
Hinchas del Tractor FC durante un partido contra el Esteghlal FC, 18 de mayo de 2023. Foto de Amir Ostovari, Farsnews.ir vía Wikimedia Commons (CC BY 4.0.).
Antonio Salazar, el dictador fascista de Portugal que gobernó de 1932 a 1968, fue conocido por dirigir el país con las tres F: fado (música), Fátima (religión) y fútbol. Estos pilares formaban la base de su régimen totalitario.
Frecuentemente, los intelectuales han menospreciado el fútbol como una expresión de poca cultura, una distracción de los asuntos serios de la política y la sociedad. Sin embargo, siempre ha habido excepciones: escritores y pensadores que se tomaron el deporte en serio, lo analizaron como un fenómeno cultural y sociológico. Uno de ellos fue el reconocido novelista español Javier Marías, quien, además de sus obras literarias y traducciones, exploró el mundo del fútbol con una agudeza poco común.
En su libro Salvajes y sentimentales: Letras de fútbol, Marías entrelaza reflexión personal y estilo literario para hablar del fútbol tal como se vive en España y en el mundo.
Marías fue hincha de toda la vida del Real Madrid, y mencionaba La Liga, la máxima categoría del fútbol español, como parte del ritmo semanal de su infancia. Los 42 ensayos de esta colección no son simples textos periodísticos: son confesiones, memorias, observaciones y argumentos, escritos con franqueza emocional y lucidez intelectual.
Según Marías, el fútbol es una de las pocas experiencias capaces de despertar en los adultos las emociones instintivas y primarias de la niñez. Decía que el deporte es un retorno semanal a la juventud. Comparaba el fútbol con el cine: los jugadores, como los actores, permanecen en la memoria; los entrenadores, como los directores, moldean a los equipos con repartos familiares. Llegó a comparar al Real Madrid con una película de Hitchcock: con mucho suspenso, capaz de crispar los nervios, pero que suele tener final feliz. “En los partidos europeos”, escribe, “al [Real] Madrid le encanta dejar que le hagan tres goles… solo para remontar y hacer más en la vuelta”.
Para Marías, el fútbol es más que espectáculo: es drama. Un partido sin narrativa, sin emoción, sin consecuencias, es hueco. “Si ganar o perder no afecta el pasado, el futuro, el honor, o tu reflejo en el espejo a la mañana siguiente, entonces no vale la pena verlo», afirmaba.
Creía que el fútbol es el circo y el teatro de nuestra era: está cargado de emoción, miedo e imprevisibilidad. Un verdadero aficionado debe vivir cada encuentro como si fuera decisivo.
El fútbol también permite a los adultos expresar sus reacciones más infantiles, miedo, alegría, rabia e incluso lágrimas, sin vergüenza. Para muchos, es el único espacio socialmente aceptado en el que se permite actuar con emoción pura y sin filtro.
Una de las características más definitorias del fútbol, argumentaba Marías, es la lealtad inquebrantable hacia el propio equipo. Mientras una persona puede cambiar de religión, de pareja, de partido político, de ciudad o de gustos artísticos, la pasión por su club de fútbol permanece constante. Como dijo el escritor español Vázquez Montalbán: «No cambias el equipo al que amaste de niño«.
Pero tan vital como la lealtad es la rivalidad. Marías escribe: “Si el Barcelona [FC] algún día queda relegado a una pequeña liga catalana y sus históricos enfrentamientos con el [Real] Madrid desaparecen, yo estaría profundamente triste”. La competencia es parte del ADN del fútbol. Sin eso, la pasión se desvanece.
Marías creía que solo alguien profundamente inmerso en una cultura puede comprender plenamente el peso emocional de sus rivalidades futbolísticas. Solo un italiano entiende realmente el Milan vs. Juventus; solo un alemán siente lo que significa un partido Bayern vs. Mönchengladbach; solo un inglés capta la carga emocional del Liverpool vs. Manchester United. Y solo un español lleva en la retina cientos de recuerdos de El Clásico.
Tractor: Más que un equipo de fútbol
Toda esta reflexión nos conduce a una escena contemporánea, muy alejada de Madrid. Recientemente, en medio del estrés, la represión y la tensión que caracterizan la vida pública en Irán, ocurrió un hecho notable: el equipo Tractor S.C., de la ciudad de Tabriz en la región de Azerbaiyán iraní, se proclamó campeón nacional. En otro contexto, este logro habría sido simplemente una victoria más en el fútbol, pero en Irán, tiene significados simbólicos muy importantes.
A pesar de los esfuerzos constantes del Estado por remodelar la identidad del equipo, apropiarse de su imagen o introducir consignas nacionalistas en su narrativa, Tractor ha mantenido su carácter popular. Se ha convertido en un equipo de fútbol, y además en un símbolo de resistencia cultural, especialmente para la población túrquica de Irán.
Los turcos son el grupo étnico más numeroso de Irán, conforma aproximadamente el 40% de la población total. Están presentes en todas las regiones del país y, durante siglos, distintas dinastías túrquicas gobernaron Irán, sentaron las bases de un patrimonio cultural compartido.
Los sentimientos antiárabes y antiturcos o, más ampliamente, la xenofobia, siguen estando entre los problemas sociales que ocasionalmente se manifiestan en Irán. La tendencia a reducir las dificultades políticas y sociales del país a una supuesta culpa de los turcos o de los árabes, junto con la humillación de estos grupos étnicos en algunos partidos de fútbol, refleja un problema más profundo de tensiones no resueltas que se hacen especialmente visibles en los estadios.
Los rivales históricos del Tractor, los gigantes de Teherán Esteghlal y Persépolis, representan el centro político, económico y simbólico del país. En cambio, el Tractor ha llegado para representar a la periferia, a las provincias, a los marginados. Y ahora, por primera vez en muchos años, el equilibrio de poder parece estar cambiando.
Los equipos con sede en Teherán —desde Persépolis hasta Saipa, Pas y Esteghlal, han ganado colectivamente la Liga Superior de Fútbol de Irán muchas veces. Junto a ellos, algunos equipos provinciales como Malavan Bandar Anzali, Sepahan de Isfahan y Foolad Khuzestan también lograron consagrarse campeones desde fuera de la capital. Pero esta victoria marca la primera vez que el Tractor, del Azerbaiyán iraní, se corona como campeón de liga.
Así como Marías sugería que el Real Madrid cobra sentido gracias a su rivalidad con el Barcelona FC, la identidad misma del Tractor se ha forjado en oposición al poder central. Si esa tensión desapareciera, incluso sus hinchas podrían no saber si deben celebrar o lamentarse.
El Tractor es más que un equipo de fútbol. Es un fenómeno cultural y político, que disputa dos partidos paralelos: uno en el campo y otro en el espacio público, donde la gente común resiste el control estatal sobre la narrativa y la identidad.
Mientras el Estado iraní, al igual que Salazar, sigue apoyándose en su versión de las “tres F” (religión, ritual y entretenimiento controlado) para gestionar la sociedad, el Tractor desafía esa lógica. Su fuerza no está solo en sus goles, sino en las emociones que despierta: orgullo, desafío y solidaridad. El régimen iraní podrá intentar controlar el juego, pero las gradas y las calles cuentan otra historia.
En un mundo donde muchos se sienten atrapados en sistemas de control, el fútbol quizás no nos salve, pero puede abrir un espacio para imaginar la justicia. Ese espacio se extiende más allá de los límites de la cancha, recorre todo el camino para llegar a Tabriz y más allá.