En Gaza, la última partida de tarneeb

El bombardeo israelí que arruinó la diversión familiar con tarneeb que ha inspirado esta representación artística de naipes manchados de sangre. Fotografía y autor: Saleh Jamal Safi, utilizada con autorización.

Esta historia de Saleh Jamal Safi se publicó originalmente en We Are Not Numbers el 27 de marzo de 2024, como narración personal en medio del incesante bombardeo de Gaza por parte de Israel. Este relato no está editado, se representa como el testimonio sin filtros de un testigo de guerra, que se reproduce en el marco de un acuerdo de intercambio de contenido con Global Voices.

El «tarneeb” es uno de los juegos de cartas de estrategia más preciados en la franja de Gaza, y para el resto de la región, se juega como un baile de tácticas similar al juego de espadas o el bridge. ¿Podría este juego llegar a provocar miedo? ¿Sus sonidos llegarían a ser realmente escalofriantes? Para la mayoría, la respuesta seguramente es un no. Sin embargo, para los niños que viven turbulentos días en Gaza, la respuesta se convierte en un inquietante ¡sí!

Cuando empezó la guerra, atacaron nuestro , lo que nos obligó a refugiarnos en el edificio de mi abuelo, en donde vivía nuestra numerosa familia.

Días atrás, pese al estruendo de la guerra a nuestro alrededor, el ambiente se llenó de las risas inocentes de mis primos pequeños que jugaban juntos. Sin embargo, su alegría se vio interrumpida por una pelea infantil. Para recuperar la armonía, les propuse jugar al tarneeb.

De repente, su pelea se detuvo y en sus rostros se reflejó el horror. Sin dudar, se negaron a jugar, decían que «podría pasar lo mismo que la última vez». Su intención me sorprendió; me di cuenta de que asociaban el juego de tarneeb con el trágico bombardeo del edificio de nuestros vecinos, la familia Khawaja, recuerdo que estaba profundamente guardado en sus mentes desde hacía tres meses. El 17 de octubre de 2023, estábamos jugando a este juego de cartas cuando bombardearon  el edificio vecino a la casa de mi abuelo.

Ese recuerdo permanecerá vivo para todos e incluso para los adultos, cada detalle de aquel fatídico día está grabado en mi memoria.

La rutina de las luchas diarias

Aquel día me levanté temprano y empecé las actividades diarias impuestas por la ocupación israelí. En Gaza, buscar agua potable siempre ha sido una lucha diaria, incluso antes del 7 de octubre. En esta zona se utilizan dos tipos de agua. Por un lado, el agua potable, procedente de aguas subterráneas, que se somete a un riguroso tratamiento por los riesgos de contaminación, y que a menudo es necesario comprar a vendedores privados que la distribuyen en camiones especiales. De otro lado, está el agua para las actividades cotidianas, como ducharse y limpiar, que circula por nuestras tuberías; se extrae de las mismas aguas subterráneas o del agua de lluvia almacenada, pero no tiene el mismo tratamiento, por lo que es menos fiable y de menor calidad.

Pero, como Israel ha cortado el suministro de agua, tenemos que depender del agua potable para todo, incluidas ducharnos y limpiar. Esto conlleva horas de fila para recoger galones de agua que se venden desde camiones, pese a los riesgos que enfrentamos por francotiradores y bombas por estar a la intemperie y expuestos.

Sin embargo, los menos afortunados de la fila se irán con las manos vacías y deberán recorrer las calles en busca de otro camión cisterna, una figura poco habitual. Otra posibilidad es esperar pacientemente a que el mismo camión termine su recorrido y regrese a la terminal para volver a abastecerse, aunque no hay garantía de que el camión regrese a donde estás.

Ese día, fui uno de los primeros de la fila, logré llenar mis galones y volví a casa a esperar a mi hermano y a mi primo. Se encargaron de cargar nuestra gran batería en la clínica del Organismo de Obras Públicas y Socorro de las Naciones Unidas (OOPS), a la que vamos para abastecernos de electricidad.

