Esta historia de Natasha Sebunya se publicó originalmente en Minority Africa. Global Voices publica una versión editada en virtud de un acuerdo de colaboración de contenidos.
Al reflexionar sobre el primer encuentro íntimo con su marido, Jane, miembro de la etnia baganda y madre de cuatro hijos de Kampala, Uganda, se sintió confundida por lo que le habían contado de niña y la realidad que estaba viviendo como recién casada.
Recuerda todos los pensamientos que llenaban su memoria sobre cómo manejar la intimidad. Además, se acuerda de lo difícil que le resultaba el equilibro entre los consejos de su ssenga (tía paterna encargada de educar a las niñas sobre el sexo y sobre cómo satisfacer a sus futuras parejas) y la protección de su «caramelo» (genitales).
Aunque se espera que la mujer sea seductora en privado, se considera inapropiado que exprese sus deseos abiertamente. Estas expectativas contradictorias de cómo ser la pareja ideal influyeron en la experiencia de Jane.
Por fortuna, el esposo de Jane comprendió su malestar y la animó a que aceptara su sexualidad. Después de explorar varios años, su vínculo se fortaleció y disfrutan de una satisfactoria relación íntima.
Uganda tiene diversas culturas y lenguas, por lo que las palabras ejercen gran influencia y hasta pueden inspirar o causar daño. En este contexto, la sexualidad ocupa un rol imprescindible. Muchas de las tradiciones y palabras que se utilizan en el país están arraigadas a la cultura y contribuyen a relatos que perpetúan la violencia sexual y de género.
Para profundizar en este delicado tema, se deben analizar los cambios sociales, las normas culturales y el impacto que tiene la influencia occidental. ¿Es posible que algo se haya perdido de una cultura a otra? ¿Cuáles son los factores que hacen a una relación más susceptible el abuso?
En luganda, una de las principales lenguas de Uganda que hablan los baganda, la traducción literal del término kasolo (pene) es «animalito». Este matiz lingüístico puede infundir una sensación de poder en los hombres durante las interacciones personales. El «animalito! no solo implica un impulso de ataque constante y contribuye a relatos de terror, sino que también asocia al hombre con un comportamiento animal, lo que representa al «cazador». En consecuencia, la violencia del hombre, representado como el «animalito», puede percibirse como algo esperado e incluso como una recompensa.
En cambio, usar términos más suave, como «caramelo» para referirse a la vulva, refuerzan la delicadeza femenina. Estos términos no son solo ilustrativos, más bien conllevan significados importantes en la percepción; establecen un marco para el maltrato al definir las acciones del hombre y las obligaciones morales de la mujer en relación con sus cuerpos. Este relato limita la autonomía femenina al decidir sobre la sexualidad, vigilar su comportamiento y culparlas en caso de abuso. Las mujeres pueden sentirse obligadas a ajustarse a la norma sin darse cuenta, ya que sus roles están determinados por el lenguaje.
Este marco lingüístico esclarece un aspecto, a veces ignorado, cuando se trata de abusos en las relaciones. La manera en que se utiliza el lenguaje no solo muestra una dinámica de poder, sino que establece un comportamiento en situaciones tanto románticas como sexuales. Los deseos y los límites de las mujeres quedan en segundo plano ante las normas que priorizan el dominio y el control masculino.
Antes, el rol principal de las ssengas en la comunidad baganda era facilitar los debates sobre sexualidad. Las jovencitas pedían consejos a sus tías sobre adolescencia, sexo, relaciones y femineidad. Este tipo de conversaciones son importantes para guiar a las mujeres hacia la adultez, ya que inculcan conocimientos sobre el matrimonio y lo que se espera de cada género.
Si bien la influencia de las ssengas fue imprescindible en el matrimonio por aportar ideas valiosas, sus enseñanzas también reforzaron algunos estereotipos de género.
De acuerdo con algunos investigadores, en algunos grupos étnicos, como los batooro, las matriarcas paternas promovían la educación sexual antes del matrimonio. Luego, la impartían parientes políticos, como la suegra, las cuñadas o la abuela del marido. Históricamente, y que todavía se conserva en algunas zonas, también se las instruía sobre cómo mantener relaciones sexuales en la primera noche de matrimonio.
Estas charlas educativas ocurren en lugares específicos, como en el akasaka (espacio privado y seguro de las casas, adornado con un césped conocido como ekigaasi, en el que reciben información sobre sexo). Se espera que la participación en el akasaka ocurra primero en la casa de los padres y luego del matrimonio, en la del esposo. Antes de casarse, se enseña a las mujeres sobre el «mal contacto» y se hace hincapié en que las muestras de afecto en público, como los besos, están prohibidas.
Después del casamiento, se sigue participando en el akasaka, y la suegra guía el rol que la esposa ocupa en la familia. Aunque esta guía contribuye a la integración de la recién casada en el hogar, también es un reflejo de su papel subordinado.
Los padres, tíos y abuelos son quienes promueven la educación sexual en los hombres. A diferencia de las mujeres, no hay una charla dedicada para los hombres, más bien reciben información de manera informal a medida que surgen las oportunidades.
La académica Sylvia Tamale destaca la importancia de abordar la sexualidad para entender las normas de la sociedad. Tamale resalta cómo el dominio del lenguaje colonial occidental en los debates sobre sexualidad determina los significados y las definiciones de conceptos relacionados para reflejar experiencias fuera de África.
Sylvia da como ejemplo el silencio. En muchas culturas occidentales, el silencio suele interpretarse como un símbolo de sumisión o de cesión ante el poder. Sin embargo, en otras, en especial en la cultura baganda, algunas mujeres han transformado el silencio en un acto poderoso. Por ejemplo, la institución de ssengas enseña a las mujeres que es mejor preguntar y proponer durante las relaciones sexuales, y subraya la conexión entre las expectativas y las elecciones personales; lo que demuestra cómo el entorno cultural da forma a la percepción de las acciones y capacita a las personas para redefinir los roles tradicionales de manera significativa.
Actualmente, Jane aborda el tema del sexo con sus hijos de manera singular. Habla abiertamente con ellos sobre sexo y abuso, y los alienta, junto a su esposo, a conversar sobre sus cuerpos y relaciones.
Cree fervientemente que la mejor manera de enseñar es con el ejemplo. Ella y su pareja comparten un vínculo fuerte y entablan conversaciones sobre el bienestar de sus hijos y su futuro como familia con frecuencia. «Estamos dándole otra forma a los roles de género y educando a nuestros niños sobre cómo deben colaborar los hombres y las mujeres en el matrimonio», cuenta Jane entusiasmada.