Redefinir el sentido de pertenencia: De apátridas a fuerza colectiva

Dibujo de la artista y escritora estadounidense Zahra Marwan, que escribe: «Es una foto de mi madre de adolescente con sus vecinos. A veces me dice: ‘Nunca debí llevarlos allí para que estuvieran cerca de mí’. ¿Por qué tuvo que elegir entre darnos nuestros derechos humanos o dejarnos vivir como una familia unida?» Usada con autorización.

Por Christy Chitengu

El escritor británico de origen nigeriano Ben Okri escribió una vez: “Lo más auténtico de nosotros es nuestra capacidad de crear, superar, resistir, transformar, amar y ser más grandes que nuestro sufrimiento”. Para quienes hemos conocido la sensación de no pertenecer a ningún lugar, de ser invisibles, inaudibles y no reconocidos, estas palabras resuenan profundamente. Hablan de la fuerza silenciosa que se necesita para resistir una realidad moldeada por fronteras físicas, el coraje necesario para sobreponerse y la esperanza de que la transformación es posible.

Pertenecer es más que un estatus legal; es una experiencia sentida, tejida a través de la aceptación por parte de tu comunidad y del reconocimiento por parte de tu Gobierno. Se encuentra en los actos simples, pero profundos, de entablar amistades, hablar los idiomas locales y echar raíces en el lugar al que llamas hogar. Pero para muchos, estas dos formas de pertenencia (sentida y formal)  rara vez convergen. A menudo, se desvían desde el nacimiento.

Conozco muy bien esta discrepancia. La experiencia de haber nacido en un país, Sudáfrica en mi caso, y no ser reconocida como ciudadana, ni por el lugar de mi nacimiento ni por el país de mis padres, fue una fuente constante de confusión para mí, y también para mi comunidad. ¿Cómo podía pertenecer tan completamente a un lugar, hablar sus idiomas, aceptar su cultura, vivir toda mi vida allí y, sin embargo, seguir siendo invisible ante los ojos del estado? Cada vez que tenía que explicar por qué no era ciudadana del único hogar que había conocido o del país de donde venían mis padres, surgían más preguntas que respuestas. El silencio en esos momentos era un recordatorio de las fronteras trazadas entre mí y un sentido de pertenencia total. Esta es solo una experiencia dentro del espectro de la apatridia. En el que innumerables historias se desarrollan, cada una moldeada por causas únicas, impulsada por historias complejas y agravada por la discriminación.

Sin embargo, como nos recuerda Okri, nuestra capacidad de ser más grandes que nuestro sufrimiento es nuestra verdad más auténtica. La apatridia intentó definir quién era yo por lo que me faltaba, pero la capacidad del espíritu humano para resistir, amar y transformarse no puede estar confinada a no tener un documento de nacionalidad. Es esta verdad la que me ha impulsado a abordar los sistemas y políticas que permiten que la apatridia persista. La determinación de crear un mundo donde nacer en un territorio no inhiba la capacidad de acceder a educación básica, atención de salud, seguridad social y empleo. Derechos que permiten vivir con dignidad y autonomía.

Un mundo donde mi hijo nunca tema que lo excluyan por el lugar de donde proviene su madre o su padre: ese es el futuro por el que lucho. Sin embargo, la lucha para desmantelar estos sistemas de exclusión profundamente arraigados es un viaje emocionalmente agotador, que a menudo se siente solitario e insuperable ante Estados poderosos y burocracias rígidas.

En medio de estos desafíos, encontré fuerza en la comunidad. El Movimiento Global Contra la Apatridia se convirtió en un espacio de solidaridad, un testimonio de nuestra resiliencia colectiva. Juntos, remodelamos narrativas, enfrentamos la injusticia y demostramos que nuestro valor no está definido por las fronteras ni los documentos que buscan borrarnos. El Movimiento surgió el 27 de febrero de 2024, y lo lideran quienes han sido directamente afectados por la apatridia, la privación de nacionalidad y las leyes discriminatorias de ciudadanía. Este modelo de liderazgo combina experiencias vividas y aprendidas para fomentar un planteamiento inclusivo, equitativo y colaborativo. Al aceptar estos valores, no solo avanzamos en nuestra causa, también enfrentamos y transformamos los paradigmas tradicionales de liderazgo. Nuestro grupo refleja este compromiso, se asegura de que cada voz importe y de que el liderazgo se ejerza con cuidado, responsabilidad e intencionalidad.

Ahora que el Movimiento celebra su primer año, también reflexionamos sobre el camino por recorrer. El año que viene tendrá como objetivo profundizar nuestras conexiones, fortalecer nuestro impacto y continuar construyendo un movimiento comunitario, solidario y con un propósito compartido. Un momento clave en este viaje fue nuestra llamada comunitaria el miércoles 5 de marzo de 2025, que fue una oportunidad para reunirnos, reflexionar sobre nuestro progreso y dar forma colectiva al camino a seguir.

Más información sobre el Movimiento Global Contra la Apatridia en el sitio web.

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