El sueño bolivariano que el comandante Hugo Chávez alguna vez tuvo yace destrozado como su estatua derribada en Coro, Falcón. Miles de ciudadanos furiosos se han manifestado calles de Caracas y diversas regiones de Venezuela en respuesta a los controversiales resultados proclamados por el presidente del Consejo Nacional Electoral (CNE), Elvis Amoroso, donde Nicolás Maduro habría ganado con el 51,2 por ciento de los votos, un tercer mandato, y donde su principal rival, el diplomático retirado, Edmundo González solo habría logrado sacar el 44,2 por ciento de los votos. Las actas evidenciando la victoria de Maduro aún no se han publicado.
El rechazo a Nicolás Maduro por parte de países como Estados Unidos era de esperarse, como visto en su apoyo a la insurrección cívico-militar de 2019, “Operación Libertad”, liderado por Juan Guaido para derrocar a Maduro. También se pudo esperar de América Latina con políticos de derecha como la Argentina de Javier Milei, quien llamó a los militares venezolanos se uniensen los protestantes en insurreción, el Uruguay de Luis Lacalle Pou, quien negó el resultado de los comicios, y El Salvador de Nayib Bukele, quien calificó de fraudulenta la elección.
Lo que Maduro no previó fue el rechazo y el silencio de otros países con los que había tenido un acercamiento en la región de Latinoamérica. Por ejemplo, que el presidente izquierdista demócrata chileno Gabriel Boric expresó su incredulidad respecto a los resultados días antes de la elección presidencial, ante un polémico comentario lanzado por Maduro donde “habrá un baño de sangre” si él no ganaba. El 29 de julio, Boric rechazó los resultados del CNE. Después de todo, al salir de una serie de movimientos estudiantiles, Boric no podía quedarse callado ante lo que sería una violación a los derechos humanos de los venezolanos.
La misma opinión la compartió el presidente Lula da Silva de Brasil, fundador del Partido de los Trabajadores de ese país, quien había sido considerado preso político por parte de la expresidenta Dilma Rousseff y quien el 8 de enero del 2022 tuvo un intento de golpe de estado por parte de simpatizantes del expresidente Jair Bolsonaro. Había expresado su “miedo” a las declaraciones de Maduro.
Así mismo el antiguo guerrillero Gustavo Petro, hoy presidente de Colombia, quien tomó como uno de sus primeros compromisos la reactivación de las relaciones diplomáticas con Venezuela, se había quedado con fuertes dudas sobre el proceso electoral de Venezuela e insistió que debían salir las actas al público.
Desde México el izquierdista López Obrador tampoco guardó silencio y desde su conferencia matutina el mandatario afirma que la posición de México estará fijada una vez que el CNE dé a conocer el resultado oficial, mientras que acusaba a la Organización de Estados Americanos (OEA) de intervencionista al llamar una reunión para exigir un recuento de votos en Venezuela. Rechazó que México participará en la reunión de la OEA, pero coordinándose con Colombia y con Brasil para una declaración en conjunto.
Si bien Maduro había recibido el apoyo de países que se encontraban en una situación similar a la suya —gobiernos autoritarios y con sanciones económicas— como Cuba y Nicaragua, sumando al apoyo exterior desde China, Irán y Rusia, no era suficiente para legitimar su victoria.
Hace sentido que lideres más moderados de la izquierda no se sintieran tan seguros de su afiliación con Maduro, aunque los gobiernos de Colombia, México y Brasil se hubiesen expresado contra las sanciones económicas de EEUU a Venezuela, que ellos consideran responsables del éxodo de 7,7 millones de venezolanos. Por el otro lado, no estaban dispuestos a secundar lo que era la persecución de opositores políticos, y tampoco el atropello de los derechos humanos.
Las declaraciones de Maduro —como literalmente retar al empresario multimillonario Elon Musk a pelear— mostraban a un mandatario que toma decisiones emocionales y erráticas. Retiró al expresidente de Argentina Alberto Fernández de las listas de observadores internacionales por haber dicho que debe aceptar una eventual derrota y rompió las relaciones diplomáticas con siete países latinoamericanos (Argentina, Chile, Costa Rica, Perú, Panamá, República Dominicana y Uruguay) que se pronunciaron en contra de los resultados de la elección, agudizando su aislamiento internacional.
En Venezuela, María Corina Machado lideresa de la coalición de partidos de oposición, abrió un portal en línea donde hace un escrutinio de las actas de votación recopiladas por ciudadanos. Aquella página web fue el inicio de una cuenta regresiva a la credibilidad de los resultados del CNE, que culminó con una contundente victoria de Edmundo González.
Si bien Maduro, el miércoles 31 de julio, se comprometió a presentar las actas de votación para ratificar su supuesta victoria ante el Tribunal Supremo de Venezuela, la elección presidencial de 2024 quedó manchada por la represión, las detenciones arbitrarias y las muertes de manifestantes. El 2 de agosto, el CNE ratificó que Maduro ganó las elecciones pero aún no mostró las actas.
Varios gobiernos de izquierda en América Latina tienden a adoptar una serie de medidas gubernamentales mucho más cautas, que también sirven para mantener una relación estable con los Estados Unidos. Discursos disruptivos y conductas autoritarias como las de Nicolás Maduro manchan y desacreditan los gobiernos de izquierda democrática en la región, los cuales generan una relación incómoda con esta nación.