
Foto cortesía de Joseph Daher.
Las universidades de toda Europa y Nortemérica están cada vez más bajo la lupa por el trato que dan a los académicos que se manifiestan contra las políticas israelíes y expresan su solidaridad con Palestina. El caso de Joseph Daher, académico suizo-sirio de la Universidad de Lausana, es un ejemplo.
Daher, académico especializado en política de Asia occidental, se encontró en el centro de la controversia cuando no se le renovó el contrato repentinamente tras una investigación sobre sus actividades relacionadas con la solidaridad con Palestina.
Su despido plantea interrogantes sobre la libertad académica y la creciente vulnerabilidad de los académicos que se involucran en discursos políticos, en particular cuando implica críticas a Israel, en medio de un patrón creciente en el que las universidades se inclinan ante presiones externas (ya sea de Gobiernos, medios o donantes), lo que conduce a la censura y represión de las voces críticas.
En esta entrevista, Daher cuenta su experiencia, detalla los acontecimientos que llevaron a su despido y las amplias implicaciones con respecto a la libertad académica en Europa.
Walid El Houri (WH): ¿Podrías contarnos los acontecimientos que llevaron a la decisión de no renovar tu contrato?
Joseph Daher (JD): I received the results of the investigation opened by the university the day after I came back from Syria. I hadn’t been back in 14 years. And when I heard the results, I understood right away that they wanted to kick me out the next day.
Everything began with the genocidal war on Gaza. I was involved in Palestine solidarity efforts, helping students organize and participating in conferences and mobilisations. In March, an internal complaint was filed against me, questioning my academic expertise to speak on Palestine. My colleagues defended me, citing my two PhDs and research background.
Later, during a student protest, I lent my university access card to a student to rest and pray. Though initially not an issue, months later, the university used it to launch an investigation, outsourcing it to a private law firm. Despite many professors lending their cards as common practice, they aggressively pursued my case. In November, they demanded details about my external contracts. I complied, but received no response.
In December, I faced a four-hour interrogation. They even attempted to use a Facebook post of Jesus wearing a keffiyeh against me to extend the investigation but then dropped it. On January 17, I was informed of the investigation results. The findings of the case relied mainly on one false testimony, while others were neglected. We appealed, but the next day, they rejected it. On January 31, they found me at fault but chose not to discipline me — instead, they simply refused to renew my already signed contract for the next semester.
Joseph Daher (JD): Recibí los resultados de la investigación iniciada por la universidad al día siguiente de mi regreso de Siria. Regresaba tras 14 años. Y cuando escuché los resultados, entendí de inmediato que querían echarme al día siguiente.
Todo comenzó con la guerra genocida en Gaza. Participé en esfuerzos de solidaridad con Palestina, ayudaba a los estudiantes a organizarse y participaba en conferencias y movilizaciones. En marzo, se presentó una denuncia interna contra mí, se cuestionaba mi experiencia académica para hablar sobre Palestina. Mis colegas me defendieron, mencionaron mis dos doctorados y mi experiencia en investigación.
Luego, durante una protesta estudiantil, le presté mi tarjeta de acceso a la universidad a un estudiante para que descansara y rezara. Aunque al principio no fue un problema, meses después, la universidad lo utilizó para iniciar una investigación, y subcontrató a un bufete de abogados privado. A pesar de que muchos profesores prestaban sus tarjetas como práctica habitual, persiguieron mi caso agresivamente. En noviembre, exigieron detalles sobre mis contratos externos. Cumplí, pero no recibí respuesta.
En diciembre, me sometieron a un interrogatorio de cuatro horas. Incluso intentaron usar en mi contra una publicación de Facebook en la que aparecía Jesús con una keffiyeh para prolongar la investigación, pero luego la dejaron de lado. El 17 de enero me informaron de los resultados de la investigación. Las conclusiones del caso se basaban principalmente en un testimonio falso, mientras que otros no se tuvieron en cuenta. Apelamos, pero al día siguiente la rechazaron. El 31 de enero me declararon culpable, pero decidieron no sancionarme. En cambio, simplemente se negaron a renovar mi contrato ya firmado para el siguiente semestre.
WH: ¿La universidad ha tomado alguna medida adicional?
JD: The university has an obligation to protect its employees from public attacks.
I was already under attack because of my position on Palestine with campaigns against me in the right-wing media. Even a local MP in my canton publicly called for me to be fired.
In previous cases, when professors involved in climate activism were targeted by right-wing media, the university defended them. Rightly so! They said: “These professors are specialists in their field. They can’t therefore be only characterized as activists, they are scientific experts.”
