Este artículo de Weam Al-Bashir se publicó originalmente en Raseef22 el 19 de marzo de 2024. Global Voices reproduce una versión editada como parte de un acuerdo de intercambio de contenido.
Recientemente, encontré una mía foto de cuando era bebé. En el reverso, con la letra de mi padre decía: «Nuestra hija es azul». Planeaba enviarla a sus hermanos en Sudán con un peregrino que regresaba de La Meca, junto con una carta que anunciaba la llegada de su nueva «niña azul».
Una persona puede nacer blanca o negra, con algunas diferencias y variaciones. Algunos privilegios llegan para primeros, mientras los segundos enfrentan complicaciones. En varios países del Golfo y levantinos, los árabes negros aún enfrentan niveles inferiores de ciudadanía, los estigmatizan como descendientes de antiguas migraciones africanas o de siervos y esclavos.
A la gente de Sudán, país africano con diversas tribus y razas mezcladas, se la considera «negra» a ojos del mundo. En el diccionario, el nombre del país pasó a ser el plural de «negro» (aswad) en árabe. Curiosamente, ¡los sudaneses rara vez usan el término «negro» describir el color de la piel!
Solo se refieren a las berenjenas como negras, así que una versión sudanesa de baba ghanoush se conoce como «ensalada negra». En cuanto al color de la piel, los sudaneses exhiben hasta cincuenta tonos de negro.
El caleidoscopio de colores de piel de Sudán
A los sudaneses con piel extremadamente clara se les llama «rojos», en referencia a los tonos rojizos que a veces presentan las personas de piel extremadamente clara. También pueden ser llamados «halabis«, en referencia a la ciudad de Halab en árabe (Alepo), por sus orígenes sirios. La descripción es general, aunque los orígenes difieran, e incluye a los sudaneses de ascendencia egipcia, así como a los de piel clara y pelo oscuro.
Luego, están los sudaneses «amarillos», ¡que no deben ser confundidos con signos de ictericia! Este término se refiere a aquellos cuya piel blanca tiene un matiz amarillento, similar al tono predominante en los habitantes del Golfo. Esta tonalidad a menudo viene acompañada de los privilegios asociados a la piel blanca y se ajusta a los estándares occidentales de belleza, en comparación con los «halaibis», en referencia a la ciudad de Halaib. Los sudaneses «amarillos» se consideran de origen sudanés más puro.
Otro matiz es el «vino» o «trigo», tonos más claros de piel morena. A medida que la melanina aumenta, el color de la piel se torna «verde». En Sudán, el término «verde» no es solo el color de extraterrestres y plantas. A menudo se oye decir: «Su verdor es refrescante», oor decir que la piel oscura es radiante, como una fruta madura..
Y luego están los sudaneses «azules», que a diferencia de los pitufos, no son azules, sino azul muy oscuro, como la medianoche o el cielo estrellado de Vincent van Gogh con sus toques azules. En Sudán, como en tantas otras partes del mundo, aquellos con piel «azul» pueden tener algunos privilegios, y también ser víctimas de discriminación y racismo.
Es común escuchar que a una persona «azul» se les llame «abed«, palabra árabe que significa «esclavo», y que como la palabra con N de los estadounidenses, es sumamente despectiva. También se comentan en voz baja comentarios sobre la ascendencia árabe de los sudaneses «azules», que analizan rasgos como la forma de la nariz o lo rizado del cabello, rasgos que algunos sudaneses consideran pruebas genéticas raciales correctas.
Algunos rastrean el linaje de los sudaneses «azules» con tribus específicas y países africanos vecinos, en un intento de demostrar su arabidad pura. A los matrimonios interraciales, o cualquier desviación de las normas sociales, se les rechaza y son objeto de comentarios sarcásticos en voz baja: «¿Cómo puede una chica árabe casarse con un abed?»
Ecos de la identidad social
La sociedad sudanesa se aferra al arabismo y al linaje supuesto de los antiguos califas árabes. Es común preguntar por la tribu de un sudanés, y no es extraño que los jóvenes instruidos busquen una novia que cumpla solamente con «blanca y de pelo largo».
Sujetos a los estándares de belleza occidentales, algunas chicas recurren a medicamentos con cortisona. Estos fármacos reducen la producción de melanina y causan retención de líquidos, por lo que dan un aspecto «refrescante». El uso de productos blanqueadores y exfoliantes se considera esencial para la mayoría de las chicas en edad de casarse.
A mis padres se les considera de piel clara, mi hermano mayor es de tono trigueño y mi hermana, amarilla. Yo, en cambio, fui una sorpresa genética. Me considero «verde» o, como lo expresó mi padre en una nota no enviada, «azul».
Debo el color de mi piel a mis padres, así que me niego a utilizar los filtros de belleza tan comunes en las plataformas de medios sociales.
Un día volví a casa de la escuela con un boletín de calificaciones sobresalientes, llorando porque una compañera saudita «amarillo» me llamó «abda«. Mi madre me consoló, me aseguró que la niña estaba celosa de mi éxito académico, de mis hermosos ojos, mis cejas finas y mi larga melena.
Crecí creyendo que era bonita. Valoraba mi cabello y nunca me lo cortaba. Considero que mis ojos son hermosos, aunque nunca he escuchado este cumplido de nadie más que de mi madre. He mantenido mis cejas delgadas, les doy forma regularmente y me niego a usar productos blanqueadores, ignoro las sugerencias de las mujeres de mi familia.
Así que puedo ver más allá de lo que piensan los casamenteros. O de un profesor universitario, que insistía en llamarme «Chocolate» en lugar de usar mi nombre (sonreía a regañadientes y le recordaba mi nombre cada vez), y a una transeúnte en Egipto que, con cariño, me dijo una vez: «Pero todos tienen un corazón blanco y hermoso», como si eso pudiera compensar nuestra piel oscura.
Todos somos mucho más que la concentración de melanina en nuestra piel, y eso no debería determinar nuestro privilegio ni nuestra inferioridad, bajo ninguna circunstancia.
No afirmo que entiendo completamente los prejuicios y la discriminación racial que han enfrentado los sudaneses «azules» a lo largo de los años, pero mi experiencia como una minoría oscura en un país del Golfo, o como hija «verde» de padres «amarillos» me ha dado una perspectiva y una convicción que espero puedan ayudar a superar estigmas improductivos.
Espero sinceramente que, después de que nos recuperemos de esta guerra, podamos deshacernos del legado de privilegios raciales y tribales del antiguo régimen, que permitió el exterminio de tribus en el oeste y el sur de Sudán. A veces siento que las autoridades de Jartum están pagando el precio de su silencio sobre los acontecimientos en Darfur, mientras el mundo observa en silencio. Y son los ciudadanos comunes quienes más sufren, enfrentan las graves repercusiones de la agitación interna y del escrutinio internacional.