El poeta y cantautor venezolano Eduardo Olarte, conocido como Lalo Yaha, ha dedicado un poema conmovedor a la población latina migrante en Estados Unidos en respuesta a las recientes acciones en materia migratoria de la administración de Donald Trump.
Olarte dejó su país en 2016 huyendo de la crisis económica. Inició su nueva vida fuera de Venezuela cantando en autobuses en Ecuador y su perseverancia lo llevó a trabajar como productor audiovisual para el popular cantante venezolano Nacho. Desde entonces su presencia en redes sociales ha ido creciendo, contando hoy con dos millones de seguidores en Instagram. En 2024, lazó su primer proyecto musical, un EP con cinco canciones bajo el nombre “Cartas a Nadie” y también publicó su diario “El camino de mis sueños”.
En la pieza “Los Migrantes”, Olarte habla, con un tono emocional y sarcástico, de las dificultades que enfrentan los migrantes en Estados Unidos y la perseverancia con la que estos hacen frente a esas adversidades. Desde los inicios de su campaña, el ahora presidente estadounidense Donal Trump ha abogado por la necesidad de políticas publicas “más severas” en materia migratoria a través de un discurso cargado de odio y generalizaciones hacia la población migrante y una ola de redadas y deportaciones muy mediatizada. En su poema, Olarte desmonta la narrativa de odio y de culpa del cual sufren los migrantes en los Estados Unidos y en otras regiones del mundo como Europa o incluso dentro de otros países de Latinoamérica.
Muchas personas reaccionaron posivitamente a esta pieza, dejando en los comentarios su esperanza de “ya no ser juzgados por su acento” y de seguir “el sueño latino”.
Aquí puedes leer el texto del poema, escrito con un tono sarcástico, y ver el video original del artista en Instagram.
La culpa es de los migrantes. No importa si somos buenos o malos, adultos o niños, o si ya aprendimos a hablar inglés y pagamos impuestos. Lo único que importa es que no somos de aquí. La culpa es de los migrantes porque no saben cumplir la promesa de que el próximo año estarán de vuelta en casa para celebrar en familia.
La culpa es de los migrantes porque saben mentir muy bien. Mienten cuando les preguntas cómo están y esconden sus jornadas laborales y su poco tiempo de bienestar detrás de un ‘todo bien’.
La culpa es de los migrantes por querer adornar un lugar que no les pertenece, por compartir su música, su alegría, su baile, su fe, con una sonrisa que molesta porque aquí nadie tiene derecho a ser feliz, aquí solo se trabaja.
Porque no saben olvidar el barrio, la calle, el clima, la playa porque sus raíces se quedaron en el lugar de donde los arrancaron porque tienen fuerza para todo, para cruzar en balsa, trepar murallas, pasar el río, esconderse por días para trabajar hasta dormidos, para soportar el frío de la ciudad y de su gente, porque saben soportar el dolor sin romperse. No hay una espalda latina que no duela, no hay talones descansados ni horas de sueño completas.
La culpa es de los migrantes porque con ellos todo sabe igual. Arepas, tamales, pupusas, habichuelas, ceviches, mates, sancochos. Todo sabe a distancia, a dolor, a sudor, a soledad. Porque con ellos todo suena igual. Salsa, merengue, cumbia, corridos, gaitas, boleros, reggaetón. Todo suena a pasión, a lucha, a libertad, a rebeldía.
La culpa es de ellos porque creen en Dios en todas sus formas y colores y lo llevan colgado en el cuello, tatuado en el brazo, colgado en la pared de la casa, o lo visitan los domingos en eso que suelen llamar día de reposo, aunque todos sepamos que en esta tierra ya nadie encuentra descanso.
La culpa también es de los hijos de los migrantes, que no logran ver en sus padres a un ciudadano de aquí, ni ven en el espejo a un ciudadano de allá, que solo reconocen la mezcla y esa mezcla sigue siendo incómoda para algunos.
No importa el nombre que tenga, democracia, dictadura, progresismo, hay leyes nuevas cada día. Los de derecha, los de izquierda y los que dicen ser del centro, los diplomáticos y los armados, los que inventan visas, los que dan las visas y los que las revocan, todos cuidando su lugar en la fábrica de distancias y en el centro todo un continente que debería mirarse como hermanos.
Y no intento defender a los que incendian y destruyen lo que funciona, pero que se juzgue el delito y no la sangre, que se condene la maldad y no el acento, que no incendien los campos tratando de quemar la plaga y terminen llevándose también consigo la buena semilla.
¿Sueño americano? No, sueño latino.
Que se pueda trabajar menos y vivir más. Que no tengamos que ocultar lo que somos. Que se pueda tramitar menos y vivir en paz.
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