Por qué debo escribir sobre Amarah Lalitte, niñita brutalmente asesinada en Trinidad

Imagen destacada vía Canva Pro.

La noche del 8 de abril, en una casa en Arouca, localidad situada en el corredor este-oeste de Trinidad, encontraron decapitada a la pequeña Amarah Lallitte, de cuatro años. Poco antes, su madre había salido corriendo de casa a la estación policial más cercana para reportar que la había atacado su pareja, que no es el padre biológico de Lallitte.

La madre, según informa, intentó llevarse a su hija. “Ella pensó que estábamos jugando, así que se reía. Cuando la llamé para que viniera, no venía. Simplemente se quedó en la cama, por lo que no tuve opción. Tuve que intentar soltarme del hombre e ir a la estación con la esperanza de que la Policía llegara a tiempo para salvarla [a la niña]”, explicó al periódico Trinidad and Tobago Newsday.

La escena fue tan traumática que incluso los policías experimentados tuvieron que recibir asesoramiento psicológico, al igual que los familiares de la niña y los vecinos de la familia.

Gran parte de lo que se habló en línea acerca del asesinato de Lalitte se centró en dar información de los principales medios. También exploraron las razones por las que el padre biológico de la pequeña no estaba presente, lamentaron que el mal se esté apoderando del país e insinuaron que debería volver la pena de muerte.

Trinidad y Tobago es el único país angloparlante del Caribe que mantiene la pena de muerte, aunque no ha habido ninguna ejecución por asesinato desde 1999. Se han realizado numerosos estudios que debaten si la pena de muerte disuade o no de cometer crímenes violentos. Organizaciones de derechos humanos como Amnistía Internacional afirman que no es así, mientras que otros no han podido llegar a una conclusión clara.

Con su población de aproximadamente 1.5 millones, la tasa de delincuencia violenta en Trinidad y Tobago es alta. En 2022, World Population Review clasificó al país como el tercero en el mundo en términos de tasas de homicidios per cápita, superado por otros dos países caribeños: Jamaica y San Vicente y las Granadinas. Es más, 2022 fue señalado como el año con la mayor tasa de homicidios en la historia local: hubo 605 asesinatos, pero solo se acusó de asesinato a 89 personas, lo que representa una tasa de resolución de apenas el 12,4%. En 2023, la situación de Trinidad y Tobago solo había mejorado ligeramente: según Statista, ocupaba el décimo lugar en su lista de los países más peligrosos del mundo por tasa de homicidios.

Si se analizan las causas de los homicidios, la situación parece igual de desalentadora. En 2017, por ejemplo, hubo 494 homicidios y un poco más del 10% de las víctimas eran mujeres. De ese 10%, prácticamente todas (casi el 83%) habían sido asesinadas por su pareja. Durante la pandemia de COVID-19, los casos de violencia doméstica se volvieron más frecuentes. El impacto que este comportamiento puede tener en los niños fue motivo de preocupación, ya que es un hecho bien documentado que “el riesgo de daño grave por violencia doméstica y familiar recae de manera desproporcionada en mujeres y niños».

El artículo 3 de la Declaración Universal de los Derechos Humanos de Naciones Unidas garantiza el derecho a “la vida, la libertad y la seguridad de la persona”. No obstante, muchas mujeres en Trinidad y Tobago (y en toda la región) ven negado ese derecho y, en casos como este, también se les niega a sus hijos.

Es un problema que se ha estado gestando desde hace algún tiempo. En 2014, usuarios de redes sociales en el Caribe cuestionaron si las actitudes de la sociedad y la legislación contra la agresión sexual estaban contribuyendo a una “cultura de la violación” regional. En 2016, la región se vio forzada a afrontar su actitud hacia las mujeres; sin embargo, la primera víctima de asesinato en Trinidad y Tobago en 2017 fue una escolar. Durante tres años consecutivos (2020, 2021 y 2022) la violencia de género siguió siendo un problema urgente.

Como país, Trinidad y Tobago ha marchado contra la violencia de género en el Día Internacional de la Mujer, ha organizado actos públicos en memoria de las víctimas de femicidio, ha intentado dar explicaciones a algunas de las causas de este problema tan complejo, ha denunciado la culpabilización de las víctimas y la violencia contra los niños, ha identificado conexiones entre la violencia de género y el maltrato infantil, y ha intentado usar el humor para crear conciencia y cambiar la perspectiva de las personas.

Los ciudadanos han estado presionando constantemente para que se actúe al respecto, han transferido la responsabilidad de las mujeres a los hombres, han sugerido medidas tangibles para hacer que las mujeres estén más seguras, y han dicho: “Ya basta”. Han planteado preguntas importantes (muchas de las cuales siguen sin respuesta) a tal punto que «a veces hasta las palabras parecen inútiles«.

El problema sigue siendo encontrar una manera de frenar la violencia. ¿Cómo podemos poner fin a la prevalencia y aceptación, o el estoicismo de esto, en torno a la violencia doméstica en Trinidad y Tobago?