But in my case, several defamatory articles were published against me — including accusations of being an anti-Semite, or “not a real professor” — the university was asked to comment. And they responded: “No comment.”
So that’s another dimension to this whole affair.
JD: La universidad tiene la obligación de proteger a sus empleados de los ataques públicos.
Ya me habían atacado por mi postura sobre Palestina con campañas en mi contra en medios de derecha. Incluso un diputado local de mi cantón pidió públicamente mi despido.
En casos anteriores, cuando los medios de derecha atacaron a profesores implicados en el activismo climático, la universidad los defendió. ¡Y con razón! Dijeron: “Estos profesores son especialistas en su campo. Por lo tanto, no se los puede catalogar únicamente como activistas, son científicos expertos”.
Pero en mi caso se publicaron varios artículos difamatorios en mi contra, incluidas acusaciones de antisemita o de “no ser un verdadero profesor”, y se pidió a la universidad que hiciera comentarios. Y respondieron: “Sin comentarios”.
Esa es la otra cara de la moneda en todo este asunto.
WH: ¿Crees que esta represión está ligada al ascenso de la derecha o hay algo más profundo en juego?
JD: The repression is not just coming from the far right. We see what I call “neoliberal authoritarianism” — leaders like Macron, Biden, and others who, while not part of the far right, have also been extremely repressive toward protest movements.
If you look at how they handled Black Lives Matter protests, for example, or more recently, the Palestine solidarity movement — it’s clear that this is not just a right-wing phenomenon.
This is about silencing dissent and controlling narratives.
Let’s not forget that one of the first instances of banning pro-Palestine demonstrations in Europe was in France in 2014, during one of the wars on Gaza and it was a “Socialist” government at the time.
I believe this is more connected to a broader global context. Since the 2008 financial crisis, there has been growing discontent with the economic and political system. But unfortunately, the left has not been able to organize effectively or present itself as a viable alternative. As a result, the political scene has been increasingly dominated by two forces: neoliberal authoritarianism — figures like Macron and Biden — and the far right.
This is a global trend linked to capitalism in crisis, a crisis of democratic rights, and a broader rollback of freedoms.
And Palestine plays a key role in this repression. It has been weaponized to dismantle any construction of a left-wing alternative.
JD: La represión no proviene solo de la extrema derecha. observamos lo que yo llamo «autoritarismo neoliberal»: líderes como Macron, Biden y otros que, si bien no pertenecen a la extrema derecha, también han sido extremadamente represivos con los movimientos de protesta.
Si observamos cómo gestionaron las protestas de «Black Lives Matter», por ejemplo, o más recientemente, el movimiento de solidaridad con Palestina, es evidente que no se trata solo de un fenómeno de derecha.Se trata de silenciar la disidencia y controlar las narrativas.
No olvidemos que uno de los primeros casos de prohibición de manifestaciones pro-Palestina en Europa fue en Francia en 2014, durante una de las guerras en Gaza, y que en aquel momento era un gobierno «socialista».
Creo que esto está más conectado a un contexto global más amplio. Desde la crisis financiera de 2008, ha habido un creciente descontento con el sistema económico y político. Pero, lamentablemente, la izquierda no ha podido organizarse eficazmente ni presentarse como una alternativa viable. Como resultado, el panorama político ha estado cada vez más dominado por dos fuerzas: el autoritarismo neoliberal —figuras como Macron y Biden— y la extrema derecha.
Esta es una tendencia global vinculada a la crisis del capitalismo, una crisis de los derechos democráticos y un retroceso generalizado de las libertades.
Y Palestina desempeña un papel clave en esta represión. Se ha utilizado como arma para desmantelar cualquier construcción de una alternativa de izquierda.
WH: ¿Cuáles son los riesgos en lo que respecta al papel de la academia y las universidades?
JD: Well, as you know, academia is not a neutral space. It has always been a site of struggle throughout history.
Academic institutions reflect the larger political and social struggles happening in society. If you look at how dominant academic paradigms — like Orientalism — were challenged, it didn’t happen in isolation. Orientalist scholarship was primarily contested by movements like the Russian Revolution and the decolonization struggles, which in turn reshaped academic discourse. Similarly, the civil rights movement also found expression in academia.
Today, we are witnessing another front in this struggle — against intellectuals, scholars, students and artists who are raising their voices for Palestine.
At the same time, academia is being attacked from multiple directions. On one hand, we see the growing privatization of universities, which pushes them to prioritize fields that generate revenue, often at the expense of critical social sciences and humanities. On the other hand, we see direct attacks on democratic rights, including academic freedom.
