
Aung San Suu Kyi. Fotografía de Claude TRUONG-NGOC en Wikimedia Commons (CC BY-SA 3.0).
Este artículo de Kyaw Zwa Moe se publicó originalmente el 19 de junio de 2025 en The Irrawaddy, sitio web de noticias independiente de Myanmar cuyos periodistas están exiliados en Tailandia desde el golpe militar de 2021. Global Voices reproduce esta versión editada como parte de un acuerdo de colaboración editorial.
Detengámonos un momento e imaginemos que estamos presos. ¿Cómo nos sentiríamos si tuviéramos 80 años y nos encarcelaran injustamente por delitos que no cometimos?
Durante décadas, los generales militares de Myanmar, hombres poderosos armados con soldados, tanques y armas, le han temido a una mujer desarmada: Daw Aung San Suu Kyi o «La Dama», como la llaman sus seguidores con cariño.
A diferencia de los militares, ella no porta armas. Es delgada, frágil y lo único que lleva es una flor en el pelo. Sin embargo, lo que aterroriza a los generales no es su fuerza física, sino el mandato que el pueblo le ha otorgado: la autoridad para gobernar y la legitimidad conferida por las urnas.
En términos sencillos, el apoyo incondicional del pueblo le concede este poder. No se trata del apoyo habitual que reciben muchos políticos. Por el contrario, es algo mucho más profundo: una relación basada en la confianza mutua, el respeto y la responsabilidad. Para muchos, es más que una líder, es la madre de la nación.
Algunos críticos califican esto como lealtad ciega o culto a la personalidad. Pero para la mayoría, el apoyo que le dan se fundamenta en los sacrificios que ha hecho a lo largo de toda su vida, como renunciar a su comodidad personal, a su vida familiar y a soportar años de arresto domiciliario, todo por el bien del país.
Este tipo de autoridad asusta a los generales porque no se puede obtener por la fuerza. Aunque ellos poseen las armas, ella tiene algo que nunca podrían conseguir: la confianza del pueblo.
Esa confianza se tradujo en victorias arrasadoras en todas las elecciones a las que se presentó su partido. De 1990 a 2020, la Liga Nacional para la Democracia ganó siempre con mayorías aplastantes. Ese inquebrantable respaldo popular estremeció a los líderes militares hasta la médula.
¿Por qué le tienen tanto miedo? Porque representa la posibilidad de perder el control del poder, enfrentarse a la justicia tras décadas de abusos y ver cómo desaparece la riqueza ilícita que acumularon. La codicia y el ansia de dominación que tienen alimentan ese temor implacable.
¿Cuál es la consecuencia? Ha sido detenida cuatro veces desde 1988 y hasta la fecha ha pasado un total de 19 años recluida. Tras el golpe de 2021, fue condenada de nuevo, esta vez a pasar 27 años más entre rejas. A sus 80 años, se ha convertido en una de las líderes que más veces ha sido encarcelada y en la presa política de mayor edad del mundo.
Esta última detención es la más dura. Aislada, retenida en un lugar secreto, sin poder ver ni siquiera a su familia, es tratada como una rehén más que como una prisionera. Esto demuestra que bajo el brutal liderazgo del jefe de la junta militar Min Aung Hlaing, todo parece posible.
La trayectoria que aterra a los generales
El gran compromiso de Aung San Suu Kyi con la paz y la democracia se remonta a 1988. En su primer discurso en la pagoda Shwedagon de Rangún, calificó la revuelta política de ese año como «la segunda lucha por la independencia». En ese entonces, tan solo tenía 43 años.
A partir de ahí, enfrentó repetidas detenciones e incesantes ataques personales, entre los que se incluyen varios intentos de asesinato tramados por los generales en el poder. Como respuesta a ellos, se negó a recurrir a la violencia. Su filosofía política parte de la democracia liberal: proteger la libertad y la igualdad a través del Estado de derecho, de un gobierno responsable y de una política honesta.
Insistió muchísimo en que la «integridad política» solo se consigue con «plena honestidad al hacer política». Su estrategia siguió siendo la resistencia pacífica y el diálogo, inspirada en las tradiciones de Mahatma Gandhi y Martin Luther King Jr.
Su objetivo final siempre ha sido claro: desmantelar la dictadura y construir una unión federal auténticamente democrática en Myanmar.
El miedo que los militares le tienen fue evidente desde el principio. En 1989, menos de un año después de entrar en la política, la pusieron bajo arresto domiciliario. No obstante, incluso estando detenida, su partido arrasó en las elecciones de 1990, lo que constituyó un impactante rechazo al régimen militar que avergonzó a los generales en la escena internacional.
