Un día de mayo de 1974, el departamento de Paulo Coelho, entonces un reconocido periodista por coescribir canciones de rocanrol junto a Raul Seixas, fue objeto de redada en Río de Janeiro, Brasil. En un primer momento, Coelho fue detenido e interrogado por el Departamento de Orden Político y Social (DOPS). Cuando pensó que iba a ser liberado, fue capturado por otra organización: el Destacamento de Operaciones de Información – Centro de Operaciones de Defensa Interior, más conocido como DOI-CODI, órgano vinculado al Ejército brasileño y al aparato represivo bajo el régimen de dictadura militar que gobernó al país entre 1964 y 1985.
Este 21 de julio, Coelho contó en su perfil de X (antes Twitter) su propio relato de lo que ocurrió en ese episodio. Según un informe de la Comisión Nacional de la Verdad (CNV), en los documentos del Ejército no se menciona cuánto tiempo estuvo detenido el escritor, pero sí se cita a la biografía de Coelho, escrita por Fernando Morais, para describir que fue apresado la madrugada del 28 de mayo y que había sido probablemente regresó a casa el 31 de mayo.
Coelho es uno de los autores con más ventas y más traducidos en el mundo; se estima que El Alquimista, junto a otras de sus obras, han vendido más de 350 millones de libros a nivel mundial.
El autor suele publicar en las redes sociales sus opiniones políticas, y ciertamente ha sido un gran crítico del expresidente Jair Bolsonaro, exmilitar (Partido Liberal – PL), que también fue conocido por defender el legado de la dictadura y celebrar las torturas.
La Comisión de la Verdad, que publicó un informe final en 2014, responsabilizó a unas 377 personas de las violaciones a los derechos humanos en Brasil y contó un total de 434 personas fallecidas o desaparecidas por el Estado. Las violaciones que sufrió Coelho se mencionan en el segundo volumen del informe.
Así también, según la Comisión de la Verdad, a Coelho lo pusieron en una celda llamada «la heladera», donde se dejaba a los prisioneros desnudos y a temperaturas muy bajas.
La artista Adalgisa Rios, su pareja de ese entonces y artista responsable del álbum Krig-Há, Bandolo!, también fue arrestada en esa ocasión. Según el informe de la Comisión, Rios fue identificada como militante del Partido Comunista do Brazil (PCdoB), de la organización de izquierda Acción Popular (AP) y como participante de protestas como la Marcha de los Cien Mil, manifestación contra la dictadura en junio de 1968, y otra luego del asesinato de Edson Luis, estudiante de 18 años.
Coelho no menciona a Rios en el texto que publicó recientemente en su red social:
1974: A group of armed men breaks into my apartment. They start going through drawers and cabinets — but I don’t know what they’re looking for, I’m just a rock songwriter. One of them, more gentle, asks that I accompany them “just to clarify some things.”
The neighbor sees…— Paulo Coelho (@paulocoelho) July 21, 2024
1974: Un grupo de hombres armados entra por la fuerza a mi departamento. Revuelven los cajones y gabinetes, pero no se qué es lo que buscan. Yo soy un simple compositor de canciones de rock. Uno de ellos, con un poco más de sutileza, me pide que los acompañe para «aclarar algunas cosas».
El vecino lo ve todo y advierte a mi familia, que inmediatamente entra en pánico. Todos sabían lo que Brasil vivía en ese momento, aunque ni siquiera salía en los periódicos.Me llevaron al Departamento de Orden Político y Social, ficharon y fotografiaron. Pregunto qué hice, dice que ellos hacen las preguntas. Después de unas preguntas tontas ,e sueltan. A partir de ese momento, ya no estoy oficialmente en prisión, así que el Gobierno ya no es responsable por mí. Cuando me voy, el hombre que me llevó al Departamento de Orden Político y Social me sugiere que tomemos café. Para un taxi y amablemente abre la puerta. Entro y pido que me lleven a casa de mis padres, tienen que saber qué pasó.
En el camino, dos autos bloquean el taxi, un hombre con una pistola en la mano sale de uno de los autos y me saca a empujones. Me caigo al suelo, siento la punta de la pistola en la nuca. Miro el hotel delante de mí y pienso,
“No puedo morir tan pronto”.
Entro en una especie de catatónico: no tengo miedo, no siento nada.
