Emanuele Bussa y Edoardo Marangon son periodistas independientes italianos. Interesados en la crisis migratoria que sacude Italia desde 2015, decidieron cubrir el viaje de muchos migrantes que intentan llegar a Francia desde Italia, pasando la frontera entre ambos países. Viajaron por la peligrosa ruta que siguen los migrantes para entrar ilegalmente en Francia con la intención de contar sus historias y experimentar de primera mano las dificultades del recorrido.
El estrecho camino se retuerce y gira a lo largo de las montañas, rodea el pequeño valle del río Saint Louis, que conduce a la cresta sobre la ciudad francesa de Menton, muy cerca de la frontera italiana. Llaman a esta vía «Paso de la Muerte», pero recientemente la han rebautizado como «Paso de los harapos» por la cantidad de ropa, bolsas y maletas que los migrantes abandonan en el trayecto que recorren en un intento de entrar en Francia sin ser detectados. El camino representa el esfuerzo más extremo que realizan estos migrantes para llegar a Francia, normalmente tras un viaje largo y peligroso que comienza en las costas de África o Medio Oriente.
Muchos llegan al sur de Italia tras cruzar el mar Mediterráneo y luego viajan por tren o a pie hasta Grimaldi, la última ciudad italiana antes de la frontera francesa. Intentan entrar legalmente en Francia por el puente de Saint Louis, pero lo habitual es que los rechacen y los escolten de vuelta a la comisaría italiana más cercana, donde esperan al autobús que los regresará a la ciudad italiana de Ventimiglia. Al día siguiente lo vuelven a intentar, y así un día tras otro, como Mohamed, muchacho guineano de 16 años que intenta desesperadamente llegar a París.
«Mi hermano vive ahí, pero yo no consigo pasar la frontera. Cuando llegué a Lampedusa me registraron como nacido en 2005, pero mi certificado de nacimiento establece que nací en 2007. La Policía francesa siempre me rechaza. No sé a dónde ir, creo que intentaré el camino que atraviesa las montañas».
Algunos ya no pueden esperar más, se les acaban las opciones porque no pueden pasar la frontera legalmente, o no tienen suficiente dinero para pagar a los contrabandistas que los introducen a través de la frontera. Así, la esperanza de una mejor vida en Francia o en el Reino Unido los lleva a enfrentarse al Paso de la Muerte, accesible desde un camino que comienza en Grimaldi Superior, unos kilómetros más allá del puente de Saint Louis. Según Enzo Barnabà, profesor de Literatura Francesa que vive en Grimaldi y estudia los flujos migratorios, el camino se utiliza desde la década de 1890.
«Al principio, los que utilizaban el camino eran contrabandistas e italianos que querían entrar en Francia sin pasar por las aduanas. Después, durante la época fascista, trabajadores, antifascistas y judíos italianos atravesaban el Paso de la Muerte para huir a Francia. Muchos morían, porque una vez pasada la frontera, la senda conduce a un acantilado. Muchos migrantes y refugiados no conocían el camino correcto, y como además pasaban de noche, muchos se despeñaban, lo que dio a esta vía el infame nombre de ‘Paso de la Muerte'».
Después, el paso quedó casi olvidado, y nadie lo usó durante casi 60 años, pero en 2015, Barnabà comenzó su propio proyecto de limpiar el camino por su valor histórico.
«Varios voluntarios y yo mismo terminamos de limpiar el sendero en mayo de 2015, y quisimos rebautizarlo como ‘Paso de la Esperanza’. Pero unos meses después, la primera oleada migratoria sacudió Italia, y muchas de estas personas llegaron al paso para seguir su camino».
Barnabà es conocido como el «guardián del Paso de la Muerte». Le gusta hablar con los migrantes, les da indicaciones para que eviten los peligros y escucha sus historias:
I am just an observer. However, I try to help these people; many of them are just kids, and I firmly believe that the future of Europe rests on their frail shoulders.
Solo soy un observador, pero intento ayudarlos. Muchos son solo niños, y yo estoy convencido de que el futuro de Europa descansa sobre sus frágiles hombros.
