
Coronel Sofiya Quereshi se dirige a los medios sobre la operación Sindoor en el Centro Nacional de Medios, Nueva Delhi, 7 de mayo de 2025. Imagen vía la Oficina de Información de Prensa, Gobierno de India. Dominio público.
Luego de la «operación Sindoor«, nombre que dio el Gobierno indio al bombardeo de objetivos en Pakistán la noche del 6 de mayo de 2025, gran parte del entusiasmo mediático en India se centró en el supuesto triunfo de la igualdad de género: mujeres oficiales militares como líderes de ofensiva, imágenes de mujeres indias empoderadas con uniformes y titulares favorables acerca del «apoyo de la nación a la igualdad de género y el valor de las mujeres en la defensa nacional«. Sin embargo, bajo esta sensación de progreso se esconde una realidad profundamente inquietante, que los movimientos feministas y de justicia social no pueden permitirse ignorar.
Nuevamente, el valle de Cachemira ha soportado la peor parte de la creciente militarización, con consecuencias devastadoras. La pérdida de vidas civiles, la destrucción de la infraestructura local y los ciclos profundos de miedo y desplazamiento se han convertido una trágica rutina. Durante décadas, los Ejércitos de India y Pakistán se han atrincherado en la región, y convertido a Cachemira en un escenario de actuación nacionalista, en el que el costo humano se deja de lado o queda completamente eliminado.
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El 22 de abril de 2025, un atentado terrorista en un centro turístico en Pahalgam, en la Cachemira administrada por India, causó la muerte de 26 turistas. Fue calificado como el ataque más letal contra civiles en la historia reciente del país. Veinticinco ciudadanos indios y uno nepalí, todos hombres, murieron en el ataque. Las víctimas fueron principalmente hindúes, ya que los sobrevivientes relataron que los hombres armados separaron a los hombres de las mujeres y los niños, y les pidieron que recitaran versos islámicos y, a quienes no pudieron, los mataron.
El Frente de Resistencia, considerado una rama del grupo militante Lashkar-e-Taiba con sede en Pakistán, se adjudicó la responsabilidad por el ataque a través de sus redes sociales. Sin embargo, el 26 de abril el Frente de Resistencia negó su responsabilidad y lo adjudicó a un ataque cibernético. Desde entonces, India ha acusado a Pakistán de apoyar a los militantes, una acusación rechazada por Islamabad. La tensión entre India y Pakistán ha aumentado constantemente. La noche del 6 de mayo, India lanzó misiles que impactaron en nueve sitios en Pakistán, y el Gobierno indio afirmó que habían seleccionado campamentos terroristas en una misión llamada operación Sindoor.

Ceremonia diaria con un desfile sincronizado de soldados de seguridad fronteriza india y agentes de seguridad pakistaníes en la frontera de Wagah. Imagen a través de Flickr de Joshua Song (CC BY-NC-ND 2.0).
El simbolismo del ‘sindoor’
La elección del nombre generó diversas reacciones en línea entre mujeres y hombres de India. Por un lado, se criticaba severamente el nombre por ser un mensaje misógino, un símbolo de control que el patriarcado utiliza para justificar la violencia militar, mientras que por otro lado lo aclamaban por ser un símbolo de rabia femenina, un símbolo de duelo por aquellas mujeres que perdieron a sus esposos en el ataque de Pahalgam y como un símbolo de empoderamiento femenino.
El ‘sindoor‘ es un polvo rojo bermellón que utilizan tradicionalmente las mujeres casadas en el norte de India. Tiene un gran valor simbólico ligado a la cultura y a sus rituales. Además, se utiliza en el cine para demostrar que se le ha hecho daño a una mujer. Cuando una mujer enviuda, tradicionalmente deja de utilizarlo. Debido a las muertes de hombres hindúes en el ataque terrorista de Pahalgam, el nombre puede parecer inofensivo o incluso simbólico de la fuerza femenina. Aunque para muchos, es una inquietante forma de exclusión, un intento de imponer una visión homogénea y estrecha de las mujeres indias, basada en ideas hindúes patriarcales de castas altas del norte del país. También se le reconoce como un símbolo patriarcal de los matrimonios que se imponen a muchas mujeres contra su voluntad, un símbolo que se espera que lleven por el bienestar de sus esposos y como forma de obtener respeto como mujeres casadas de sociedad, aunque no sea lo que quieren. A menudo se ve como un «deber religioso» de las mujeres casadas, con la afirmación que de cuando, una mujer se niega a usar el sindoor, indica una infidelidad o que ella no quiere continuar con el matrimonio. Esto no es solo una norma social que se manifiesta en las familias, es una narrativa que incluso las cortes indias han sostenido en sus decisiones.

