Esta historia forma parte de una serie llamada «Retratos del exilio», que profundiza en las experiencias de las mujeres iraníes que viven en el extranjero, buscan la libertad y muestran su capacidad de resistencia. La historia conmemora el trágico fallecimiento de Masha Jina Amini,mujer kurda a quien la policía de la moral mató a los 22 años por no cubrirse completamente el cabello con el hiyab. Este suceso desencadenó protestas generalizadas en todo Irán, que persisten a día de hoy a pesar de la creciente represión del Gobierno.
Durante su estancia en Irán, muchos seguidores conocieron a Faravaz, cantante iraní de 33 años que vive en Berlín. Se dio a conocer en Instagram, red en la que difundía videos en los que aparecía cantando e impartiendo clases de canto en Teherán, capital de Irán. Faravaz se convirtió en una de las principales figuras entre las jóvenes valientes que, en un país donde está prohibido que las mujeres canten como solistas en público, fueron traspasando fronteras en su lucha por la libertad.
Durante los últimos años, los iraníes más jóvenes, en concreto la generación Z, y sobre todo las mujeres jóvenes, han ido utilizando cada vez más las redes sociales para desafiar al opresivo régimen islámico del país y las estructuras patriarcales de la familia y la sociedad. Es la misma generación de mujeres que, desde el levantamiento de septiembre de 2022, cuyo lema era «Jin Jiyan Azadi» (Mujeres, vida, libertad), han acaparado la atención mundial por su audaz resistencia contra la misoginia sistemática.
Faravaz y Justina, raperas iraníes en el exilio, cantan sobre las normas religiosas de la república islámica en «Fetua», donde las mujeres tienen prohibido cantar desde la Revolución Islámica hasta ahora.
De Teherán a Berlín
Impulsada por su pasión y sus aspiraciones profesionales, Faravaz acabó trascendiendo las fronteras de su país natal. Fue invitada en 2018 al festival «Female Voice of Iran» (Voz femenina de Irán) en Alemania. Aunque se cubrió parcialmente el cabello mientras actuaba frente a las cámaras en Villa Elisabeth de Berlín, con la esperanza de regresar a su patria sin problemas, fue una noticia la que hizo que cambiara de opinión y decidiera quedarse en Alemania.
Como seguidora y admiradora de Faravaz en las redes sociales, me encantó poder conversar con ella en una cafetería cercana a la estación central de trenes de Berlín, con vista al río Spree, donde me contó algunos momentos cruciales de su historia. «Me interrogaron y me juzgaron en Irán por cantar sin hiyab y mi causa estaba en proceso de apelación. Cuando estaba en Alemania me enteré de que me condenarían a un año de prisión y a mi regreso a Irán tendría que ir a la cárcel», me contó Faravaz.
Después, la narrativa de las últimas décadas, desde la llegada al poder del régimen de la República Islámica de Irán, volvió a resonar cuando la inminente condena a prisión persuadió a otro ciudadano iraní a optar por una vida en el «exilio autoimpuesto». Cruzar esta «frontera» no fue fácil, me contaba. «Me quedé conmocionada. Tardé unos dos años en asimilar que ya no había vuelta atrás».
Durante esos dos años, siguió el proceso de asilo en Baviera (Alemania). Sin embargo, antes de que pudiera volver a llevar una vida relativamente normal, las olas de la pandemia COVID-19 la arrastraron a la orilla como un trozo de madera a la deriva, con lo que se extinguió cualquier posibilidad de regresar al panorama cultural. De ahí que expresara haber perdido sus «años dorados», en Irán y fuera del país.
«Perdí cuatro años importantes cuando era veinteañera en Alemania y dos años importantes en Irán durante los interrogatorios y el proceso judicial», declaró Faravaz.
Frente a la reacción violenta y la opresión digital
No obstante, al cruzar fronteras, la discriminación y el estigma no pueden dejarse atrás. Faravaz, que se alineó con el movimiento MeToo, que caló en figuras influyentes del ámbito cultural iraní en 2020, enfrentó graves reacciones negativas por denunciar a otro cantante iraní. Se convirtió en el blanco de fuertes ataques de odio. La tildaron de «puta en busca de atención» y recibió imágenes perturbadoras, entre las que figuraban cabezas cortadas. Finalmente, por una de estas oleadas de ataques, la cuenta de Instagram de Faravaz, que tenía miles de seguidores, se eliminó como consecuencia de las denuncias masivas, táctica empleada por los ejércitos digitales iraníes para silenciar a los activistas.
