En Guadalupe, los «jardines criollos» ofrecen lecciones sobre clima en un ambiente de solidaridad

Ejemplo típico de un jardín criollo. Este es cuidado por Hugues Occibrun, que intenta recuperar el conocimiento agrícola local. Foto de Olivia Losbar, usada con autorización.

Es un modelo agrícola heredado de la época colonial y olvidado durante años, pero que ahora vive un cierto resurgimiento: el jardín criollo, huerto tradicional familiar que produce alimentos básicos para las familias. En este ecosistema armonioso conviven plátanos, tubérculos como la batata y la yuca, árboles frutales como el aguacate y el mango, y plantas medicinales y aromáticas; cualquier excedente se comparte con familiares y vecinos.

Este sistema de ayuda mutua ha contribuido a fortalecer los lazos sociales dentro de las comunidades, al tiempo que garantiza la autonomía alimentaria de las familias más vulnerables. A menudo ha sido una respuesta a las crisis, climáticas, económicas o sociales. Hoy en día, el jardín criollo también se considera una forma alternativa de contrarrestar los efectos negativos del cambio climático.

Cambio climático amenaza la agricultura local

INRAE (Instituto Nacional de Investigación sobre Agricultura, Alimentación y Ambiente de Francia) lleva a cabo un experimento con investigadores y agricultores en Guadalupe. Foto de Olivia Losbar, usada con autorización.

Según el Instituto Nacional Francés de Investigación para la Agricultura, la Alimentación y el Ambiente (INRAE Antillas Guyana), que realizó una encuesta sobre el impacto de la pandemia en la agricultura caribeña, este período de crisis demostró la resiliencia de los agricultores locales, en parte gracias a las prácticas locales y tradicionales. También despertó una mayor conciencia pública sobre la necesidad de cambiar los patrones de consumo y volver a la agricultura de subsistencia.

Al ser consultado sobre los impactos del cambio climático en la agricultura caribeña, Jean-Marc Blazy, director de la Unidad de Investigaciones de AgroSistemas Tropicales (ASTRO), señaló: “Los principales impactos del cambio climático que estamos observando en la región se traducen en una reducción de la producción, lo que se explica por una disminución en los rendimientos agrícolas, relacionada [principalmente] con eventos catastróficos como huracanes o inundaciones”.

Director de la Unidad de Investigaciones de AgroSistemas Tropicales (ASTRO), Jean-Marc Blazy, realiza una presentación en una granja en Guadalupe. Foto de Olivia Losbar, usada con autorización.

Estos hechos suelen estar relacionados entre sí y pueden provocar la destrucción de los cultivos. Parte de la reducción en los rendimientos también se debe al calor y a la sequía, que hacen que las plantas sufran y florezcan menos por falta de agua. Sin embargo, Blazy señala que estas no son las únicas razones de la disminución en la producción: “Con el cambio climático, hay menos diferencia de temperatura entre el día y la noche, ya que el calentamiento es más marcado durante la noche que durante el día. Esto se conoce como amplitud nictemeral, y estas diferencias de temperatura son importantes para la floración. Menos floración también significa menos frutos y, por lo tanto, menos cosecha”.

Repensar la agricultura desde una perspectiva de justicia y resiliencia

Ante estos desafíos, el INRAE, en asociación con diversos grupos afines, como el CIRAD, la Universidad de las Indias Occidentales  y la Cámara de Agricultura, junto con otras autoridades locales y organismos gubernamentales, ha emprendido acciones. Météo France, el servicio nacional francés de meteorología y climatología, también ha puesto en marcha iniciativas para ayudar a reconciliar la modernidad con el patrimonio cultural local.

El programa EXPLORER tiene como objetivo aprovechar al máximo la experiencia de los jardines criollos, los combina con tecnologías modernas, como estaciones meteorológicas y bioinsumos, para aumentar la resiliencia climática de las explotaciones agrícolas. Los agricultores también reciben el apoyo necesario para realizar la transición hacia una agricultura agroecológica

Algunas de las tecnologías modernas en uso, gracias al programa KARUSMART, que asesora a los granjeros guadalupeños en la transición a la agricultura agroecológica. Foto de Olivia Losbar, usada con autorización.

Según Blazy, “hay muchas prácticas agrícolas que deben adaptarse a todos estos riesgos”.  Menciona desde la revisión de los calendarios de cultivo (para reducir el riesgo de exposición a fenómenos climáticos) hasta el aumento de la agro y biodiversidad en las explotaciones. Sostiene que la diversidad es un factor de resiliencia: cuantas más especies se tengan, mejor. De este modo, las plantas pueden brindarse protección mutua, de manera que si un fenómeno afecta a una planta, no necesariamente afectará a otra.

Añade: “Para maximizar la producción necesitamos volver a un alto nivel de diversidad en la variedad; a las mezclas de especies […] También debemos buscar sinergias entre los cultivos y la ganadería”. Estas prácticas están en el corazón del jardín criollo, que está inspirando un movimiento hacia una mayor diversidad agrícola. Para Blazy, la innovación también consiste en ayudar a los agricultores a tomar mejores decisiones sobre la siembra y la cosecha, con el fin de minimizar la coincidencia entre el ciclo de cultivo y los fenómenos climáticos.

