Boicot al algodón de Sinkiang: ¿Qué representa para la justicia ambiental y laboral en Asia Central?

Trabajadores cosechan el algodón en Uzbekistán. Imagen de Wikipedia. Licencia de Creative Commons (CC0 1.0).

En estos últimos años, la comunidad internacional boicoteó al algodón producido en Sinkiang, vasta región al noroeste de China, por las violaciones a los derechos humanos. Bajo el liderazgo del presidente chino, Xi Jinping, Pekín ha sometido a las minorías musulmanas de Sinkiang a detenciones arbitrarias y trabajos forzados. A modo de respuesta, algunos compradores de algodón del mundo han recurrido a otras regiones para satisfacer las demandas de este producto.

El sabotaje a al algodón generó un efecto dominó en otras partes del mundo, donde su cosecha se asocia a problemas ambientales y abusos de derechos humanos. Uno de los ejemplos más descriptivos de esta situación ocurre en Uzbekistán. Allí la elaboración de este producto contribuyó a décadas de prácticas de trabajo forzoso y causó una de las mayores catástrofes ambientales del mundo: la desecación del mar de Aral.

El algodón de Sinkiang bajo escrutinio

Sinkiang está en el noroeste de China y en el límite de Asia Central,  es donde viven alrededor de 12 millones de uigures, grupo étnico de de túrquica predominantemente musulmán. La región empezó la producción algodonera en 1950 cuando Partido Comunista Chino dejó la economía en manos de una institución paramilitar conocida como el Cuerpo de Producción y Construcción (o Bingtuan 兵团).

Los investigadores y organismos de derechos humanos descubrieron que el Bingtuan forzaba a las comunidades locales y a los prisioneros, un total medio millón de personas, a trabajar en minería, construcción, manufactura y cosecha de algodón en duras condiciones. Hoy en día, Sinkiang es fundamental en la fabricación de algodón, ya que representa el 85% de la producción del país y un 20% del suministro mundial. El Bingtuan es aún responsable de un tercio de lo producido en Sinkiang.

La industria algodonera de Sinkiang dependió históricamente de cosechas manuales. A pesar de que el Gobierno chino asegura que ha habido avances significativos en la recolección mecanizada, el 60% de la cosecha en esta región se hace a mano (según el medio estatal y estadísticas del Gobierno). En los últimos años, las organizaciones de derechos humanos y los medios internacionales reunieron evidencias de programas sistemáticos de trabajo forzado que obligaban a uigures y otras minorías musulmanas a trabajar en los campos y fábricas de algodón.

Según los medios estatales chinos, la industria textil de algodón en Sinkiang emplea alrededor de un millón de trabajadores, a pesar de que Pekín niega las acusaciones de mano de obra forzada. Las organizaciones internacionales aseguran que estos programas laborales forman parte de una estrategia mayor de Pekín para mantener la estabilidad política al noroeste de la región. El Gobierno estadounidense fue el primero en prohibir las importaciones de algodón de Sinkiang, y en 221 aprobó una ley que impedía casi toda importación de la región. Marcas como Nike, H&M y Burberry han roto los vínculos de manera pública con proveedores de algodón de Sinkiang, decisión que tuvo como resultado la condena y el boicot de los consumidores chinos.

Esta reacción internacional generalizada no solo afectó a Sinkiang, también generó un debate sobre la cadena de suministro algodonera a nivel mundial, ya que las naciones y empresas revalúan sus dependencias con China.

Cambio de rumbo en el suministro de algodón

En este último tiempo, muchas industrias (incluidas la textil y de confección) cambiaron el rumbo de sus operaciones: desde China a países como Vietnam, Bangladesh y Turquía, para evitar que aumenten los costos laborales chinos y la gran fiscalización de Occidente sobre los productos provenientes de China. Sin embargo, lo paradójico es que, en algunos casos, esta tendencia de exigir que cadena de suministro sea más justa hace que se agraven los problemas ambientales locales y empeoren las condiciones de los derechos laborales.

El algodón es uno de los productos que más recursos consume: tierra, agua y mano de obra. En países y regiones en vías de desarrollo, la industria algodonera hace tiempo que lidia con abusos laborales y problemas ambientales, como escasez del agua, contaminación del suelo o uso excesivo de pesticidas.

En Uzbekistán, principal productor de algodón de Asia Central, se estima que un 60% del agua destinada para el uso agrícola se desperdicia por la mala gestión y tecnologías obsoletas. El país también es reconocido por la explotación laboral en la producción de algodón. Desde 2011, los artículos algodoneros del país enfrentan boicots mundiales porque usan mano de obra infantil y forzada. Más de 330 marcas y distribuidores internacionales apoyaron este boicot. La presión mundial forzó al Gobierno uzbeko a hacer reformas agrícolas y ponerle fin a la mano de obra infantil durante la cosecha de algodón, lo que resultó en que se levantara el bloqueo en 2022.

