Reportaje desde un hospital psiquiátrico que alberga a soldados rusos que lucharon contra ucranianos

Vista del oeste de Bakhmut durante la batalla, 5 de abril de 2023. Imagen cortesía de Dpsu.gov.ua, vía Wikimedia Commons (CC BY 4.0).

La periodista Marfa Khvostova, de la revista en línea Novaya Vkladka, pasó una semana a mediados de año como voluntaria en un hospital de una ciudad de Rusia. Global Voices tradujo, editó para mejor comprensión y reproduce su artículo con autorización de Novaya Vkladka.

Los soldados viven meses en el hospital psiquiátrico con diagnósticos que van desde esquizofrenia a trastorno de estrés postraumático. De los más de diez pacientes con los que Marfa Khvostova habló, ninguno quería volver a la guerra. Algunos preferirían ir a prisión o morir.

“Siempre sientes deseos de luchar”

El recinto del hospital está rodeado de espacios verdes. Cada 20 metros, puedes ver hombres sentados en bancos: a algunos les falta una pierna, a otros un brazo, y algunos tienen la cabeza vendada. Una joven con traje de lino beige se esfuerza por empujar a un joven en silla de ruedas al que le faltan ambas piernas; la derecha por debajo de la rodilla y la izquierda por completo.

Frente al hospital, los pacientes fuman. Los que no tienen sillas se sientan sobre el suelo, sobre trozos de goma espuma debajo de ellos.

El largo y luminoso pasillo tiene habitaciones oscuras y cortinas cerradas. Algunos pacientes están acurrucados en sus camas, mirando a la pared, mientras otros conversan en susurros. La mayoría de los pacientes pasan sus días en el celular. No leen las noticias sobre la guerra: “Es todo mentira”.

Se puede ver sillas de ruedas junto a las camas y botellas de agua alineadas en los marcos de las ventanas. Hay alrededor de 80 personas en el hospital psiquiátrico, en su mayoría de rangos militares inferiores y oficiales subalternos: sargentos, cabos, tenientes. Algunos recién llegados y otros que llevan allí desde la primera mitad del año.

Los pacientes están divididos en categorías de “estables” y “críticos”. Las personas mayores pueden pasear libremente por el hospital, mientras que a los críticos no se les permite estar solos para evitar que se lastimen o a lastimen a otros. Después de las visitas de los familiares, las enfermeras registran las pertenencias de los pacientes para buscar objetos punzantes, alcohol o drogas.

La tarea de un voluntario consiste en acompañar a los pacientes “críticos” a las citas con el médico. Los hombres se someten a evaluaciones médicas militares para determinar si son aptos para seguir prestando servicio o no.

El pasillo se siente cargado y las caras de los pacientes están cubiertas de sudor. Muchos llevan piyamas a rayas con el lema “Ejército de Rusia” impreso.

Rompe el silencio un hombre alto y delgado llamado Alexey, vestido con camiseta de tirantes y pantalones deportivos. Se desliza hacia mí como una serpiente y me mira directamente a la cara con sus ojos verdes, que me atravesaran el alma.

I am a perfectly healthy person. But I’m abnormal for society, just as society is abnormal for me. You can inject me right now so I die. Once I’m free, all of humanity will die too.

Soy una persona perfectamente sana. Pero soy un subnormal para la sociedad, así como la sociedad es subnormal para mí. Puedes inyectarme en este mismo momento para que muera. Una vez que sea libre, toda la humanidad morirá también.

Alexey se rodea el cuello con una toalla blanca y la jala con fuerza con una sonrisa siniestra: “La toalla es fueeeeerte”. Es uno de los pacientes “críticos” y, a veces, parece realmente fuera de sí. Sin embargo, la mayoría de los otros pacientes se comportan con normalidad, entablan conversación, hacen preguntas y expresan su curiosidad por la vida civil. Todos toman antipsicóticos. Llevo a Alexey y a algunos otros a un procedimiento médico.

Por el corredor, empujan una cama de hospital con un joven. Su ojo izquierdo está cubierto con gasa y donde debería estar su brazo derecho hay un muñón. Los vendajes envuelven su cuerpo delgado y tatuado. El hombre intenta apretar la mano, pero no puede: tiene una esquirla en el codo izquierdo.

