
Imagen de Connectas, usada con su permiso.
Artículo escrito por Leonardo Oliva para CONNECTAS. Republicado y editado en Global Voices bajo un convenio entre los medios.
En redes sociales como Tik Tok proliferan los videos donde los usuarios recrean la película “Intensa-mente 2” con sus mascotas. En su imaginación, los perros, gatos, conejos y hasta cabras sonríen, lloran, sueñan, se enojan, se deprimen… como si fueran seres humanos. Concretamente, como la protagonista adolescente del exitoso film de Pixar.
Esas imágenes se viralizan rápido, porque el contexto ayuda: cuidar a los animales y respetar sus derechos se extiende cada vez más en las leyes y las decisiones de los gobiernos, como respuesta a una tendencia social que parece irreversible. Sobre todo en América Latina, donde ha habido una serie de avances recientes en este sentido.
En Colombia, por ejemplo, el Congreso aprobó a fines de mayo la prohibición de las corridas de toros a partir de 2028. En Costa Rica, el Gobierno decidió cerrar los dos zoológicos estatales. Y Argentina está debatiendo una ley (bautizada con el nombre del difunto perro del presidente Milei) que endurecerá las penas por maltrato animal.
En todos los casos sobrevuela un argumento entre filosófico y jurídico: los animales tienen sentimientos (son seres “sintientes”) y, por ende, son sujetos de derecho. Hasta la ciencia respalda esta concepción: en 2012, un grupo de neurocientíficos firmó la “Declaración de Cambridge sobre la conciencia”, que concluyó que los humanos y otros animales tienen circuitos homólogos en sus cerebros que coinciden con la experiencia consciente. Es decir, que tienen capacidad, por ejemplo, de sentir miedo, dolor o estrés.
“Eso cambia nuestra perspectiva en el planeta. O sea, somos una especie más, no somos más la especie dominante”, explica Laura Velasco, directora del Instituto de Derecho Animal, en Argentina. Esta sería la base científica de por qué los animales hoy deben ser considerados sujetos no humanos de derecho.
En materia de avances legales, la abogada rescata conceptos como el de “perrhijos”, un término que se refiere a la “familia multiespecie” que integran humanos y perros (o gatos). Y destaca que ya hay jurisprudencia que tiene en cuenta esto: “Es muy interesante considerar esa conexión con los animales como si fueran un miembro más de la familia, considerando que la familia es un concepto cultural y que cualquier especie puede integrarlo”.
El penalista Oscar Mellado, especializado en defender animales, también destaca estos avances pero alerta de una contradicción: mientras la ley reconoce a los animales como seres sintientes, los códigos civiles los siguen considerando cosas: “La doctrina y la jurisprudencia es la que ha hecho un trabajo importante, porque ha podido ‘perforar’ el Código Civil… Ha podido introducir casos muy importantes, empezando por Sandra”. Se refiere a la orangutana a la que en 2014 la Justicia argentina consideró como una persona no humana, lo que le permitió dejar el zoo de Buenos Aires para vivir en una reserva natural en Florida, Estados Unidos.
Este fallo significó un gran salto en el mundo del derecho animal. Desde entonces, algunos países latinoamericanos han declarado a los animales seres sintientes en sus constituciones, como Colombia, Guatemala o Perú. En contraste, siguen siendo legales las peleas de gallos en la misma Colombia, además de en Honduras, Nicaragua, Panamá y Puerto Rico.
Veganismo y carnismo
“Pollitos en fuga” es otra película animada muy popular. Con mucho humor, cuenta la historia de un grupo de gallinas encerradas en una granja, en un régimen similar al de un campo de concentración nazi. Obligadas a poner huevos entre alambres de púa y la mirada severa de un guardián malhumorado y bruto, su objetivo diario es escapar como sea de ese lugar.
¿Es válido comparar el tratamiento que damos a las gallinas ponedoras (o a los cerdos y las vacas) con el nazismo? Es lo que intenta cuestionar aquella película del año 2000 y lo que repiten cada vez más voces en el mundo: la industria alimenticia trata a los animales de forma terrible, y los somete a sufrimientos y maltratos como si fueran cosas. Si ya la ciencia y el derecho contradicen esto, ¿deberíamos acabar con estas prácticas? Y lo que es aún más radical, ¿tenemos que dejar de comer carne animal?
