Tras el huracán Beryl, ¿cómo puede San Vicente y las Granadinas recuperarse más allá de los daños materiales?

El ojo del huracán Beryl al tocar tierra en Carriacou, 1 de julio de 2024. Las imágenes, con datos modificados de Copernicus Sentinel de 2024 (conseguidos por el satélite Copernicus Sentinel-2), están reguladas por la legislación de la Unión Europea. (Reglamento Delegado (UE) nº 1159/2013 de la Comisión y Reglamento (UE) nº 377/2014 del Parlamento Europeo y del Consejo, por Wikimedia Commons.

Por Holly Bynoe

El 1 de julio, el huracán Beryl, tormenta temprana y «sin precedentes», azotó las islas transfronterizas de Granadinas, donde vivo. Las islas Mayreau, Canouan, Unión, Pequeño San Vicente, Palm/Prune, Cayos de Tobago, Pequeña Martinica y Carriacou estaban dentro o a pocos kilómetros de la pared del ojo de la tempestad. Por su parte, Bequia, Mustique y las regiones centrales de Granada y San Vicente estuvieron al borde del ojo.

Beryl se formó en la zona este de las islas de Barlovento, zona a la que varios meteorólogos llamaron «el cementerio». Esta tormenta es la prueba más evidente de que la región del Caribe se ha convertido en un indicador temprano de una catástrofe climática, que expone el crudo trasfondo de la injusticia ambiental. Ha «desconcertado a meteorólogos y entusiastas del clima» y puso a prueba nuestra fortaleza, valentía y preparación para batir viejos récords y crear nuevos referentes: se convirtió en el huracán de categoría 5 más precoz de la historia y el único en el Atlántico capaz de transformase, en menos de 48 horas, de tormenta tropical a huracán de grandes dimensiones y potencialmente mortal.

¿Qué hacemos cuando las zonas de inactividad se activan?

Antes de que Beryl tocara tierra, conté a mi familia y amigos experiencias personales sobre cómo me preparaba para enfrentar huracanes de categorías 4 y 5 cuando vivía en Bahamas, entre 2015 y 2019. Mientras yo presionaba para que las persianas estuvieran cerradas a una hora específica, reinaba una actitud relajada y cierta informalidad sobre estar preparados para la llegada del huracán. Quizás por el poco recuerdo vivido del paso del gran huracán Janet, que tocó tierra en Carriacou en 1955. También había un aire de arrogancia acerca de que Beryl se desplazara hacia el sur, se alejara del continente y fuese un problema «menos» para el país.

Mapa que identifica a los huracanes que impactaron a Granadinas, según sus categorías, desde 1900. Los datos fueron adquiridos por la Oficina Nacional de Administración Oceánica y Atmosférica. Cartografía de Alison D. Ollivierre, Tombolo Maps & Design, usada con autorización.

Muchas cosas se avecinaban para las ya mal abastecidas Granadinas. Además de las actualizaciones que daba la Oficina Nacional de Administración Oceánica y Atmosférica (NOAA, por su nombre en inglés) sobre la rápida intensificación de la tormenta, el discurso del primer ministro, Ralph Gonsalves, hizo que todos se apresuraran por conseguir cualquier recurso o material que pudieran, y además en domingo. No habría barcos que cargaran madera contrachapada, artículos de ferretería, velas, baterías, alimentos no perecederos, lonas impermeables o productos de primera necesidad. Tampoco habría equipos que reforzaran los refugios, servicios de ferris ni sistemas establecidos para facilitar las evacuaciones hacia el norte hacia el continente. Cada isla tuvo que arreglárselas con lo que tenía disponible. La Organización Nacional de Gestión de Emergencias (NEMO, por su nombre en inglés) recomendó a quienes creyeran que sus casas estarían en peligro, que buscaran seguridad en los «refugios oficiales para huracanes», que no eran más que edificios públicos que no estaban mucho más preparados que sus hogares.

Tras el paso de Beryl, se calificó a islas Granadinas como «arrasadas», «apocalípticas», «borradas» y «devastadas»; palabras que resultan sinónimos de «destrucción» y que constituyen el vocabulario central de la jerga mundial en la gestión de catástrofes y los esfuerzos de recuperación. Sin embargo, lo que esas palabras significan, e intentan demostrar, es más complejo que su definición. Solo puedes entenderlas cuando en su uso débil, inadecuado, alarmante e impotente se asume «planitud» y desastre.

Históricamente, el proyecto colonial intentó suavizar los modos y la ontología de los espacios y de nuestros isleños. Los convirtió, esquematizó y tropificó para presentarlos al mundo externo con una imagen bien conservada y esteriotípica de islas pintorescas, listas para la inversión, el desarrollo, el asentamiento y la privatización. Estas acciones generaron oportunidades nefastas para arrebatar y reformar lo paradisíaco y exótico, con el fin de borrar la huella local y la memoria y las huellas sociales, lo que a menudo, también afecta a cuestiones de descendencia, oscurece los bienes tangibles e intangibles, la herencia comunitaria y el sentido de pertenencia.

