Este texto es de Jacqueline Maria da Silva, con edición de Sarah Fernandes, se publicó originalmente el 5 de agosto de 2024, en el sitio web de Agência Mural. Global Voices lo reproduce con ediciones, en virtud de un acuerdo de asociación.
Era finales de 1993 cuando la pastelera Jacy Firmina de Siqueira, de 70 años, oyó en la radio una noticia que despertó su preocupación: en poco tiempo, una nueva moneda entraría en circulación en Brasil, el real, la cuarta en apenas cinco años. “Fueran muchas y no funcionaron, ¿por qué funcionaría esta?”, pensó.
El cambio de moneda fue la etapa final del Plan Real, implementado por el entonces presidente Itamar Franco, para estabilizar la economía del país, que entonces pasaba por una hiperinflación de tres dígitos por año. Un mes antes de que la nueva moneda entrara en circulación, la inflación llegó a 4992% en el acumulado de un año, según el Banco Central brasileño.
Sin embargo, desde julio de 1994, hace 30 años, el real se mantiene como la segunda moneda más duradera y estable de la economía brasileña. Está detrás de los mil reis, usada desde el período colonial, a mediados del siglo XVI, hasta casi la mitad del siglo XX, en 1942.
Antes de eso, los brasileños vivián una rutina en que los precios de los productos aumentaban mucho en cuestión de horas. No había posibilidad de ahorrar, economizar para comprar algo importante, y ni siquiera prever a cuánto ascendería la cuenta de supermercado al día siguiente.
Fueron seis meses de adaptación y transición para millones de personas vivieron ese período, como Jacy, vecina de Sítio Paredão, en el municipio de Ferraz de Vasconcelos, en la región metropolitana de São Paulo. Eran nuevos billetes, nuevos valores y una manera diferente de planear los gastos de la casa.
Casi 30 años después, el temor fue sustituido por la rutina de ir al mercado sin tantas sorpresas. “[Lo primero impactante] fue el congelamiento de precios el primer día. Nos quedábamos pensando ‘caramba, ¿no va a subir?’ A veces, por la mañana era un precio y por la tarde era otro”, dice, recordando que el salario mínimo no acampanaba la oscilación diaria de precios.
Sin embargo, todo remedio puede tener efectos colaterales. El economista Cleberson Pereira da Silva, de 41 años, integrante del Centro de Estudios Periféricos, era un adolescente de Parelheiros, en la zona sur de la ciudad de São Paulo, cuando se implementó el llamado Plano Real. Vivió los cambios de la nueva moneda, y con su familia.
“Si el real trajo impactos positivos en la economía, la población tuvo que pagar un precio alto, ya que para mantener la estabilidad de la inflación fue preciso un régimen de austeridad fiscal en la década de 1990”, afirma.
Según Silva, al mismo tiempo em que la economía se estabilizó, hubo un gasto público elevado para mantener la paridad de la moneda brasileña con el dólar, una diminución del patrimonio público y gastos elevados para manutener la función pública. Brasil siguió siendo un país marcado por la desigualdad social.
También según con el especialista, uno de los motivos para la hiperinflación de inicio de la década de 1990, fueron los gastos de la época de los gobierno de la dictadura militar (1964-1985) los que tuvieron un alto costo para el funcionamiento público y grandes obras, como hidroeléctricas, carreteras y fábricas nucleares. Eso generó un gran endeudamiento público, a pesar de que vendió la mentira de que el país vivió un »milagro económico» en ese período.
El Plano Real
El Plan Real, programa económico creado para intentar estabilizar al economía y contener la hiperinflación, se implementó gradualmente en tres fases: la primera, de ajuste fiscal de emergencia, con la creación de un fondo para aumentar la recaudación, reducir los gastos públicos y flexibilizar el presupuesto; la segunda, se adoptó la URV (Unidad Real de Valor), cuando diariamente el Banco Central convertía la unidad del real al cruzeiro real, como una forma de adaptación a la nueva moneda. Finalmente, la circulación de la nueva moneda. El 1 de julio de 1994, el real entró en circulación plena en todo el país.
No solo eran los consumidores quienes debían hacer malabares para que el dinero alcanzara. Del otro lado, el desorden también era grande.
“Era algo absurdo. Le poníamos precio [a los productos], pero había que cambiar el valor el mismo día”, cuenta el comerciante Jaime Gomes Pereira, de 61 años, dae Vila Joaniza, en Cidade Ademar, distrito de la ciudad e de São Paulo.
En la misma época en que Jacy sintió los efectos de la transición de la moneda, Pereira asumió la panadería JPF Pães, fundada por su padre y que ahora tiene 58 años en actividad. Sin embargo, antes de la estabilización monetaria, la familia se vio obligada a vender dos otras panadería, en Capão Redondo y Jardim Santo Antônio, regiones de la capital paulista, por la crisis económica.
Para Jacy, que es pastelera, tras el cambio de moneda, la cantidad de artículos de la cesta básica aumentó y la carne pasó a ser frecuente en la mesa. Fue un aumento del poder adquisitivo que les permitió, años después, , reformar y amoblar su casa.
“Antes no lograba tener mucho. Había comprado un videojuego para mis hijos y tuve que devolverlo porque no tenía el dinero para pagarlo. Con el real, podíamos pagar las cuentas y tener tarjeta de crédito”, recuerda.
El economista Cleberson Pereira da Silva dijo también que la nueva moneda posibilitó la entrada de nuevos productos en Brasil, con lo que los comerciantes mejoraron la calidad de los productos ofrecidos y se dejó de lado la usura, práctica de cobrar intereses por encima del valor de mercado.
Las desigualdades persisten
Si por un lado la estabilización de la economía facilitó el acceso a los bancos y al crédito, por otro, también aumentó el endeudamiento de la población y de los pequeños negocios. El Producto Interno Bruto (PIB) no mantuvo el ritmo constante de crecimiento e inversión en políticas públicas tampoco aumentó en la proporción esperada.
Todo eso hizo que Brasil no avanzara en reducir la desigualdad social. Como la deuda pública no se pagó, los Gobiernos optaron por recortar gastos para mantener el equilibrio fiscal y disminuir las inversiones en rubros importantes para la población, como salud, educación, cultura y deporte.
“Vas a un hospital y te quedas ocho horas [esperando] para ver al médico. Tiene que haber una mejora”, dice la pastelera Jacy, en relación con una realidad aún presente.
“Voy a la par con la quiebra. El pequeño comerciante de la periferia se está sacrificando muchos, cada año tenemos que pagar más impuestos, licencias y tazas”, reclama el comerciante Jaime.
El camino para cambiar ese juego, según Cleberson, es invertir en la calificación de mano de obra y estimular la industria, la tecnología y la educación, además de revisas las metas fiscales para que el dinero público no sea asigne solamente al pago de deudas, sino para mejorar la calidad de vida de las personas.
“La reforma tributaria [en proceso de reglamentación] puede ayudar pues genera más equilibrio en la sociedad, si se cobra más impuestos a quien gana más y construyendo la justicia social que soñamos”, sostiene el economista.
Leandro Horie, economista del Departamento Intersindical de Estadística y Estudios Socioeconómicos (DIEESE), dijo a Agência Brasil: “El mayor beneficio del Plan Real fue llevar la inflación a niveles civilizados, de cualquier país con un sistema económico mínimamente normal. Hoy, la inflación está entre 4% y 5% por año. El mérito del Plan Real fue principalmente civilizatorio. Como estaba todo en Brasil, quienes más sufrían las consecuencias eran los más pobres”.