Cineastas de Bután están redefiniendo la narración arraigada de manera única en su contexto cultural

Monk in shadow at sunset in the Paro Dzong. Photo via Flickr by Craig Allen. CC BY-NC-ND 2.0

Monje en sombra al atardecer en el Paro Dzong. Foto vía Flickr de Craig Allen (CC BY-NC-ND 2.0).

Este artículo de Abishek Budhathoki se publicó originalmente en Nepali Times. Una versión abreviada y editada se reproduce en Global Voices como parte de un acuerdo para compartir contenido.

Como una delicada mandala que emerge del silencio meditativo, una nueva ola de cine espiritual ha ido transformando suavemente el horizonte cinematográfico de Bután.

Es un renacimiento que representa más que un simple movimiento artístico, es un diálogo entre la memoria cultural y la expresión contemporánea.

El estilo cinematográfico se alinea estrechamente con lo que Paul Schrader describe en su libro El estilo trascendental en el cine. A diferencia del realismo psicológico que domina el cine contemporáneo, este enfoque trascendental prioriza la expresión espiritual a través de un trabajo de cámara austero, representaciones despojadas de autoconciencia teatral y una edición que se resiste a la manipulación narrativa.

Al igual que la práctica budista de la meditación, estas películas piden a los espectadores que sean testigos de las complejidades de la vida con un enfoque gentil, que vean más allá de las narrativas superficiales y toquen las aspectos fundamentales de la experiencia humana.

En el centro de este movimiento está Khyentse Norbu, figura con una delicada combinación de sabiduría espiritual y arte. Norbu no es solo un director, sino un lama (profesor o maestro espiritual) budista de quien se dice que es la encarnación de Jamyang Khyentse Wangpo, santo del siglo XIX.

Su primera obra, La Copa (1999), trata sobre jóvenes monjes de un monasterio del Himalaya apasionados por el fútbol, que muestra que la espiritualidad puede coexistir armoniosamente con los intereses mundanos. Esta película marcó un momento crucial en el panorama cinematográfico de Bután, y surgió de la experiencia de Norbu como asistente de Bernardo Bertolucci durante el rodaje de “Pequeño Buda” (1993).

En su última película, Cerdo en la encrucijada (2024), Norbu trabaja con el concepto budista de bardo, la frontera entre muerte y renacimiento, donde la conciencia navega por el terreno entre la disolución y la transformación.

El protagonista de la película, Dolom, se convierte metafóricamente en un cerdo en una encrucijada metafísica, y su viaje representa apegos profundamente arraigados y el potencial de liberación espiritual. El budismo ve esta transición como una oportunidad única para que la conciencia se libere de su maraña de culpa, vergüenza e ignorancia, y ofrece una comprensión más amplia de la realidad.

La película trata la muerte no como un final, sino como una oportunidad para comprender. Muestra la vida como una especie de sueño donde las personas pueden encontrar la libertad a través de sus luchas. Cuando la película de repente se vuelve negra y termina, el destino de Dolom no queda claro. Este final invita a los espectadores a pensar en sus propias experiencias, al igual que el final abierto de la vida.

«Cerdo en la encrucijada» conlleva profunda sabiduría espiritual, pero técnicamente se queda corta en comparación con trabajos anteriores de Norbu como “Viajeros y Magos” y “Hema Hema”. La película se siente menos pulida y a veces pierde ritmo a través de imágenes que no coinciden del todo con las ideas profundas que intenta explicar.

Sin embargo, esta misma imperfección podría ser intencional: un reflejo del tema principal de la película sobre la imprevisibilidad inherente de la vida.

Junto con su mentor Khyentse Norbu, Pawo Choyning Dorji surgió como una carismática nueva voz en el cine de Bután. Fue asistente de dirección de Norbu en su película “Vara: Una bendición”, y después produjo “Hema Hema: Cántame una canción mientras espero”.

La primera película de Dorji como director, “Lunana: Un yak en el salón de clases” (2019), atrajo interés internacional al cine butanés. Su ultima obra, “El monje y el revólver” (2023), continúa exhibiendo su talento como director. La película está ambientada en 2006, durante la transición del reino hacia la democracia, y presenta el cuadro de una sociedad que navega por el delicado equilibrio entre los valores tradicionales y los procesos políticos modernos.

A través de una narrativa que sigue a un monje rural, un funcionario electoral y varios aldeanos, Dorji elabora una crítica sutil de la implementación democrática que va mucho más allá del proceso político. La película presenta a Ronald Coleman, homenaje no tan sutil al actor Ronald Colman de Horizonte perdido, que actúa como sustituto de Estados Unidos.

La verdadera brillantez de la película reside en su capacidad para revelar complejidades culturales a través de interacciones aparentemente mundanas. Dorji utiliza una simulación de las elecciones de Bután como prueba para examinar cómo la influencia política externa puede alterar la armonía comunitaria, y resalta la tensión entre los ideales democráticos impuestos y las estructuras sociales indígenas.

La alusión a las armas, la televisión y los medios internacionales sirven como metáforas de la penetración cultural, lo que sugiere que el verdadero progreso no se trata de estímulos externos, sino de mantener conexiones humanas fundamentales y la felicidad colectiva. La película ofrece un mensaje sutil, especialmente usa la conmoción democrática reciente en Estados Unidos como contexto.

“El monje y el revólver” ofrece una sátira agradable de ver pero carente de entusiasmo sin fuerza real. El planteamiento de Dorji parece demasiado cauteloso y convierte lo que podría haber sido una aguda crítica cultural en una narrativa olvidable. El resultado es una película que no es ni mala ni especialmente memorable.

El cine de Bután ha estado influenciado durante mucho tiempo por el cine indio, y muchas de las primeras películas seguían de cerca las tendencias de Bollywood. Sin embargo, ha habido un cambio significativo en los últimos 20 años, cuando los cineastas comenzaron a desarrollar su propia perspectiva única.

El futuro del cine de Bután es brillante y muchos cineastas nacionales parecen haber encontrado sus voces originales. Quizás este movimiento pueda denominarse “Cinéma du Dharma”, término que podría imaginarse fácilmente en las páginas de Cahiers du Cinéma.

Más allá de Norbu y Dorji, hay otros directores talentosos en la nueva ola de Bután: Dechen Roder, Tashi Gyeltshen, Karma Takapa y Ugyen Wangdi. Luego está Arun Bhattarai, cuyo largometraje documental “El agente de la felicidad” (2024) sigue a un encuestador que mide la felicidad y, en el proceso, critica suavemente la idea de felicidad nacional en bruto.

Al igual que los movimientos cinematográficos transformadores que han surgido en todo el mundo, los cineastas de Bután están redefiniendo una narración que está singularmente arraigada en su contexto cultural. Su enfoque trasciende la representación geográfica y ofrece una meditación que combina la visión espiritual con el diálogo artístico.

A través de películas que resisten las limitaciones narrativas tradicionales y las convenciones cinematográficas occidentales, están creando un nuevo lenguaje cinematográfico distintivo.

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