
Imagen de Giorgi Ninos, usada con autorización.
Se sienta sola en la habitación blanca cuando comienza nuestra llamada. Los ojos de Natia Bunturi llevan el peso de los acontecimientos recientes, cuando la policía antidisturbios la atacó directamente durante una protesta. El sonido cálido y crepitante de leña encendida parece encarnar el ritmo pacífico de su pueblo, ubicado entre las majestuosas montañas del Cáucaso. «En esta tierra vivo; aquí construyo una casa y un escenario; aquí me caliento con leña; aquí tengo animales y un huerto». Al escuchar sus palabras, me di cuenta de que simplemente quería vivir en paz en su propio país. Sin embargo, no solo tuvo que abandonar su comodidad para proteger sus valores, sino que también la castigaron por defender sus derechos.
«Ojos preciosos», dijo, mirando los ojos azules de un policía antidisturbios. «Ojos amables». Estas palabras de ternura inesperada, dichas en un momento de miedo y confusión, ahora la atormentan. «Me arrepiento de haberlo dicho», admite la bailarina. «No se merecían mi amabilidad».
Este momento es la paradoja de Natia Bunturi: bailarina con una gracia asombrosa y ahora endurecida manifestante por la cruda realidad de la violencia policial. Durante casi cuatro décadas, Natia se dedicó a la delicada pero dura disciplina del ballet. Ahora está en las primeras líneas de la lucha de Georgia por su futuro europeo, enfrenta a un Gobierno que muchos dicen ha traicionado a su pueblo.
Las protestas comenzaron el 28 de noviembre de 2024, en respuesta al anuncio del primer ministro Irakli Kobakhidze de que las conversaciones de adhesión a la Unión Europea se pospondrían hasta al menos 2028. Esta decisión devastó a una nación donde más del 80% de los ciudadanos apoya integrar la Unión Europea. Decenas de miles inundaron las calles de Tiflis, para exigir elecciones anticipadas, ya que creían que esta decisión era el colmo después de los controvertidos resultados de las elecciones parlamentarias del 26 de octubre de 2024. Entre ellos estaba Natia, vestida con ropa térmica y botas resistentes, lista para enfrentar los cañones de agua y el gas lacrimógeno.
El recorrido de Natia comenzó en el duro panorama económico de la Georgia de la década de 1990. «Soy una niña de la década de 1990 y he pasado tiempos difíciles», cuenta, pintando una imagen de una infancia llena de dificultades, pero al mismo tiempo de fuerza. Su talento la llevó después a Estados Unidos, a la escena del ballet de Filadelfia, pero su corazón siempre perteneció a Georgia. «Veía los cambios desde lejos (la Revolución de las Rosas, la reconstrucción de nuestra Casa de Ópera) y sabía que tenía que regresar», dice.
Durante años, Natia actuó en el escenario teatral de ópera y ballet de Tiflis, mostrando la belleza delicada de su arte. Pero cree que el ballet es más que arte. «Es disciplina. Es un sacrificio. Es aprender a soportar el dolor y seguir adelante. Eso es lo justamente lo que están haciendo los georgianos ahora”.
Cuando el primer ministro hizo el impactante anuncio (de posponer los planes de adhesión a la Unión Europea), Natia tuvo una profunda sensación de traición y rabia.
Aún tenía la esperanza de que algo cambiaría; todavía pensaba que, a pesar de las dificultades, nos dirigíamos hacia nuestra meta común como país». La decisión del Gobierno golpeó el corazón de la identidad, las aspiraciones y la creencia de Natia en un futuro mejor para su país.
«Puede que sea bailarina», declara, «pero también soy ciudadana de Georgia. ¿Cómo puedo proteger mi identidad y mi profesión si no protejo a este país?».
La decisión de unirse a las protestas no fue solo una reacción al anuncio del Gobierno. Había sido testigo presencial de las luchas del pueblo georgiano y su resistencia frente a la adversidad económica y al caos político. Había visto la esperanza que brillaba en sus ojos cuando Georgia emprendió su camino hacia la integración europea y sintió el dolor colectivo cuando la decisión del Gobierno apagó esa esperanza.
