Este relato es de Dana Bsaiso y se publicó originalmente en We Are Not Numbers el 15 de mayo de 2024 como una narración personal durante los incesantes bombardeos de Israel en Gaza. La historia no está editada: es un testimonio sin filtros de una testigo de la guerra, y se reproduce en Global Voices en virtud de un acuerdo para compartir contenido.
Es de conocimiento común que el duelo tiene cinco etapas: negación, ira, negociación, depresión y aceptación. Puedes pasar por todas las etapas en un mismo día, o te puede tomar meses, incluso años, pasar de una a la otra.
Cuando el duelo se convirtió en mi más fiel compañero tras la muerte de mi papá, Salem, en diciembre de 2020, pensé que sería lo más difícil que tendría que afrontar.
No tenía ni idea de lo que se avecinaba. Jamás hubiera imaginado que estaría de luto por mi vida entera también.
La lista de las personas y las cosas por las que lloro crece cada día más. Hoy es por mi padre, por mi amigo Mohammed Zaher Hamo, por mi hogar abandonado, por mi ciudad desierta y por mí misma.
Sufro por 14 kilómetros
Catorce kilómetros.
Durante mis días de desplazamiento forzado en el campo de refugiados de Nuseirat en la Franja de Gaza central, la distancia entre mi hogar en la ciudad de Gaa y yo era de solo 14 kilómetros. Revisaba con regularidad esa distancia que me separaba de casa. Todo el tiempo, Google Maps indicaba que eran 14 kilómetros. Anhelaba el día en que, cuando buscara la ubicación de mi casa en Google Maps, el punto azul me mostrara que ya estaba allí.
Desde el 13 de octubre de 2023, el día del desplazamiento, he dormido todas las noches en el suelo sobre un delgado colchón de algodón y me he soñado en mi habitación, durmiendo en mi cómoda cama.
Soñaba con reducir esos 14 kilómetros y llevarlos a cero.
Añoraba mi cama, mi edredón carmesí, los cuadros bordados en la pared y la bellísima guirnalda de luces que iluminaba mi habitación por las noches.
Me preguntaba qué le pasó a la ropa lavada que estaba secándose en la rejilla desde el 12 de octubre; ¿se cayó al suelo a fuerza de bombas israelíes y ahora necesita otro lavado? ¿La comida en la heladera se ha podrido porque no hay electricidad?
Y las botellas que llenamos con mi hermana Lama, luego de que el ministro de defensa israelí, Yoav Gallant anunció el asedio total de Gaza el 9 de octubre: «Ordené un asedio total sobre la Franja de Gaza. No habrá electricidad, ni alimentos, ni gas, todo está cerrado». ¿Alguien habrá saciado su sed con esas botellas?
«Estamos luchando contra animales humanos y actuamos en consecuencia», declaró Gallant. ¿Pero los animales no necesitan agua y comida, también?
Cuando estas horribles preguntas se me cruzaban por la mente, apagaba de inmediato mi cabeza. Muy dentro de mí, no lo quería saber: quería que mi hogar (al menos en mis pensamientos) se quedara tal cual lo había dejado.
No había tiempo para llorar.
Para sobrevivir, tenía que reprimir cualquier emoción y pensamiento.
El 24 de noviembre de 2023 recibí la noticia de la muerte de mi amigo Mohammed Hamo a causa aviones de guerra israelíes. A pesar del impacto, no derramé ni una lágrima.
Tenía que negar esos fuertes sentimientos de pérdida si quería sobrevivir. Tuve que acordarme de los mensajes de texto con alegres bromas que Mohammed mandaba en medio del genocidio para sentir que seguía ahí.
373 kilómetros
Recientemente, tuve la suerte de poder evacuar Gaza e ir a Egipto junto con mi familia. Sin embargo, la salida tuvo un gusto agridulce.
Al-hamdulilah (gracias a Dios) ya no estoy expuesta a las cañoneras, a los bombardeos masivos y a los destructivos tanques. Y sin embargo, extraño muchísimo mi casa.
Ahora la distancia entre mi hogar y yo es de 373 kilómetros.
Ahora debo sufrir por 373 kilómetros.
Mientras deseaba que se redujera la distancia, se agrandó.
Durante mi tiempo en Nuseirat, los tanques israelíes que causaban estragos en la zona de Netzarim, al norte de la Franja de Gaza, servían como barrera. Hoy en día, la lista de barreras ha crecido.
Actualmente, para llegar a casa hay que hacer un recorrido muy largo en auto hasta el Paso de Rafah, pasar tiempo ahí, una hora hasta llegar al recién establecido puesto de control militar israelí en Netzarim, y luego 20 minutos.
Sin embargo, es imposible hacer este viaje, pues los gazatíes tienen prohibido volver al norte de la Franja de Gaza. Si vuelven, los soldados israelíes les dispararán y los matarán.
Imagina que te prohíban volver a tu hogar. Ahora sí, lloro.
La pura e intensa emoción que explotó en mi interior tras llegar a Egipto me dejó perpleja. A pesar de ser vieja amiga del duelo, no estaba preparada para esto.
Un día, mientras chateaba por WhatsApp con un grupo de amigos, uno envió un sticker que a Mohammed le encantaba, junto con la frase: “El sticker de Mohammed. Allah yerhamo (Que en paz descanse)”.
Caí en la cuenta en ese mismo momento de que Mohammed ya no estaba entre nosotros y lloré.
Lloré por Mohammed, por mí, por mi hogar abandonado y por todas las personas que perdí.
Ahora, siempre que pienso en Mohammed, se me viene a la cabeza una cita de John Green: «Algunos infinitos son más grandes que otros». Mohammed, una luz de esperanza, nos dio a todos sus amigos un «para siempre» dentro de los días numerados que pasó con nosotros. Y por eso estoy eternamente agradecida.
Mi calle en la ciudad se volvió gris
Una noche estaba mirando historias de Instagram y revisando las noticias más actuales de Gaza, cuando una fotógrafa que está en el norte de la región publicó un video de la calle de mi casa.
Al principio no la reconocí. Le faltaba color: los escombros y desechos la habían vuelto grisácea.
Se me rompió el corazón.
No podía imaginar que lo que antes fue un lugar brillante, vivaz y enérgico se hubiera convertido en polvo y cenizas.
¿Cómo se volvió gris el azul del mar? ¿Cómo se sofocó así el aire? ¿Cómo es que mi vida entera se transformó en algo arrugado, en un abrir y cerrar de ojos?
Lloré ante las imágenes. Si la calle era ese desastre, ¿qué había ocurrido con las casas que habían quedado? ¿A mi casa?
¿Mi edredón carmesí se habrá vuelto gris? ¿O sigue siendo carmesí, tal como lo recuerdo?
Extraño mi hogar. Extraño todo lo que tiene y todo lo que representa. Como dicen, «el hogar es el hogar». No importa si es una choza o una mansión, el sentido de pertenencia al lugar es lo que lo hace un hogar.
La Ciudad de Gaza era mi hogar. Y lo extraño terriblemente.
Encontrar una ruta para llegar a mi casa
Hoy, tras más de 200 días, ¿cómo se sentiría volver a casa?
Hoy, cada vez que busco mi hogar, Google Maps me dice que no puede encontrar una ruta para llegar a ese destino; pero estoy segura de que más temprano que tarde, habrá una.
Creo que… no, sé que esos 373 kilómetros desaparecerán, que todas las barreras y puntos de control militar se desvanecerán