
El museo de Rebgong de cultura tibetana se construyó en tierras adquiridas por el Gobieno de la comunidad hablante de manegacha de Nyantok. Foto de Gerald Roche. Usada con autorización.
Gerald Roche es un profesos asociado en política en la Universidad La Trobe en Melbourne, Australia, cuyo trabajo versa sobre poder, Estado, colonialismo y racismo. Este artículo suyo se publicó originalmente en Cornell University Press y lo reproducimos con autorización.
La inteligencia artificial no va a salvar a los idiomas del mundo. Difícilmente va a hacer alguna diferencia para las miles de comunidades alrededor del mundo que están bajo presión para aceptar los idiomas dominantes. Sé esto por las lecciones que aprendí de estudiar cuatro aldeas en el Tíbet.
Si obtienes tu información de otro lado –si escuchas a los profetas de Silicon Valley, por ejemplo– puedes sentir mucho entusiasmo por el potencial de la IA para salvar a las lenguas amenazadas del mundo. Parece que estamos avanzando, rápido.
En junio de 2024, científicos que trabajan en Meta publicaron un artíclo en la revista Nature para presentar su proyecto «No Language Left Behind» (Ningún idioma queda rezagado), que tiene por finalidad crear un «sistema de traducción universal» que ayudará a los idiomas en peligro. Ese mismo mes, Google agregó 110 idiomas nuevos, que incluían tibetano, cantonés y afar, a Google Translate. En respuesta a novedades como esta, muchos periodistas, empresas tecnológicas y académicos han surgido para alabar a la IA y su potencial de salvar a los idiomas desde el Amazonas hasta el Ártico.
Mi nuevo libro, «La política de opresión del idioma en el Tíbet«, tiene mucha información que debería templar nuestro entusiasmo. El libro se inspira en ocho años de vivir y trabajar en el noreste de la meseta tibetana en China, seguidos de varios años de investigaciones en cuatro aldeas donde cerca de 8000 tibetanos hablan un idioma que llaman manegacha.
Lo que aprendí en esas cuatro aldeas es que, a menos que se cambie drásticamente las relaciones económicas, sociales y políticas subyacentes, la IA nunca va a llegar a las comunidades donde se la necesita más.

Complejo familiar con habitaciones que rodean un patio central en in Tojya, una de las aldeas incluidas en el libro. Foto de Gerald Roche. Usada con autorización.
Primero, la dimensión económica. Los idiomas en peligro suelen verse minados por la negativa del Estado de darles los recursos materiales que necesitan. En China hay cerca de 300 lenguas, pero la mayoría de los recursos están orientados a promover el idioma nacional, el mandarín. Lenguas como el manegacha no reciben apoyo material del Estado, así que no tienen escuelas, libros, medios masivos, carteles en las calles, traducciones médicas ni servicios de emergencia. Nada. Un Estado que ha difundido obstinadamente tantas lenguas no invertirá sus recursos en el costoso y trabajoso proceso de programar IA para esas leguas. Como las lenguas minoritarias e indígenas suelen tener poca financiación, espero que China no estará sola en esto.
Despupés viene la dimensión social. Quienes usan lenguas en peligro suelen estar maginados socialmente, se les falta el respeto crónicamente y se les discrimina sistemáticamente. El Estado podría tener algo que ver en esto, o simplemente puede darle impunidad a quienes actúan así. En China, los tibetanos son considerados una población culturalmente retrógrada y potencialmente sediciosa con relación a la mayoría han. Por su parte, los hablantes de manegacha enfrentan discriminación de otros tibetanos como minoría lingüística en la amplia comunidad tibetana. Donde sea que vivan, quienes usan lenguas en peligro enfrentan alguna forma de supremacía civilizacional, opresión racista o chauvinismo cultural. La inteligencia artificial no hará nada para quitar el privilegio y la vanidad que lleva a las lenguas a estar en peligro.

Ciudad de Rongwo, que se expande al norte (a la derecha de la imagen), hacia aldeas que hablan ngandeghua y manegache. La parte norte de la ciudad ya se construyó sobre tierras adquiridas a Nyantok, comunidad que habla manegach. Foto de Gerald Roche. Usada con autorización.
Finalmente, está la dimensión política. Las comunidades que usan lenguas en peligro usualmente no pueden mejorar su situación material o social porque están excluidas de instituciones y procesos políticos. Se les niega su derecho a la autodeterminación y se violan sus derechos políticos y civiles. La sociedad civil en China tiene muchas restricciones, y comunidades pequeñas y vulnerables como las que hablan manegacha no pueden movilizarse para defender los derechos que se les niega sistemáticamente. La inteligencia artificial no cambiará esta situación en China, ni contribuirá a defender la democracia significativamente en un mundo en el que está cada vez más bajo amenaza. Esto es porque las corporaciones que controlan la tecnología de IA son fundamentalmente organizaciones no democráticas cuyo motivo subyacente es el lucro, no la autonomía política.
Si miramos el mundo desde la perspectiva de estas cuatro aldeas en el Tíbet, está claro que la inteligencia artificial no puede resolver los problemas materiales, sociales y políticos que llevan a las lenguas a estar en peligro. Al concluir mi libro, sugiero cómo podríamos empezar a avanzar a soluciones más efectivas por medio de solidaridad transnacional para buscar un cambio sistémico significativo. Pero hay un largo camino por recorrer, mucho por hacer y muy poco tiempo para distraernos con las promesas vacías de las corporaciones tecnológicas.