El siguiente paciente es Ruslan, hombre alto y de hombros anchos del norte del Cáucaso. Fue reclutado en septiembre de 2022 y acabó en el hospital psiquiátrico porque ya no podía dormir. Tiene 28 años.

Cuando se les pregunta por su profesión antes de la guerra, todos los pacientes enumeran inmediatamente sus ocupaciones durante la guerra, como si sus vidas como civiles nunca hubieran existido. “Químico en jefe”, responde Ruslan sin dudarlo. Explica que los químicos “descontaminan” las zonas minadas. “En realidad, solo iba al ataque. A nadie le importaba quién eras o qué hacías. Ellos ordenaban ‘¿ataquen’, y debías atacar».

Ruslan dice que tras una operación de ataque “siempre sientes deseos de combatir”. La vida de civil le aburre.

Mejor en prisión

Pocos pacientes psiquiátricos quieren hablar con un cura, pero los voluntarios preguntan regularmente si alguien tiene interés en hablar. “Después de todas las medicinas que te dan, se te quita toda la santidad”, espeta un hombre, aunque le pide al cura que le traiga una figura de san Nicolás. “Tenemos demonios que viven aquí”, ríe otro.

Andrey es de una pequeña ciudad de los Montes Urales, y fue a la guerra después de conversar con un cura. Antes de firmar el contrato, acudió a la iglesia para buscar consejo: ¿debía ir a la guerra? El cura respondió: “Tienes que defender a tu patria, es una buena causa”. Muchos clérigos dicen lo mismo, señala Andrey. Si el cura hubiera dicho que luchar no estaba bien, Andrey habría entrado en duda. Ahora, lleva un pijama de hospital a rayas, se mueve con muletas y oye voces de espías ucranianos “escondidos en los árboles”.

Los historiales médicos muestran las especialidades militares y los diagnósticos de los pacientes: operador de lanzagranadas, esquizofrenia paranoide, médico, esquizofrenia psicopática. Hoy acompaño al urólogo a otro paciente «crítico», Pasha, joven de 27 años de Kiev. En su historial médico figura trastorno de estrés postraumático.

I’m a self-taught radio operator, worked my way up to battalion communications chief. When I turned 18, I went to the Donetsk People’s Republic (DNR) to fight against the Nazis. We had a power grab, and Nazism started. They desecrated monuments.

Soy operador de radio autodidacta y llegué a jefe de comunicaciones de batallón. Cuando cumplí 18 años, me fui a la República Popular de Donetsk a luchar contra los nazis. Hubo una toma de poder y empezó el nazismo. Profanaron monumentos.

Los parientes de Pasha viven en Kiev. “Mi madre y mi padrastro están con nosotros, pero el resto está con los «ucrops» (término despectivo para referirse a los ucranianos). Mi padre fue funcionario del Servicio de Seguridad Ucraniano y no tenemos contacto. «Él siempre me dice ‘ve a defender a tu querido Putin’, pero tampoco me gusta Putin; es responsable de muchas muertes”.

A un paciente lo llevn al pasillo en silla de ruedas. Le amputaron la pierna recientemente. Las enfermeras ven cómo van a llevarlo al ultrasonido: “Ya le dimos sus analgésicos; apenas puede aguantar”. Trasladan al hombre a una camilla de una manera torpe. Su muñón vendado cuelga en el aire.

“No cosieron nada; solo lo cortaron la m***”, explicó el hombre entre quejidos de dolor y con su muñón apoyado en una almohada. “Oh, oh, oh, m***da, m***da”.

Le dan una botella de agua. Pasan otros dos pacientes con sus bolsas de orina.

Pasha se sienta, mirando su celular y mira TikTok. No lee noticias: “Son aburridas”. Pasha terminó su contrato militar en 2019, pero fue reclutado el 22 de febrero de 2022, mientras vivía en la República Popular de Donetsk.