So yes, academia is very much a battleground — just like other sectors of society. And this is dangerous, because I believe that the primary role of academics should be to develop critical knowledge, to critique society in order to improve it, to defend democratic and social rights.
Even university charters reflect this mission. That’s why I criticize these institutions — they are not even upholding their own principles. Many universities have explicit commitments to academic engagement and freedom, yet they are criminalizing and repressing scholars whose positions — like mine — are directly grounded in research and scientific expertise.
This is an extremely dangerous precedent for the future of universities and the production of critical knowledge that should be transmitted to students and society more generally.
JD: Bueno, como sabes, la academia no es un espacio neutral. Siempre ha sido un lugar de lucha a lo largo de la historia.
Las instituciones académicas reflejan las luchas políticas y sociales más amplias que se dan en la sociedad. Si observamos cómo se desafiaron los paradigmas académicos dominantes, como el orientalismo, no sucedió de manera aislada. Los estudios orientalistas fueron cuestionados principalmente por movimientos como la Revolución rusa y las luchas por la descolonización, que a su vez reconfiguraron el discurso académico. De manera similar, el movimiento por los derechos civiles también encontró expresión en la academia.
Hoy, estamos viendo otro frente en esta lucha: contra intelectuales, académicos, estudiantes y artistas que están alzando sus voces por Palestina.
Al mismo tiempo, se está atacando al mundo académico desde múltiples direcciones. Por un lado, vemos la creciente privatización de las universidades, que las empuja a priorizar rubros que generan ingresos, a menudo a expensas de las ciencias sociales y las humanidades críticas. Por otro lado, vemos ataques directos a los derechos democráticos, incluida la libertad académica.
Así que sí, el mundo académico es en gran medida un campo de batalla, al igual que otros sectores de la sociedad. Y esto es peligroso, porque creo que el papel principal de los académicos debería ser desarrollar el conocimiento y pensamiento crítico, criticar a la sociedad con el fin de mejorarla, defender los derechos democráticos y sociales.
Incluso los estatutos universitarios reflejan esta misión. Es por eso que critico a estas instituciones: ni siquiera están defendiendo sus propios principios. Muchas universidades tienen compromisos explícitos con el compromiso y la libertad académica, pero están criminalizando y reprimiendo a académicos cuyas posiciones, como la mía, se basan directamente en la investigación y la experiencia científica.
Este es un precedente extremadamente peligroso para el futuro de las universidades y la producción de conocimiento crítico que debería transmitirse a los estudiantes y a la sociedad en general.
WH: ¿Qué puede hacerse para resistir este tipo de represión?
JD: I think there are many institutional safeguards that could be put in place to prevent these kinds of situations.
But institutional protections alone are not enough. That’s why, a few months ago, we began organizing ourselves within the university.
Professors started an association — alongside the trade union — not only to defend our individual rights but also to support colleagues facing similar repression. We issued solidarity statements, not just for Palestine but for other cases as well.
So, in addition to formal legal mechanisms, we need collective organizing. Professors must mobilize within trade unions, collaborate with students, and build strong networks of solidarity to push back against these repressive measures.
At the same time, we must challenge institutions that continue to collaborate with Israeli universities that violate democratic rights — just as we would oppose partnerships with institutions complicit in human rights abuses in other countries. So we do not “exceptionalize” Israel, to ignore its violations of human rights would be so.
Ultimately, what’s needed is pressure from below. In my case, for example, none of the procedural rules were respected — everything was arbitrary from start to finish. That’s why we’re taking the university to court. But legal battles alone are not enough. We need sustained collective pressure from within the university system and beyond.
I think the university management assumed they could do whatever they wanted and that there would be no pushback — but that’s not the case.
Because today, it’s me. Tomorrow, it could be any of my colleagues.
JD: Creo que hay muchas medidas de protección institucionales que se podrían implementar para evitar este tipo de situaciones.
Pero las protecciones institucionales por sí solas bastan. Por eso, hace unos meses, comenzamos a organizarnos dentro de la universidad.
Los profesores crearon una asociación, junto con el sindicato, para defender nuestros derechos individuales y también para apoyar a los colegas que enfrentan una represión similar. Emitimos declaraciones de solidaridad, para Palestina, y para otros casos.
Por lo tanto, además de los mecanismos legales formales, necesitamos una organización colectiva. Los profesores deben movilizarse dentro de los sindicatos, colaborar con los estudiantes y construir resistentes redes de solidaridad para hacer frente a estas medidas represivas.
Al mismo tiempo, debemos desafiar a las instituciones que continúan colaborando con universidades israelíes que violan los derechos democráticos, del mismo modo que nos opondríamos a asociaciones con instituciones en otros países cómplices de abusos a los derechos humanos. Por lo tanto, no “eximiremos” a Israel, ignorar sus violaciones de los derechos humanos sería eximirlo.
