Grace Nyarangi decidió trabajar en la industria sexual cuando tenía poco más de 18 años. En sus primeros años consiguió mantener a sus hijos, llevar comida a la mesa y cubrir todas sus necesidades únicamente con sus ganancias.
A pesar de la reacción negativa y el estigma que enfrentó de su familia y comunidad cuando descubrieron la profesión que había escogido, Nyarangi se mantuvo firme.
«Después de dar a luz y de que me abandonó mi pareja, luché por conseguir un empleo, pero no lo logré», cuenta. «Fue entonces cuando me decidí por este trabajo».
Sin embargo, a medida que pasaba el tiempo, sus ingresos como trabajadora sexual comenzaron a disminuir.
Nyarangi, que hoy también trabaja en la Alianza Africana de Trabajadores Sexuales (ASWA), con sede en la ciudad de Kisumu, afirma que en Kenia las trabajadoras sexuales de más edad enfrentan dos retos formidables: la tecnología y la discriminación por edad.
«A los hombres les gustan las mujeres jóvenes o, simplemente, que parezcan jóvenes. Mi apariencia aún me brinda clientes porque, comparada con mis compañeras de la misma edad, luzco más joven. Pero no es nada comparado con cuando era joven, tenía clientes dispuestos a pagar todo lo que pedía, pero ahora las cosas cambiaron», dice Nyarangi, y añade, «tengo competencia».
Según Nyarangi, que ahora tiene más de 40 años, el trabajo sexual en línea tuvo una importante expansión durante y después de la pandemia, lo que puso a las trabajadoras sexuales en desventaja. Muchas no tenían conocimientos capacidades conocimientos necesarios para aprovechar la tecnología y ampliar su clientela.
«Nuestras compañeras más jóvenes se han adaptado a reunirse con clientes en línea, lo que les da comodidad y privacidad. Como las trabajadoras sexuales mayores no saben usar redes sociales para conectarse con clientes, se han visto afectadas desproporcionadamente. Muchas no tienen acceso a teléfonos inteligentes, por no hablar de los conocimientos necesarios para usarlos», explica Nyarangi.
Nancy, de 46 años, ha trabajado en el sector más de 12 años, y revela las dificultades económicas que enfrenta. A menudo lucha por reunir 50 chelines (0,38 dólares) para pagar a la Policía un espacio comercial llamado Kiwanja, que se traduce aproximadamente como «campo» en las regiones costeras de Kenia.
Por desgracia, quienes no pueden pagar el soborno o no son suficientemente atractivas a los policías se ven obligadas a cerrar su local por el día.
«Como mujeres mayores, a veces nos vemos obligadas a ofrecer servicios gratuitos a cambio de un espacio comercial», dice Nancy:
“Kabla uruhusiwe kufanya biashara, lazima polisi apate kitu ndio akuruhusu kusuburi biashara
«Antes de que te dejen hacer negocios, primero tienes que sobornar al policía».
Para atraer clientes, Nancy admite que ha tenido que rebajar los precios de las trabajadoras sexuales más jóvenes, lo que es injusto, según dice.
«Incluso he recurrido a blanquearme la piel y otros tratamientos para lucir más joven pero, aun así no puedo ganar tanto como en mis primeros años», dice. «De joven, podía ganar más de 10 000 chelines (76 dólares) diarios con un solo cliente o más, especialmente de clientes blancos».
La alianza ASWA se formó en 2009 en Sudáfrica con miembros de más de 35 países, con el objetivo de que no se estigmatice el trabajo sexual y se despenalice.
ASWA se dedica enseñar a las trabajadoras sexuales diversas habilidades. Las primeras sesiones de formación de la organización son para desarrollar capacidades de las trabajadoras sexuales en África. En 2022, el donante de ASWA propuso un cambio en el plan de estudio: un modelo para dar seguimiento al crecimiento y desarrollo de las trabajadoras sexuales que han integrado el programa durante ocho años.
Actualmente, ASWA está poniendo en práctica el segundo módulo del programa, la Academia de Liderazgo para Trabajadores Sexuales de África (ALESWA), que busca fortalecer a las trabajadoras sexuales para defender sus derechos en espacios internacionales de defensa, y tratar dificultades que afectan a la profesión, como la prevención del VIH/sida.
