
Visitantes en el lago Urmía en 2015. Imagen de Solmaz Daryani, en Wikimedia Commons. (CC BY-SA 4.0).
Este artículo de Reza Talebi se escribió en colaboración con UntoldMag.org. La versión original se publicó el 18 de abril de 2025. Global Voices publica esta versión editada bajo un acuerdo de colaboración.
Mi abuelo era agricultor cerca del lago Urmía, en el noroeste de Irán. Alguna vez fue el lago más grande del país; ahora es un desierto cubierto de sal. Cuando el agua desapareció, sus campos de trigo se secaron. La sal invadió la tierra, y lo devoró todo. Murió, no de forma repentina, sino lentamente. Vimos a un hombre que había dado vida a generaciones desmoronarse bajo el peso de la sed. Huyó a Hamadán para buscar agua, pero lo perdió todo: su tierra, su vida y el agua que buscaba.
Mientras el mundo se obsesiona con las ambiciones nucleares de Irán o el control de internet, una amenaza más silenciosa y letal se ha estado gestando durante décadas: la escasez de agua. Esta crisis no se trata simplemente de sequía, sino del resultado de décadas de mala gestión, sobreexplotación e indiferencia. Irán se encuentra ahora al borde del colapso social y ecológico.
Desde los humedales secos de Gavkhouni hasta la migración masiva hacia el norte, el agua se ha convertido en algo más que un problema ambiental: es una línea de falla étnica, política y económica que está transformando la geografía, la demografía y la estabilidad de Irán.
La crisis del agua en Irán: Una catástrofe inminente
Mohammad Bazargan, secretario del Grupo de Trabajo sobre Agua y Ambiente del Consejo de Oportunidad de Irán, advirtió que estamos peligrosamente cerca de un desastre total de agua y suelo. Dijo que podríamos llegar pronto a un punto en el que “no habrá suficiente espacio para que la gente duerma, mucho menos suficiente comida para comer”.
La migración climática interna ya empezó. Los pueblos en regiones áridas se han quedado vacíos. A las familias forzadas a abandonar sus hogares no se ve como refugiadas, pero lo son: refugiados climáticos. Este éxodo lento y progresivo lleva años desarrollándose, en gran parte ignorado por los responsables políticos, más enfocados en censurar redes sociales que en luchar por la sobrevivencia.
El problema no es solo la mala gestión, sino una filosofía equivocada: dominar la naturaleza en lugar de cuidarla. Las leyes hídricas de Irán, como la ley de distribución equitativa del agua, existen mayormente sobre el papel. Los sucesivos gobiernos han tratado el agua como un recurso a controlar y poseer, lo que resultó en acuíferos agotados, ríos secos y ecosistemas colapsados.
El agrónomo Abbas Keshavarz estima que Irán ha sobreexplotado sus reservas de agua subterránea en un rango que oscila entre los 150 y 350 000 millones de metros cúbicos. Mohammad Hossein Bazargan calcula una pérdida irreversible de 50 000 millones de metros cúbicos en 150 años, agua que nunca se repondrá. Sin importar la cifra exacta, ambos coinciden: el país se está quedando sin agua.
Mala gestión y fracasos políticos
Las generaciones anteriores veían la escasez de agua como algo estacional. Si un río bajaba su caudal, se culpaba a la falta de lluvia. Pero hoy, incluso con mayores entradas como el río Zayandeh Rud, que fluye más que en la era safávida, no llega agua a los humedales. El problema no es el ingreso de agua, sino el consumo excesivo.
Issa Kalantari, exjefe del Departamento de Ambiente, advirtió en 2014 que a Irán le quedaban 15 años de agua para la agricultura. En consecuencia, restan solo cuatro años. Las lluvias en Irán se han mantenido relativamente estables, pero las reservas subterráneas (aguas fósiles que tardan milenios en reponerse) han sido drenadas a un ritmo vertiginoso. Los antiguos sistemas de qanat fueron abandonados por pozos profundos. La riqueza petrolera impulsó una mentalidad extractiva y de ganancias a corto plazo.
De los 500 000 millones de metros cúbicos originales de agua fósil de Irán, 200000 millones ya se han perdido. Los restantes 300 000 millones son salinos, inutilizables para la agricultura. Aún así, las prácticas agrícolas siguen siendo derrochadoras: entre el 70 y el 90% del agua utilizable de Irán se destina a la agricultura, con una eficiencia de riego de sólo el 30%, comparado con el 50% en Turquía o Irak. Se desperdician hasta 50 000 millones de metros cúbicos de agua al año.