Muchas organizaciones no gubernamentales, que han estado haciendo este trabajo con bajos presupuestos durante mucho tiempo, pueden responder esta pregunta mucho mejor que yo. Sin embargo, desde una perspectiva periodística, me gustaría basarme en la opinión de la corresponsal veterana Christiane Amanpour, que cree que el reportaje debe «ser veraz, pero no neutral». Llegó a esa conclusión cuando informó sobre el genocidio en Bosnia, pero afirma que ese enfoque «se aplica a todo», no solo a «graves violaciones de derechos humanos». No obstante, ¿no son los niveles de violencia que estamos viendo actualmente (como nación y como región) precisamente eso?

Para llevar un paso más allá la postura de Amanpour sobre la verdad, el papel del periodista veraz debe ser más que un testigo. Si es la verdad la que se está revelando, sin planificaciones ni intereses, entonces una consecuencia natural de eso debe ser generar un cambio en la defensa de esa verdad.

En primer lugar, está la defensa. Debemos contar las historias y hacerlas visibles. La educación es fundamental, ya que potencia el impacto del trabajo que ya se está haciendo. ¿Cuánto más efectivas podrían ser nuestras organizaciones no gubernamentales si trabajaran juntas y colaboraran con agencias estatales, comunidades, instituciones educativas e incluso religiosas en una campaña nacional contra el abuso doméstico? Si identificamos qué organizaciones están logrando avances sólidos, las financiamos para que puedan hacer más y las conectamos con otras para potenciar el esfuerzo comunitario, sospecho que los pequeños pasos pronto se convertirán en grandes avances.

Las personas comenzarían a hablar más abiertamente de cómo se ve la violencia de género y cuáles son las señales de alerta. Al poner nuestro arraigado chismorreo al servicio del bien, posiblemente se podrían evitar muertes innecesarias. Con suerte, las personas se volverían más conscientes de cómo obtener apoyo y sentirían menos vergüenza al pedirlo. Los programas de alfabetización y talleres para desarrollar habilidades de manejo de ira ya han tenido buenos resultados. ¿Cuánto bien podrían generar si recibieran los recursos necesarios para expandirse?

Que nuestros niños y jóvenes socialicen es clave para romper este ciclo. Esto comienza con las familias, independientemente de cómo sean: nucleares, ampliadas, mixtas o fracturadas. Como sociedad, debemos encontrar formas de entrar en los hogares y brindar la ayuda necesaria. En algunos casos, esto podría comenzar con apoyo económico. Otras situaciones podrían requerir asistencia social o asesoría para cambiar mentalidades y entregarles a las personas estrategias de afrontamiento tangibles.

Los talleres de crianza también son realmente necesarios. Es hora de restablecer visitas domiciliarias de enfermeras comunitarias y asistentes sociales, incluso visitas fortuitas con el método de «cliente misterioso», para poder evaluar mejor qué hogares tienen problemas de abuso doméstico e infantil. Este marco es fundamental para el adecuado funcionamiento de los servicios sociales estatales y podría aliviar la carga de trabajo de la Unidad de Apoyo a Víctimas y Testigos del Servicio de Policía de Trinidad y Tobago pues ayudaría a evitar ataques.

¿Podría el Gobierno aprovechar mejor a los expertos en su población? ¿Podrían asignarse, por ejemplo, psiquiatras, psicólogos, consejeros y expertos en salud mental del sector privado para ayudar a diferentes comunidades y, a cambio, recibir beneficios fiscales? ¿Podría esta iniciativa extenderse a personas como instructores de yoga, amantes de la naturaleza, músicos, artistas y otros trabajadores culturales? Aprovechemos los recursos que tenemos a nuestra disposición para crear un país en el que todos nos sintamos seguros viviendo.

La lacra de la corrupción debe abordarse de manera concreta. Si no hay consecuencias para comportamientos ilegales, nuestros sistemas seguirán deteriorándose hasta convertirse en simples fachadas. Nuestro sistema judicial debe optimizarse urgentemente para ser realmente equitativo. No obstante, esto no significa que no haya habido esperanza en medio de la desgracia.

La ley de evidencia, por ejemplo, ha sido actualizada para permitir enfoques más modernos en la recolección de evidencia en juicios penales. Además, el recién presentado Plan de Acción Estratégico Nacional para acabar con la violencia de género y sexual enfatiza fuertemente la prevención y protección de sobrevivientes, así como en el enjuiciamiento de los agresores. En el presupuesto nacional 2023-2024 del país, el desarrollo social fue el cuarto sector más financiado.

Por último, y quizás lo más importante, cambiar una cultura requiere innovación, compromiso, diligencia e implementación constante para que se arraigue. Todos somos responsables de nuestros hermanos y hermanas. Tal como dice un dicho local, «cuando la casa de tu vecino está en llamas, moja la tuya». ¿Seguiremos haciendo la vista gorda mientras las cosas se encaminan hacia el desastre solo para después lamentarnos por la tragedia hasta que vuelva a suceder? ¿O finalmente despertaremos, nos daremos cuenta de que ningún partido político ni héroe de acción vendrá a tomar responsabilidad por nosotros mismos?

Para liberarnos de este embrollo, debemos aprovechar cada oportunidad para participar respetuosa y responsablemente en nuestra sociedad, desde arriba hacia abajo y desde abajo hacia arriba. Nuestras mujeres y niños no merecen menos que eso. Cuando lo hagamos, sospecho que la necesidad de escribir sobre historias tan desgarradoras disminuirá y, que en los casos en que debamos hacerlo, se sentirá mucho menos desesperante.

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