Diez años de represión y resistencia digital en el Sudeste Asiático

Myanmar Flash Mob

Jóvenes activistas organizan una manifestación relámpago en protesta a la permanente junta militar. Imagen de Yangon Revolution Force. Usada con autorización.

Los últimos diez años vieron el nacimiento de numerosos Gobiernos semidemocráticos en el Sudeste de Asia. Esto se evidenció en el golpe de Estado en Tailandia en 2014, la elección de Rodrigo Duterte en Filipinas en 2016 y el retorno de la dictadura militar en Myanmar en 2021. Por otro lado, la creciente represión debió enfrentar la resistencia avivada por los jóvenes activistas que combinaron tácticas en línea y fuera de línea para obstaculizar la tiranía y autoritarismo digital.

Si la censura total marcó la junta militar en Tailandia y en Myanmar, la libertad de expresión, restringida a través de la implementación arbitraria y agresiva de leyes represivas, marcó al resto de la región. Regulaciones anticuadas de la época colonial (como la ley de sedición de Malasia y la ley contra la difamación de Indonesia) se aplicaron para criminalizar la disidencia. Luego de la aprobación de proyectos de ley contra la delincuencia cibernética, las autoridades han citado la difusión de desinformación a través de internet para justificar la aprobación precipitada de legislación contra noticias falsas, como la ley de protección contra la falsedad y la manipulación en línea de Singapur.

La pandemia permitió a los Gobiernos imponer decretos de emergencia que llevaron a prohibir reuniones masivas. Las ciudades quedaron bajo confinamiento militar. Las aplicaciones obligatorias para la distribución de ayuda y vacunas normalizaron la vigilancia y socavaron los derechos de privacidad de los ciudadanos. Los Gobiernos, acorralados por problemas de legitimidad, utilizaron como arma legislación de medios ya existentes e introdujeron nuevas medidas con el objetivo de frenar la crítica legítima bajo el pretexto de proteger la salud y seguridad pública. Esta situación fue evidente en Tailandia y Camboya, donde se reanudó el uso de la ley de lesa majestad (ley antidifamación de la monarquía) contra críticos, e incluso ciudadanos, que reprochaban la respuesta del Gobierno ante la pandemia.

Cuando la pandemia terminó no se anularon estas medidas draconianas, por el contrario, las autoridades reforzaron el uso de leyes represivas que regulan el contendido disponible en línea estrictamente y que limitan las protestas en lugares públicos. En regímenes autoritarios como el de Vietnam, el estado de emergencia tras la pandemia aumentó el poder policial del Estado que se fue contra blogueros, críticos, estudiosos y líderes de ONG. En Camboya, el enfoque intolerante del gobierno de Hun Sen para enfrentar la crisis sanitaria también se aplicó para forzar la disolución de los partidos de la oposición, acusados de coludirse con fuerzas extranjeras.

A pesar de las dificultades, han surgido movimientos sociales para desafiar la tiranía y reclamar el espacio cívico bajo el duro control de los regímenes intolerantes. Por ejemplo, el brutal reinado de la dictadura militar en Myanmar y Tailandia solo han motivado a los ciudadanos a ser más audaces y creativos en su resistencia.

La “Revolución de la Primavera” en Myanmar enfrentó a la junta desde el primer día del golpe de Estado. Esto implicó que los ciudadanos iniciaran movimientos de desobediencia civil ligados a las protestas de guerrilla en centros urbanos y luchas militares en comunidades étnicas. La censura de los medios incitó a los medios independientes a recurrir a ciudadanos para informar en primera línea mientras los operativos se trasladaban a territorios seguros en regiones remotas e incluso en el extranjero. Curiosamente, un ejemplo del uso eficaz de las redes sociales fueron las «huelgas silenciosas», en las que se instaba a los ciudadanos a protestar sin salir de casa sin el riesgo de ser detenidos por las fuerzas de la junta. Esta acción se coordinó a través de aplicaciones de mensajería mientras se mostraban imágenes de calles y centros urbanos vacíos en diversos canales de las redes sociales.

En Tailandia, estudiantes y jóvenes activistas tomaron la iniciativa en el movimiento a favor de la democracia con radical determinación de restaurar el gobierno civil. La victoria de los partidos de la oposición en 2023 se atribuyó, en gran medida, a los esfuerzos de los jóvenes manifestantes por mantener el clamor a favor del retorno de las elecciones abiertas y el gobierno democrático. Este movimiento se consiguió a través de la organización de protestas callejeras y el dramático crecimiento de las peticiones de reforma mediante la participación en línea. El gobierno respaldado por los militares reprimió activamente estas voces críticas, pero la resistencia liderada por los jóvenes no retrocedió.

Mong Palatino

El autor en una conferencia de paz en febrero, Camboya. Imagen de Karlo Manlupig. Usada con autorización.

Durante la pandemia, a manos de regímenes paranoicos e ineptos, internet se convirtió en una herramienta de represión, pero los ciudadanos también lo utilizaron como un arma para el bien, extendieron ayuda a sus vecinos necesitados de apoyo urgente. Un ejemplo de esta situación fue la construcción de una pequeña despensa comunitaria en Manila que inspiró a los usuarios a replicar esta iniciativa en sus barangays (pueblos). Las redes sociales se convirtieron en un “altavoz” para informar a los ciudadanos, debilitados por las prolongadas cuarentenas, dónde estaban estos centros que ofrecían comida y artículos de primera necesidad sin costo. Fue un mensaje simple pero políticamente potente que expuso las falencias del Gobierno de proveer servicios necesarios para la población en cuarentena.

Esta situación no se limitó a Filipinas. En Indonesia, la etiqueta #WargaBantuWarga (ciudadanos ayudan ciudadanos) se adueñó del rol de intervenciones en línea en situaciones de vida o muerte. En Malasia, el movimiento Bandera Blanca (Bendera Putih) fomentó a la comunidad a dar asistencia a los hogares que tuviera una bandera o pancarta color blanco en ventanas, verjas y puertas. Estas iniciativas alentaron el voluntariado dentro de la comunidad, que, a su vez, luchó contra el alarmismo de los déspotas sobre la proliferación de contenidos que, supuestamente, afectan la armonía social y la seguridad nacional.

El mejor ejemplo de una colaboración a nivel regional sea quizás la “Alianza del Té con Leche”; red informal de jóvenes activistas que luchan por la democracia y demuestran solidaridad con los movimientos prodemocracia existentes a lo largo de Asia. Desde Myanmar a Tailandia hasta Taiwán y Hong Kong, el movimiento ha generado tendencias, memes y acciones políticas que ha, traspasado fronteras y que, además, auguran una unidad mayor contra la tiranía digital.

Para el Sudeste Asiático han sido diez años tumultuosos; guerras y conflictos siguen perturbando a la región mientras que los ciudadanos hacen efectivo su derecho de vivir en sociedades con verdadera libertad, paz, justicia y democracia. A medida que se extiende el uso de internet, se ha convertido en un arma esencial para las manifestaciones civiles que relatan sus realidades en torno al poder. En respuesta a lo anterior, los Gobiernos han tomado medidas drásticas contra internet que, a pesar de todo, han fallado y no han impedido las manifestaciones. El bloqueo de internet ha aumentado en frecuencia, pero al final, el Gobierno hostiga exclusivamente a la población local. Efectivamente la represión aún existe en muchas partes de la región, y también la resistencia de la población.

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