En última instancia, lo que se necesita es presión desde abajo. En mi caso, por ejemplo, no se respetó ninguna de las reglas de procedimiento; todo fue arbitrario de principio a fin. Por eso estamos llevando a la universidad a los tribunales. Pero las batallas legales por sí solas no son suficientes. Necesitamos una presión colectiva sostenida desde dentro del sistema universitario y más allá.
En última instancia, lo que se necesita es presión desde abajo. En mi caso, por ejemplo, no se respetó ninguno de los protocolos; todo fue arbitrario de principio a fin. Por eso estamos llevando a la universidad a los tribunales. Pero las batallas legales por sí solas no bastan. Necesitamos presión colectiva constante dentro del sistema universitario y más allá.
Creo que los directivos de la universidad asumieron que podían hacer lo que quisieran y que no habría oposición, pero ese no es el caso.
Porque hoy soy yo. Mañana, podría ser cualquiera de mis colegas.
WH: Teniendo en cuenta tu origen sirio, ¿cómo ves esta inclinación hacia el autoritarismo en Europa, especialmente después de la caída del régimen sirio?
JD: We are not living under full authoritarian rule in Europe — we still have space to defend ourselves. But what is worrying is the continuous attacks on fundamental democratic and social rights.
For the past two decades, we’ve seen a steady rise in racism and xenophobia. And yes, it’s deeply concerning.
But at the same time, I never had illusions about so-called “liberal democracy.” I mostly grew up in Europe. And as a political activist, I never romanticized Western democracy. So I’m not entirely surprised that, in a moment of deep political and economic crisis, we are seeing this level of repression.
What is unsettling, though, is that many of us who study political dynamics and authoritarianism — who have spent years analyzing these issues in West Asia — are now witnessing more and more patterns of repression in Europe and Switzerland.
I’ve had friends — political activists who suffered repressions in Syria — reach out to me in shock: What is happening? They asked me if there was anything they could do to support me
And since October 7, I think any remaining illusions about Western liberal democracy have been shattered. For the first time, I heard colleagues — notably academics in Lebanon — saying things like: We are happy not to be in Europe or the US right now.
So yes, this is part of a broader, accelerating trend. Many people now feel that it is becoming increasingly difficult to do academic work, to speak freely, in these political conditions.
And ultimately, what is our crime? Saying no to genocide.
Of course solidarity with Palestine is an internationalist duty, but it is also about defending democratic rights in western societies. Palestine has become in many ways a political compass for anyone seeking to promote a democratic, equal and social society.
JD: No vivimos bajo un régimen autoritario absoluto en Europa; aún tenemos margen para defendernos. Pero lo preocupante son los continuos ataques a los derechos democráticos y sociales fundamentales.
Durante las últimas dos décadas, hemos presenciado un aumento constante de racismo y xenofobia. Y sí, es profundamente preocupante.
Pero, al mismo tiempo, nunca me hice ilusiones sobre la llamada «democracia liberal». Crecí principalmente en Europa. Y como activista político, nunca idealicé la democracia occidental. Así que no me sorprende que, en un momento de profunda crisis política y económica, estemos presenciando este nivel de represión.
Lo inquietante, sin embargo, es que muchos de los que estudiamos la dinámica política y el autoritarismo —que hemos pasado años analizando estos temas en Asia occidental— ahora estamos presenciando cada vez más patrones de represión en Europa y Suiza.
He tenido amigos —activistas políticos que sufrieron represión en Siria— que me contactaron conmocionados: ¿qué está pasando? Me preguntaron si podían hacer algo para apoyarme.
Y desde el 7 de octubre, creo que cualquier ilusión restante sobre la democracia liberal occidental se ha desvanecido. Por primera vez, escuché a colegas —en particular a académicos libaneses— decir cosas como: “Nos alegra no estar en Europa ni en Estados Unidos ahora mismo”.
Así que sí, esto forma parte de una tendencia más amplia y creciente. Mucha gente siente ahora que cada vez es más difícil hacer trabajo académico y hablar libremente en estas condiciones políticas.
Y, en última instancia, ¿cuál es nuestro delito? Decir «no» al genocidio.
Por supuesto, la solidaridad con Palestina es un deber internacionalista, pero también implica defender los derechos democráticos en las sociedades occidentales. Palestina se ha convertido, en muchos sentidos, en una brújula política para quien busque promover una sociedad democrática, igualitaria y social.
Nuestro socio UntoldMag ha publicado una versión más larga de esta entrevista.