Nota de la autora: Este artículo se escribe en primera persona, pero no se trata de una experiencia aislada, sino del resultado de muchas conversaciones con colegas de la academia y el activismo, y amistades muy queridas que viven fuera de Venezuela.
Hablar sobre Venezuela es imposible, pero igual de imposible es no hablar sobre Venezuela. Para quienes, como yo, somos parte de la inmensa diáspora, que hoy roza los ocho millones de venezolanos en el exterior, cada nueva crisis conlleva un nuevo ciclo de confusión, de mirar de lejos las complejidades de nuestros conflictos y de conversaciones imposibles sobre geopolítica, en línea o fuera de línea.
He vivido fuera de Venezuela quince años y, durante todo este tiempo, la crisis en mi país ha sido una presencia constante y agobiante. Otra vez, mientras Venezuela ocupa las noticias, la comunidad internacional ignora mayoritariamente la profundidad y complejidad de la situación.
Mientras tanto, los venezolanos en el exterior contemplan a la distancia el desarrollo de la crisis, atormentados por la culpa y la impotencia que genera ver sufrir a sus familias y seres queridos sin poder hacer nada sustancial que alivie ese sufrimiento. La mayoría tratamos de ayudar económicamente o de cualquier otra forma posible. Estamos afuera, pero nunca lejos.
Y a esto se añaden las innumerables conversaciones con amistades, colegas y desconocidos que tratan de explicarnos por qué Venezuela atraviesa esta crisis. Las narrativas internacionales moldeadas por voces que distan mucho de nuestra casi inverosímil realidad nos fuerzan a entrar en un estado perpetuo de tener que educar y explicar, casi siempre en vano, cuando tenemos que corresponder la contienda de narrativas que heredamos de la Guerra Fría.
Venezuelasplaining y las ideas erradas de la izquierda global
A lo largo de los años, he conocido a muchas personas de la izquierda internacional que se consideran aliadas y defensoras de los derechos humanos. Sin embargo, su interpretación sobre la situación de Venezuela suele ser superficial y errónea. El «venezuelasplaining» es un fenómeno que se da cuando la gente, desde su posición privilegiada y lejana, trata de explicarnos los entresijos de nuestra crisis, generalmente ignorando o simplificando en exceso las duras realidades que vivimos.
Durante años, figuras destacadas e intelectuales, a muchas de las cuales leo y admiro, han elogiado la Revolución Bolivariana (nombre que dio Hugo Chávez a su proyecto político) como una postura opuesta al imperialismo estadounidense y la expansión capitalista. Si bien es comprensible la intención de defender el movimiento latinoamericano, el posterior silencio ante las atroces violaciones a los derechos humanos en Venezuela resulta doloroso. Celebrar la revolución sin reconocer el sufrimiento que ha causado revela una ceguera selectiva que socava los principios mismos que dicen defender.
Ya perdí la cuenta de la cantidad de videos, artículos y personas que argumentan apasionadamente que la situación actual de Venezuela es el resultado de las sanciones impuesta por Estados Unidos. El tema es muy complejo, por supuesto, y no todos están de acuerdo en cuanto a la utilidad de tales sanciones. Lo que puedo asegurar es que la economía venezolana ya pendía de un hilo antes de las sanciones, y que es importante destacar muchos otros elementos que explicaré brevemente a continuación.
Conflictos permanentes
A diferencia de varios de sus países vecinos, Venezuela sigue penalizando el aborto; los derechos LGBTQ+ están estancados; y la legalización del matrimonio igualitario no está siquiera en el horizonte: son solo un par de elementos que parecen perder de vista quienes defienden lo que pasa en Venezuela bajo el estandarte de las políticas progresistas. Y eso es solo una parte ínfima de toda la historia.
En febrero de 2018, la Corte Penal Internacional abrió un examen preliminar sobre posibles crímenes de lesa humanidad cometidos por el Gobierno venezolano desde, al menos, abril de 2017. En cada capítulo que transcurre de nuestra crisis política, crece la lista de personas detenidas, torturadas y asesinadas por las autoridades. Las casas de varias ciudades a lo largo del país se han convertido en centros de tortura, de manera que amplifican las bien conocidas prácticas de la sede central de inteligencia, popularmente conocida como El Helicoide.
Mientras escribo estas líneas, hay personas que están sufriendo doxeo, detenciones arbitrarias y desapariciones forzadas. La gente que era activa en las redes empezó a difundir noticias por privado con contactos del exterior por temor a represalias. Quienes continúan difundiendo información públicamente han denunciado que los defensores de derechos humanos dentro y fuera del país se han encontrado con que sus pasaportes han sido anulados: un nuevo episodio de una larga serie de controles de identidad que convierten la vida y la circulación de los venezolanos en una incertidumbre sin fin.
Uno de los aspectos más estremecedores de la situación actual es la Operación Tun Tun, iniciativa estatal que consiste en requisar y arrestar a disidentes políticos yendo casa por casa para fomentar la denuncia. Desde el púlpito, portavoces del Gobierno amenazan a sus detractores con encarcelarlos, suprimir suministros, regular las redes sociales y deshumanizar a cualquiera que esté en su contra. Puede parecer difícil de entender, pero el discurso mismo es parte de ese sistema de abusos.