Conozco historias de otros que han desaparecido; voy a desaparecer, y lo último que veré es un hotel. El hombre me levanta, me pone en el suelo del auto y me dice que me ponga una capucha.
El auto recorre alrededor de media hora. Deben estar buscando un lugar para ejecutarme, pero sigo sin sentir nada, He aceptado mi destino.El auto se detiene.
Me sacan a rastras y me golpean mientras me empujan por lo que parece ser un corredor. Grito, pero sé que nadie oye porque ellos también están gritando.
Estás luchando por tu país. Vas a morir lentamente, pero vas a sufrir mucho primero. Paradójicamente, mi instinto de sobrevivencia empieza a patear poco a poco.Les pido que no me empujen, pero me dan un puñetazo en la espalda y me caigo. Me dicen que me saque la ropa. El interrogatorio empieza con preguntas que no sé cómo contestar.
Me piden que traicione a gente que nunca había oído mencionar. Dicen que no quiero cooperar, tiran agua al piso y veo por debajo de la capucha que es una máquina con electrodos que luego conectan a mis genitales.Entiendo que además de los golpes que no veo venir (y por lo tanto, ni siquiera puedo contraer mi cuerpo para amortiguar el impacto). Estoy a punto de que me electrocuten. Les digo que no tienen que hacer esto, confesaré lo que quieren que confiese. Firmaré lo que sea que quieren que firme.
Al día siguiente, otra sesión de tortura, con las mismas preguntas. Repito que firmaré lo que sea que quieren que firme, confesaré lo que quieran. Ignoran mis solicitudes.
Me dejan. Después de no sé cuántas sesiones (el tiempo en el infierno no se mide en horas), tocan a la puerta y me ordenan que vuelva a ponerme la capucha.
Me llevan a una habitación pequeña, pintada completamente de negro con el aire acondicionado muy fuerte. Apagan la luz. Solo oscuridad, frío y una sirena que suena incesantemente. Empiezo a volverme loco. Tengo visiones de caballos. Toco la puerta de la “nevera” (supe después que así se le llamaba), pero nadie abre.
Me desmayo.
Me despierto y desmayo una y otra y otra vez, y en algún momento pienso: mejor que me golpeen a quedarme acá.Me despierto, sigo en la habitación. La luz siempre está encendida, y no puedo decir cuántos días o noches han pasado. Me quedo parado ahí por lo que parece una eternidad.
Años después, mi hermana me dice que mis padres no pudieron dormir, mi madre lloró todo el tiempo, mi padre se encerró en su silencio y no habló.
Coelho dice que el vecino fue quien avisó a su familia luego de que lo llevaron. «Todos sabían lo que se vivía en Brasil en ese momento, aún cuando no era cubierto en los periódicos».
Unos años antes, en 1968, el régimen militar había dictado el Acto Institucional Número 5, más conocido como el AI-5, que incluía arrestos y torturas hacía los críticos del Gobierno. En 1972, el régimen comenzó a operar para desmantelar la Araguaia Guerrilla, un intento del Partido Comunista de Brasil de formar un grupo rural armado contra la dictadura. Hubo decenas de torturados, ejecuciones y, hoy en día, hay más de 50 desaparecidos.
I fall into a kind of catatonic state: I don’t feel afraid, I don’t feel anything. I know the stories of others who have disappeared; I will disappear, and the last thing I will see is a hotel. The man picks me up, puts me on the floor of his car and tells me to put on a hood. The car drives around for maybe half an hour. They must be choosing a place to execute me — but I still don’t feel anything, I’ve accepted my destiny.
I’m dragged out and beaten as I’m pushed down what appears to be a corridor. I scream, but I know no one is listening, because they are also screaming. You're fighting against your country. You're going to die slowly, but you're going to suffer a lot first. Paradoxically, my instinct for survival begins to kick in little by little.
Entro en estado catatónico: no tengo miedo, no siento nada. Conozco historias de otros que han desaparecido. Voy a desaparecer y lo último que voy a ver va a ser un hotel. El hombre me levanta, me pone en el piso del auto y me dice que me ponga una capucha. El auto da vueltas, tal vez por media hora. Deben estar eligiendo el lugar para ejecutarme. Pero, aún no siento nada, he aceptado mi destino.