Hasta ahora, más de 500 trabajadoras sexuales jóvenes se han beneficiado con la organización. Sin embargo, dado el impacto que está logrando, su módulo aún se centra en desarrollar capacidades de liderazgo en las trabajadoras sexuales jóvenes, lo que deja de lado a la generación de trabajadoras mayores.
«Nuestros programas son principalmente para las trabajadoras sexuales jóvenes, pero nos dimos cuenta de que a la generación mayor la están ignorando, y su ausencia ha tenido un costo», afirma Nyarangi.
La Alianza de Trabajadoras Sexuales de la Costa, organización coordinadora que atiende las necesidades de las trabajadoras sexuales de la costa keniana, se vio obligada a llevar sus operaciones en línea. La organización tuvo que adaptar sus programas para ser virtuales y ayudar a frenar la propagación del virus del COVID-19.
Según Elizabeth Atieno, promotora de salud en la organización, las trabajadoras sexuales de mayor edad han desempañado un papel fundamental y activo en la lucha por los derechos de mujer, contribución que a menudo no se reconoce, a pesar de las dificultades mencionadas anteriormente.
También añade que la creciente división de las trabajadoras sexuales por su edad afecta sobre todo a sus hijos.
«Lamentablemente, por la pobreza, los hijos de trabajadoras sexuales se unen al sector para asumir el papel de proveedores», explica Atieno. «En algunos casos, los hijos tienen que cuidar y ayudar económicamente a un padre enfermo, lo que impacta negativamente su salud mental».
«La falta de un plan de protección social entre trabajadoras sexuales pone a sus familias en el interminable ciclo de la pobreza, e inevitablemente, sus hijos podrían sufrir el mismo destino», continúa.
Atieno además explica que el problema empeora por la preferencia de los donantes de favorecer a las trabajadoras sexuales jóvenes con capacitación, mientras ignoran a las mayores.
Nyarangi coincide y afirma que los donantes deberían invertir recursos en dotar a las trabajadoras sexuales de mayor edad con habilidades que les permitan mantener a sus familias con mayor facilidad.
«Como organización, esperamos poder crear programas para tratar las necesidades de las trabajadoras sexuales mayores y jóvenes», afirma.
Atieno señala que la salud económica de las trabajadoras sexuales de edad avanzada ya está empeorando, principalmente por su edad y aspecto físico. Esta situación supone un riesgo para su salud mental. La mayoría de estas mujeres son el único sustento de sus familias y están obligadas a proveer sus hogar, pagar escuelas y dar alojamiento.
Además, las trabajadoras sexuales mayores prefieren mantener relaciones sexuales sin protección para ganar más, lo que las expone al riesgo de contraer VIH/sida.
Kazi ya condom hailipi!
«Usar preservativo no es bien pagado», dice Nyarangi.
«Prefieren vender sexo sin preservativo porque cobran muy poco, tan solo tres dólares, pero pueden negociar dos dólares más cuando venden sexo sin condón», afirma Atieno. «Además de esto, por el estigma y violencia en su contra, la generación mayor de trabajadoras sexuales rara vez busca ayuda médica luego del riesgo de exposición por diversas razones».
En la actualidad, a pesar de las dificultades que sufren las trabajadoras sexuales de más edad, incluidas las ramificaciones de la criminalización de esta profesión en Kenia —como los asesinatos sin resolver de muchas colegas, las discapacidades permanentes y mutilaciones—, Nyarangi sigue en el sector. Sin embargo, solo trata con pocos clientes habituales.
«Temo por las jóvenes/trabajadoras sexuales que empiezan en este trabajo y no saben cómo detectar señales de alerta ni consejos de seguridad, porque los asesinatos de trabajadoras sexuales están aumentando», dice Nyarangi.
En cuanto a sus planes, dice, «casarse después de trabajar en esto es difícil por el prejuicio. La mayoría de las mujeres piensan que podrían conseguir un hombre que las mantenga cuando se jubilen, pero eso es casi imposible».
«Pero mientras tanto, espero que algún día, el trabajo sexual sea reconocido como trabajo», añade Nyarangi con una sonrisa optimista.
Algunos nombres fueron cambiados para proteger las identidades.