
El maestro Porfirio enfrenta un estudiante, practican técnicas defensivas. Foto de Rowan Glass, utilizada con autorización.
Esta historia de Rowan Glass se publicó originalmente el 3 de abril de 2025 en Lazo Magazine. Una versión editada se reproduce en Global Voices con su autorización.
En el pueblo afrodescendiente de Puerto Tejada, en el departamento del Cauca, al sur de Colombia, un puñado de maestros espadachines representa uno de los últimos bastiones del arte marcial tradicional llamado grima, o esgrima con machete. Desde sus orígenes en la época colonial hasta la actualidad, con las amenazas que enfrenta, este arte ancestral es una parte integral del patrimonio cultural afrocolombiano.
La Casa del Cacao
La Casa del Cacao ofrece un refugio fresco y tranquilo del sol tropical en una región conocida por su calor sofocante. Sin embargo, incluso en este centro cultural, un reconfortante refugio del bullicio exterior, el sonido metálico del acero chocando con el acero rompe el reposo silencioso. Aquí, en la Academia de Esgrima de Machete y Bordón, algunos de los últimos maestros de este arte marcial ancestral afrocolombiano transmiten sus enseñanzas a las nuevas generaciones comprometidas con la supervivencia de su herencia.
“Este es un arte que, desde que nuestros ancestros africanos llegaron a este país, hemos mantenido y preservado a través de generaciones”, explica el maestro Miguellourido, reconocido con cincuenta años de experiencia en el arte. “Por eso para nosotros, la grima es un arte de libertad y resistencia. Por eso no podemos permitir que muera. Es nuestro patrimonio y el legado de nuestros ancestros”.
Sin embargo, el futuro de este patrimonio es incierto. El número de maestros disminuye, ya que muchos jóvenes afrocolombianos miran hacia la Colombia urbana y la cultura mestiza y no hacia su propia herencia. La grima no tiene situación oficial en el Registro Nacional del Patrimonio Cultural Colombiano. Como tantas otras tradiciones, se encuentra en una encrucijada entre un pasado lleno de historia y un futuro incierto.

Diversos machetes y «bordones», o palos defensivos de uso improvisado. Los machetes están desafilados y la mayor parte de la práctica de esgrima se hace con bordones. Foto de Rowan Glass, utilizada con autorización.
Forma de arte ancestral
En algunos aspectos, la historia aquí ha avanzado lentamente. Como en tiempos coloniales, el azúcar sigue siendo el alma de la economía regional. En siglos pasados, los españoles obligaron a decenas de miles de africanos esclavizados a trabajar en estos campos. Mientras otros miles eran enviados a las letales minas de oro del vecino Pacífico, las tierras bajas del suroeste colombiano adquirieron ese carácter africano distintivo que aún conservan.
Hoy en día, intereses empresariales neocoloniales saquean la región por su azúcar y oro, tal como lo hicieron los españoles antes. A lo largo de los siglos y hasta el presente, una herramienta ha permanecido como pieza clave en manos de los cortadores de caña: el machete.
Los hombres que hábilmente manejaban el machete en los campos pronto aprendieron a usarlo como arma con la misma destreza. Basándose en tradiciones marciales africanas fusionadas con estilos europeos de esgrima, los afrocolombianos desarrollaron la grima, contracción del español esgrima, como una forma práctica y distintiva de defensa personal. Un machete en una mano y un bastón defensivo en la otra daban lugar a una técnica de combate simple pero eficaz.
Los mismos machetes que una vez cortaron caña, después buscaron los cuellos de los esclavistas españoles cuando miles de afrocolombianos se unieron a las guerras de independencia en nombre de la libertad. Pero la serie de regímenes hegemónicos del siglo XIX que siguieron a la independencia rompieron esa promesa. En las décadas siguientes, los hijos y nietos de aquellos rebeldes usaron sus machetes con igual determinación durante las guerras civiles que sacudieron Colombia bien entrado el siglo XX.

