Esta publicación de Regina Pasipanodya se publicó originalmente en Minority Africa. Global Voices reproduce una versión editada en virtud de un acuerdo para compartir contenidos.
Una noche de noviembre de 2023, Mercy Matovera escapó de la implacable brutalidad que reinaba entre las paredes de su casa. Llevaba mucho tiempo soportando los frecuentes ataques de ira de su marido y los golpes físicos que le propinaba dos o tres veces por semana.
Pero aquella fatídica noche, Matovera llegó a su límite. Desesperada por protegerse y proteger a su hija de nueve meses, que llevaba amarrada a la espalda, emprendió un peligroso viaje en busca de refugio. A medida que avanzaba por el polvoriento camino, su corazón se aceleraba con la adrenalina.
«Cuando vi la luz de una linterna a través de la ventana de una de las casas cercanas al sendero, me detuve rápidamente y caminé hacia la casa», relató Matovera.
Llamó a la puerta con la esperanza de encontrar refugio, pero la dueña de la casa se negó a abrirle la puerta a «extraños». En lugar de eso, la instó a que buscara ayuda en otra parte, a que probara en otra puerta y así tal vez encontraría alguien dispuesto a ayudarla.
Por suerte, Matovera encontró esa casa. Era una casa con una puerta morada. «Detrás de esta puerta (morada), encontré a una señora de mediana edad que, sin dudarlo, me pidió que entrara y me ofreció un vaso de agua para beber», recordó Matovera. «Me dijo que se llamaba Melody Nyakudanga, una de las ancianas de la comunidad».
Nyakudanga, de 65 años, es una de las ancianas de Epworth, una comunidad periurbana a unos 17 km del distrito financiero central de Harare, Zimbabue. La anciana le dio comida y un lugar donde dormir a Matovera. «Me aseguró que todo iba a estar bien», relató ella.
En Zimbabue, la violencia de género, que engloba tres categorías principales (violencia en la pareja, abusos sexuales y matrimonio infantil) sigue siendo una epidemia silenciosa que afecta especialmente a las mujeres casadas. Según el Fondo de Población de Naciones Unidas (UNFPA por su nombre en inglés), aproximadamente una de cada tres mujeres de Zimbabue de entre 15 y 49 años han sufrido violencia física, mientras que una de cada cuarto ha enfrentado violencia sexual desde la adolescencia.
Las estadísticas indican que los casos de la violencia de género en Zimbabue han aumentado. En 2013 y 2016 se denunciaron 5717 y 8069 casos de violación, respectivamente.
Los informes de ZIMSTAT revelan que entre enero y diciembre de 2023 se registraron más de 8907 casos de maltrato doméstico en todo el país.
El portavoz de la Policía Nacional, el comisionado adjunto Paul Nyathi, instó a las comunidades a seguir dando crédito a los problemas de paz y tranquilidad en las familias, ya que por la violencia se han perdido vidas, y algunas mujeres han llegado a suicidarse por falta de apoyo.
«Cuando las parejas tienen problemas, solo el compromiso y las conversaciones pueden resolver las diferencias. En esos círculos en los que vivimos, ayudémonos mutuamente y resolvamos los asuntos sin violencia», mencionó a Minority Africa.
Chipo Tsitsi Mlambo, de la Fundación RhoNaFlo, centro de atención al parto seguro y de calidad, es una de las pioneras de la iniciativa comunitaria Puerta Morada y cree que las normas sociales desempeñan un papel fundamental en la perpetuación de la violencia de género.
«Según nuestras creencias africanas, a las niñas se las educa en la creencia de que no deben cuestionar ni desafiar ningún comportamiento de sus maridos», afirmó Mlambo. «Se les enseña y anima a soportar el dolor en silencio para proteger los lazos conyugales, lo que convierte en tabú e irrespetuoso denunciar parejas abusivas a la Policía», señaló.
La violencia de género está arraigada en las normas culturales y las estructuras sociales, especialmente la violencia en la pareja, y suelen utilizarla los hombres para mantener el control sobre las mujeres dentro del matrimonio, y por lo general, las sobrevivientes no solo llevan cicatrices físicas, también heridas emocionales que persisten a lo largo de toda su vida.
En 2022, para romper este ciclo de silencio, Mlambo, en colaboración con mujeres mayores de Epworth que durante años han visto y vivido con este dolor, creó la iniciativa Puerta Morada, en la que identifican a personas fuertes y amables para que ofrezcan refugio a mujeres y niñas desesperadas que sufren violencia de género.
Según ella, el color morado significa un espacio seguro para cualquier mujer que necesite apoyo en momentos desesperados en los que sufra abuso.
«Para mí, Epworth es una comunidad donde las niñas se casan muy jóvenes por la pobreza. Si le preguntas hoy a una joven si puede denunciar cualquier abuso a la Policía en caso de necesitarlo, te dice que no, que no puede porque la mayoría teme a la Policía Quizá sea por la edad, son niñas», expresó.
«Al trabajar con la comunidad, decidimos formar a defensores de la propia comunidad para que se conviertan en el primer contacto en caso de necesidad para las mujeres agredidas, y deseamos introducir esta iniciativa en otras zonas del país», indicó.
Alous Nyamazana, director de Fathers Against Abuse, organización que trabaja para combatir el abuso al involucrar a padres y jóvenes, declaró que los problemas de violencia de género requieren una acción y una concientización colectivas, y felicitó a los pioneros de la iniciativa Puerta Morada.
«Es hora de empoderar a las sobrevivientes y de enfrentar normas dañinas y fomentar un entorno más seguro para todos», sostuvo.
Nyakudanga coincide: «Como alguien que vive en esta comunidad desde hace más de 30 años, he visto lo peor, que las mujeres llevan una vida miserable a manos de sus maridos. La mayoría de las mujeres son dependientes; no pueden valerse por sí mismas, teniendo en cuenta que se casan incluso antes de terminar la escuela».
Además, Nyakudanga explica que la situación era tan mala que cuando Mlambo debatió la idea de la iniciativa de la Puerta Morada, los ancianos de la comunidad aceptaron inmediatamente y pintaron sus puertas de morado para simbolizar un espacio seguro.
«Ahora, la mayoría de la gente de mi zona sabe que detrás de cada puerta morada hay alguien dispuesto a ayudar cuando enfrentan cualquier forma de abuso», agregó.
Según Mlambo, una vez que las víctimas llegan al lugar de socorro (hogar con puerta morada), tienen un lugar donde vivir durante un máximo de siete días y reciben terapia de defensores formados. Si es necesario, los defensores las acompañan a denunciar sus casos a las Unidades de Ayuda a las Víctimas de la comisaría.
«Sin embargo, un problema que hemos enfrentado es que cuando las víctimas deben denunciar el caso a la Policía, las mujeres dudan y dicen que no pueden hacer que detengan a sus maridos», comentó Nyakudanga. «En estos casos, nos ponemos en contacto con los padres de la pareja e intentamos resolver sus problemas para que puedan convivir en paz», aclaró.
Nyakudanga añade que este enfoque ha salvado muchos matrimonios, y que también ha visto cómo algunos maridos cambian de actitud.
En el caso de Matovera, ahora ha vuelto con su marido. «Hemos estado yendo a sesiones de terapia en casa de Nyakudanga y puedo notar que ha cambiado su comportamiento. Es algo prometedor», afirmó.
Se han cambiado algunos nombres para proteger las identidades.