Sin lugar a dudas, el impacto del huracán es una herida abierta, fresca e infectada que cicatriza lentamente. Las comunidades ya limpiaron los escombros de las parcelas familiares, pueblos, hogares, iglesias, escuelas, hospitales, playas, costas, ojos y corazones. Los escombros ocupan metros y se extienden a metros de distancia, pero limpiarlos va más allá de lo material, más allá de los restos.

Con el sentir colectivo de tener un nudo en el estómago, y con el estrés postraumático que genera el huracán aún presente en nuestros paisajes soñados y que se agita en nuestros sistemas nerviosos, para Granadinas, la injusticia climática es una encarnación profunda y duradera. Días después, mientras muchos seguían a oscuras, las primeras evaluaciones de la compañía eléctrica nacional estimaban que, dado a los daños importantes, la electricidad se restauraría en el sur de Granadinas para finales de año, ya casi en 2025.

En WhatsApp, esperamos la doble marca azul durante horas a fin de recibir noticias de cómo habían afrontado la situación nuestras islas, familias y amigos, aunque sabíamos por los informes que todo era peor de lo que nos habíamos imaginado. El silencio era aterrador. Luego, las compuertas se abrieron con testimonios e imágenes de laderas arrasadas, costas destruidas, biodiversidad diezmada y contenedores volcados. Los barcos, las tripulaciones, los pasaportes y las escrituras fueron arrasadas por el agua, que redujo a escombros las fuertes casas de hormigón. Lo más desgarrador fue que muchos habitantes del sur de islas Granadinas tuvieron que ser evacuados tras el paso de la tormenta y que se perdieron seis vidas.

Boceto del interior de la iglesia católica de la Inmaculada Concepción, Mayreau, Granadinas, del artista Jackie Hinkson, en 2004. El lugar fue destruido por el huracán Beryl. La imagen es cortesía del artista y usada con su autorización.

Al reproducir las imágenes que inundaron las redes sociales y las aplicaciones de mensajería vemos la más triste de todas: la de la destrucción de la iglesia católica de la Inmaculada Concepción (construida en 1930) en Mayreau, que también funcionaba como centro comunitario, espacio educativo, sala de reuniones y refugio para 350 lugareños durante el huracán ¿Nos vuelve a afectar percibir la gravedad de los hechos? ¿Acaso solo ingerimos el dolor de los demás?

Destrucción de la iglesia católica de la Inmaculada Concepción tras el paso de Beryl. Fotografía de Niko Spencer, usada con su autorización.

En su ensayo Ante el dolor de los demás, Susan Sontag cuestiona si las fotografías que muestran el dolor, la pérdida y el daño generan empatía o si provocan el efecto contrario de insensibilizar, al sobresaturarnos con esas imágenes y provocar amnesia y disociación colectiva ¿Cómo afecta a nuestra psique y al bienestar mental y espiritual de todos cuando sucumbimos a la visualización constante, el desplazamiento, la espera, y peor aún, la fijación de nuestra energía sobre la repetición de la catástrofe?

Financiamiento climático y preparación futura

La etiqueta #GrenadineStrong [Granadinas fuerte] apareció de inmediato, junto a numerosas campañas de GoFundMe de muchos que viven en el extranjero y de los expatriados con relaciones de sangre, experiencia y amor en las islas.

La manifestación de asistencia y la activación de ayuda de la Comunidad del Caribe (CARICOM), junto con el rápido socorro desde Trinidad y Tobago, Antigua, Guyana y Barbados, y la muy temprana organización y movilización del Ejército francés destinado en Pequeña Martinica, constituyeron un salvavidas de esperanza para quienes intentaban comprender lo que les había ocurrido. Un huracán tan catastrófico te descoloca, te deja sin entereza. Desde entonces, organizaciones humanitarias, bancos internacionales, negocios, hoteles, inversionistas privados y Gobiernos han hecho donaciones y promesas financieras de ayudar en la recuperación de Granadinas.

El proceso tuvo su buena dosis de caos, errores, desinformación, propaganda y periodismo descuidado, lo que reforzó todo el daño. El 10 de julio, la Agencia Caribeña para el Manejo de Desastres (CDEMA, por su nombre en inglés) y la CARICOM difundieron un informe actualizado sobre la ayuda realizada en San Vicente y las Granadinas. El complicado informe de la directora ejecutiva, Elizabeth Riley, no contemplaba a las islas Mayreau y Palm en la lista de zonas afectadas. Asimismo, contenía un error ortográfico al mencionar Canouan y afirmaciones falsas que aseguraban un 90% de daños en las infraestructuras del territorio continental de San Vicente y Bequia, lo que equivalía a los daños estructurales causados en el sur de islas Granadinas. Cuando le preguntaron sobre su supuesta visita para evaluar a Bequia y la necesidad de dar evidencia que respalde los destrozos, la CDEMA eliminó la publicación de su red social.