Natia cambió las zapatillas de punta por los carteles de protesta. Esta fue una transición del escenario a las calles, un gesto de su firme compromiso con el futuro europeo de su país. Sus movimientos gráciles ahora son reemplazados por pasos decididos de una militante que lucha por la libertad en las calles de Tiflis.
«La gente está tan cansada y torturada, muchos se mantienen erguidos sobre sus golpeados pies, y aún así van a las manifestaciones; esto también es una fuerza patriótica sobrenatural», dice. «Es como en el ballet», explica Natia. «Te cansas, no puedes respirar, te dan náuseas, pero ahí es donde obtienes resistencia; estas personas están viviendo eso también».
Uno de los momentos más conmovedores de la entrevista de Natia es su recuerdo del momento en que la Policía la enfrentó. Recuerda haber mirado a los ojos de los policías antidisturbios, ver su humanidad incluso cuando se preparaban para infligirle la violencia sobre ella.
«Llevaban mascarillas, pero podía ver sus ojos», dice. «¿Sabes cuánto pueden decirte los ojos de una persona? Uno de los policías tenía ojos azules y yo le dije: ‘Tienes ojos hermosos’, tienes ojos amables, pareces buena gente'».
Es fácil entender que estas palabras se dijeron en un momento de vulnerabilidad y miedo. Pero la acción de Natia podría decir más; fue un intento de hacer un llamado a la compasión de los agentes antidisturbios. Pero sus palabras fueron recibidas con violencia:
«Sin aviso, uno me golpeó. Dos veces. Me sentí paralizada de repente en ese momento. Ni siquiera supe cómo reaccionar porque lo que estaba pasando era algo increíble.
«Probablemente fui ingenua, tonta, porque todo salió exactamente al revés, y me arrepiento de haber dicho algo bueno, porque mis palabras positivas no se ajustan a sus acciones», reflexiona. «Desearía haberme quedado callada; lamentablemente no se merecían ninguna palabra amable de mi parte». En cuanto a su arrepentimiento, es un recordatorio poderoso de la naturaleza deshumanizante de la violencia.
Natia desea un futuro en el cual la gente pueda determinar su destino. Sueña con una Georgia genuinamente democrática y europea. «El pueblo georgiano es muy tolerante y merece un Gobierno que no valore las posesiones caras ni los autos de lujo», dice.
«Pagamos un precio alto por la libertad y no toleraremos ni el más mínimo error de un alto funcionario que entre al Parlamento en el futuro», dice.
Natia quiere que el mundo sepa que el pueblo georgiano no renuncia a su sueño europeo. Espera que quienes estén observando lo que sucede en el sureste de Europa actúen para que personas como ella sigan haciendo cambios a nivel local que deriven en cambios a nivel global.
«Quiero decirle al mundo que estas personas son héroes; harán lo que sea por la libertad; el mundo necesita ver quiénes están aquí. Estas son personas sinceras y están luchando por un futuro mejor, por la verdad, la justicia y la igualdad».
Las palabras de Natia son un llamado a la acción para la comunidad internacional. Insta al mundo a ponerse del lado del pueblo georgiano en su lucha por la libertad y la democracia.
«A quienes puedan resistir al régimen desde fuera, les pediría que dieran este paso», suplica. «Prisioneros ilegales, prisioneros políticos… Su liberación es significativa mientras aún haya tiempo, porque el sistema está envenenando las vidas de cientos de jóvenes talentosos y amantes de la libertad. Ayúdennos a que este régimen asuma su responsabilidad. Los prisioneros políticos, los arrestos ilegales y las opresiones deben terminar».
Mientras Natia junta fuerzas para otra protesta, su resistencia es tal cual la describió en el ballet. «No nos cansaremos», dice. «Me pondré ropa térmica. Mis botas, empapadas por los cañones de agua finalmente están secas. Estoy saliendo otra vez. ¡Esto tiene que terminar!».
En los ojos de Natia Bunturi, la lucha de Georgia es una de resistencia y esperanza. Como los pasos de una danza perfectamente ejecutada, para Natia, cada movimiento importa.