Las zonas urbanas tampoco se salvan. Las ciudades pierden entre el 25 y el 30% de su agua por fugas, mala gestión e infraestructura obsoleta. En contraste, las ciudades del norte global pierden menos del 10%. En muchas ciudades iraníes, el agua potable aún se usa para regar áreas verdes en lugar de usar aguas residuales tratadas para este fin. Mientras tanto, industrias como Mobarakeh Steel consumen 210 millones de metros cúbicos de agua al año, más que algunas provincias enteras.
La fiebre de construcción de represas en Irán no ha sido de ayuda. En 2012 había 316 represas; en 2018, ya eran 647. Muchas se construyeron sin estudios de impacto ambiental y con fines políticos o militares. La represa Latyan, cerca de Teherán, que antes contenía 95 millones de metros cúbicos, ahora retiene solo nueve millones. Los niveles freáticos en Teherán han bajado 12 metros en dos décadas, provocando subsidencia del suelo y desestabilizando zonas urbanas.
Empresas relacionadas con el Ejército, especialmente aquellas asociadas con el Cuerpo de la Guardia Revolucionaria Islámica, han tomado tierras cerca del lago Urmía para cultivar productos de alto consumo hídrico, como la sandía. Producir un kilo de sandía requiere 250 litros de agua, pero sigue siendo barata. Algunos dicen que Irán ofrece el agua más barata del mundo, pero ¿a qué costo?
Líneas de falla etnohidrológicas y climáticas en Irán
Provincias como Juzestán y Lorestán están ahora en el centro de tensiones étnicas relacionadas con el agua. En Lorestán, comunidades lur acusan a la ciudad persa de Isfahán de robar agua mediante proyectos como los canales Koohrang y Beheshtabad. Estas transferencias han generado protestas, reacciones en redes sociales y acusaciones de «limpieza árabe«.
En un intento de apaciguar las protestas, el gobierno de Mahmoud Ahmadinejad permitió la perforación no regulada de pozos, lo que empeoró la crisis. En Juzestán, las comunidades árabes acusan al Estado de favorecer a los lur al desviar el río Karun. El túnel Koohrang-3 sumergió pueblos enteros, desplazó personas y exacerbó las tensiones.
En el noroeste, el lago Urmia, compartido entre poblaciones kurdas y turcas, se ha reducido a una costra salina. El proyecto de trasvase del río Zab, destinado a revivir el lago, ha provocado disputas entre las comunidades de kurdos y turcos. Los cambios etnodemográficos ya son visibles, hay azeríes que migran a Teherán y kurdos que se trasladan a Urmía.
Otros megaproyectos, como el trasvase de agua desde el mar Caspio o el mar de Omán, han sido criticados por ser ecológicamente destructivos y por beneficiar a las élites industriales más que a las necesidades públicas. Estos proyectos evidencian la dependencia del Gobierno en soluciones grandiosas e insostenibles, en lugar de implementar reformas reales.
Mientras tanto, el Gobierno considera a la disidencia como un asunto de seguridad nacional. Las protestas ambientales se reprimen. Los funcionarios rara vez alzan la voz mientras están en el cargo, y cuando lo hacen, suele ser demasiado tarde.
La crisis del agua de Irán también ha trascendido las fronteras, y generado disputas con Afganistán, Irak, Turquía y Azerbaiyán. Pero el núcleo del problema sigue siendo interno: un modelo estatal incapaz de escuchar, adaptarse o actuar.
Más de 280 ciudades enfrentan un estrés hídrico extremo. Las lluvias han disminuido más del 50% en algunas provincias. Irán ocupa el cuarto lugar en el mundo en riesgo de escasez de agua. El país avanza lentamente hacia su Día Cero, cuando los grifos podrían dejar de fluir por completo.
El agua es la sangre de la tierra. Conecta a las personas por encima de sus diferencias, pero en Irán, está desgarrando comunidades. A medida que desaparecen los ríos, también desaparecen la confianza, la estabilidad y la cohesión. Las tensiones étnicas, la desesperanza económica y la migración climática están convergiendo. El silencio que rodea esta crisis es ensordecedor.
Si se ignora, el agua, y no la guerra, podría convertirse en la mayor amenaza existencial de Irán.