Censura híbrida de libros y agenda propagandista de Rusia

Captura de pantalla de Russia Post article. Uso legítimo.

En este artículo, el editor Vladimir Kharitonov analiza el creciente índice de censura de libros en Rusia, describe las herramientas utilizadas para deshacerse de los libros «malos» y explica cómo las prácticas actuales difieren de la época soviética. Se publicó originalmente en Russia Post y Global Voices reproduce una versión abreviada y editada para mayor claridad, con autorización de Russia Post

No hay censura, sino cada vez más libros prohibidos

En Rusia, la censura está prohibida por la Constitución. Sin embargo, esto no impide en absoluto que los libros sean prohibidos tanto de facto como de jure. En septiembre, a raíz de la recomendación del consejo de expertos de la Unión de Libros de Rusia, la editorial que publicó «Nasledie» (Herencia) de Vladimir Sorokin retiró el libro de las estanterías. También retiró las traducciones de «El cuarto de Giovanni» de James Baldwin y «Una casa en el fin del mundo» de Michael Cunningham.

Tras una carta del fiscal general, también fueron retirados los libros “La canción de Aquiles” de Madeleine Miller y “Tan poca vida” de Hanya Yanagihara, y el consejo de expertos de la Unión de Libros de Rusia fueron los envió a «examen experto». Mientras tanto la biografía «Pasolini: Morir por las propias ideas» de Roberto Carnero salió a la venta con grandes partes modificadas. Todos esos libros son sospechosos de difundir “ propaganda LGBTQ+”.

La ley sobre la «prohibición de la propaganda LGTBQ+» establece sanciones muy estrictas para las entidades legales, como las editoriales, que incluyen multas elevadas y una suspensión de operaciones por un periodo prolongado.

A finales de 2023, el Tribunal Supremo de Rusia declaró el inexistente “movimiento internacional LGTBQ+” como una organización extremista, por lo que ahora si se encuentra propagando de actividades extremistas LGBTQ+» en un libro, el editor se arriesga a una gran pérdida financiera, y también a un proceso penal.

Los editores saben muy bien cómo pueden terminar las acusaciones del extremismo cómplice. El Estado calificó de extremista a Boris Akunin (seudónimo de Grigory Chkhartishvili), quizás el escritor ruso más exitoso de los últimos 20 años, cuyas obras se han impreso por decenas de millones. Para enviar un mensaje, registraron la oficina editorial de la casa de publicaciones Zakharov, una de las que publicó los libros de Akunin. Sus libros desaparecieron inmediatamente de las tiendas e incluso de las bibliotecas.

Sin embargo, no se necesitaba ningún Glavit (como el departamento se llamaba al departamento de censura en la época de la Unión Soviética) para esto. El mecanismo de prohibición de libros en la Rusia moderna difiere del soviético (o del zarista): ahora, el país no tiene una institución en la que censores profesionales, siguiendo instrucciones y vigilando la sedición, estudien manuscritos y estampen “Aprobado por los censores” en libros considerados fiables.

La actual máquina de censura se ha construido en los últimos 20 años, y no solo para el rubro de los libros, sino para todo el espacio político. Consiste en varias partes, dos de las cuales son consistentes con cualquier régimen autocrático: tribunales serviles que no representan una rama de independiente del Gobierno, y un aparato de aplicación de la ley servil, que existe principalmente para producir informes sobre delitos descubiertos.

Ambas instituciones encarnan la burocracia, que debe justificar constantemente la necesidad de su existencia. Los agentes de la ley descubren delitos frecuentemente (si no hay, se crean, como por ejemplo la membresía en el «movimiento internacional LGBTQ+») mientras que los tribunales condenan invariablemente a todos los acusados, porque de lo contrario, los agentes de la ley o los propios jueces podrían ser sospechosos de incompetencia.

El tercer componente de la maquina de censura es un conjunto de prohibiciones legislativas, no directamente relacionadas con los libros, que se han acumulado históricamente, así como su interpretación en la práctica.

Ninguna de las prohibiciones contempla la censura; más bien, prohíben una actividad u otra, lo que resulta en censura. Además, cada uno de estas prohibiciones está formulado deliberadamente de manera imprecisa, y permite la interpretación más amplia posible.

¿Cómo funciona esto?

El Estado ruso probó su máquina de censura en el tema que provoca más pánico moral y menos resistencia entre el público: las drogas. A principios de 2000, basándose en la antigua legislación soviética sobre el control de drogas, se prohibieron varios libros de las editoriales Ultra.Kultura y Factoria: “Marihuana: La medicina prohibida» de Lester Grinspoon y James B. Bakalar (Yale University Press), “Inside Clubbing” de Phil Jackson (Berg Publishers) y “Cultura del apocalipsis” editado por Adam Parfrey (Feral House).

Después de esto, los libros sobre política de drogas y la antropología de las drogas prácticamente dejaron de publicarse en Rusia. La autocensura funciona bien cuando va acompañada de pérdidas financieras tangibles, ya que, por decisión judicial, no solo se prohibieron los libros, sino que también se destruyeron las copias restantes en el almacén de la imprenta.

No existe una ley en Rusia que prohíba la crítica a las autoridades, pero hay una ley de 2002 sobre «actividades extremistas”. De igual manera, la crítica a la Policía no está prohibida, pero el Estado ha convertido en delito incitar «odio hacia un grupo social», lo que puede incluir a los policías.

El Estado no prohibió estudiar la historia de la Segunda Guerra Mundial, pero sí prohibió “comparar” el Tercer Reich y la Unión Soviética. Las editoriales comenzaron a eliminar capítulos enteros de libros sobre la historia de Rusia en el siglo XX (por ejemplo, eso ocurrió con el libro “Un país poco moderno” de Vladislav Inozemtsev; en la versión electrónica se eliminó ese capítulo, citaron como argumento la legislación mencionada).

Orta prohibición  se refiere a la “falta de respeto mostrado hacia los involucrados en la defensa del país”, así como a “insultar la memoria de los defensores de la Patria” y “degradar el honor y la dignidad” de los veteranos de la Gran Guerra Patria.

La censura es inconstitucional, pero no se necesita cuando la autocensura ocupa su lugar.

Actualización de métodos de censura

En 2024, el arsenal de censura se enriqueció con nuevas herramientas. El Estado todavía no prohíbe explícitamente la homosexualidad, pero equipara cualquier signo de diversidad sexual con «extremismo», como llevar pendientes de arcoíris. Los libros son víctimas frecuentes de esta práctica de censura en boga.

Los ultraconservadores rusos han copiado en gran medida este plan de sus mentores republicanos de derecha estadounidenses. Sin embargo, a diferencia de estos últimos, los primeros prácticamente no enfrentan ningún obstáculo en forma de legislación liberal, un poder judicial independiente ni una sociedad civil activa.

A diferencia de los tiempos zaristas y soviéticos, la censura preventiva no está en la agenda hoy en día. En su lugar, el Estado mantiene a los editores alerta, alienta la autocensura.

Para ello, el Estado tiene retroalimentación, recibe “señales” del público, es decir, informantes amistosos y bromistas y activistas afiliados el Estado. Estas “señales” llevan a casos, exámenes periciales y decisiones judiciales acertadas. Fueron las denuncias —formales e informales— las que desataron la los mayores escándalos de censura recientes, que hicieron que libros de autores populares, como Dmitri Bykov, Boris Akunin, Vladimir Sorokin y otros fueran retirados de los estantes.

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