Imagen capturada por un dron que muestra la diversidad en una de las granjas KARUSMART en Guadalupe. Imagen cortesía de Olivia Losbar, usada con autorización.

Estas iniciativas recuerdan que la agricultura sostenible no puede desvincularse de las realidades históricas y sociales. Al promover prácticas ancestrales, como la agricultura mixta y la asociación de especies, refuerzan la seguridad alimentaria, y también la justicia social y ambiental.

Agricultura en transición

Ingeniero agrónomo Hugues Occibrun quiere preservar el jardín criollo. Foto cortesía de Occibrun, usada con autorización.

Estos problemas contemporáneos están llevando a muchos agricultores de Guadalupe a repensar su modelo económico y ecológico. Muchos están trabajando ahora para restaurar estas prácticas agrícolas ancestrales

Para Hugues Occibrun, preservar el jardín criollo se ha convertido en su caballo de batalla. Formado como ingeniero agrónomo, le preocupaba que el saber agrícola local desapareciera y decidió dar a conocer la necesidad de conservarlo. Junto con Astrid Grelet, cofundó 100%Zeb, cooperativa agrícola que ofrece formación, talleres y venta de plantas medicinales y aromáticas endémicas del Caribe.

En su jardín, que alberga más de 300 especies, Occibrun recibe regularmente a personas curiosas por descubrir (o redescubrir) la farmacopea caribeña. Les enseña a reconocer el atoumo, planta medicinal conocida por reforzar el sistema inmunológico y utilizada tradicionalmente para combatir enfermedades similares a la gripe o aliviar dolores articulares; a descubrir las virtudes del vetiver para calmar dolores ginecológicos; e incluso la cleomea, cuyo sabor ácido realza el gusto de las ensaladas.

Vista de la tienda de Occibrun, que forma parte del jardín criollo. Foto de Olivia Losbar, usada con autorización.

Occibrun está convencido de que este espíritu de solidaridad también puede ayudar a combatir los efectos del cambio climático. “Yo lo he vivido”, afirma. “He visto todas las crisis que hemos tenido aquí, ya fuera la del LKP en 2009 (crisis social que denunciaba el monopolio económico ejercido por grandes grupos descendientes de colonos), o el COVID. Cuando la gente se detiene, ¿a qué vuelve de forma natural? A su entorno. Y lo que nos rodea es el jardín criollo”.

Cree que la gente “solo quiere echar raíces, redescubrir un poco su identidad criolla y caribeña”, pero también gastar menos. “Sobre todo”, revela, “hay un verdadero deseo ecológico de limitar los residuos; de hacer compost”. Occibrun explica que cuando los productos importados no llegan al país como estaba previsto, la vida se complica: “Es un modo de vida lo que estamos cuestionando”.

Algunas de las plantas caribeñas que Hugues Occibrun obtiene de su jardín criollo. Foto de Olivia Losbar, usada con autorización.

A través de su trabajo con la población local, y mediante colaboraciones con organizaciones de investigación y participaciones en festivales y otras actividades, la perspectiva de la cooperativa para transmitir su mensaje es amplio. Según dice, los guadalupeños han sido muy receptivos.

“Los más jóvenes tienen mucha curiosidad y deseos de aprender», comenta Occibrun. “En cuanto a los mayores, se emocionan mucho al ver el jardín criollo en este nivel. Me alegra formar parte de esto”. Él y su equipo dedican “mucho tiempo” a las escuelas y centros de ocio, donde pueden transmitir estos conocimientos a los niños con la esperanza de influir en las generaciones futuras y así cambiar la cultura.

Aunque el defensor del jardín criollo insiste en que la población guadalupeña está lista para adoptar este cambio de estilo de vida, afirma que ese cambio debe ir acompañado de “una verdadera visión política”. Otros agricultores ecológicos y activistas como Steve Selim e Yvelle Nels también se han convertido en figuras destacadas en la adopción de prácticas agrícolas ecológicas y sistemas de distribución justos.

Un camino a seguir: solidaridad más allá de las fronteras

Según Blazy, la solidaridad es clave para el éxito y debe formar parte de un enfoque más global. Desde su experiencia en la investigación, sabe que existe una dinámica regional de intercambio de conocimientos, especialmente a través del proyecto INTERREG CambioNet, que agrupa participantes del Caribe y de Sudamérica para dar a conocer saberes agroecológicos.

Ovejas en granja en Guadalupe.  Foto de Olivia Losbar, usada con autorización.

También se están llevando a cabo colaboraciones internacionales entre investigadores caribeños y científicos de Brasil y África, aunque Blazy señala que tanto la legislación como las economías de estos territorios a menudo dificultan el progreso.

En un contexto marcado por el cambio climático, el alto costo de vida y las crisis globales, sin embargo, esta solidaridad ofrece una respuesta sostenible y humana a los desafíos contemporáneos. Gracias a activistas, iniciativas innovadoras y prácticas ancestrales, Guadalupe está trazando un camino ambicioso hacia la soberanía alimentaria, y reconcilia pasado, presente y futuro en el proceso.

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