Capturas de pantalla de la cuenta de Instagram de CDEMA antes de ser eliminadas por el informe. Queda pendiente una evaluación pública de la CDEMA hasta el 13 de julio. Las capturas pertenecen a Holly Bynoe y son usadas con autorización.

Al 17 de julio, CDEMA no había dado ninguna información adicional para el público. Uno podría preguntarse si la organización interregional que defiende a la Gestión de Riesgos de Desastres (CDM, por su nombre en inglés) en el Caribe podría aprovecharse del liderazgo vicentino para que el país solicite más ayuda de la que necesita, ¿o solo se trata de un caso de abandono, negligencia y pereza grave que añade sal a la herida psicológica abierta y que contribuye al olvido sistémico y organizado del norte de la isla de Granadina?

Las críticas al programa Building Back Better (BBB), sus lazos con la profundización de la dependencia pública y las dinámicas de escasez proyectan un futuro arraigado en la singularidad, la acumulación del capital y en la restauración de materiales e infraestructuras, a la vez que se dejan a un lado los aspectos de recuperación centrada en el ser humano, que es crítica para transformar la sociedad.

Sacar a relucir el periodismo ineficiente no implica que las necesidades no sean grandes (porque lo son), pero afirmar que el 90% de la infraestructura está dañada en Bequia y San Vicente, donde las evaluaciones sobre el terreno afectado solo estiman un 20%, es sospechoso. Para más contexto, existe una falta continua de responsabilidad y transparencia en torno a la distribución de los recursos y la ayuda financiera desde la erupción volcánica de 2021 en San Vicente.

Con la confianza del público en su punto más bajo, los ciudadanos deben exigir a los Gobiernos y las agencias la transparencia de contar la verdad en tiempos de catástrofe, y abogar por un sistema de definición y recuperación que incluya las dimensiones sociales, como los medios de subsistencia y el bienestar humano.

Bajo muchos planes de gestión de desastres, la recuperación de Beryl (al mismo tiempo que se lidia con las consecuencias del COVID-19 y las erupciones que desplazaron a 12 775 personas) se ve a través del lente de la materialidad. Aunque los ciudadanos necesiten de casas y otras comodidades, los aspectos psicológicos, emocionales y espirituales que demandan esta clase de catástrofes, así como necesidades a largo plazo, suelen estar mal articulados, o no están, en los marcos legislativos paralelos.

Las modalidades alternativas de sanación y las iniciativas de apoyo psicosocial, que ofrecen las instituciones u organizaciones de la comunidad, suelen ser de duración corta y no estar bien financiadas, y la formación de los profesionales viene de las comunidades afectadas. ¿Podría la catástrofe dar oportunidades estructurales e ideológicas para guiar a Gobiernos, organizaciones comunitarias y espacios de servicio a que hagan una pausa y aprendan de la oportunidad?

¿Puede la gestión de catástrofes y los fondos de ayuda cambiar las intenciones de apoyo a corto plazo por enfoques sostenidos, lentos y duraderos para equipar a los Pequeños Estados Insulares en Desarrollo (PEID) con herramientas deliberadas y concretas que ayuden a adaptarse, mitigar, sanar y fortalecer? ¿Pueden las tácticas draconianas neoliberales para el retorno de la inversión y el financiamiento hacerse a un lado mientras que las personas y las comunidades se recuperan?

En 2024, la primera ministra de Barbados, Mia Mottley, inició un gran debate sobre la erradicación de la deuda de los países vulnerables al cambio climático y subrayó la necesidad de cambiar el planteamiento en que los países productores de carbono financien la lucha contra el cambio climático, pasar de forma reactiva a proactiva, de punitiva a generativa y de capitalista a humano.

¿Cómo pueden las comunidades más vulnerables sentarse en la mesa o proyectar sus futuros cuando las medidas de adaptación y proactividad solo garantizan la supervivencia de las islas? ¿Cómo pueden defenderse del capitalismo del desastre ante la especulación del suelo, el aburguesamiento y el abandono de las pequeñas islas, bien documentados en la región? Barbuda y Abaco son ejemplos recientes de esto y, en el contexto de las Granadinas, la privatización ya toca nuestras puertas.

Las personas en situación de riesgo, a punto de perder sus islas porque las condiciones de recuperación carecen de imaginación y son traumantes, ¿cómo pueden capacitarse para que inviertan en la habitabilidad, sofisticación y el carácter incomprensible de la supuesta planitud? ¿Cómo hacen las comunidades isleñas de las Granadinas para visualizar en conjunto los cambios que queremos ver?

Holly Bynoe es curadora independiente, escritora, docente, espiritista, Aliada de la Tierra e investigadora de San Vicente y las Granadinas y cofundadora de la revista ARC Magazine, la plataforma Tilting Axis y Sour Grass.

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