la tierra.
Conquistas y desafíos
Después de conseguir la certificación de la Fundación Cultural Palmares em 2022, la familia Araújo tuvo otro alivio: intervino la Defensoría Pública de Minas Gerais y la orden de desahucio no puede proseguir.
Ahora, la comunidad está en busca de la etapa final para garantizar el derecho a la tierra: la titulación del territorio em el Instituto Nacional de Colonización y Reforma Agraria (Incra). Según la Comisión Proíndio de São Paulo, la situación de inseguridad es general cuando se habla de derechos de los quilombolas. De las 1971 tierras quilombolas del país, apenas 171 consiguieron la titulación, señala la comisión. La principal función del órgano es ordenar e implementar políticas de reforma agraria.
El proceso sigue, y preguntamos a Alexandre qué espera para el futuro, ya que su familia tiene jóvenes que pueden crecer con conocimiento sobre su propia historia, además de pertenencia y reconocimiento como quilombolas.
“La esperanza es que los niños puedan crecer con acceso y derechos a la educación, y creo que es un derecho nuestro querer buscar todo lo que se nos quitó”, dijo.