
‘Madre e hijo‘ de Mikuláš Galanda (dominio público), mezcla creada con Paint.NET y Canva.
Estoy leyendo un cuento para dormir en mi lengua materna a mi hijo de tres años. El cuento es sobre dragones a quienes les encantan los tacos.
Me escucho decir la palabra «dragón» una y otra vez mientras paso las páginas del libro ilustrado.
Noto la curiosa «a» larga de mi acento regional.
Me doy cuenta de que la punta de mi lengua toca mis dientes inferiores para formar ese sonido.
Me parece maravilloso que esta característica de la región donde crecí haya sobrevivido intacta cuando la mayoría de las demás han suavizado su presencia o, incluso, han desaparecido por completo de mi voz.
Me pregunto si mi hijo heredará mi pronunciación, porque soy su madre y su mayor influencia en inglés en el país no angloparlante donde vivimos.
Reviso el léxico del dialecto de mi niñez, un inglés peculiar moldeado por historias de inmigración alemana, polaca y escandinava, entre otras, y elijo algunas palabras y frases que él me escuchará decir.
Me lo imagino llamando bubbler a una fuente de agua, o agregando once (una vez) al final de instrucciones como «ven aquí» para suavizar su tono, o exclamando arrepentido ope, sorry después de chocar accidentalmente con alguien en la calle.
Me río al imaginar que esto se haga realidad, aunque seguramente él nunca vivirá en esa región en particular.
Me pregunto si algún día vivirá en alguna región de mi país de origen.
Me pregunto si quiero que viva en mi país de origen.
Me preocupa que tal vez nunca disfrute del idioma inglés como yo lo disfruto, o que nunca viva la experiencia comunitaria de un viernes con pescado frito como la viví yo, o que nunca aprecie la sinfonía de un buen taco como yo la aprecio, o que nunca gane dinero fregando pisos en algún lugar después de la escuela como hice yo.
Entro en pánico pensando que él también podría sentir la necesidad de huir muy, muy lejos.
Me regaño por lo provincial, lo privilegiada, lo anglocéntrica que soy, y me pregunto además, ¿cómo me atrevo a pretender ser una autoridad cultural sobre los tacos?
Confío en que será un placer verlo labrar su propio camino lingüístico y que habrá muchas oportunidades para que encuentre su comunidad, pruebe tacos y aprenda las lecciones inherentes a fregar pisos.
Recuerdo cuánto he disfrutado la aventura de huir muy, muy lejos.
Espero estar criando a una buena persona.
Rechazo la envidia por su bilingüismo sin esfuerzo y su doble pasaporte desde que nació.
Contengo la respiración por lo mucho que lo amo.
Respondo a sus preguntas sobre qué tan picantes son los diversos ingredientes del cuento.
Cierro el libro y sigo con la rutina de la hora de dormir.