El día que el conflicto armado me robó a mi hermano

Ilustración de Global Voices

Por Luís Ángel Sánchez, miembro del proyecto periodístico Mi Historia

Todo comenzó el viernes 24 de marzo de 2017, una mañana soleada como cualquier otro día. Tenía 11 años. Vivía en el municipio de Sardinata en Norte de Santander. Era un chico muy responsable. Ese día me desperté, me bañe, me puse el uniforme rojinegro y desayune arepa, queso, caldo y chocolate.

Entre semana vivía en la casa de una amiga de la familia ubicada en el corregimiento de Jericó porque me quedaba más cerca del colegio. Los fines de semana viajaba dos horas a pie hasta la vereda Chiquinquirá, donde vivían mis papás y mis hermanos en nuestra finca.

El día parecía de rutina. En el colegio estudié con el esfuerzo de siempre. Mi sueño era trabajar en diseño de moda. Por la tarde, salí del colegio e iba tomar camino para pasar el fin de semana con mi familia en nuestra finca. Vi a mi mama que iba para la iglesia, no me vió y esperé que saliera de orar.

Salió una media hora después y continuamos caminando juntos para la casa cuando vimos un helicóptero que volaba bajo. Personas del vecindario estaban subiendo a la iglesia, ubicada en una parte alta donde se divisa casi todo el pueblo. Nosotros, curiosos, también subimos a ver: siete helicópteros estaban rodeando nuestra finca. Empezaron a sonar disparos por todos lados, estaban atacando la finca y desembarcaron muchos soldados.

En ese momento sentí mucho miedo de que va a pasar algo malo a mi hermano porque estaba en la finca solo y alrededor de esta había guerrilleros del EPL, el Ejército Popular de Liberación, también conocidos como “Los Pelusos”. Aunque una parte significativa del EPL se desmovilizó y entró en acuerdos de paz en la década de los 1990, facciones disidentes han continuado operando, manteniendo una presencia en algunas partes de Colombia, especialmente en Norte de Santander.

Mi mama comenzó a llorar. Los amigos de mi mamá la calmaron y le dijeron que esperara a ver qué pasaba. Los dos esperamos en el parque con mucha ansiedad.

Llegó la noche, le preguntamos a la gente que venía por la carretera qué había pasado, pero nadie daba respuestas. En medio de la desesperación, mi mamá le dijo a una amiga que le ayudara a buscar noticias por internet. Buscaron unas dos horas hasta que por fin subieron una noticia en el diario La Opinión de Cúcuta: mostraban una foto con siete personas, un cadáver y el armamento que tenían.

Las personas de la foto eran las personas de la guerrilla que estaban en la finca. Muchas veces estos grupos armados se esconden en las fincas de las personas civiles para tener un escudo para que no ataque el ejército.

Mi mamá comenzó a llorar de nuevo porque decía que mi hermano era el que estaba metido en la bolsa, el cadáver en la foto. Los amigos comenzaron a consolarla para que se calmara. Al pasar un rato llegó un guerrillero que se escapó de la finca, se acercó donde mi mamá y le contó que mi hermano venía con él, pero se había regresado a buscar la cédula, y el decía que mi hermano se había quedado con los otros muchachos que estaban en la finca. Mi mamá intentó preguntarle otra cosa, pero el señor tomó una moto y se marchó.

Mis tías llevaron a mi mamá a la cama porque se sentía muy mal.

Yo también en este momento sentí miedo de que habían matado a mi hermano. Mi hermano, Wilmer, era muy querido. Eramos muy cercanos y me enseñó a ser responsable.

Amaneció el sábado y toda mi familia (unas 20 personas) comenzó a buscar a mi hermano. Mi hermana comenzó a llamar a unos primos que teníamos en Cúcuta para que buscaran en los hospitales, cárceles y morgues.

Buscaron casi todo el día. Con el corazón acelerado, presintiendo que iban a encontrar a mi hermano en la última morgue de la ciudad de Cúcuta, los primos miraron el cuerpo. Les fue muy difícil reconocerlo, le tomaron una fotografía al cadáver y mandaron la imagen a mi mama. Lo reconocimos de una vez. El cuerpo de mi hermano estaba muy golpeado y la cara estaba muy rayada e hinchada. Mi mamá, al ver la imagen, pegó un grito que le salió del alma y se desmayó. Un golpe muy duro para una madre que quiere mucho a sus hijos. Un joven que no se metía con nadie, una persona que lo querían demasiado en pueblo y en las veredas, lo único que hacía era cuidar una finca.

Yo también lloré a ver a mi mama desesperada. Sentí mucha frustración que el ejercito lo mato pensando que era guerrillero. Por último una exguerrillera confesó que le ha dicho a los soldados que mi hermano era civil pero no le importó y le siguieron golpeando y arrastrando por toda la casa.

Por lo sucedido, mi mamá y mi papá decidieron irse para vivir en otro pueblo ya que no podían estar en la finca donde mataron a mi hermano.

En Colombia hay muchas víctimas inocentes del conflicto armado que tienen que desplazarse para sobrevivir, ya que hay muchas amenazas y es muy difícil vivir donde hay muchos grupos armados. La vida de uno tiene muchos riesgos, en cualquier momento a uno lo puede matar.

Han pasado varios años pero aún pienso mucho en mi hermano. También pienso en otras familias que ha pasado lo mismo y que siguen en riesgo porque el conflicto en Colombia no ha terminado.

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