«Fue la vaca la que construyó su escuela»: La revolución popular de Mama Anna en el monte Meru, Tanzania

Mama Anna at her home in Mulala village, balancing a bunch of bananas on her head as she welcomes visitors.

Mama Anna en su casa en el poblado de Mulala, sostiene un racimo de plátanos sobre la cabeza mientras recibe visitas. Foto de Sydney Leigh Smith, utilizada con autorización.

En lo alto de las laderas del monte Meru, en el distrito Arumeru de Tanzania, se encuentra la tranquila aldea de Mulala. Tiene solo 2000 habitantes, y es fácil pasarla por alto, es allí donde una mujer, conocida simplemente como Mama Anna, ha redefinido lo que puede ser el desarrollo local.

Su transformación de agricultora de frijoles para subsistencia a educadora comunitaria y empresaria comenzó con un regalo inesperado: una vaca.

“Las lágrimas son un desperdicio de agua”

Dairy cows at Mama Anna’s home provide the milk used to make cheese for the women’s cooperative.

Las vacas lecheras del hogar de Mama Anna proveen la leche que se usa para hacer queso para la cooperativa de mujeres. Foto de Sydney Leigh Smith, utilizada con autorización.

Mama Anna —Anna Pallangyo— es una mujer meru, madre de seis hijos y una de las 717 mujeres que hay en la red de Promoción de Pequeñas Empresas (SEP, sus siglas en inglés) FAIDA. Con solo estudios de nivel primario y recursos limitados, comenzó a cultivar frijoles para mantener a su familia. Pero las ganancias eran modestas, y ahorraba lo que podía, decidida a encontrar otra manera.

Cuando alguien del programa de desarrollo le llevó una vaca, ella no estaba segura de qué hacer. “¿Qué puedo hacer con una gombe (vaca)?”, preguntó en voz alta. Luego aprendió a ordeñarla.

Todos los días, les servía leche a su familia y amigos. Cuando la leche comenzó a sobrar, tomó una decisión: “Venderé la maziwa (leche)”. Cada mañana, descendía caminando la larga colina hasta el pueblo; cada tarde, volvía a subir, con monedas tintineando en sus bolsillos, “como monos charloteando”.

“Las lágrimas son un desperdicio de agua”, decía. “Así que me lleno de risa”.

A medida que la vaca paría, ella les entregaba las crías a otras mujeres. Su gesto de compartir se transformó en un modelo cooperativo que abarcó toda la aldea, y propagó no solo vacas, sino también ideas.

De frijoles a biogás, de leche a mercados

Mama Anna se dio cuenta desde un principio de que muchos hogares en el barrio Songoro tenían vacas, pero que la escasez de tierras hacía que la práctica común fuera no pastorear en absoluto. Como percibió una oportunidad, comenzó a comprar alimento para animales a mayoristas del pueblo de Arusha y a venderlo a sus vecinos. Durante un tiempo, fue la única proveedora, hasta que los vecinos varones se incorporaron al negocio.

Y cambió de rumbo otra vez.

A través de FAIDA-SEP, se inscribió en un curso de una semana de procesamiento de leche, en el que aprendió a hacer yogur y queso. Esto le permitió almacenar leche, estabilizar las ventas y generar un ingreso más seguro. Tomó un curso de gestión empresarial, cambió las parcelas de frijoles por flores, e instaló una unidad de biogás en su casa para reducir su carga laboral doméstica.

En la actualidad, sigue recibiendo las visitas de Intercambio Tecnológico de FAIDA, y cuenta su historia a mujeres de toda la región.

Al preguntarle qué consejo les daría a otras personas, su respuesta es simple: “Perseverancia, determinación, algo de imaginación, con un poco de orientación, se puede llegar muy lejos”.

“Construiremos una escuela para nuestros niños”

Preparing homemade coffee at Mama Anna’s home in Mulala village, using traditional tools to grind roasted beans.

Preparación de café artesanal en casa de Mama Anna en la aldea de Mulala; usan herramientas tradicionales para moler los granos tostados. Foto de Sydney Leigh Smith, utilizada con autorización.

Con más leche y más vacas, vinieron más mujeres, más productos y más preguntas. “¿Qué podemos hacer con toda esta maziwa (leche)?”, preguntaron las otras mamas. Mama Anna contestó: “Haremos chizi (queso)”. Caminó hasta la ciudad para aprender cómo hacerlo, y luego les enseñó a las mujeres lo que había aprendido.

Cuando el queso comenzó a exceder el consumo local, las mamas recurrieron a ella nuevamente: “¿Qué haremos con todo este chizi?”. Mama Anna tuvo otra idea: “Venderemos nuestro chizi a los visitantes”. Invitaron a turistas, abrieron una tienda y comenzaron a generar ingresos.

Las mujeres regresaron una última vez: “¿Qué haremos con todo este madonge (dinero)?”. Esta vez, la respuesta de Mama Anna fue transformadora.

“Construiremos una skuli (escuela) para nuestros watoto (niños)”.

Y lo hicieron. El primer preescolar surgió de las ganancias de los productos lácteos. Luego, una escuela primaria. Después, una secundaria. En un lugar en el que la educación —especialmente para las niñas— era inalcanzable, ahora hay aulas sobre la colina, repletas de estudiantes.

Cuando los niños les agradecieron a las mujeres, Mama Anna rio y dijo “No nos agradezcan. Fue la gombe (vaca) la que construyó su escuela”.

Un legado de cambio liderado por la comunidad

Hoy, Mama Anna es más que una empresaria exitosa, es una forjadora de futuros. Las mujeres de Mulala ahora dirigen sus propias pequeñas empresas de producción de fertilizante, miel, café y productos lácteos. Muchas dependían económicamente de los hombres; en la actualidad, mantienen a sus familias e invierten en educación.

La historia de Mama Anna es local y universal: cuando las mujeres se equipan con formación, confianza y herramientas para el éxito, comunidades enteras prosperan.

Su visión nunca fue para ella sola. Siempre fue para los niños, para las mujeres a su lado, y para las niñas que ingresan a un salón de clases construido con trabajo colectivo y determinación compartida.

El mensaje de Mama Anna a las mujeres de todo el mundo es tan claro como poderoso:

“Si ellas pueden, ustedes también”.

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