«Fue como si me hubieran cerrado el despacho», comentó. Aunque consiguió recuperar la cuenta, no dejó de sentir inseguridad: el miedo persistente a que, en cualquier momento, una fuerza misógina pudiera desmantelar lo que había construido como figura pública, como figura pública, ya fuera, de nuevo, a través de denuncias masivas o de métodos alternativos como los ataques de bots.
La decisión de Faravaz de participar con el pecho descubierto en una de las manifestaciones Jin, Jiyan, Azadi, en Colonia (Alemania) en octubre de 2022, la sometió a diversos insultos y, en algunos casos, al aislamiento. Ella creía que era la forma más auténtica de apoyar un movimiento contrario a varias décadas de control del cuerpo de las mujeres por parte del régimen iraní. Este atrevido gesto provocó que muchos se preguntaran por sus motivaciones.
«Cuando eres una mujer cantante en Irán, todo el mundo te pregunta: ‘¿Por qué no te vas del país?’. Consideran que, si trabajas como mujer cantante iraní, las puertas del éxito se te abren de par en par fuera de Irán. Es solo un mito; o bien tienes que trabajar en una comunidad iraní, donde a menudo el ambiente es más misógino que dentro del propio Irán, o bien tienes que entrar en el mundo de los que no son iraníes, donde también necesitas conocer el idioma», afirma.
«Sin embargo», continuó, «en Europa, al menos, puedes avanzar, lo que contrasta con lo que ocurre dentro de Irán, donde tenía la sensación de estar golpeándome contra un muro irrompible».
Fuera de Irán, Faravaz no dudó en defender el derecho de las mujeres iraníes a cantar. Las cantantes iraníes fueron uno de los primeros objetivos de los islamistas tras su llegada al poder del país en 1979. Muchas cantantes huyeron de su patria tras la Revolución Iraní y, las que se quedaron, fueron interrogadas, encarceladas y se quedaron sin trabajo. Googoosh, la cantante pop iraní más famosa, regresó con optimismo a su país del extranjero tras dicha revolución, pero tan solo pudo abandonar Irán y reanudar su trabajo como cantante 20 años después.
La canción Ey Iran trata de la opresión de las mujeres en Irán y conmemora a las mujeres víctimas de la represión que luchan por la libertad.
Faravaz – Ey Iran (video musical oficial)
Navegando por la desesperación
Mientras protagonizaba el corto documental My Orange Garden, dirigido por Anna-Sophia Richard, que explora la prohibición de cantar a las mujeres, Faravaz contó su ocasional desesperación durante su trayectoria de activismo, y la describe como un «producto diseñado por la república islámica para generar inacción». También se mostró decepcionada cuando notó que la discriminación contra la mujer se extendía más allá del régimen opresor y se mantenía dentro de los hogares. «Tenemos que prepararnos para la cantidad de trabajo que será necesario hacer a partir del día siguiente al cambio de régimen», destacó.
Una de las últimas canciones de Faravaz se titula «Mullah«, e incluye una provocativa letra que rima así: «Quiero ah con un mullah, hacer el amor con un mullah … pam pam con un mullah». Está canción es una audaz declaración contra el poder político dominante, que durante décadas ha controlado los cuerpos de las mujeres, lo que las obliga a abandonar su país de origen solo para que se oiga su voz como cantantes.
«Mullah» provocó un aluvión de ataques, desde críticas a su físico hasta el menosprecio de su activismo y de la calidad de su voz. En entrevista para Voice of America, expresó su frustración: «Estoy enfadada y no puedo estar tranquila como la sociedad misógina espera que estén las mujeres. Me pregunto por qué no debería sentir rabia; llevo muchos años sufriendo represión».
En Berlín, Faravaz no es solo una cantante iraní; también es una exiliada, decidida a canalizar su rabia en un movimiento que las mujeres, vivan o no en Irán, han moldeado a través de las continuas protestas y la resistencia diaria.