No obstante, los expertos creen que los riesgos laborales aún son muy altos. En una entrevista para Global Voices, Umida Niyazova, directora del foro de derechos humanos de Uzbekistán, organización no gubernamental con sede en Alemania, comentó:

Uzbekistan is still not willing to change its anti-market rules of regulation of its cotton industry. The central government and local authorities are still operating on a quota basis, whereas every region of the country has to produce a certain amount of cotton and assigns land to farmers specifically to grow only cotton.

Uzbekistán no está dispuesto a cambiar las normas de regulación contra el mercado de su industria algodonera. El Gobierno nacional y las autoridades locales todavía operan por cuotas, mientras todas las regiones del país tienen que producir una cierta cantidad de algodón y se les adjudica tierras a los agricultores específicamente para producirlo.

La persistencia del sistema de cuotas y las presiones administrativas asociadas se hicieron evidentes en una videoconferencia en la que el consejero del presidente de Uzbekistán, Shukhrat Ganiev, amenazó directamente a los productores agropecuarios cuando les dijo: «No me importa cómo, pero tienen que entregar 11 millones de toneladas de algodón. No jueguen con eso, no jueguen… porque va a terminar mal para ustedes y el gobernador regional».

El levantamiento del boicot al algodón uzbeko en 2022 coincidió con las sanciones impuestas al algodón de Sinkiang. Los funcionarios del país intentaron aprovechar esta situación, a pesar de que muchas marcas textiles se mostraron reticentes de asociarse con Uzbekistán por las violaciones no resueltas referidas a ambiente y derechos humanos. La duda de las marcas por llevar sus operaciones de Sinkiang a Uzbekistán no detuvo al presidente uzbeko de anunciar sus ambiciosos planes: convertir al país en un polo textil y aumentar la producción de hilo un 100% para 2027. Para poder estimular esa estrategia, su gobierno quiere crear zonas de producción textil y liberarlas de impuestos hasta ese  año.

Como resultado de la combinación de factores políticos, geográficos y sociales, Uzbekistán es vulnerable a las crisis climáticas, por lo que en 2o20, los organismos de control ambiental lo situaron en el puesto 96 de 181 países en cuanto a riesgo climático. Para mitigar esta situación, el país firmó la Convención Marco de Naciones Unidas sobre el Cambio Climático, el acuerdo de París en 2015 y el Protocolo Europeo sobre Agua y Salud de Naciones Unidas, cuyo objetivo es proteger la salud y el bienestar humano a través de la gestión del agua. Pero pese a las promesas del Gobierno uzbeko, el escaso avance sobre las reformas agrarias y el fuerte control sobre los agricultores hacen que los expertos se muestren escépticos sobre el progreso.

China fue y es uno de los principales inversionistas extranjeros de Uzbekistán. Desde 2017, la escala de inversiones chinas en el país se han quintuplicado y ascienden a 11 100 millones de dólares, según el ministro uzbeko de Comercio e Inversiones, Laziz Kudratov. Entre los principales sectores de inversión china están el textil y el agrario. Sin embargo, aunque el Gobierno de Uzbekistán festeja la asociación con China, a los defensores de derechos humanos les preocupa la transparencia sobre los derechos laborales y el cuidado del ambiente. En otra entrevista con Global Voices, Umida Niyazova expresó:

When we talk about Chinese-owned textile factories or cotton clusters, we need to forget about any sort of advocacy. When we carried out our campaign to boycott Uzbek cotton, Western companies were signing up for this, but Chinese companies didn’t care. They continued to buy Uzbek cotton and they didn’t care about human rights violations or environmental justice. It would be much better if Western companies came to Uzbekistan, because they follow very strict regulations when it comes to labor or environment. We don’t see this happening with Chinese companies.

Cuando hablamos de fábricas textiles o grupos de algodón de propiedad china, tenemos que olvidarnos de cualquier forma de activismo. Cuando boicoteamos al algodón uzbeko, las compañías occidentales nos apoyaron, pero a las chinas no les interesó. Siguieron comprándole algodón a Uzbekistán y no les importó violar los derechos humanos ni la justicia ambiental. Sería mucho mejor que estas empresas de Occidente vinieran a Uzbekistán porque siguen normas muy estrictas en material laboral y ambiental. No vemos que esto suceda en las compañías chinas.

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