A lo largo de los años, cada una de sus liberaciones reavivó el impulso político, pero los militares reforzaron el control de forma constante, bloquearon sus movimientos, organizaron ataques en su contra y le detuvieron en incontables ocasiones.
Sin ceder ante esos ataques, se aferró al diálogo con sus «enemigos» como medio para resolver la crisis política de Myanmar. Sin embargo, los generales utilizaron varias veces esas conversaciones como táctica evasiva para manipular la opinión internacional, al tiempo que se negaban a llegar a un compromiso verdadero.
En una reveladora ocasión, Razali Ismail, enviado de Naciones Unidas, describió las experiencias del llamado «diálogo» entre ella y la junta como nada más que «monólogos» pronunciados por Than Shwe, supremo del régimen anterior.
Si bien después Suu Kyi se reunió en distintas oportunidades con el general Thein Sein, después presidente, y Min Aung Hlaing nunca se llegó a consolidar un entendimiento político significativo. Los militares jamás fomentaron una verdadera cultura de diálogo o reconciliación.
Traicionada por el ejército de su padre
Pese a que Suu Kyi expresó a menudo su afecto por el ejército fundado por su padre, el general Aung San, el espíritu de aquellas fuerzas armadas ya no existe. Desde el golpe de Estado del difunto general Ne Win en 1962, los militares que le sucedieron lo han transformado en una herramienta de poder personal, codicia y represión brutal.
El lema coreado por los manifestantes desde 1988 hasta la Revolución de la Primavera de 2021, que proclamaba: «El ejército que construyó el general Aung San no fue hecho para matar al pueblo», no impidió que los generales continuaran con las masacres. El ejército actual se ha convertido en una fuerza de claro carácter fascista.
Hasta el día de hoy, aunque Suu Kyi sigue en prisión, debe saber que el ejército no ha dejado de asesinar a quienes alguna vez juró proteger.
A nivel internacional, su liderazgo pacifista le hizo ganarse un inmenso respeto e incluso el Premio Nobel de la Paz. Pero durante la crisis rohinyá, la comunidad global se puso en su contra, la acusaron de defender las operaciones militares de limpieza étnica. Además, se le retiraron los premios y su reputación mundial sufrió un golpe devastador.
Aun así, el apoyo se mantuvo firme dentro de Myanmar. Muchos notaron que Suu Kyi priorizaba la frágil reconciliación nacional sobre la presión internacional. En 2020, su partido volvió a ganar con un resultado electoral todavía mayor.

Imagen de Aung San Suu Kyi y los dirigentes militares de Myanmar. Fuente: The Irrawaddy, socio de contenidos editoriales de Global Voices.
De la reconciliación a la revolución
El golpe militar de 2021 hizo añicos la esperanza de reconciliación que se había mantenido por décadas. La traición de las fuerzas armadas demostró que el diálogo era imposible. Las muertes diarias, los atentados con bomba y las detenciones masivas no cesan. Por lo tanto, sería difícil que la población aceptara retornar al enfoque conciliador de Suu Kyi.
El mensaje del pueblo es claro: «No existe el diálogo con los asesinos». Una nueva generación revolucionaria, entre ellos muchos jóvenes combatientes de la generación Z, ha tomado ahora las armas bajo el lema: «Erradiquen a los militares fascistas».
A pesar de que se encuentre forzada a permanecer en silencio y oculta del público, Suu Kyi sigue siendo un símbolo poderoso para muchos. En su cumpleaños, sus partidarios de todo Myanmar, desde activistas pacíficos en las ciudades hasta jóvenes rebeldes en la selva, rezan por su liberación y porque continúe la lucha que lideró.
Actualmente, sigue siendo la figura más temida por los dirigentes militares del país. Ningún otro político ha sufrido tantas detenciones, ataques violentos y persecuciones crueles como ella. Es su máxima enemiga.
Por ende, es probable que los generales deseen eliminarla por completo. Aún ahora, muchos temen que esté muriendo poco a poco en cautiverio mientras soporta las crueles condiciones carcelarias. Pero en los últimos 37 años ha sobrevivido a todo con lo que la han atacado: encarcelamiento, aislamiento e intentos de asesinato.
Es por ello por lo que muchos de sus partidarios la llaman «La Rosa de Hierro».
Puede que su aspecto sea frágil, pero su espíritu es fuerte. Puede que esté envejeciendo, pero su determinación es firme. Puede que esté sola, pero su mente está alerta. Está encarcelada, pero mantiene la calma.
En lo personal, resistí ocho años como preso político, así que conozco el dolor del confinamiento. Por eso, deseo que nadie sufra un encarcelamiento injusto, ni siquiera por un segundo. Rezo para que Daw Aung San Suu Kyi y todos los presos políticos de la actualidad sean liberados lo antes posible.