Durante la guerra, empezó a tener ataques de pánico, sentía una ansiedad constante y dormía muy poco. Culpa de su enfermedad al exceso de trabajo y a las “constantes humillaciones de los jefes”:

If there’s any pressure, I start shaking all over, and my brain stops working. I’ve been on pills for three months now — nothing helps. I’m always lying around, depressed. It’s hard to hold a conversation, my brain starts to freeze. It’s hard to focus. I’ve become an idiot. Sometimes I just want to overdose on pills and be done with it.

Si me siento presionado, empiezo a temblar y mi cerebro deja de funcionar. Llevo tres meses tomando pastillas y nada me ayuda. Siempre estoy echado, deprimido. Es difícil mantener una conversación porque mi cerebro parece congelarse. Me cuesta concentrarme. Me he vuelto un idiota. A veces solo quiero tomarme el frasco completo de píldoras y acabar todo de una buena vez.

La esposa de Pasha, que vive con sus dos hijos en una ciudad del centro de Rusia, le pide que abandone el Ejército. Él responde que “eso no va a ser posible”:

It’s either prison, or you keep serving. Let them put me in prison! Five years, at least I’ll be alive. And if it’s ten — I’ll hang myself. There’s no way out except suicide. I tried to push those thoughts away, I’d take a pill right away to calm down. Sometimes I get aggressive — that’s the worst. My mind locks on a goal: to kill. And then suddenly, corpses flash before my eyes.

O te meten en la cárcel o sigues sirviendo. ¡Que me metan en la cárcel! Cinco años y al menos estaré vivo. Y si son diez, me ahorcaré. No hay otra salida que el suicidio. Intenté alejar esos pensamientos tomándome una píldora para calmarme apenas comenzaban. A veces me pongo agresivo, eso es lo peor. Mi mente se fija en un objetivo: matar. Y de repente, parece como si los cadáveres pasaran frente a mis ojos.

Tres enfermeras estaban tomando el té, disfrutando de un pastel de cerezas casera que llevó la madre de un paciente. Mientras toman su té caliente, las mujeres explican cómo funciona todo en el hospital:

There are such characters here; it's awful. You can buy anything in the hospital: drugs, vodka, even a prostitute. And there are so many holes in the fence! You can’t stop anyone from escaping. You give the guard 500 rubles — go out, get drunk, come back.

Ves todo tipo de personalidades aquí, es horrible. Puedes comprar de todo en el hospital: drogas, vodka y hasta contratar a una prostituta. ¡Y hay tantos agujeros en la valla! No puedes evitar que un paciente se escape. Le das al guardia 500 rublos (cinco dólares), sales, te emborrachas y vuelves.

Los adictos y alcohólicos reciben la categoría D en la comisión médica militar, pero algunos vuelven a sus unidades después de que los dan de alta: ayudan a los camilleros y cortan leña. Ya no se les dan armas.

A los demás les dan la categoría B y vuelven. Están aquí durante siete u ocho meses, siempre buscando excusas para no volver a la guerra: me pica el trasero, tengo un grano y así. Pero nadie en este pabellón pierde la cabeza a causa de la guerra. Eso solo ocurre si toman alguna sustancia química nociva o si ya tienen esquizofrenia latente. Llega algo de estrés y se quiebran.

Las enfermeras recuerdan que un paciente de 2o años, que era recluta, escapó durante el invierno:

He stepped outside for a smoke and said, ‘That’s it, guys, I’m going home,’ and just bolted across the ice! Yeah, in summer sneakers, over the fence. He had already called a taxi, and it was waiting for him.

Salió a fumar y dijo: “Se acabó, chicos, me voy a casa”, ¡y salió corriendo por el hielo! Sí, en zapatillas de verano, saltando por encima de la valla. Ya había llamado a un taxi y lo estaba esperando.

Según las enfermeras, el hombre se fue a casa, empezó a drogarse y tres meses después se ahorcó en un granero. Su madre fue después al hospital a recoger sus cosas y su pasaporte.

Las enfermeras se callan y se terminan el pastel. Una de ellas aparta la taza y me mira a los ojos: “Aquí no hay personas normales; las personas normales no fueron a la guerra”.

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