Me sacan del auto y me golpean al mismo tiempo que me empujan a través de lo que parece ser un pasillo. Grito, pero sé que nadie me escucha, porque ellos también están gritando. Estás luchando contra de país. Vas a morir lentamente, pero vas a sufrir mucho primero. Paradójicamente, mi instinto de sobrevivencia empieza a despertarse de a pocos.
Coelho recuerda que lo desnudaron cuando todavía tenía la capucha puesta. Que lo golpearon repetidas veces, que le pusieron una «máquina con electrodos que se conectaba a sus genitales», y que le preguntaron sobre personas de las que nunca había oído. Cuenta que se ofreció a firmar y confesar cualquier cosa que quisieran los verdugos, pero lo ignoraron mientras las sesiones de tortura continuaban.
I’m taken to a small room, painted completely black, with a very strong air-conditioner. They turn off the light. Only darkness, cold and a siren that plays incessantly. I begin to go mad. I have visions of horses. I knock on the door of the “fridge” (I found out later that was what they called it), but no one opens it. I faint. I wake up and faint again and again, and at one point I think: better to get beaten than to stay in here.
Me llevan a una sala pequeña, pintada de negro, con un fuerte aire acondicionado. Apagan las luces. Solo hay oscuridad, frío y una sirena que no deja de sonar. Me empiezo a volver loco. Tengo visiones con caballos. Golpeo la puerta de «la heladera» (descubrí que así la llamaban), pero nadie abre. Me desmayo. Me despierto y me desmayo una y otra vez, en cierto punto pienso: es mejor la golpiza que estar encerrado aquí.
Luego de que lo liberaron, el autor cuenta que sus amigos y conocidos no atendían a sus llamadas porque era «peligroso ser visto con un exprisionero». Escribe: «tal vez abandoné la prisión, pero la prisión se queda conmigo». Luego consiguió un trabajo, gracias al músico Roberto Menescal y la periodista Hildegard Angel, a cuyo hermano, Stuart Angel Jones, lo mató la dictadura y es un desaparecido político. Su madre, la diseñadora de modas Zuzu Angel, sufrió un accidente de auto en el que se sospecha que el régimen está implicado.
Coelho no explicó qué lo motivó a relatar la historia ahora, pero también contó lo siguiente:
Decades later, the archives of the dictatorship are made public, and my biographer Fernando Morais gets all the material. I ask why I was arrested: an informant accused you, he says. Do you want to know who ? I don’t. It won’t change the past.
Décadas más tarde, los archivos de la dictadura fueron abiertos al público y mi biógrafo, Fernando Morais, obtiene todo el material. Le pregunto el porqué de mi arresto: alguien te acusó, me dice. ¿Quieres saber quién? No quiero. No va a cambiar el pasado.
Recordar el pasado para los brasileños todavía se siente muy lejano. Este 2024, los hechos que conmemoraban los 60 años del golpe que marcó el inicio de 20 años de gobierno que el Gobierno federal suspendió u ocultóo. Incluso con el presidente Luiz Inácio Lula da Silva, que también fue un detenido del régimen por ser líder sindical en huelga en 1980, es una dura lucha para el país trabajar por la memoria y la justicia de las violaciones de ese período.
Existen narrativas negacionistas que refutan cuán represiva fue la dictadura de Brasil en comparación con el número de muertes y desaparecidos en los países vecinos de ese mismo período, como Argentina, Uruguay y Chile. También están los militares y conservadores que celebran la falsa idea de que el golpe militar salvó al país de encaminarse al comunismo con el presidente João Goulart.
En 1979, Brasil aprobó una ley de amnistía, aprobada por el último presidente militar, João Baptista Figueiredo, que extendía amnistía y perdón de los prisioneros políticos, militantes y funcionarios implicados en crímenes contra la humanidad. La ley nunca fue revisada y Brasil nunca castigó a los torturadores de ese período.
La expresidente Dilma Rousseff participó en la guerrilla contra la dictadura, y fue torturada y arrestada. En 2011, durante su presidencia, se creó la Comisión Nacional de Verdad. Su informe se presentó en 2014, tras un periodo de audiencias públicas en todo el país: cada estado tenía su propia comisión local e incluía 29 recomendaciones de reparación. Los militares siempre se resistieron a la iniciativa.
El 4 de julio, Lula anunció reinstauración de la Comisión de Muertos y Desaparecidos Políticos, que había sido eliminada por el presidente Bolsonaro en 2022.