Una versión más larga de este artículo fue publicada en el portal rumano HotNews.
Es 29 de julio por la mañana, y Yeni (nombre ficticio), de 26 años, está en el autobús que la lleva de Valencia a Caracas, Venezuela. Al día siguiente tomará el vuelo de regreso a Rumanía, donde vive desde hace tres años. Viajó a Venezuela para ver a su familia y para poder votar en las elecciones presidenciales.
Las calles de Venezuela están envueltas en una atmósfera de duelo: hay silencio y la gente está triste. Nadie celebra el resultado de las elecciones dada por el Consejo Nacional Electoral la noche anterior, no se escucha la música que sonaban como en las elecciones anteriores. Según el Consejo Nacional Electoral, Maduro habría ganado las elecciones, lo que la oposición y muchas personas de sectores diferentes impugnan.
Votar no fue fácil — tuvo que esperar ocho horas. «Aunque deberían abrir las mesas a las 6 de la mañana, eran casi las 10 y seguían inventando excusas como que las máquinas de votación no funcionaban, que los testigos no habían llegado… Todo esto para desanimarnos a votar. Abrieron solo cuando una persona mayor se desmayó y aparecieron algunos periodistas».
Yeni considera que algo había cambiado en la sociedad venezolana. “Ahora ya no puedes saber quién es pro-gobierno y quién no», me dice Yeni. Antes, explica, se podía más, por la forma de hablar o de ser. Las personas de las categorías sociales desfavorecidas solían tener reuniones frecuentes con miembros del gobierno que les inculcaba la ideología y les distribuía paquetes de alimentos.
Esta polarización creada por el gobierno socialista durante las últimas décadas es definida por los especialistas como la radicalización de las personas o grupos hacia uno u otro lado del debate. En esta polarización, cada parte niega la legitimidad de la otra, generalmente con una fuerte carga emocional y con repercusiones en la vida personal.
«Incluso miembros de mi familia no se hablaron durante años, hasta hace poco. Yo tenía 11 años cuando una compañera de escuela vino y me dijo que no podíamos ser amigas con otra chica porque ella y su familia eran chavistas… Te preguntas: ¿por qué niños hablan de estas cosas?»
La joven explica que creció en un país donde, en cada barrio, había personas pagadas por el gobierno, jefes de calle, para repartir paquetes de comida, junto con folletos de ideología política: «Si sabían que estabas en contra del gobierno, no te daban la comida. Las mismas personas tomaban fotos [de personas] en las protestas y presentaban denuncias contra ell[a]s».
Mientras viaja en el autobús hacia Caracas, Yeni ve grupos militares en medio del silencio, «como si alguien hubiera muerto, como si el país hubiera muerto», explica Yeni.
Sin embargo, cuando cae la noche y pasa por uno de los barrios pobres, encaramados en las colinas que rodean el centro de la ciudad, escucha sonidos de ollas y sartenes (un cacerolazo), una forma de protesta pacífica que ha caracterizado a las protestas contra los gobiernos chavistas y maduristas.
«Estos barrios nunca han protestado porque siempre han sido fáciles de comprar. Los que solían protestar pertenecían más bien a las clases medias, porque realmente veían afectado su nivel de vida. Lo que está ocurriendo ahora es totalmente diferente…»
Florantonia, una periodista venezolana, confirma. «La verdad es que el rechazo al gobierno de Maduro es enorme. Esta vez se observa una diferencia muy grande con respecto a otras protestas (de 2014, 2017 y 2021), y es que las capas sociales bajas han salido en masa», comenta.
Según las actas recolectadas por la oposición, el 70 por ciento de la población está en contra de Maduro. Maduro y el Consejo Nacional Electoral aún no han publicado las actas que confirmarían que Maduro ganó las elecciones.
Florantonia afirma que Maduro aparece en televisión hasta cinco veces al día, comparando a la oposición con los nazis y hablando de Hitler todo el tiempo. Confirma que la noche es el momento de mayor represión contra los manifestantes, cuando ocurren la mayoría de las detenciones y acciones violentas. «A pesar de que se siente una atmósfera de duelo, la gente siente que esta situación no es como las anteriores, porque el rechazo que estamos sintiendo esta vez es generalizado».
A Yeni le afectó enormemente escuchar el sonido de la protesta en este barrio; que en ese momento entendió que las barreras en la sociedad habían caído, tal como había visto en su propia familia, en las semanas que pasó en casa.
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Adela (nombre ficticio), de 38 años, dejó Venezuela en 2016, vivió en Perú y regresó a Venezuela seis años después. Encontró todo diferente: desde las marcas de alimentos hasta la mentalidad de las personas.
«Cuando me fui, la gente apoyaba ciegamente al gobierno. La zona en la que vivo ahora es una ciudad popular, una zona que apoyaba a Chávez casi al 100 por ciento y donde era difícil tener una conversación en la que criticaras al gobierno o sugirieras que era necesario un cambio. Desde que regresé, he notado un cambio enorme, como si a la gente se le hubiera quitado un velo de los ojos».
«He visto a las mismas personas, que antes apoyaban ciegamente el chavismo, llorando el día después de las elecciones porque el gobierno se niega a aceptar su derrota».
En la zona donde vive, me dice Adela, no ha habido ninguna manifestación en los 25 años desde el comienzo del gobierno de Chávez, ya que estaba habitada exclusivamente por «camisas rojas« (partidarios del gobierno).
Para Adela, este cambio de situación es lo más hermoso que le podría haber pasado al pueblo venezolano: darse cuenta de la profunda división de la que han sido víctimas durante tantos años y cerrar este ciclo.
«El gobierno dice que los manifestantes son fascistas, pero eso no es cierto. Son gente común, de los barrios populares, que finalmente salen a la calle para condenar el fraude y pedir resultados transparentes.»
Adela agrega: «María Corina Machado [Ed: la líder de la opocisión] ha recorrido Venezuela profunda y ha visitado comunidades obreras, entendiendo las necesidades de la gente. Durante todo este tiempo, ha mantenido sus convicciones con firmeza y ha demostrado un compromiso auténtico con el bien común».
Adela cree que la única oportunidad para que el pueblo gane es que las fuerzas del orden del estado se pongan del lado de la gente.