Captura de pantalla de una publicación de X del usuario Wajahat Kazmi don una imagen desde Pakistán con el simbolismo del sindoor. Uso legítimo.
El sindoor de la ilustración, que fue ampliamente difundido en redes sociales pakistaníes, se utiliza como un símbolo de conquista. El soldado pakistaní, que representa al Estado y al Ejército, aplica el sindoor a una versión feminizada de India, lo que implica propiedad, subyugación y unión forzada. Este tipo de imágenes son provocadoras, y son una metáfora patriarcal de dominación, que están enraizadas en la masculinidad militarizada. En esta representación, la guerra se convierte en una conquista sexual simbólica. En Pakistán, este tipo de propaganda busca proyectar la victoria y el orgullo nacional al apropiarse de símbolos culturales del «enemigo» y distorsionarlos hasta convertirlos en herramientas de humillación. Esto refleja las mismas tácticas que a menudo se critican del discurso nacionalista indio, en el que Pakistán se feminiza, se denigra y se convierte en un objeto de conquista. Este ciclo de deshumanización mutua, cargado de simbolismo patriarcal, no deja espacio para paz o dignidad genuina.
Las mujeres, sus símbolos y sus cuerpos son constantemente instrumentalizados en este teatro del nacionalismo, representadas como personas silenciadas, sumisas o profanadas, mientras el Ejército masculino proyecta sus fantasías de poder.
Feminismo militar y la ilusión de igualdad
Al espectáculo se suman dos coroneles mujeres, una musulmana, presentadas como prueba del pluralismo e inclusión de género de India. Su protagonismo se utiliza como un arma política, una herramienta para demostrar que el Ejército indio es un agente igualitario en el que el género y la religión supuestamente se disuelven ante el deber nacional, cuando, como en todos los Ejércitos, no es así. La propia guerra es una de las herramientas más fuertes del patriarcado, así que nunca puede ser feminista.

Comandante aérea Vyomika Singh informa a los medios sobre la operación Sindoor en el Centro Nacional de Medios, Nueva Delhi, 7 de mayo de 2025. Imagen vía la Oficina de Información de Prensa, Gobierno de la India. Dominio público.
Sin embargo, como muchas feministas han señalado desde hace tiempo, la representación por sí sola no desarticula los sistemas opresivos. Al contrario, puede reforzarlos cuando se utilizan para maquillar acciones violentas del Estado. En este caso, se está usando incluir mujeres (y particularmente mujeres musulmanas) para enmascarar el daño real causado a las comunidades marginalizadas, en Cachemira y dentro de las fronteras de India. El simbolismo declarado de una operación denominada «Sindoor», liderada por dos coronelas indias para vengar a los hombres que perdieron la vida, esta intencionalmente construido para proyectar que toda esta operación militar es una historia de éxito feminista y un símbolo poderoso del empoderamiento femenino en India. Esta imagen se utiliza como una táctica para generar orgullo en los ciudadanos indios y desviar cualquier pregunta acerca de la acción militar en sí y su impacto.
Pintar el militarismo de rosa: Paralelos globales
Esta estrategia no es nueva. El Ejército israelí, por ejemplo, muestra frecuentemente imágenes de soldados LGBTQ+, sobre todo la de un soldado en uniforme que sostiene la bandera del orgullo frente a una estructura destruida, con el fin de lavar su imagen incluso mientras continúa sus ataques implacables contra ciudadanos palestinos en Gaza y en Cisjordania. Estas tácticas están diseñadas para rediseñar la ocupación y la agresión como algo progresista, lo que normaliza la violencia a través del prisma de los valores liberales.
El escritor israelí Leekern publicó en X:
LIBERATION🏳️🌈THE FIRST EVER PRIDE FLAG RAISED IN GAZA!
Under Hamas, being gay means death. Israeli Yoav Atzmoni wanted to send a message of hope. See his story below.
To Gaza’s hidden LGBTQ+ community: STAY HOPEFUL of a future where you can live and love free of Hamas! pic.twitter.com/9NOGfqhNVQ
— leekern (@leekern13) November 12, 2023
LIBERACION🏳️🌈 ¡SE IZA LA PRIMERA BANDERA DEL ORGULLO EN GAZA!
Bajo el mando de Hamas, ser gay significa muerte. El ciudadano israelí Yoav Atzmoni quería mandar un mensaje de esperanza. Ver la historia acá.
Para la comunidad LGBTQ+ escondida en Gaza: ¡MANTENGAN LA ESPERANZA de un futuro en donde puedan vivir y amar libre de Hamas!
El feminismo interseccional ha sido claro con sus críticas: las narrativas de empoderamiento que se basan en la participación de violencia no equivalen a la liberación. La justicia real no se puede lograr simplemente al diversificar la cara de la opresión.
Porqué debemos denunciar esto
Lo que está en juego es más que simbólico. Cuando el lenguaje y las imágenes feministas se utilizan para justificar el militarismo, corremos el riesgo de perder de vista los principios fundamentales de la justicia social: paz, igualdad y dignidad para todas las personas. Para quienes estamos comprometidos con una visión interseccional de justicia, es esencial resistir estas apropiaciones, solidarizar con los más afectados por la violencia estatal e insistir que el verdadero empoderamiento no puede lograrse a costa de las vidas y libertades de otros.
Como escritoras indias y pakistaníes, reconocemos la necesidad urgente de oponernos al uso cínico que hacen nuestros Gobiernos de imágenes feministas y progresivas. La militarización, sin importar quién la lidere o cómo se llame, nunca será el camino hacia la justicia.