Los migrantes suelen comenzar su viaje al atardecer: atraviesan Grimaldi como sombras silenciosas, se mueven más rápido conforme va anocheciendo. Les cuesta como una hora llegar al gran agujero de la valla que señala la frontera. Por el camino, entre la hierba se ven restos de campamentos improvisados, sacos de dormir abandonados, botellas de agua vacías, ropa, zapatos y mochilas que también llenan las casas abandonadas cercanas, que en ocasiones utilizan los migrantes como refugio temporal para descansar o pasar la noche.
Siguen las piedras pintadas con marcas que los guían por el sendero: flechas rojas y soles crecientes rojos marcan el camino correcto, y cuando llega la noche, vienen en su ayuda las rocas cubiertas de pintura luminiscente como un camino de estrellas creado por el arquitecto italiano Cavalli, que los ayuda a seguir la ruta correcta y les da cierta esperanza.
Al menos 10 migrantes intentan este peligroso camino cada día. El argelino Amsa es uno de ellos: tiene la piel cubierta de cicatrices y graves heridas en la mano izquierda, pero nada detiene su deseo de llegar a su destino.
«Viví en las calles de Bari un tiempo, llegué a Ventimiglia en tren, y ahora voy a París», dice en una mezcla de francés, italiano y español. «Espero conseguir allí un trabajo y encontrar un lugar donde vivir. No me preocupa que me detenga el Ejército o la Policía. Es sábado, hoy no trabajan».
Amsa enfrenta la parte más escarpada de la vía, utiliza las cuerdas que algunos voluntarios han atado a los árboles. Solo lleva una pequeña bolsa y una sudadera, el único equipaje que necesita, porque debe moverse con rapidez.
A la puesta del sol llega un nuevo grupo de migrantes al principio de la senda. Varios chicos sudaneses bajan corriendo la primera pendiente, seguidos de Assan, un muchacho guineano que no habla inglés, por lo que no puede comunicarse con sus compañeros de viaje y por eso lo dejan atrás. Lleva una camisa azul, pantalones naranja y una pequeña mochila. Ha perdido de vista a sus amigos y no sabe qué camino tomar. Corre como si lo persiguieran, sin saber que no hay soldados ni policías controlando el paso antes de la frontera francesa. Busca signos y símbolos en cada bifurcación para identificar la mejor forma de cruzar el paso, y cuando va anocheciendo, comienzan a brillar las piedras del sendero, lo que da un claro itinerario a seguir.
I came all the way from Lampedusa. I need to reach my brother in Marseille. I do not know the way, but I have to make it.
He hecho todo el trayecto desde Lampedusa, y tengo que encontrarme con mi hermano en Marsella. No conozco el camino, pero tendré que llegar.
En un punto donde el camino se ensancha, se detiene súbitamente para cambiar sus pantalones por otros pantalones cortos negros. «Así será más difícil que me vean los soldados», dice, y sigue corriendo animado por una mezcla de esperanza y miedo. Sabe que solo tiene dos opciones: llegar a Marsella o ser detenido por la Policía francesa y enviado de vuelta a Italia, pero ese atisbo de esperanza es suficiente para mantenerlo en marcha, sin pensar en la fatiga y la dureza del camino. Está seguro de que llegará al otro lado. No le cabe ninguna duda.
En Italia hay al menos siete pasos que atraviesan los Alpes hacia Francia, y están estrictamente controlados por las autoridades francesas. Por Grimaldi intenta entrar en Francia diariamente un promedio de 150 migrantes, por medios legales e ilegales. Si los captura la Policía, los lleva a la comisaría de Menton, donde aguardan toda la noche hasta que los reenvían a Italia por la mañana. Ahí los detiene la Policía italiana, los identifica y los deja en libertad. Para muchos, este proceso ha acabado por convertirse en una dramática rutina. Deben elegir entre ser rechazados en la frontera, intentar entrar en Francia pagando a los contrabandistas o intentar el peligroso camino del Paso de la Muerte. No es posible entender por lo que están pasando, pero abandonar no es una opción. Así, se ven forzados a elegir todos los días.

Grafiti en Ventimiglia (Italia) que dice «la frontera mata» en francés. Foto de Edoardo Marangon, utilizada con autorización.
En los muros de Ventimiglia alguien ha escrito en francés «la frontera mata», inquietante mensaje que oculta una triste verdad. Viajar por el Paso de la Muerte significa superar límites y enfrentarse a la muerte, pero para Assan y para miles como él, también representan la única vía hacia un posible futuro lleno de oportunidades. Una perspectiva por la que merece la pena arriesgarlo todo