Los veganos tienen la respuesta más extrema. Las personas que no consumen ningún producto de origen animal (no se alimentan, no se visten ni se entretienen con animales) argumentan, como Laura Velasco, que debe prohibirse toda actividad que incluya maltrato, crueldad o violencia contra un ser vivo.
Eso es lo que llevó a la prohibición de las corridas de toros en Colombia, una larguísima tradición heredada de la colonia española. Terry Hurtado es un exconcejal de Cali que ha liderado las protestas contra esta actividad desde 1990. Para él, en las corridas no solo sufre el toro, sino también los caballos que se usan en la lidia. Y aunque estos espectáculos solo se suspenderán a partir de 2028, Hurtado destaca que la ley aprobada incluye un pedido para que desde ahora se impida el ingreso a los niños. “La Comisión de los Derechos del Niño de la ONU califica esto como una forma de violencia psicológica”, argumenta.
Este activista agrega otro motivo para combatir las corridas de toros: “Es un evento altamente especista, es decir una forma de discriminación basada en un prejuicio moral por razones de especie, que corresponde a esa tradición antropocéntrica en la cual se desprecia y no se valoran las otredades que no sean lo humano”. En su defensa, los cultores de la tauromaquia argumentan que el toro de lidia goza de una vida privilegiada en comparación con la de los que viven en granjas y explotaciones agrícolas. Y que además, no siempre es sacrificado en una plaza de toros.
Quienes sí podrían ser sacrificados son los hipopótamos del río Magdalena en Colombia, aquellos que importó el narco Pablo Escobar. Se reprodujeron tanto que hoy son considerados una especie invasora, por lo que el Gobierno ya aprobó un plan de manejo para controlar su población, lo que irrita a muchos animalistas.
Otra actividad bajo su estricto ojo es la producción industrial de carne. Hay un dato que dice que cada minuto que pasa, en el mundo son sacrificados 117.000 pollos, 3.000 cerdos, 2.600 conejos y 1.100 vacas. Todos van a parar a las góndolas del supermercado. Carlos María Uriarte, que fue ministro de Ganadería de Uruguay del presidente Luis Lacalle Pou, defiende a esta industria. Dice que “cualquier sistema de producción de carne obedece a la necesidad de atender el carácter de omnívoro que tiene el ser humano, que se alimenta tanto de carne como de vegetales”.
La ganadería en Uruguay, según los datos que comparte Uriarte, es el principal sector exportador (US$ 3.148 millones en 2023). Y emplea a unas 80.000 personas. El también extitular de la Sociedad Rural de su país y productor ganadero reconoce que la actividad “atenta contra el derecho de los animales a ser libres”, pero destaca que la producción ganadera en países como Uruguay, Argentina y Brasil no es tan intensiva porque hay amplio acceso a tierras pastoriles, lo que la hace “sustentable y sostenible”. Y en ese sentido afirma que en los feed lots (corrales de engorde de ganado) “es común ver expresiones de alegría en los animales, porque tienen la compañía y el alimento seguro”.
Pero acepta que “existe maltrato hacia los animales en todas las etapas de la producción de carne que se podrían mejorar. Hay que ver el grado de estrés que los animales, por obvias razones, sufren al llegar a los mataderos”.
Para personas como el penalista Mellado —que dice ir “camino hacia el veganismo”—, si para comer carne “primero hay que matar a un ser”, no hay dudas de que la ganadería no debería existir. Y si bien admite que su postura es “antipática”, sostiene que “nuestro ideal es que se termine con la explotación animal de todo tipo, ya sea la que va al plato de comida, (…) para el lucro, para el juego, para la diversión, para las competencias… En una palabra: respetar al animal como un ser sintiente y un sujeto de derecho”.
No es el caso de Mellado, pero el veganismo más intransigente sostiene que al contrario de lo que se cree, el “carnismo” es un comportamiento cultural, no biológico. Y que por eso podemos reemplazar la carne de nuestra dieta. Incluso la Academia de Nutrición y Dietética de Estados Unidos asegura que sustituir proteínas animales por otras vegetales es perfectamente sano.
“Las carnes van a seguir siendo un alimento muy importante para la humanidad”, disiente Uriarte. Para él, más que prohibir, la solución es incorporar a industrias como la suya conceptos como el de que los animales tienen derecho a una vida digna. Algo que los ganaderos o los vaqueros de antaño ni se planteaban. Mucho menos los toreros, los criadores de gallos o los dueños de los circos que entretenían a millones de seres humanos con animales hasta no hace mucho.