
Imagen de un rodeo en el Aeropuerto Intercontinental George Bush de Houston, Texas. Foto cortesía de Maria Martha Bruno.
Este artículo de Maria Martha Bruno se publicó originalmente en el boletín de Agência Pública el 29 de abril de 2025. Publicamos una versión editada en virtud de un acuerdo de asociación con Global Voices.
¿Por qué llevas gafas de sol? ¿Por qué viajas sola? ¿Qué hacías en Colombia? ¿A qué te dedicas? ¿Qué te trae a Estados Unidos? ¿Estás llevando drogas?
Estas fueron las preguntas que me hizo un agente de Servicio de Control de Inmigración y Aduanas (conocido como ICE) mientras recogía mi equipaje en la cinta del Aeropuerto de Houston, el 16 de marzo de 2025. Estaba regresando a Texas, donde había vivido durante dos años, cursando una maestría en Texas A&M University y dando clases hasta diciembre del año anterior. Esta vez, viajaba para representar a Agência Pública en el Simposio internacional sobre periodismo en línea (ISOJ).
Mi regreso no podría haber sido un ejemplo más claro de cómo el gobierno actual de Estados Unidos trata a ciertos viajeros. Soy una mujer no blanca — latina en aquel país—, viajaba sola y venía de Colombia. Además, soy periodista.
Ese domingo de marzo, le expliqué al agente del ICE que usaba gafas de sol porque tenían graduación. También le conté que viajaba sola porque había estado en un evento de trabajo en Colombia, y que estaba en Estados Unidos para asistir a un congreso de periodismo. Y no, no llevaba drogas; solo cuatro paquetes de café en la maleta, regalos para los amigos que me hospedarían en Texas, además de ropa y objetos personales.
El agente dijo que no me creía. Con cautela y respeto, pregunté: “¿Esta revisión fue aleatoria o hubo algo que le llamó la atención?” Gran error.
El hombre corpulento, blanco, de barba espesa y cabeza rapada, levantó la voz, visiblemente ofendido por la pregunta: “Creo que estás mintiendo y sí, creo que estás trayendo drogas. No tengo ninguna razón para creerte, ni a ti ni a nadie. Mi único propósito es poner los intereses de Estados Unidos en primer lugar.”
Sí, repitió palabra por palabra el lema de Donald Trump: “America first” (Estados Unidos primero). Puede sonar caricaturesco, pero es intimidante — y funciona.
Luego, el tipo me escoltó a una sala de inspección privada. Fue una caminata corta, pero yo estaba nerviosa. Al fin y al cabo, soy mujer, periodista y estaba sola en un país extranjero.
En la sala de inspección había una familia con dos niños y otra mujer que viajaba sola, como yo. Le entregué al agente las llaves de mi maleta para que pudiera revisar mis pertenencias. Sin embargo, no abrió los paquetes de café.
Más tarde, un amigo estadounidense me dio su interpretación de lo que había pasado: “Eso fue solo una actuación para intimidarte. Si realmente hubiera sospechado de algo, habría abierto los paquetes de café”.
La tensión solo disminuyó cuando mencioné Texas A&M. Ese detalle local cambió el tono de la conversación. Un segundo oficial, más cordial, comenzó a hablar sobre la universidad. Rápidamente llevé la charla hacia temas más amenos: el asado texano y el fútbol americano universitario. Me devolvieron el pasaporte y me liberaron.
No soy de llorar fácilmente, pero al salir de esa sala me quebré, y lloré por tres horas. Lloré por la política y por miedos personales. Pensé en mis exalumnos de Texas A&M, en el rostro del agente del ICE y en la familia que había sido inspeccionada junto a mí. ¿Habrían sido liberados también o sufrieron humillaciones aún mayores? Lloré porque sabía que había sido intimidada y atacada por mi género, mi trabajo y mi nacionalidad.
En 2024, había sido algo indulgente con mis alumnos que votaron por Trump, al fin y al cabo, lo hicieron por el precio de los alimentos, ¿no? Pero ese día también lloré porque, incluso aquellos que no eran trumpistas empedernidos, compraron todo el paquete: al votar por la economía, también aceptaron violencia y toda forma de prejuicio.