La mayoría de las víctimas en las manifestaciones son jóvenes que salieron a la calle por desesperación, para protestar contra un régimen que no ofrece futuro alguno. Quienes han sido testigos electorales se esconden cada vez más ya que a muchos los han arrestado o tienen órdenes de arresto en su contra. La lista de víctimas sigue creciendo, y sus historias tienden a perderse en el discurso global, borradas mientras hay líderes académicos, políticos e intelectuales que perpetúan la narrativa de «izquierda contra derecha», y que sitúan al Gobierno como parte de la noble oposición al imperialismo estadounidense, y a cualquier adversario como «colaborador de la ultraderecha». Personalmente, no puedo ver otra ideología que vaya más allá de permanecer en el poder.
La verdadera historia está muy lejos de esta narrativa reduccionista. Cada video, comentario y argumento que defiende al Gobierno venezolano e ignora sus años de abusos contra los derechos humanos menosprecia gran parte del sufrimiento y perpetúa la propaganda. La ausencia de matices es, cuando menos, exasperante, pues la naturaleza caótica del conflicto y las ideas que lo rodean nos llevan de un lado a otro, nos imponen un extremo u otro que no hemos elegido, confunden valores e ideologías con alianzas y dificultan cualquier debate productivo dada la vasta apropiación discursiva que, inexorablemente, vacía de sentido las palabras y conceptos.
Durante más de quince años, con cada crisis, con cada titular de noticias, en cada conversación con curiosos, se pone a académicos, periodistas, redactores, activistas, investigadores y demás especialistas en la imposible situación de explicarlo en términos que los demás puedan entender. Todo para descubrir que, a fin de cuentas, como dice una querida amiga, «Pasamos décadas hablando siempre al aire».
No puedo hacer más hincapié en lo doloroso que es todo esto.
Esas maniobras esconden un discurso de justicia social que compran muchas audiencias con un solo clic en las redes sociales, que ignoran lo que podrían entender fácilmente si aceptaran lo que dicen quienes han vivido estos abusos y estas represiones. Malversan las ideas de objetividad diciendo que es importante ver «ambos lados» y desestiman que se trata de un Estado que parece ser el principal adversario de su propio pueblo.
Peor aún, estas narrativas también empujan a los venezolanos a una polarización que no se condice con la realidad. Así como es difícil ver a la izquierda global hablando de lo que no sabe, es igual de doloroso ver a los venezolanos, traumatizados por la experiencia del chavismo, alinearse con grupos conservadores y antiderechos, sin la menor disposición para escuchar cualquier narrativa que suene remotamente a la del chavismo, lo que hace que caigan en lecturas igual de superficiales sobre el conflicto.
Mirar hacia atrás para mirar hacia adelante
Hace un mes, volví a Venezuela por primera vez en muchos años. Volví a sus increíbles sierras y a las postales de mi juventud, pero la visita fue agridulce. Mi padre, que está muy enfermo, vio a varios de sus hijos juntos por primera vez en muchísimo tiempo. A pesar de estar atravesando el momento más difícil de sus ochenta años, entre inyecciones, intravenosas, diagnósticos inciertos y una cama hospitalaria en casa, donde el ritmo de nuestros cuidados se supeditaba a los cortes de luz y la falta de suministro de agua, me dijo que esos días eran también los más felices para él, porque estábamos juntos.
Ese es uno de los mayores motivos que llevó a tanta gente a votar. Acudieron a las urnas a pesar de las inmensas limitaciones porque aseguraban que no solo querían un cambio, sino que deseaban que sus seres queridos volvieran a casa. Es cierto que los primeros años del chavismo eran una invitación a todos aquellos que nunca se habían visto en los espacios de poder a convertirse en una prioridad para el Gobierno. Aquellos días parecen ahora muy lejanos, el país está agotado, hay gente que se refiere constantemente a la Venezuela de antes, una de la que no estoy segura de que estemos de acuerdo sobre cómo era.
Estoy admirada por la increíble resiliencia de quienes votaron y luego salieron a las calles a protestar a pesar del miedo, sí, pero también del grado de organización de la sociedad civil, periodistas y defensores de los derechos humanos dentro y fuera del país. La cantidad de terceros espacios digitales que se han creado para transmitir esperanza, solidaridad y herramientas de trabajo son un fenómeno que observo con pasión y que me han dado una nueva bocanada de aire para respirar y para mantenerme activa y dispuesta para quienes me necesiten.
La lucha por contar nuestras historias es una batalla contra el borrado, una resistencia a que nos despojen de nuestra propia historia. También es una resistencia contra las simplificaciones impuestas por las narrativas externas, por las nuevas máscaras que cubren viejos poderes y que fomentan la desestimación de quienes ya han sufrido demasiado. A quienes tienen ganas de aliarse, una cosa les pido: escuchen antes de hablar, prepárense para sentir incomodidad, aprendan a dejar de seguir héroes y acepten que las realidades son complejas, y que quienes las viven les darán un mejor sentido de cómo son que las viejas y agotadas tropas políticas.
1 comentario
Excelente artículo! Es muy difícil hablar desde lejos, con marcos ideológicos predeterminados acerca de lo complejo de la experiencia venezolana. Gracias por ayudamos a pensar y a escuchar con más apertura y humanidad.