
Captura de pantalla del sitio web Russia Post. Uso legítiimo.
Este artículo de la socióloga Anna Kuleshova, escrito para Russia Post, destaca a los artistas rusos en el exilio, que a pesar de lidiar con los problemas que todos los emigrantes deben enfrentar, han conseguido unir a muchos de sus compatriotas que viven en el extranjero y cambiar la imagen pública de su país de origen. Global Voices reproduce una versión editada con autorización de Russia Post.
En las entrevistas que hago con los rusos que se fueron de su país luego del comienzo de la guerra de Ucrania una de las historias más frecuentes y dolorosas es la de la pérdida o el cambio de profesión que ocurre al emigrar.
¿Quién querría arte ruso fuera de Rusia? ¿Cómo sería posible si el país está «cancelado»?
Hay varios millones de rusos que viven fuera de Rusa, incluidos quienes emigraron en los diferentes periodos históricos y sus descendientes. Esto significa varios millones de personas de habla rusa que consumen productos culturales, sin mencionar a quienes se marcharon tras el comienzo de la guerra y la llamada «movilización parcial», y a los extranjeros a que tienen interés en el arte ruso, aunque no sea en su lengua materna.
Los rusos que están fuera de su país no siempre forman grupos organizados y a veces ni siquiera se comunican entre sí. En Francia, un encuestado me contó acerca de un problema que se encontró en una boda; resulta que los rusos que pertenecen a distintas oleadas de emigración no pueden compartir la misma mesa, por miedo a que estalle un escándalo entre ellos.
A menudo, las comunidades rusas son virtuales en los países que las reciben, y se organizan en torno a chats de Telegram, a sus perfiles profesionales (los trabajadores del rubro informático) y a la ayuda voluntaria. En otros casos, lo que los une son los escenarios, los espacios de arte y los proyectos creativos.
Ya que los rusos no viven todos en un mismo lugar, los grupos de artistas en el exilio se ven obligados a abandonar cualquier sueño de tener su propia sede, actuar en el escenario principal y «uberizar» el contacto con el público. «¿Necesitan un teatro? Iremos hacia ustedes2.
La última ola de emigración rusa es a veces comparada al «éxodo blanco» luego de la revolución bolchevique, y se espera que traigan no menos beneficios a los países de destino que quienes se marcharon hace un siglo.
En aquel entonces, por ejemplo, Serbia se convirtió en uno de los principales beneficiarios, con arquitectos, médicos y otros especialistas procedentes de Rusia. Hoy en día, Montenegro y Armenia han recibido importantes provechos económicos del sector informático ruso. Francia y Reino Unido otorgan visas de talento a los rusos, al recordar la influencia cultural de aquellos como Mikhail (“Mijaíl”) Chekhov y Nikita Balieff, entre muchos otros.
Las altas expectativas se justifican parcialmente: los emigrantes rusos contribuyen a la investigación científica en los países que los reciben, y también al ámbito de la medicina sustentada en evidencias, al sector informático y a la industria creativa. Surgieron nuevos teatros en el extranjero, como El Chaika, que en su primera temporada presentó 38 obras en Lisboa, París y Luxemburgo (este autor ayudó a organizar la gira en Luxemburgo).
Esta compañía, como sus predecesoras hace un siglo, preserva la cultura rusa, aquella parte que, primero el Gobierno soviético intentó prohibir, y que ahora la Rusia independiente trata de «cancelar». [GV: se refiere a la gente que se opone al gobierno, pero que tiene mucho que aportar]
Estas comunidades culturales rusoparlantes reciben el apoyo de los emigrantes de olas anteriores, mecenas de arte, fundaciones benéficas y Gobiernos locales, y también de profesionales altamente calificados que abandonaron Rusia hace poco tiempo.