El viernes 18 de abril, cerca de un mes después del incidente, el Comité para la Protección de los Periodistas (CPJ) publicó recomendaciones sobre cómo enfrentar este tipo de situaciones en los puntos de entrada a Estados Unidos. La organización, que defiende la libertad de prensa, alertó sobre riesgos como las inspecciones de dispositivos electrónicos y los interrogatorios prolongados, como el que sufrí. También difundió una lista de consejos de seguridad digital, entre ellos la recomendación de llevar los contactos de emergencia anotados en papel.
Lo que pasa en Estados Unidos pasó en Texas antes
Texas —conocido y próspero bastión conservador— fue durante mucho tiempo un laboratorio para políticas antiinmigración y contra la diversidad, equidad e inclusión (DEI, por sus siglas). La Operación Lone Star (estrella solitaria), iniciada en 2021, ya gastó 10 000 millones de dólares en patrullar la frontera con México, ha detenido a más de medio millón de inmigrantes e incluso se ha infiltrado grupos de WhatsApp con personal militar para espiar a migrantes.
Trump anunció, en febrero de 2025, el fin de los programas de admisión, contratación y financiamiento basados en criterios DEI en todo el país. Texas ya había aprobado una ley similar en abril de 2023.
En 2024, el centro de salud de Texas A&M suspendió los tratamientos hormonales para estudiantes trans, presionado por exalumnos conservadores, como revelaron correos filtrados al periódico estudiantil de la universidad. Incluso antes del retorno de Trump al poder, el influenciador conservador Christopher Rufo, del grupo de expertos de derecha Manhattan Institute for Policy Research, acusó a la universidad de “segregación racial” después de que un profesor de la Escuela de Negocios promovió una conferencia dirigida exclusivamente a participantes negros, latinos e indígenas.
Luego, Texas, en muchos sentidos, anticipó las transformaciones nacionales. “Estamos preocupados, pero no sorprendidos. Lo que está pasando en todo Estados Unidos ya había pasado aquí”, me dijo una exprofesora de A&M.
Texas A&M es la universidad pública más grande del país en número de estudiantes (más de 70 000) y tiene el octavo mayor fondo patrimonial entre las universidades del país. Es una institución conservadora, especializada en ciencia, tecnología, ingeniería y matemáticas (STEM) y asociada a la NASA, pero su Departamento de Humanidades seguía siendo un espacio donde aún era posible trabajar con minorías políticas. Sin embargo, un colega que hace investigaciones con la comunidad queer me contó que teme perder el financiamiento antes de concluir su tesis doctoral.
Tuvimos esa conversación en la universidad, durante mi visita a Texas, cuando aproveché para reencontrarme con amigos y exprofesores. Era un día fresco, y nos sentamos en un banco soleado, frente a la biblioteca donde yo trabajaba. Mientras me contaba lo cuidadoso que es al hablar de política en redes sociales y en su ambiente de trabajo, bajó la voz. Yo, casi sin darme cuenta, empecé a imitarlo, pensando que si un hombre gay estadounidense, que vive en Texas, era tan precavido, tal vez yo también debía serlo.
Otro profesor del Departamento de Periodismo y Comunicación me dijo que no había cambiado el contenido de sus clases, sino el lenguaje: “Sigo enseñando los mismos temas, solo que usando otras palabras”. En sus clases, me dijo que evita los términos estigmatizados por Trump —diversidad, equidad e inclusión—, pero transmite las mismas ideas con sinónimos como multiplicidad, variedad y aceptación. También comentó que varios docentes extranjeros, especialmente los chinos, tienen miedo de salir del país para visitar a sus familias en las vacaciones, por temor a no poder regresar.
Ya sea por medio de agentes del ICE que repiten lemas trumpistas, por la deportación de venezolanos a El Salvador o por la purga de los valores DEI en la educación, Trump está cumpliendo —en su tono, acciones y mensajes— con las promesas que hizo a sus seguidores.