El 8 de octubre, Israel suspendió el suministro de combustible y electricidad a Gaza. La única central eléctrica que quedaba, y que además era el principal proveedor, se quedó sin combustible el 11 de octubre. No obstante, la Agencia de Naciones Unidas para los Refugiados de Palestina en Oriente Próximo (UNRWA) continuó con sus operaciones unos días más con energía solar junto con las reservas de combustible que quedaban.

La noche del atentado

Una vez cumplidas las distintas tareas del día, nos reunimos en casa para jugar al tarneeb, el mismo juego que ahora mis primos se niegan a jugar.

De pronto, la habitación se iluminó con una luz cegadora, al mismo tiempo que una explosión ensordecedora irrumpía la tranquilidad. Una tempestad de polvo y cristal llenó el aire mientras que las ventanas se hacían añicos.

¿El bombardeo había sido en nuestra casa o en la del vecino? La realidad se nos vino encima lentamente, cuando nos dimos cuenta de que la devastación había afectado a la casa del vecino.

Vivienda destruida de nuestros vecinos. Fotografía de Saleh Jamal Safi, publicada con autorización.

Me apresuré para ir a ver cómo estaba mi madre, pero con la fuerza de la explosión, la puerta de la cocina saltó por los aires, y me golpeó bruscamente. Cuando por fin llegué hasta mi madre, estaba conmocionada, mientras ponía mecánicamente los platos en el armario. Fue necesario gritar varias veces para que me escuchara. «¿Por qué sigues ahí de pie entre todos estos cristales rotos?».

Su respuesta fue tan divertida como desgarradora: «Pensé que era nuestra casa y que íbamos a morir, así que decidí seguir con lo que estaba haciendo hasta que mi alma volviera a Dios». Se apoyó en mí, sin apenas poder caminar, y se alejó de las ventanas.

El vecindario se convirtió en un caos cuando llegaron las ambulancias, la gente comenzó a sacar cadáveres de entre los escombros. Mis primos y yo volvimos a nuestra casa para mirar todo desde los balcones.

Hubiera preferido no ver.

Lo que presenciamos resultó surrealista y espeluznante, no hay palabras para describir la imagen de los cadáveres de nuestros vecinos esparcidos entre las ruinas, mientras las excavadoras retiraban los escombros. Algunos seguían vivos, gritaban pidiendo ayuda, suplicando que los sacaran de entre las escombros. Una mujer, con la cara cubierta de sangre, estaba de pie sobre los escombros de su casa, gritando desconcertada. Poco antes, simplemente estaba desayunando.

Recuerdo que, al verla, me pregunté amargamente si el simple hecho de desayunar se consideraba ahora acto terrorista.

El trauma que persiste

Siempre que recuerdo la escena, siento una oleada de náuseas o una culpa abrumadora por haber sobrevivido y que no fuera nuestra casa la que bombardearon. Puede que finalmente la guerra termine, sin embargo, el dolor y el trauma quedarán grabados en nuestros corazones para siempre.

Durante la noche, cuando reina el silencio pero persisten los ecos de los disparos, te encuentras mirando a todos los miembros de tu familia, uno por uno, rezando para que no les ocurra nada. Cada vez que oyes el sonido de una casa bombardeada, tu corazón se estremece al pensar que una familia idéntica a la tuya ya no existe. Quizá sean tus parientes o las familias de tus amigos, temes que tu casa sea la próxima en ser bombardeada.

A medida que las noches se hacen más difíciles, las ventanas de la casas se van iluminando con el fuego de los cohetes lanzados hacia las casas de la gente. Cada noche, nos reunimos en un mismo lugar para asegurarnos de que todos moriremos o viviremos juntos.

No obstante, esto no nos libera del amargo dolor de la pérdida, ni de la angustia de tener que curarnos nosotros mismos tras vivir toda la devastación emocional y física en el intento de superar el trauma causado por la guerra y la pérdida.

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