El maestro Porfirio en un movimiento de ataque. La técnica de grima requiere agilidad y movimientos rápidos y certeros. Foto de Rowan Glass, usada con autorización.
Para los practicantes de grima actuales, su historia de liberación sigue siendo esencial.
“El legado de este arte es un legado liberador que le ha brindado al pueblo negro del Cauca la generosidad de la libertad, porque nuestro pueblo, hombres y mujeres negros, fue actor principal en la lucha por la libertad en toda Colombia”, explica Alicia Castillo Lasprilla, educadora local, investigadora y activista de la grima. “En este centro cultural, la Casa del Cacao, centro de cultura y memoria afrocolombiana, estamos reconstruyendo cada fragmento de memoria histórica que nos conecta con las prácticas y costumbres de nuestros ancestros”.
Para Castillo, la grima es una expresión central de la cultura afrocolombiana, profundamente ligada a muchas otras manifestaciones culturales:
This martial art overlaps with our gastronomy, our ancestral cuisine. It’s also linked to traditional medicine, oral tradition, music, popular arts, and artisanry. By safeguarding grima, we safeguard our whole culture.
Este arte marcial se cruza con nuestra gastronomía, con nuestra cocina ancestral. También está vinculado con la medicina tradicional, la tradición oral, la música, las artes populares y la artesanía. Al salvaguardar la grima, estamos salvaguardando toda nuestra cultura.
En busca de reconocimiento
Una de las formas en que los practicantes y activistas de la grima buscan garantizar el futuro de su arte es mediante campañas para su reconocimiento a nivel nacional e internacional como una forma oficialmente inscripta de patrimonio inmaterial.
“Estamos en el proceso de salvaguardar esta tradición, buscamos reconocimiento y apoyo a nivel municipal, departamental y nacional para poder cultivar este arte y transmitirlo a las próximas generaciones. Es una tarea ardua y estamos enfrentando una batalla cuesta arriba por el reconocimiento”, dice el maestro Porfirio, que fue discípulo del legendario Héctor Elías Sandoval, investigador, narrador, cineasta, poeta y también maestro espadachín. “Muchas personas han venido de otros países a visitarnos, ven algo valioso en nuestro arte, mientras que nuestro propio Gobierno ni siquiera lo ha reconocido, esta situación tiene que cambiar”.
Los practicantes de la grima que impulsan su reconocimiento como patrimonio creen que esta puede ser la mejor oportunidad para valorizar y preservar su arte. Tal vez la visibilidad, los programas estatales y los recursos que acompañan el reconocimiento patrimonial podrían darle a la grima el impulso necesario para seguir siendo una tradición viva.
Sin embargo, quienes estudian los regímenes patrimoniales saben que estas ambiciones tan elevadas a veces pueden estar mal enfocadas. En ocasiones, pueden tener efectos adversos no intencionados sobre las comunidades y tradiciones que buscan valorizar.
Los afrocolombianos, en particular, tienen razones para estar alerta. La antropóloga colombiana María Fernanda Escallón documentó un ejemplo en el pueblo de Palenque. Miembros de una comunidad cimarrona, descendientes de esclavizados africanos., escaparon y establecieron enclaves libres en los márgenes de las sociedades coloniales, como la colombiana. Palenque, en el Caribe colombiano, experimentó significativas tensiones socioeconómicas y políticas tras ser declarado patrimonio de la humanidad por la UNESCO en 2005.
Algo similar corre el riesgo de suceder con el viche, destilado tradicional de caña de azúcar afrocolombiano que fue ilegal durante mucho tiempo, hasta que fue legalizado y reconocido oficialmente como patrimonio nacional en 2021. La producción comercial que le siguió ahora amenaza con sacar del mercado a los productores artesanales, aunque la destilería afrocolombiana Mano de Buey obtuvo recientemente el primer registro sanitario para un productor artesanal en Colombia, lo que sugiere que la lucha por un reconocimiento patrimonial ético aún continúa.

Maestro Miguel Lourido Vélez, maestro del grima y presidente de la Fundación Afro Cultural de Esgrima de Machete y Bordón. Foto de Rowan Glass, usada con autorización.
Sin embargo, no todas las declaraciones de patrimonio han tenido resultados tan cuestionables; otras han logrado salvaguardar tradiciones amenazadas y beneficiar a las comunidades originarias. Si el reconocimiento oficial consolidaría o pondría en peligro el futuro de la grima depende de un delicado e impredecible equilibrio entre procedimientos legales, liderazgo comunitario y factores burocráticos y políticos. Por ahora, esa pregunta sigue sin respuesta. No obstante, si los activistas por el reconocimiento logran su cometido, tendrá que responderse tarde o temprano.
Mientras tanto, maestros de la grima como Miguel Lourido y Porfirio continúan preservando y transmitiendo sus enseñanzas en espacios como la Casa del Cacao. Para ellos, la grima es patrimonio, sea oficial o no, y consideran su deber extenderla a las nuevas generaciones, tal como fue transmitida a ellos.
“Lo que nos llena de orgullo es cuando la gente viene, ve nuestro arte, lo aprende y se va feliz sabiendo que Colombia tiene su propio arte marcial, que es la grima con machete y bordón”, dice el maestro Porfirio.
Al salir del tranquilo patio de la Casa del Cacao, con el brillante sonido del acero aún resonando desde el interior, me quedó la vívida impresión de que, por ahora, sea cual sea el futuro, la grima sigue siendo una tradición vibrante y viva.