Uno de mis entrevistados en Armenia me dijo que él y sus colegas habían creado un colectivo de artistas cuya idea de negocios era la de impartir lecciones de piano, canto y pintura. Cuando le pregunté por el público al que se dirigían, me dijo que tenían especialistas en informática y sus familias, que al haber abandonado el entorno educativo y cultural familiar de las grandes ciudades rusas (millioniki), buscan reemplazarlos en sus nuevos lugares de residencia.
A menudo, se forman nuevos círculos sociales en torno a los artistas en el exilio, que ofrecen a los emigrantes la oportunidad de conectarse con personas de ideas afines y escapar de la soledad, la ansiedad y el temor. Atraen a quienes se autodefinen como rusos, y también como «personas con un destino en común».
Los artistas que, a pesar de rechazar la ideología oficial de la Rusia moderna, decidieron no emigrar y ayudar a sus compatriotas que se oponen a la guerra y al régimen dentro del país a sobrevivir a estos tiempos difíciles: la gente se reúne en torno a «sus» músicos y artistas en locales de arte privado y realizan lecturas de obras dramáticas, mientras acompañan los proyectos creativos de los rusos que se marcharon.
Los artistas que están fuera de Rusia no son siempre pueden dejar de lado el temor y sentirse libres. La prensa oficial rusa suele escribir sobre ellos en un lenguaje ofensivo y amenazador.
La mayoría de los rusos de la última ola de emigración se marcharon solo con sus documentos rusos «internos», sin pasaporte de otros países, ni un colchón financiero o una idea de dónde trabajar (excepto los especialistas en informática, muchos de los cuales fueron reubicados en el extranjero por sus empleadores). Los trabajadores del arte no son una excepción.
Por lo general, los emigrantes dejan parientes y propiedades en Rusia, lo que los hace vulnerables ante las autoridades.
Además, las políticas de los países que los reciben pueden cambiar de forma imprevista, lo que obliga a los rusos a marcharse (por ejemplo, Turquía toma medidas drásticas sobre la inmigración). Mis entrevistados han vivido en un promedio de tres o cuatro países en los últimos dos años y medio.
No se puede estar seguro de que no te encontrarás de repente sin una autorización válida de residencia o sin el acceso al dinero (por ejemplo, los bancos extranjeros se negaron a atender clientes de Rusia por temor a sanciones secundarias). Si no logra conseguir un empleo estable en el exterior, deberá regresar a Rusia. Lo mismo ocurre si su pasaporte «interno» caduca, ya que solo puede conseguir uno nuevo en Rusia; las embajadas rusas expiden solo pasaportes «extranjeros».
Y la decisión más difícil de todas: un pariente o un amigo se enferma, y debes volver, pero ya escribiste muchas cosas en internet de condena el régimen y la guerra.
En este contexto, los artistas se encuentran en una particular situación precaria, en especial si no son figuras destacadas o forman parte de compañías famosas, como las cantantes Zemfira y Monetochka, el director Kirill Serebryannikov o el comediante Viktor Shenderovich.
Los emigrantes rusos en general y los países que los reciben esperan que los artistas tomen una posición firme y pública contra la guerra, pero los menos conocidos y los nuevos colectivos de artistas se ven amenazados por la inseguridad: enfrentan la tarea de alcanzar su potencial artístico, y también la de simplemente sobrevivir cada día, lo que significa conseguir la permanencia legal en sus países de asilo. Por otra parte, obtener la ciudadanía de otro país lleva al menos cinco años, después de los cuales los rusos exiliados se sienten seguros y libres de la dependencia de Rusia.
Pese a todas estas dificultades, el arte contemporáneo ruso en el exilio es el que se está convirtiendo en la cara visible de la Rusia que se prohíbe en su tierra natal, perseguida por las autoridades rusas e insultada por los propagandistas del Kremlin. El arte en el exilio le recuerda al mundo que, como cualquier otro país, Rusia es multifacética, y que aun en las situaciones más difíciles, hay personas con las que es posible dialogar.